Ciencia y Tecnología
La carrera por el uranio es la nueva guerra de los semiconductores: quien controle el combustible controlará la IA
En las profundas minas de Kazajistán y en los centros de datos de Virginia del Norte, dos mundos que nunca debieron tocarse están colisionando. La velocidad digital de la Inteligencia Artificial se enfrenta a la pesada inercia de la física nuclear. Hemos descubierto, por las malas, que la IA no vive en “la nube” sino en la tierra. Tiene un hambre voraz de un material que el mundo ignoró durante décadas: el uranio.
El fin del mito de la eficiencia. Durante años, la narrativa oficial de Silicon Valley fue que la eficiencia de los chips compensaría el consumo energético. Sin embargo, como explica un análisis de OilPrice, esta idea ha muerto debido a la “Paradoja de Jevons“. Básicamente, cuanto más eficiente hacemos un chip, más unidades desplegamos y más complejos se vuelven los modelos. La IA no solo consume datos, sino que incinera energía para crearlos.
Esta realidad ha forzado un cambio de paradigma. Según una encuesta global a más de 600 inversores, el 63% ya considera que la demanda eléctrica de la IA es un cambio estructural en la planificación nuclear. No es un pico temporal, es la base sobre la que se construirá la economía del siglo XXI.
La brecha entre el código y el acero. El problema fundamental es que el software se mueve a la velocidad de la luz, mientras que el suministro de uranio permanece “atascado en el barro” de los plazos industriales del siglo XX. Esta desconexión temporal revela una realidad incómoda: el mundo se ha quedado sin margen de maniobra. Durante dos décadas, la humanidad sobrevivió gracias a suministros secundarios —reutilizando viejas ojivas de la Guerra Fría e inventarios sobrantes—, pero esos almacenes estratégicos están hoy prácticamente agotados.
Esta escasez es un déficit estructural profundo. Los datos de Uranium.io reflejan una brecha alarmante donde el uranio que sale de las minas cubrirá menos del 75% de lo que los reactores necesitarán a corto plazo. Es lo que desde Sprott Asset Management definen como un mercado que vive a “dos velocidades”: una volatilidad superficial que oculta un déficit que se ensancha como un cañón.
“El silencio de las eléctricas”. En el podcast de Sprott Radio, el experto John Ciampaglia explica que, aunque 2025 pareció un año estancado para el precio del uranio físico —anclado entre los 77$ y 80$—, las acciones de las mineras subieron un 40%. Esta desconexión revela que, mientras los inversores ya están apostando con fuerza por lo que viene, las empresas eléctricas (utilities) se encuentran en un “punto muerto”. Están retrasando la firma de nuevos contratos y consumiendo sus últimas reservas con la esperanza de que los precios no se disparen, pero la presión de la IA es tal que, tarde o temprano, alguien tendrá que parpadear primero.
El uranio como activo estratégico. Si los semiconductores fueron el campo de batalla de la última década, el combustible nuclear es el de la próxima. Quien controle el uranio, controlará la capacidad de cómputo. Por un lado, cómo describe el analista para Oilprice, cuando un gigante tecnológico firma un acuerdo de energía (PPA) de 20 años con una planta nuclear, está “bloqueando” los mejores electrones limpios para beneficio privado. El riesgo es la socialización del coste, las empresas se llevan la energía limpia, pero el ciudadano paga la actualización de la red eléctrica.
Por otro lado, “Átomos para Algoritmos”. El Director General de la IAEA describe esta unión como una “alianza estructural”. La IA no solo necesita a la nuclear; la nuclear necesita a la IA para el mantenimiento predictivo de reactores, el diseño de nuevos materiales y la mejora de la seguridad.
La estrategia de los gigantes. Los hyperscalers (Google, Microsoft, Amazon) han comprendido que para dominar la IA deben asegurar los átomos antes que la competencia.
- Integración Vertical: Google dio un golpe de timón al adquirir Intersect Power por 4.750 millones de dólares. El objetivo es controlar la disponibilidad y el coste del suministro cerca de sus centros de datos, sin depender de la red pública.
- Reactores Modulares (SMR): El Organismo Internacional de Energía Atómica apuesta por los SMR, reactores pequeños que permiten a una tecnológica añadir potencia nuclear conforme añade servidores. Es, literalmente, llevar la escalabilidad del software a la energía.
- IA Soberana: Empresas como VivoPower están redirigiendo capital hacia mercados como Arabia Saudita o Emiratos Árabes. Allí, donde la red eléctrica es un cuello de botella, la solución es crear infraestructuras de cómputo con energía propia generada “detrás del contador”.
China: el ganador provisional. Mientras Occidente debate, China vierte hormigón. El gigante asiático construye reactores a un ritmo que nadie más alcanza, entre diez y once por año. De hecho, la mitad de todos los reactores que se están levantando en el mundo están en territorio chino. Según la CNEA, el país superará a Francia en capacidad nuclear en 2026 y a Estados Unidos en 2030.
