Ciencia y Tecnología
Colón introdujo la piña en Europa en 1496. 200 años más tarde los ingleses se volvieron locos
La pistola cuando se saca es pa’disparar, el que la saca pa’enseñarla es un parguela. Siempre me hizo más gracia de la necesaria esa frase de una de las ‘pilladas’ de Callejeros por la vía pública, y siempre la asocié a lo que compramos por estatus. Si somos lo que tenemos, enseñamos lo que tenemos para demostrar nuestra posición. Y en la Inglaterra del siglo XVII, lo que los más ricos sacaban a pasear para fardar de su poder era… una piña.
Los móviles Blackberry en su día, al igual que los relojes, joyas, coches o los yates, son símbolos de estatus. Son elementos que utilizamos para mostrar el escalón social en el que nos encontramos. Hasta un Labubu entraría en este ejemplo, y si algo tienen en común estos símbolos es que son caros.
En el caso de la piña, la fruta se introdujo en Europa en 1496 con un único ejemplar de una piña. Y esta fruta exótica no pegó fuerte en España, sino en una Inglaterra que vivió una auténtica “piñamanía”.
De la fiebre de la piña…
Fue en su segundo viaje transatlántico cuando el explorador al servicio de la corona española regresó con la piña. En la isla de Guadalupe dio con la fruta y se llevó de vuelta a España una gran cantidad de esta “piña de Indes”, o fruta del “pino de los indios”. Se la ofreció a los Reyes Católicos y parece que… les gustó. Tanto que, según registró el historiador Peter Martyr d’Anghiera, el rey la “prefería ante todo lo demás”.
Era lo que se necesitaba para que los súbditos abrazaran la fruta con los brazos abiertos.

Es un misterio cómo y cuándo se introdujo la piña en Inglaterra, pero se cree que, a mediados del XVII, Carlos II de Inglaterra celebró un festín en el que la piña era el plato exótico. Y más importante que su sabor, era que la piña, al ser desconocida en el Viejo Continente, no estaba asociada a ninguna referencia cultural.
Si la manzana era la fruta prohibida, la piña era un lienzo en blanco. En un artículo de BBC podemos leer cómo Lauren O’Hagan, de la Escuela de Inglés, Comunicación y Filosofía de la Universidad de Cardiff, expone que eso permitió dotar a la piña de una cualidad mítica: era la manifestación simbólica del derecho divino del rey. Ahí es nada, pero no deja de ser fácil de identificar gracias a la “corona” de la piña y al color dorado del exterior y, sobre todo, del interior.
Esto hizo que se ganara el apodo de “King Pine”, y la realeza no perdió el tiempo en hacer lo que mejor se les daba: convertir algo inalcanzable para el pueblo en un elemento más que los separase de la plebe.

El rey Carlos II encargó un retrato de sí mismo siendo agasajado con una piña, la ornamentación de palacios y palacetes empezó a adoptar la piña como adorno estructural. Se hicieron dibujos, tapices, más pinturas, vajilla, ornamentación para muebles, medallas y… esto:

Dunmore Pineapple
Era exótica, pero también había un interés por empezar a cultivarla en Europa, y eso fue posible a mediados del XVII. Los invernaderos calefactados permitían replicar el clima tropical (más o menos) para empezar a cultivar piñas. Y pensarás que, cuantas más piñas en el mercado, menor será su valor, ¿verdad? Pues ocurrió todo lo contrario.
Como esos invernaderos eran carísimos, y cultivar las primeras piñas no era tarea sencilla, la fruta se vio como una inversión. Tardaba años en florecer en una instalación carísima y, además, era posible que gran parte de la cosecha se perdiera por diferentes motivos. Había más, sí, pero como las clases altas eran la única que se podía permitir una piña y eran conscientes de su valor… no se la iban a comer.
Y así empezó el punto álgido de esta historia: el alquiler de piñas.

