Ciencia y Tecnología
En Ucrania lo difícil no es reemplazar un dron, sino a su piloto. Así que Rusia ha iniciado la caza con algo inédito: Rubikon
Durante dos años, los operadores ucranianos de drones habían logrado mantener una ventaja táctica decisiva: la capacidad de detectar, hostigar y destruir posiciones rusas con una agilidad que Moscú no podía igualar. Los pilotos trabajaban en pequeños equipos, en sótanos improvisados o trincheras camufladas, pilotando desde la distancia FPV que convertían al frente en un espacio transparente donde el enemigo rara vez podía moverse sin ser observado.
Todo eso ha cambiado con una aparición.
El giro oscuro. Sí, ese dominio se ha quebrado de manera abrupta con la aparición de Rubikon, una unidad rusa creada para rastrear, localizar y eliminar no tanto drones como a quienes los operan. El testimonio en el Financial Times de Dmytro, piloto ucraniano y antiguo rapero, resume este cambio de época: pasó en segundos de ser cazador a ser cazado cuando un dron ruso lo detectó en un paseo imprudente.
Ese instante, que hace dos años habría sido excepcional, se ha vuelto parte de la rutina diaria en un frente donde la supervivencia del operador se ha vuelto un objetivo estratégico para Rusia y un punto débil crítico para Ucrania. El resultado es una inversión completa de roles: los innovadores, antes casi intocables, son ahora un objetivo prioritario.
Estructura y ambición de Rubikon. Este cuerpo de élite ruso no es simplemente una unidad con drones, sino una organización de unos 5.000 efectivos dotada de recursos financieros amplios, autonomía táctica y una misión definida: negar a Ucrania la capacidad de operar su red de drones. A diferencia del funcionamiento pesadamente burocrático que caracterizó al ejército ruso en los primeros compases de la guerra, esta unidad actúa con rapidez, iniciativa y un enfoque que recuerda más a los grupos ucranianos que pretende destruir.
Su tarea principal no es atacar a la infantería en primera línea, sino penetrar detrás del frente, hasta 10 kilómetros en profundidad, para destruir vehículos logísticos, robots terrestres y, sobre todo, localizar a los operadores que controlan los enjambres defensivos ucranianos.
![]()
Emblema de la unidad rusa de élite
Y mucho más. Para los expertos rusos y occidentales, Rubikon funciona como un centro de desarrollo de sistemas no tripulados: entrena a otras unidades, analiza tácticas, refina procedimientos y adapta continuamente su forma de operar. Cada mejora técnica o doctrinal que surge de Rubikon acaba irradiándose al resto del ejército ruso, lo que explica que los ucranianos detecten saltos cualitativos inesperados en el rendimiento de los drones enemigos.
Esta capacidad de aprendizaje rápido es uno de los elementos más inquietantes, porque permite a Rusia corregir en meses la brecha tecnológica que Ucrania construyó durante años.
La nueva dimensión invisible. El combate ya no se limita al cielo visible, sino que se libra en un dominio más abstracto y letal: el espectro electromagnético. Tanto Ucrania como Rusia despliegan estaciones de inteligencia electrónica, equipos de dirección de señales y sistemas de interferencia capaces de anular, bloquear o incluso secuestrar drones adversarios. Esta rivalidad hace que cualquier emisión de radio sea un riesgo potencial.
Los operadores, por muy ocultos que estén, necesitan líneas de visión despejadas, antenas elevadas y transmisores relativamente cercanos al frente, factores que Rubikon explota sistemáticamente. Sus equipos rastrean antenas en colinas, sombras térmicas en bosques y emisiones que revelan la presencia de un piloto a pocos kilómetros.

Andrey Belousov inspeccionando la unidad Rubikon
Las señales. Los inhibidores, pese a su utilidad, generan firmas eléctricas visibles que pueden atraer ataques. Y en medio de estas maniobras, ambos bandos recurren al hackeo de señales vídeo para observar las cámaras del enemigo o localizar la fuente exacta de un control remoto.
