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La flota fantasma rusa ha logrado lo que ningún misil o caza de combate: que la guerra de Ucrania haya llegado al Mediterráneo

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La flota fantasma rusa ha logrado lo que ningún misil o caza de combate: que la guerra de Ucrania haya llegado al Mediterráneo

Durante meses, la llamada “guerra de los petroleros” entre Ucrania y Rusia había permanecido contenida en un espacio relativamente acotado: el Mar Negro y sus accesos inmediatos. Allí, ataques con drones navales y aéreos contra buques vinculados a Moscú se habían convertido en una extensión lógica del conflicto, una forma indirecta pero eficaz de golpear los ingresos energéticos rusos sin enfrentarse directamente a su flota de guerra. Hasta ahora. 

Una línea invisible. Todo ha dado un giro de 180 grados con el ataque contra el petrolero Qendil en pleno Mediterráneo, lo que supone un salto cualitativo sin precedentes. No solo por la distancia (más de 2.000 kilómetros desde territorio ucraniano), sino porque demuestra que Kiev está dispuesta a llevar esta campaña mucho más allá del teatro tradicional de operaciones, poniendo en cuestión la idea de que las rutas marítimas europeas estaban a salvo de la guerra.

La flota en la sombra. El Qendil, un petrolero de crudo con bandera de Omán y construido en 2006, no fue elegido al azar. Antes de dirigirse a la India había partido del puerto ruso de Novorossiysk, una de las salidas clave del petróleo ruso al mercado global. Tanto la Unión Europea como el Reino Unido lo consideran parte de la llamada “flota en la sombra”, el entramado de buques que Rusia utiliza para esquivar sanciones mediante cambios de bandera, estructuras de propiedad opacas y rutas diseñadas para diluir responsabilidades legales. 

Para Ucrania, estos barcos no son simples activos comerciales, sino una extensión directa del esfuerzo bélico ruso, una fuente de ingresos que alimenta la guerra. De ahí que el Servicio de Seguridad de Ucrania haya defendido el ataque como un objetivo legítimo conforme al derecho de los conflictos armados.

Una operación quirúrgica. Según fuentes del SBU, el ataque fue una “operación especial sin precedentes”, ejecutada por su Grupo Especial Alpha mediante drones aéreos de tipo bombardero. Las imágenes difundidas muestran municiones cayendo sobre la cubierta del buque desde un hexacóptero, lo que apunta a un ataque de corto alcance lanzado desde una plataforma cercana, probablemente un barco. 

Los datos de seguimiento indican que el petrolero navegaba entre Malta y Creta cuando realizó un giro brusco y cambió su rumbo hacia Port Said, en Egipto, un movimiento que refuerza la idea de que algo anómalo ocurrió en ese punto del trayecto. Aunque el barco iba vacío en el momento del ataque (lo que reduce el riesgo medioambiental), el SBU sostiene que sufrió daños críticos que lo dejan inutilizado para su función original.

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El mensaje. Más allá del daño físico, el golpe tiene un enorme valor simbólico y estratégico. Se produce el mismo día en que el presidente ruso Vladímir Putin advertía de que cortaría a Ucrania el acceso al mar como represalia por los ataques a la flota en la sombra. 

La respuesta de Kiev parece clara: si Rusia puede financiar su guerra exportando petróleo por rutas cada vez más lejanas, esas rutas también pueden convertirse en un campo de batalla. La afirmación del SBU de que Ucrania “golpeará al enemigo en cualquier parte del mundo” no es solo retórica, es una señal dirigida a armadores, aseguradoras y gobiernos de que el conflicto ya no se limita a un mar concreto.

Ecos de otras guerras. Este tipo de ataque recuerda a la guerra encubierta que durante años han librado Irán e Israel contra buques mercantes en Oriente Medio, una campaña de sabotajes selectivos diseñada para enviar mensajes políticos sin escalar a un conflicto abierto. 

Todo indica que Ucrania ha estudiado ese modelo y lo está adaptando a su propia guerra, utilizando drones relativamente baratos para imponer costes desproporcionados al adversario. La posibilidad de emplear en el futuro drones de mayor alcance, incluso con enlaces satelitales como Starlink, sugiere que el radio de acción podría ampliarse todavía más.

Consecuencias marítimas. El ataque al Qendil introduce un nuevo factor de incertidumbre en el Mediterráneo. Aunque el objetivo estaba vinculado directamente a Rusia, el simple hecho de que drones armados puedan operar contra buques mercantes en aguas tan transitadas obliga al sector marítimo a replantearse medidas de seguridad, rutas y seguros. 

Para Moscú, el mensaje es inquietante: su flota en la sombra, estimada en más de mil barcos y esencial para sostener sus exportaciones de crudo, ya no está protegida por la distancia geográfica. Para Europa, es un recordatorio incómodo de que una guerra que comenzó en tierra y en el Mar Negro empieza a proyectar su sombra sobre uno de los principales corredores comerciales del planeta.

