Ciencia y Tecnología
La ciudad de Las Vegas lo apostó todo al entretenimiento de masas. Ahora solo le falta lo más importante: turistas

En el verano de 2023 parecía claro que algo había cambiado en Las Vegas. Los datos así lo corroboraban: la “ciudad del pecado” tenía menos clientes que en 2019, pero a cambio ganaba mucho más dinero exprimiendo a sus visitantes como nunca. Desde entonces hasta ahora, la deriva hacia los precios desorbitantes para cualquier cosa no ha hecho más que crecer. El problema es que lo ha hecho al mismo ritmo que perdía lo más importante: los turistas que la sostenían.
Cementerio de neones. Lo contaba el fin de semana en un reportaje el New York Times. A pocos pasos del Strip, en un solar donde descansan viejas marquesinas, puede leerse la historia condensada de Las Vegas: plumas rosas del Flamingo, el martini rojo del Red Barn, o la camisa danzante de una tintorería frecuentada por Liberace.
Este museo del neón recuerda que la ciudad ha sabido reinventarse una y otra vez, del Aquel al juego, de la gastronomía al espectáculo deportivo. Sin embargo, el presente no destila tantos “vibes” como turbulencias. Los Elvis de imitación, cafés casi vacíos y turistas europeos que se sorprenden de pagar cien dólares por un desayuno alimentan la sensación de que la capital mundial del exceso atraviesa una etapa de incertidumbre.
Un descenso como aviso de algo peor. Las cifras recientes de la Autoridad de Convenciones y Visitantes hablan de un retroceso del 11% en el volumen de visitantes en un solo año. Lo que ocurre en Las Vegas resuena más allá: expertos como Andrew Woods advierten que la ciudad funciona como barómetro adelantado de la economía estadounidense.
Dicho de otra forma, si Las Vegas se enfría, el país podría estar a las puertas de un frenazo más amplio. La caída se percibe en detalles: clubes nocturnos sin colas, góndolas navegando vacías en canales artificiales y mesas de cartas a medio llenar.
El facor canadiense. Uno de los golpes más sensibles llega desde el norte. Canadá, que aporta 1,4 millones de visitantes al año, ha reducido en casi un 20% sus viajes, arrastrado por la tensión comercial y diplomática con la administración Trump.
El boicot canadiense amenaza con restar cientos de miles de turistas a los números finales de 2025. Para una ciudad donde la clientela internacional representa el oxígeno de hoteles, restaurantes y espectáculos, esa ausencia se traduce en salas menos concurridas y en ingresos que se evaporan.
Burbuja de precios. La otra gran herida está en el bolsillo del viajero. Los precios de las habitaciones han pasado de una media de 120 dólares en 2019 a más de 160 este año, con picos de más de 1.000 en hoteles de lujo, a lo que se suman tasas de resort de 50 dólares diarios y entradas a espectáculos que superan los 300.
Tras el “revenge travel” de la pospandemia, la industria se acostumbró a cobrar caro. Ahora, en un contexto de incertidumbre, esa estrategia se percibe como codicia y disuade al visitante medio. Los buffets de 29 dólares dieron paso a banquetes de 90, y hasta una simple botella de agua o un aparcamiento se han convertido en símbolos del encarecimiento.
La encrucijada de la identidad. La ciudad siempre había mantenido un equilibrio entre lujo y accesibilidad. Pero hoy la balanza se inclina hacia lo exclusivo, dejando atrás a ese turista que alguna vez encontró en Vegas un destino asequible. El riesgo es claro: perder la esencia de “parque temático para todos” y convertirse en una burbuja insostenible.
Voces como la de Guy Martin, contratista veterano, defienden que los precios responden a matemáticas y no a avaricia, recordando que estructuras como el Sphere o el Allegiant Stadium costaron más de 2.000 millones cada uno. Otros, como ejecutivos de Caesars, admiten que la industria “se pasó de entusiasmo” tras la pandemia.
Comparativa global. El dilema de Las Vegas no es único. Macao, que en las últimas dos décadas desplazó a Las Vegas como capital mundial del juego en términos de ingresos, atravesó un colapso en 2014 cuando Pekín impuso restricciones a los capitales procedentes del continente chino. La ciudad se volcó entonces en diversificar con turismo familiar, convenciones y espectáculos, y aunque recuperó músculo tras la pandemia, la dependencia del visitante de alto poder adquisitivo sigue siendo un talón de Aquiles.
Dubái, por su parte, apostó por un modelo radicalmente distinto: en lugar de abaratar, ha consolidado un destino premium con infraestructuras masivas y un relato de lujo global. Pero incluso allí, la inflación de precios y la saturación de eventos generan tensiones similares. Ambos ejemplos muestran que subir precios indiscriminadamente puede convertir al destino en exclusivo, pero también frágil y vulnerable a cambios geopolíticos o económicos.
Persistencia, nostalgia e incertidumbre. Pese a la tormenta, en el Times recordaban que hay visitantes fieles que siguen considerando la ciudad su refugio ritual, como Mary Reyes y su marido, que vuelven dos veces al año desde hace décadas y apenas notan la diferencia.