El experto Tom Withington resume esta complejidad con una imagen precisa: es un juego del gato y el ratón donde la física dicta las reglas, y donde cada acción deja una huella que el adversario puede explotar.
Presión sobre los pilotos. Plus: a diferencia de los rusos, Ucrania carece de los efectivos necesarios para mantener turnos continuos, lo que crea un agotamiento físico y psicológico que se vuelve tan peligroso como el enemigo mismo. Zoommer, un soldado ucraniano de una pequeña unidad de drones, explicaba en el Times que Rubikon puede operar sin pausas porque tiene suficiente personal para rotar cada pocas horas, mientras que ellos deben permanecer alertas casi todo el día.
La llegada de esta unidad al área de Pokrovsk (ciudad que lleva un año en una lucha defensiva desesperada) ha transformado la vida en el frente, pasando de jornadas manejables a una tensión constante en la que cualquier desplazamiento puede significar la muerte. Antes, dice Zoommer, la zona era casi “unas vacaciones”, ahora es un infierno invisible donde cada antena, cada señal fugaz y cada movimiento fuera de la trinchera puede ser un error fatal. Esta presión ha obligado a los ucranianos a cambiar rutinas, camuflar posiciones con extremo cuidado, ocultar transmisores, dispersar equipos y crear células anti-dron que actúan como un espejo defensivo de la propia táctica rusa.
La pérdida de la transparencia. Los drones habían brindado a Ucrania una herramienta crucial: la capacidad de ver y golpear más lejos y más rápido, dando a sus defensores una transparencia situacional que compensaba la inferioridad numérica. Según el análisis de RUSI, hasta el 80% de las bajas actuales se atribuyen a operaciones con drones, lo que subraya su papel central en una guerra en la que la artillería y la infantería dependen de estos ojos mecánicos.
¿Qué ocurre? Que Rubikon y similares han erosionado esa ventaja al obligar a Ucrania a reasignar recursos desde misiones ofensivas hacia la protección de sus propios operadores. El resultado es que, mientras Rusia avanza con un ritmo creciente, Ucrania dedica más esfuerzos a frenar que a golpear, perdiendo la iniciativa en un momento crítico del conflicto. Moscú ha absorbido rápidamente las lecciones del enemigo y las ha convertido en doctrina, un proceso que normalmente exigiría años y que aquí se ha comprimido en meses, inclinando el equilibrio en un frente cada vez más dinámico.
La guerra psicológica. Los últimos análisis muestran que el frente ya no se define solo por la tecnología desplegada, sino por la presión psicológica que soportan los operadores ucranianos y por la transformación del ejército ruso hacia una estructura más ágil, representada en Rubikon. Los pilotos, convertidos en objetivos prioritarios, viven bajo una tensión constante que los obliga a minimizar cualquier movimiento y a operar con la sensación permanente de estar siendo observados, porque un error o una simple exposición puede costarles la vida y afectar gravemente la capacidad ofensiva del país.
Al mismo tiempo, Rubikon funciona como símbolo de la nueva doctrina rusa, capaz de aprender rápido, coordinar inteligencia electrónica y proyectar ataques más allá de la línea del frente, erosionando la autonomía táctica que antes caracterizaba a Ucrania. En ese escenario, el futuro del conflicto se decide en el dominio digital: señales, algoritmos, interferencias y rastreo electrónico se han convertido en un campo de batalla donde la supervivencia de los operadores y la preservación del ecosistema de drones son tan esenciales como cualquier avance territorial, y donde el silencio, la ocultación y el control del espectro resultan determinantes para mantener la iniciativa.
Imagen | Ministry of Defence of the Russian Federation
–
La noticia
En Ucrania lo difícil no es reemplazar un dron, sino a su piloto. Así que Rusia ha iniciado la caza con algo inédito: Rubikon
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Miguel Jorge
.