Un conflicto que se expande. Plus: el ataque contra el Qendil no es solo una acción táctica, sino una declaración implícita de que la guerra marítima entra en una nueva fase. Ucrania demuestra que puede llevar la presión económica y militar a espacios que hasta ahora se consideraban periféricos, mientras Rusia amenaza con responder sin dejar claro cómo. 

Entre ambos, el Mediterráneo aparece de repente como un escenario potencial de una confrontación que nadie ha declarado formalmente, pero que ya empieza a sentirse en la navegación comercial. Como tantas otras veces de esta guerra, la frontera entre lo militar y lo civil se vuelve más difusa, y la sensación de que no existen zonas completamente seguras empieza a extenderse mucho más allá del frente.

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por
Miguel Jorge

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​Durante meses, la llamada “guerra de los petroleros” entre Ucrania y Rusia había permanecido contenida en un espacio relativamente acotado: el Mar Negro y sus accesos inmediatos. Allí, ataques con drones navales y aéreos contra buques vinculados a Moscú se habían convertido en una extensión lógica del conflicto, una forma indirecta pero eficaz de golpear los ingresos energéticos rusos sin enfrentarse directamente a su flota de guerra. Hasta ahora. 

Una línea invisible. Todo ha dado un giro de 180 grados con el ataque contra el petrolero Qendil en pleno Mediterráneo, lo que supone un salto cualitativo sin precedentes. No solo por la distancia (más de 2.000 kilómetros desde territorio ucraniano), sino porque demuestra que Kiev está dispuesta a llevar esta campaña mucho más allá del teatro tradicional de operaciones, poniendo en cuestión la idea de que las rutas marítimas europeas estaban a salvo de la guerra.

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Para Ucrania, estos barcos no son simples activos comerciales, sino una extensión directa del esfuerzo bélico ruso, una fuente de ingresos que alimenta la guerra. De ahí que el Servicio de Seguridad de Ucrania haya defendido el ataque como un objetivo legítimo conforme al derecho de los conflictos armados.

Una operación quirúrgica. Según fuentes del SBU, el ataque fue una “operación especial sin precedentes”, ejecutada por su Grupo Especial Alpha mediante drones aéreos de tipo bombardero. Las imágenes difundidas muestran municiones cayendo sobre la cubierta del buque desde un hexacóptero, lo que apunta a un ataque de corto alcance lanzado desde una plataforma cercana, probablemente un barco. 

Los datos de seguimiento indican que el petrolero navegaba entre Malta y Creta cuando realizó un giro brusco y cambió su rumbo hacia Port Said, en Egipto, un movimiento que refuerza la idea de que algo anómalo ocurrió en ese punto del trayecto. Aunque el barco iba vacío en el momento del ataque (lo que reduce el riesgo medioambiental), el SBU sostiene que sufrió daños críticos que lo dejan inutilizado para su función original.

El mensaje. Más allá del daño físico, el golpe tiene un enorme valor simbólico y estratégico. Se produce el mismo día en que el presidente ruso Vladímir Putin advertía de que cortaría a Ucrania el acceso al mar como represalia por los ataques a la flota en la sombra. 

La respuesta de Kiev parece clara: si Rusia puede financiar su guerra exportando petróleo por rutas cada vez más lejanas, esas rutas también pueden convertirse en un campo de batalla. La afirmación del SBU de que Ucrania “golpeará al enemigo en cualquier parte del mundo” no es solo retórica, es una señal dirigida a armadores, aseguradoras y gobiernos de que el conflicto ya no se limita a un mar concreto.

Ecos de otras guerras. Este tipo de ataque recuerda a la guerra encubierta que durante años han librado Irán e Israel contra buques mercantes en Oriente Medio, una campaña de sabotajes selectivos diseñada para enviar mensajes políticos sin escalar a un conflicto abierto. 

Todo indica que Ucrania ha estudiado ese modelo y lo está adaptando a su propia guerra, utilizando drones relativamente baratos para imponer costes desproporcionados al adversario. La posibilidad de emplear en el futuro drones de mayor alcance, incluso con enlaces satelitales como Starlink, sugiere que el radio de acción podría ampliarse todavía más.

Consecuencias marítimas. El ataque al Qendil introduce un nuevo factor de incertidumbre en el Mediterráneo. Aunque el objetivo estaba vinculado directamente a Rusia, el simple hecho de que drones armados puedan operar contra buques mercantes en aguas tan transitadas obliga al sector marítimo a replantearse medidas de seguridad, rutas y seguros. 

Para Moscú, el mensaje es inquietante: su flota en la sombra, estimada en más de mil barcos y esencial para sostener sus exportaciones de crudo, ya no está protegida por la distancia geográfica. Para Europa, es un recordatorio incómodo de que una guerra que comenzó en tierra y en el Mar Negro empieza a proyectar su sombra sobre uno de los principales corredores comerciales del planeta.

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Entre ambos, el Mediterráneo aparece de repente como un escenario potencial de una confrontación que nadie ha declarado formalmente, pero que ya empieza a sentirse en la navegación comercial. Como tantas otras veces de esta guerra, la frontera entre lo militar y lo civil se vuelve más difusa, y la sensación de que no existen zonas completamente seguras empieza a extenderse mucho más allá del frente.

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Miguel Jorge

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