Pekín no solo busca energía firme para sostener sus renovables, sino independencia tecnológica total. Ya produce el 100% de sus equipos nucleares y lidera la cuarta generación con reactores modulares de alta temperatura. Incluso están “pescando” uranio del mar con nuevas tecnologías de absorción para asegurar siglos de autonomía. China ha entendido que la energía nuclear es tanto una herramienta de descarbonización como de diplomacia energética.
El muro de la realidad. En el mundo del software, los problemas se resuelven inyectando capital o código; en el mundo de los átomos, el dinero no puede comprar tiempo. Existen tres obstáculos físicos que el capital de Silicon Valley no podrá resolver de inmediato:
- El cuello de botella del enriquecimiento. De nada sirve extraer el mineral si no puedes convertirlo en combustible, y esa capacidad industrial en Occidente está al límite. Como advierten en el podcast, gran parte de este proceso vital sigue vinculado a intereses estatales rusos, lo que convierte la energía de la IA en una cuestión de seguridad nacional.
- La crisis de talento. Durante una generación entera, el mensaje global fue que la energía nuclear era una tecnología muerta. El resultado es una escasez crítica de ingenieros y especialistas; simplemente no hay “manos” cualificadas para operar las nuevas minas o gestionar los reactores. Hemos perdido el know-how industrial mientras estábamos distraídos con el mundo digital.
- El “precio de ruego”. Aunque el uranio apunta al rango de los 100-120 $/lb para 2026, la cifra de 135 dólares es la que realmente marca la desesperación del sector. Ese precio no es una señal de un mercado sano, sino el incentivo mínimo para “rogar” a los mineros que reabran yacimientos abandonados y se enfrenten al infierno burocrático de diez años necesario para obtener un solo permiso ambiental.
Del clic al kilovatio. Estamos volviendo de un mundo de “clics” a un mundo de “kilovatios”. La utopía de la IA depende hoy de un metal que el mundo olvidó. Si la industria tecnológica y la nuclear no sincronizan sus relojes, la IA chocará contra un muro físico insuperable. Al final, la nación que asegure el uranio será la que lidere la revolución de la inteligencia. En el siglo XXI, el poder computacional es, ante todo, poder eléctrico.
Imagen | IAEA Imagebank y Freepik
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La carrera por el uranio es la nueva guerra de los semiconductores: quien controle el combustible controlará la IA
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Alba Otero
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En las profundas minas de Kazajistán y en los centros de datos de Virginia del Norte, dos mundos que nunca debieron tocarse están colisionando. La velocidad digital de la Inteligencia Artificial se enfrenta a la pesada inercia de la física nuclear. Hemos descubierto, por las malas, que la IA no vive en “la nube” sino en la tierra. Tiene un hambre voraz de un material que el mundo ignoró durante décadas: el uranio.
El fin del mito de la eficiencia. Durante años, la narrativa oficial de Silicon Valley fue que la eficiencia de los chips compensaría el consumo energético. Sin embargo, como explica un análisis de OilPrice, esta idea ha muerto debido a la “Paradoja de Jevons”. Básicamente, cuanto más eficiente hacemos un chip, más unidades desplegamos y más complejos se vuelven los modelos. La IA no solo consume datos, sino que incinera energía para crearlos.
Esta realidad ha forzado un cambio de paradigma. Según una encuesta global a más de 600 inversores, el 63% ya considera que la demanda eléctrica de la IA es un cambio estructural en la planificación nuclear. No es un pico temporal, es la base sobre la que se construirá la economía del siglo XXI.
La brecha entre el código y el acero. El problema fundamental es que el software se mueve a la velocidad de la luz, mientras que el suministro de uranio permanece “atascado en el barro” de los plazos industriales del siglo XX. Esta desconexión temporal revela una realidad incómoda: el mundo se ha quedado sin margen de maniobra. Durante dos décadas, la humanidad sobrevivió gracias a suministros secundarios —reutilizando viejas ojivas de la Guerra Fría e inventarios sobrantes—, pero esos almacenes estratégicos están hoy prácticamente agotados.
Esta escasez es un déficit estructural profundo. Los datos de Uranium.io reflejan una brecha alarmante donde el uranio que sale de las minas cubrirá menos del 75% de lo que los reactores necesitarán a corto plazo. Es lo que desde Sprott Asset Management definen como un mercado que vive a “dos velocidades”: una volatilidad superficial que oculta un déficit que se ensancha como un cañón.
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El plan de Aalo Atomics para salvar a la IA de su propio éxito: microrreactores nucleares fabricados como piezas de Lego
“El silencio de las eléctricas”. En el podcast de Sprott Radio, el experto John Ciampaglia explica que, aunque 2025 pareció un año estancado para el precio del uranio físico —anclado entre los 77$ y 80$—, las acciones de las mineras subieron un 40%. Esta desconexión revela que, mientras los inversores ya están apostando con fuerza por lo que viene, las empresas eléctricas (utilities) se encuentran en un “punto muerto”. Están retrasando la firma de nuevos contratos y consumiendo sus últimas reservas con la esperanza de que los precios no se disparen, pero la presión de la IA es tal que, tarde o temprano, alguien tendrá que parpadear primero.