Durante dos años, los operadores ucranianos de drones habían logrado mantener una ventaja táctica decisiva: la capacidad de detectar, hostigar y destruir posiciones rusas con una agilidad que Moscú no podía igualar. Los pilotos trabajaban en pequeños equipos, en sótanos improvisados o trincheras camufladas, pilotando desde la distancia FPV que convertían al frente en un espacio transparente donde el enemigo rara vez podía moverse sin ser observado.
Todo eso ha cambiado con una aparición.
El giro oscuro. Sí, ese dominio se ha quebrado de manera abrupta con la aparición de Rubikon, una unidad rusa creada para rastrear, localizar y eliminar no tanto drones como a quienes los operan. El testimonio en el Financial Times de Dmytro, piloto ucraniano y antiguo rapero, resume este cambio de época: pasó en segundos de ser cazador a ser cazado cuando un dron ruso lo detectó en un paseo imprudente.
Ese instante, que hace dos años habría sido excepcional, se ha vuelto parte de la rutina diaria en un frente donde la supervivencia del operador se ha vuelto un objetivo estratégico para Rusia y un punto débil crítico para Ucrania. El resultado es una inversión completa de roles: los innovadores, antes casi intocables, son ahora un objetivo prioritario.
En 3D Juegos
Hemos encontrado la kriptonita de la Generación Z: son expertos en aplicaciones, pero no saben cómo usar “tecnología obsoleta”
Estructura y ambición de Rubikon. Este cuerpo de élite ruso no es simplemente una unidad con drones, sino una organización de unos 5.000 efectivos dotada de recursos financieros amplios, autonomía táctica y una misión definida: negar a Ucrania la capacidad de operar su red de drones. A diferencia del funcionamiento pesadamente burocrático que caracterizó al ejército ruso en los primeros compases de la guerra, esta unidad actúa con rapidez, iniciativa y un enfoque que recuerda más a los grupos ucranianos que pretende destruir.
Su tarea principal no es atacar a la infantería en primera línea, sino penetrar detrás del frente, hasta 10 kilómetros en profundidad, para destruir vehículos logísticos, robots terrestres y, sobre todo, localizar a los operadores que controlan los enjambres defensivos ucranianos.
Emblema de la unidad rusa de élite
Y mucho más. Para los expertos rusos y occidentales, Rubikon funciona como un centro de desarrollo de sistemas no tripulados: entrena a otras unidades, analiza tácticas, refina procedimientos y adapta continuamente su forma de operar. Cada mejora técnica o doctrinal que surge de Rubikon acaba irradiándose al resto del ejército ruso, lo que explica que los ucranianos detecten saltos cualitativos inesperados en el rendimiento de los drones enemigos.
Esta capacidad de aprendizaje rápido es uno de los elementos más inquietantes, porque permite a Rusia corregir en meses la brecha tecnológica que Ucrania construyó durante años.
La nueva dimensión invisible. El combate ya no se limita al cielo visible, sino que se libra en un dominio más abstracto y letal: el espectro electromagnético. Tanto Ucrania como Rusia despliegan estaciones de inteligencia electrónica, equipos de dirección de señales y sistemas de interferencia capaces de anular, bloquear o incluso secuestrar drones adversarios. Esta rivalidad hace que cualquier emisión de radio sea un riesgo potencial.
Los operadores, por muy ocultos que estén, necesitan líneas de visión despejadas, antenas elevadas y transmisores relativamente cercanos al frente, factores que Rubikon explota sistemáticamente. Sus equipos rastrean antenas en colinas, sombras térmicas en bosques y emisiones que revelan la presencia de un piloto a pocos kilómetros.
Andrey Belousov inspeccionando la unidad Rubikon
Las señales. Los inhibidores, pese a su utilidad, generan firmas eléctricas visibles que pueden atraer ataques. Y en medio de estas maniobras, ambos bandos recurren al hackeo de señales vídeo para observar las cámaras del enemigo o localizar la fuente exacta de un control remoto.
El experto Tom Withington resume esta complejidad con una imagen precisa: es un juego del gato y el ratón donde la física dicta las reglas, y donde cada acción deja una huella que el adversario puede explotar.