Los más pudientes, que podían gastar 80 libras en una (ajustado a la inflación, entre 12.000 y 16.000 libras), no se iban a comer una fruta de 20.000 euros, así que la usaban como ornamentación. Como duran varios días sin pasarse, organizaban eventos en los que tenían las piñas como si fueran jarrones (o figuras de LEGO), bien a la vista de los invitados. Cuando se empezaba a poner blanda, se la comían.
¿Y qué hacían los que tenían dinero, pero no podían permitirse una piña? Alquilarla. Fue así como surgió un negocio paralelo para satisfacer esa demanda. Mentalidad de tiburón la de esos empresarios que pensaron en el negocio de alquilar piñas a las clases acomodadas, pero no mucho.
Se consideraba vergonzoso que los pillaran saliendo de una tienda de alquiler de piñas (sería admitir la derrota social), y el absurdo llegó a límites como ver gente paseando sosteniendo una piña. El equivalente a salir a la calle con un ‘Luisvi’ presumiendo de ‘Luisvi’.
Pero pronto ocurriría la peor pesadilla de los aburguesados: la globalización.
… a la democratización de la piña
Los avances en el transporte, con barcos de vapor que empezaron a realizar viajes con más frecuencia entre Gran Bretaña y las colonias en las que las piñas crecían salvajes, hicieron que la piña empezara a estar en las bodegas, junto a otros bienes. Pronto, la piña invadió el mercado, y si antes sólo las clases altas podían pagar una piña, ahora la clase trabajadora también podía deleitarse con su sabor.
O’Hagan cuenta que “en ese momento, la clase trabajadora que comía piña se usó como metáfora visual del problema del progreso en impresiones satíricas”. Si todos podían comer piña, ya no era especial. De pronto, se cayó la imagen de la piña como fruta prohibitiva, como el “a mí me gustaba Nirvana antes de que se hiciera mainstream”.