El museo de neones simboliza esa dualidad: la ciudad de mil reinvenciones que nunca termina de morir, pero que hoy titubea ante el dilema de su futuro. ¿Será capaz de recuperar la imagen de destino vibrante y asequible, o se convertirá en un enclave prohibitivo para las mayorías? El desenlace marcará si el brillo de Las Vegas continúa encandilando al mundo, o si los letreros apagados del museo dejan de ser reliquia para convertirse en presagio de tantas otras ciudades con la misma apuesta.
Imagen | PxHere, Stefan Wagener
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La noticia
La ciudad de Las Vegas lo apostó todo al entretenimiento de masas. Ahora solo le falta lo más importante: turistas
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Miguel Jorge
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En el verano de 2023 parecía claro que algo había cambiado en Las Vegas. Los datos así lo corroboraban: la “ciudad del pecado” tenía menos clientes que en 2019, pero a cambio ganaba mucho más dinero exprimiendo a sus visitantes como nunca. Desde entonces hasta ahora, la deriva hacia los precios desorbitantes para cualquier cosa no ha hecho más que crecer. El problema es que lo ha hecho al mismo ritmo que perdía lo más importante: los turistas que la sostenían. Cementerio de neones. Lo contaba el fin de semana en un reportaje el New York Times. A pocos pasos del Strip, en un solar donde descansan viejas marquesinas, puede leerse la historia condensada de Las Vegas: plumas rosas del Flamingo, el martini rojo del Red Barn, o la camisa danzante de una tintorería frecuentada por Liberace. Este museo del neón recuerda que la ciudad ha sabido reinventarse una y otra vez, del Aquel al juego, de la gastronomía al espectáculo deportivo. Sin embargo, el presente no destila tantos “vibes” como turbulencias. Los Elvis de imitación, cafés casi vacíos y turistas europeos que se sorprenden de pagar cien dólares por un desayuno alimentan la sensación de que la capital mundial del exceso atraviesa una etapa de incertidumbre.
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El facor canadiense. Uno de los golpes más sensibles llega desde el norte. Canadá, que aporta 1,4 millones de visitantes al año, ha reducido en casi un 20% sus viajes, arrastrado por la tensión comercial y diplomática con la administración Trump.
El boicot canadiense amenaza con restar cientos de miles de turistas a los números finales de 2025. Para una ciudad donde la clientela internacional representa el oxígeno de hoteles, restaurantes y espectáculos, esa ausencia se traduce en salas menos concurridas y en ingresos que se evaporan.
Burbuja de precios. La otra gran herida está en el bolsillo del viajero. Los precios de las habitaciones han pasado de una media de 120 dólares en 2019 a más de 160 este año, con picos de más de 1.000 en hoteles de lujo, a lo que se suman tasas de resort de 50 dólares diarios y entradas a espectáculos que superan los 300.
Tras el “revenge travel” de la pospandemia, la industria se acostumbró a cobrar caro. Ahora, en un contexto de incertidumbre, esa estrategia se percibe como codicia y disuade al visitante medio. Los buffets de 29 dólares dieron paso a banquetes de 90, y hasta una simple botella de agua o un aparcamiento se han convertido en símbolos del encarecimiento.
La encrucijada de la identidad. La ciudad siempre había mantenido un equilibrio entre lujo y accesibilidad. Pero hoy la balanza se inclina hacia lo exclusivo, dejando atrás a ese turista que alguna vez encontró en Vegas un destino asequible. El riesgo es claro: perder la esencia de “parque temático para todos” y convertirse en una burbuja insostenible.
Voces como la de Guy Martin, contratista veterano, defienden que los precios responden a matemáticas y no a avaricia, recordando que estructuras como el Sphere o el Allegiant Stadium costaron más de 2.000 millones cada uno. Otros, como ejecutivos de Caesars, admiten que la industria “se pasó de entusiasmo” tras la pandemia.
Comparativa global. El dilema de Las Vegas no es único. Macao, que en las últimas dos décadas desplazó a Las Vegas como capital mundial del juego en términos de ingresos, atravesó un colapso en 2014 cuando Pekín impuso restricciones a los capitales procedentes del continente chino. La ciudad se volcó entonces en diversificar con turismo familiar, convenciones y espectáculos, y aunque recuperó músculo tras la pandemia, la dependencia del visitante de alto poder adquisitivo sigue siendo un talón de Aquiles. Dubái, por su parte, apostó por un modelo radicalmente distinto: en lugar de abaratar, ha consolidado un destino premium con infraestructuras masivas y un relato de lujo global. Pero incluso allí, la inflación de precios y la saturación de eventos generan tensiones similares. Ambos ejemplos muestran que subir precios indiscriminadamente puede convertir al destino en exclusivo, pero también frágil y vulnerable a cambios geopolíticos o económicos.
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La ciudad de Las Vegas lo apostó todo al entretenimiento de masas. Ahora solo le falta lo más importante: turistas
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Miguel Jorge
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