Presión sobre los pilotos. Plus: a diferencia de los rusos, Ucrania carece de los efectivos necesarios para mantener turnos continuos, lo que crea un agotamiento físico y psicológico que se vuelve tan peligroso como el enemigo mismo. Zoommer, un soldado ucraniano de una pequeña unidad de drones, explicaba en el Times que Rubikon puede operar sin pausas porque tiene suficiente personal para rotar cada pocas horas, mientras que ellos deben permanecer alertas casi todo el día.
La llegada de esta unidad al área de Pokrovsk (ciudad que lleva un año en una lucha defensiva desesperada) ha transformado la vida en el frente, pasando de jornadas manejables a una tensión constante en la que cualquier desplazamiento puede significar la muerte. Antes, dice Zoommer, la zona era casi “unas vacaciones”, ahora es un infierno invisible donde cada antena, cada señal fugaz y cada movimiento fuera de la trinchera puede ser un error fatal. Esta presión ha obligado a los ucranianos a cambiar rutinas, camuflar posiciones con extremo cuidado, ocultar transmisores, dispersar equipos y crear células anti-dron que actúan como un espejo defensivo de la propia táctica rusa.
La pérdida de la transparencia. Los drones habían brindado a Ucrania una herramienta crucial: la capacidad de ver y golpear más lejos y más rápido, dando a sus defensores una transparencia situacional que compensaba la inferioridad numérica. Según el análisis de RUSI, hasta el 80% de las bajas actuales se atribuyen a operaciones con drones, lo que subraya su papel central en una guerra en la que la artillería y la infantería dependen de estos ojos mecánicos.
¿Qué ocurre? Que Rubikon y similares han erosionado esa ventaja al obligar a Ucrania a reasignar recursos desde misiones ofensivas hacia la protección de sus propios operadores. El resultado es que, mientras Rusia avanza con un ritmo creciente, Ucrania dedica más esfuerzos a frenar que a golpear, perdiendo la iniciativa en un momento crítico del conflicto. Moscú ha absorbido rápidamente las lecciones del enemigo y las ha convertido en doctrina, un proceso que normalmente exigiría años y que aquí se ha comprimido en meses, inclinando el equilibrio en un frente cada vez más dinámico.
En Xataka Móvil
El lío creado por Hacienda con Verifactu: con una sencilla factura en Excel los autónomos podrán saltarse la obligación
La guerra psicológica. Los últimos análisis muestran que el frente ya no se define solo por la tecnología desplegada, sino por la presión psicológica que soportan los operadores ucranianos y por la transformación del ejército ruso hacia una estructura más ágil, representada en Rubikon. Los pilotos, convertidos en objetivos prioritarios, viven bajo una tensión constante que los obliga a minimizar cualquier movimiento y a operar con la sensación permanente de estar siendo observados, porque un error o una simple exposición puede costarles la vida y afectar gravemente la capacidad ofensiva del país.
Al mismo tiempo, Rubikon funciona como símbolo de la nueva doctrina rusa, capaz de aprender rápido, coordinar inteligencia electrónica y proyectar ataques más allá de la línea del frente, erosionando la autonomía táctica que antes caracterizaba a Ucrania. En ese escenario, el futuro del conflicto se decide en el dominio digital: señales, algoritmos, interferencias y rastreo electrónico se han convertido en un campo de batalla donde la supervivencia de los operadores y la preservación del ecosistema de drones son tan esenciales como cualquier avance territorial, y donde el silencio, la ocultación y el control del espectro resultan determinantes para mantener la iniciativa.
Imagen | Ministry of Defence of the Russian Federation
En Xataka | Ucrania se está convirtiendo en un experimento de la guerra del futuro: la toma a lo “Mad Max” de Pokrovsk es otro ejemplo
En Xataka | Europa se acaba de dar cuenta del tamaño de la amenaza de los drones: han llegado hasta donde nadie podía imaginarse
– La noticia
En Ucrania lo difícil no es reemplazar un dron, sino a su piloto. Así que Rusia ha iniciado la caza con algo inédito: Rubikon
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Miguel Jorge
.