Se vendían en carritos por las calles, incluso más baratas que las patatas, y cuando se ideó la manera de encajar una piña en una lata, la fruta perdió definitivamente su atractivo para los más pudientes. Sólo quedaba una cosa para recordar ese pasado glorioso: el arte, la vajilla y las estructuras como el rimbombante Dunmore.
Desde la distancia, esto nos parece una locura, pero, como decía al comienzo del artículo, no estamos tan lejos. Ahí está el chocolate Dubai o el Nestlé Jungly hace unos años. Ninguno fue sinónimo de estatus, pero recuerdo las ‘peleas’ por hacerse con una tableta de esa sobreazucarada tableta de chocolate.
Pero quién sabe. A fin de cuentas, las modas son cíclicas.
Imágenes | Kim Traynor
–
La noticia
Colón introdujo la piña en Europa en 1496. 200 años más tarde los ingleses se volvieron locos
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Alejandro Alcolea
.
La pistola cuando se saca es pa’disparar, el que la saca pa’enseñarla es un parguela. Siempre me hizo más gracia de la necesaria esa frase de una de las ‘pilladas’ de Callejeros por la vía pública, y siempre la asocié a lo que compramos por estatus. Si somos lo que tenemos, enseñamos lo que tenemos para demostrar nuestra posición. Y en la Inglaterra del siglo XVII, lo que los más ricos sacaban a pasear para fardar de su poder era… una piña.
Los móviles Blackberry en su día, al igual que los relojes, joyas, coches o los yates, son símbolos de estatus. Son elementos que utilizamos para mostrar el escalón social en el que nos encontramos. Hasta un Labubu entraría en este ejemplo, y si algo tienen en común estos símbolos es que son caros.
En el caso de la piña, la fruta se introdujo en Europa en 1496 con un único ejemplar de una piña. Y esta fruta exótica no pegó fuerte en España, sino en una Inglaterra que vivió una auténtica “piñamanía”.
De la fiebre de la piña…Fue en su segundo viaje transatlántico cuando el explorador al servicio de la corona española regresó con la piña. En la isla de Guadalupe dio con la fruta y se llevó de vuelta a España una gran cantidad de esta “piña de Indes”, o fruta del “pino de los indios”. Se la ofreció a los Reyes Católicos y parece que… les gustó. Tanto que, según registró el historiador Peter Martyr d’Anghiera, el rey la “prefería ante todo lo demás”.
Era lo que se necesitaba para que los súbditos abrazaran la fruta con los brazos abiertos.
Es un misterio cómo y cuándo se introdujo la piña en Inglaterra, pero se cree que, a mediados del XVII, Carlos II de Inglaterra celebró un festín en el que la piña era el plato exótico. Y más importante que su sabor, era que la piña, al ser desconocida en el Viejo Continente, no estaba asociada a ninguna referencia cultural.
Si la manzana era la fruta prohibida, la piña era un lienzo en blanco. En un artículo de BBC podemos leer cómo Lauren O’Hagan, de la Escuela de Inglés, Comunicación y Filosofía de la Universidad de Cardiff, expone que eso permitió dotar a la piña de una cualidad mítica: era la manifestación simbólica del derecho divino del rey. Ahí es nada, pero no deja de ser fácil de identificar gracias a la “corona” de la piña y al color dorado del exterior y, sobre todo, del interior.
Esto hizo que se ganara el apodo de “King Pine”, y la realeza no perdió el tiempo en hacer lo que mejor se les daba: convertir algo inalcanzable para el pueblo en un elemento más que los separase de la plebe.
El rey Carlos II encargó un retrato de sí mismo siendo agasajado con una piña, la ornamentación de palacios y palacetes empezó a adoptar la piña como adorno estructural. Se hicieron dibujos, tapices, más pinturas, vajilla, ornamentación para muebles, medallas y… esto:
Dunmore Pineapple
Era exótica, pero también había un interés por empezar a cultivarla en Europa, y eso fue posible a mediados del XVII. Los invernaderos calefactados permitían replicar el clima tropical (más o menos) para empezar a cultivar piñas. Y pensarás que, cuantas más piñas en el mercado, menor será su valor, ¿verdad? Pues ocurrió todo lo contrario.
Como esos invernaderos eran carísimos, y cultivar las primeras piñas no era tarea sencilla, la fruta se vio como una inversión. Tardaba años en florecer en una instalación carísima y, además, era posible que gran parte de la cosecha se perdiera por diferentes motivos. Había más, sí, pero como las clases altas eran la única que se podía permitir una piña y eran conscientes de su valor… no se la iban a comer.
Y así empezó el punto álgido de esta historia: el alquiler de piñas.
Los más pudientes, que podían gastar 80 libras en una (ajustado a la inflación, entre 12.000 y 16.000 libras), no se iban a comer una fruta de 20.000 euros, así que la usaban como ornamentación. Como duran varios días sin pasarse, organizaban eventos en los que tenían las piñas como si fueran jarrones (o figuras de LEGO), bien a la vista de los invitados. Cuando se empezaba a poner blanda, se la comían.
¿Y qué hacían los que tenían dinero, pero no podían permitirse una piña? Alquilarla. Fue así como surgió un negocio paralelo para satisfacer esa demanda. Mentalidad de tiburón la de esos empresarios que pensaron en el negocio de alquilar piñas a las clases acomodadas, pero no mucho.
Se consideraba vergonzoso que los pillaran saliendo de una tienda de alquiler de piñas (sería admitir la derrota social), y el absurdo llegó a límites como ver gente paseando sosteniendo una piña. El equivalente a salir a la calle con un ‘Luisvi’ presumiendo de ‘Luisvi’.
Pero pronto ocurriría la peor pesadilla de los aburguesados: la globalización.
… a la democratización de la piñaLos avances en el transporte, con barcos de vapor que empezaron a realizar viajes con más frecuencia entre Gran Bretaña y las colonias en las que las piñas crecían salvajes, hicieron que la piña empezara a estar en las bodegas, junto a otros bienes. Pronto, la piña invadió el mercado, y si antes sólo las clases altas podían pagar una piña, ahora la clase trabajadora también podía deleitarse con su sabor.
O’Hagan cuenta que “en ese momento, la clase trabajadora que comía piña se usó como metáfora visual del problema del progreso en impresiones satíricas”. Si todos podían comer piña, ya no era especial. De pronto, se cayó la imagen de la piña como fruta prohibitiva, como el “a mí me gustaba Nirvana antes de que se hiciera mainstream”.
Se vendían en carritos por las calles, incluso más baratas que las patatas, y cuando se ideó la manera de encajar una piña en una lata, la fruta perdió definitivamente su atractivo para los más pudientes. Sólo quedaba una cosa para recordar ese pasado glorioso: el arte, la vajilla y las estructuras como el rimbombante Dunmore.
Desde la distancia, esto nos parece una locura, pero, como decía al comienzo del artículo, no estamos tan lejos. Ahí está el chocolate Dubai o el Nestlé Jungly hace unos años. Ninguno fue sinónimo de estatus, pero recuerdo las ‘peleas’ por hacerse con una tableta de esa sobreazucarada tableta de chocolate.
Pero quién sabe. A fin de cuentas, las modas son cíclicas.
Imágenes | Kim Traynor
En Xataka | La pizza que triunfa en China no lleva ni pepperoni ni piña: lleva una fruta que huele a huevos podridos y aguas residuales
– La noticia
Colón introdujo la piña en Europa en 1496. 200 años más tarde los ingleses se volvieron locos
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Alejandro Alcolea
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