Medio Ambiente
La ingeniería de Walid Anka que convirtió aguas contaminadas en ríos limpios
<p>En una planta petroquímica del Caribe venezolano, los técnicos miraban con preocupación los tanques de aguas residuales. El nivel estaba alto y el olor delataba lo que escondía: restos de hidrocarburos, metales y compuestos imposibles de ver a simple vista, pero suficientes para hacer inviable cualquier descarga sin tratamiento. La costumbre era aplicar procesos físicos y químicos que, aunque efectivos en parte, generaban subproductos difíciles de manejar. Fue allí donde apareció Walid Anka con una propuesta que sonaba más a biología que a ingeniería: usar bacterias locales para limpiar el agua.</p>
<p>La idea generó dudas. ¿Cómo confiar en microorganismos para un problema que parecía requerir máquinas, reactores y químicos potentes? Anka respondió con calma. Explicó que esas bacterias ya existían en el entorno, que su metabolismo podía alimentarse de los contaminantes y que, al crecer, transformarían los hidrocarburos en compuestos inofensivos. “La naturaleza ya tiene las respuestas, solo necesitamos darle las condiciones adecuadas”, dijo.</p>
<p>El proyecto comenzó con pruebas a pequeña escala. Se aislaron comunidades microbianas de suelos cercanos y se cultivaron en condiciones controladas. Los primeros resultados sorprendieron incluso a los más escépticos: en cuestión de días, los niveles de hidrocarburos comenzaron a caer. El agua, antes turbia y aceitosa, empezó a aclararse. Esa primera señal bastó para que el equipo técnico aceptara avanzar hacia un piloto más ambicioso.</p>
<p>Walid Anka lideró el diseño de un biorreactor adaptado a la planta. No era un equipo gigantesco ni sofisticado en apariencia, pero estaba pensado para favorecer la actividad biológica. Se reguló la temperatura, se ajustó el oxígeno y se dosificó el agua en ciclos que permitieran a las bacterias trabajar con eficiencia. Poco a poco, los indicadores confirmaron lo que se veía a simple vista: una reducción de más del 90 % en contaminantes.</p>
<p>La escena final, meses después, quedó grabada en la memoria de quienes participaron. El agua que salía del sistema ya no tenía olor a químicos ni aspecto aceitoso. Podía regresar al río sin riesgo de envenenar peces ni plantas. Uno de los operadores comentó con ironía: “al final, fueron los bichitos los que hicieron lo que nunca logramos con tantos reactivos”. Anka sonrió y solo respondió: “los bichitos son también parte de la ingeniería”.</p>
<p>El impacto del proyecto fue más allá de lo ambiental. La planta redujo significativamente sus costos de tratamiento y evitó sanciones regulatorias. Pero lo más valioso fue el cambio de mentalidad. Los trabajadores, que al principio veían la propuesta con desconfianza, empezaron a hablar con orgullo de “su sistema biológico”. Para Walid Anka, esa transformación cultural fue tan importante como la técnica. “Cuando una persona entiende que el agua que vuelve al río es limpia gracias a su trabajo, el compromiso cambia”, explica.</p>
<p>Este caso se convirtió en ejemplo de cómo la biotecnología puede integrarse en la industria pesada sin perder rigor ni eficiencia. No era un experimento de laboratorio, era una solución aplicada en un entorno complejo, con resultados medibles. Anka lo recuerda como una de las experiencias que más lo marcaron. “No se trataba de aplicar una fórmula, sino de confiar en la capacidad de la vida para restaurar lo que nosotros mismos dañamos”, dice.</p>
<p>Desde entonces, Walid Anka ha replicado metodologías similares en otros contextos, convencido de que el tratamiento biológico de aguas residuales será cada vez más común. En conferencias internacionales muestra fotos del antes y el después, y cuenta la anécdota del operador que aprendió a valorar a las bacterias como aliadas. La historia conecta porque demuestra que la sostenibilidad no es solo teoría, sino algo que se puede ver, oler y tocar.</p>
<p>Hoy, cuando habla de aquel proyecto, lo hace con un tono sereno pero firme. Recuerda que la meta no era diseñar un sistema perfecto, sino devolverle al río un agua digna. Y en ese objetivo, la química verde y la biología se encontraron con la ingeniería para mostrar que otra forma de producir y tratar residuos es posible.</p>
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<p>​En una planta petroquímica del Caribe venezolano, los técnicos miraban con preocupación los tanques de aguas residuales. El nivel estaba alto y el olor delataba lo que escondía: restos de hidrocarburos, metales y compuestos imposibles de ver a simple vista, pero suficientes para hacer inviable cualquier descarga sin tratamiento. La costumbre era aplicar procesos físicos Medio Ambiente </p>
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