El uranio como activo estratégico. Si los semiconductores fueron el campo de batalla de la última década, el combustible nuclear es el de la próxima. Quien controle el uranio, controlará la capacidad de cómputo. Por un lado, cómo describe el analista para Oilprice, cuando un gigante tecnológico firma un acuerdo de energía (PPA) de 20 años con una planta nuclear, está “bloqueando” los mejores electrones limpios para beneficio privado. El riesgo es la socialización del coste, las empresas se llevan la energía limpia, pero el ciudadano paga la actualización de la red eléctrica.
Por otro lado, “Átomos para Algoritmos”. El Director General de la IAEA describe esta unión como una “alianza estructural”. La IA no solo necesita a la nuclear; la nuclear necesita a la IA para el mantenimiento predictivo de reactores, el diseño de nuevos materiales y la mejora de la seguridad.
La estrategia de los gigantes. Los hyperscalers (Google, Microsoft, Amazon) han comprendido que para dominar la IA deben asegurar los átomos antes que la competencia.
Integración Vertical: Google dio un golpe de timón al adquirir Intersect Power por 4.750 millones de dólares. El objetivo es controlar la disponibilidad y el coste del suministro cerca de sus centros de datos, sin depender de la red pública.Reactores Modulares (SMR): El Organismo Internacional de Energía Atómica apuesta por los SMR, reactores pequeños que permiten a una tecnológica añadir potencia nuclear conforme añade servidores. Es, literalmente, llevar la escalabilidad del software a la energía.IA Soberana: Empresas como VivoPower están redirigiendo capital hacia mercados como Arabia Saudita o Emiratos Árabes. Allí, donde la red eléctrica es un cuello de botella, la solución es crear infraestructuras de cómputo con energía propia generada “detrás del contador”.
China: el ganador provisional. Mientras Occidente debate, China vierte hormigón. El gigante asiático construye reactores a un ritmo que nadie más alcanza, entre diez y once por año. De hecho, la mitad de todos los reactores que se están levantando en el mundo están en territorio chino. Según la CNEA, el país superará a Francia en capacidad nuclear en 2026 y a Estados Unidos en 2030.
Pekín no solo busca energía firme para sostener sus renovables, sino independencia tecnológica total. Ya produce el 100% de sus equipos nucleares y lidera la cuarta generación con reactores modulares de alta temperatura. Incluso están “pescando” uranio del mar con nuevas tecnologías de absorción para asegurar siglos de autonomía. China ha entendido que la energía nuclear es tanto una herramienta de descarbonización como de diplomacia energética.
El muro de la realidad. En el mundo del software, los problemas se resuelven inyectando capital o código; en el mundo de los átomos, el dinero no puede comprar tiempo. Existen tres obstáculos físicos que el capital de Silicon Valley no podrá resolver de inmediato:
El cuello de botella del enriquecimiento. De nada sirve extraer el mineral si no puedes convertirlo en combustible, y esa capacidad industrial en Occidente está al límite. Como advierten en el podcast, gran parte de este proceso vital sigue vinculado a intereses estatales rusos, lo que convierte la energía de la IA en una cuestión de seguridad nacional.La crisis de talento. Durante una generación entera, el mensaje global fue que la energía nuclear era una tecnología muerta. El resultado es una escasez crítica de ingenieros y especialistas; simplemente no hay “manos” cualificadas para operar las nuevas minas o gestionar los reactores. Hemos perdido el know-how industrial mientras estábamos distraídos con el mundo digital.El “precio de ruego”. Aunque el uranio apunta al rango de los 100-120 $/lb para 2026, la cifra de 135 dólares es la que realmente marca la desesperación del sector. Ese precio no es una señal de un mercado sano, sino el incentivo mínimo para “rogar” a los mineros que reabran yacimientos abandonados y se enfrenten al infierno burocrático de diez años necesario para obtener un solo permiso ambiental.
Del clic al kilovatio. Estamos volviendo de un mundo de “clics” a un mundo de “kilovatios”. La utopía de la IA depende hoy de un metal que el mundo olvidó. Si la industria tecnológica y la nuclear no sincronizan sus relojes, la IA chocará contra un muro físico insuperable. Al final, la nación que asegure el uranio será la que lidere la revolución de la inteligencia. En el siglo XXI, el poder computacional es, ante todo, poder eléctrico.
Imagen | IAEA Imagebank y Freepik
Xataka | Algo se está torciendo con la IA. EEUU está recurriendo a soluciones energéticas que creía enterradas para alimentar los data centers
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La carrera por el uranio es la nueva guerra de los semiconductores: quien controle el combustible controlará la IA
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Alba Otero
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