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Dubrovnik temía convertirse en la nueva Barcelona, así que ha llegado más lejos que nadie para fulminar el turismo masivo

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Dubrovnik temía convertirse en la nueva Barcelona, así que ha llegado más lejos que nadie para fulminar el turismo masivo

Hubo un tiempo que Croacia pasó de 0 a 100 en cuanto a visitantes. De ser un destino casi inédito para las grandes masas de turistas, a convertirse en un “must” donde había que acudir, la última joya del Mediterráneo por explotar. El turismo se convirtió entonces en potencia económica de la nación, y Dubrovnik pasó a ser un espacio que comenzaba a rivalizar con lugares como Barcelona

Y entonces Croacia dio marcha atrás.

Coto al colapso turístico. Como decíamos, la ciudad amurallada de la costa dálmata, conocida como la “Perla del Adriático”, se convirtió en la última década en un ejemplo paradigmático de lo que se ha dado en llamar turistificación extrema

Con visitantes superando en una proporción de 27 a 1 a los residentes y un casco histórico transformado en un decorado de consumo masivo tras su papel estelar en Juego de Tronos, Dubrovnik se enfrentaba a la advertencia de la Unesco de perder su condición de Patrimonio de la Humanidad si no ponía freno al descontrol. El diagnóstico era demoledor: el turismo, lejos de enriquecer la ciudad, estaba matando su autenticidad y expulsando a sus habitantes.

El giro radical. Y entonces llegó 2017, cuando el alcalde Mato Franković asumió el reto de revertir la situación con medidas que, a diferencia de las aplicadas en otras urbes europeas, no se quedan en parches superficiales. Mientras Venecia impone tasas a excursionistas o Barcelona limita camas hoteleras, Dubrovnik ha fijado un aforo máximo dentro de las murallas de 11.200 personas

No solo eso, también ha reducido drásticamente la llegada de cruceros: de los ocho diarios que atracaban en 2016 a solo dos, con la obligación de permanecer al menos ocho horas para fomentar un turismo más pausado y rentable. Con la implantación de cámaras de control y del Dubrovnik Pass, el ayuntamiento obtiene datos en tiempo real que le permiten gestionar flujos y anticipar saturaciones.

Reformas urbanas y sociales. Plus: la transformación no se limita a regular la entrada de turistas. El plan estratégico incluye la compra de edificios del casco antiguo para destinarlos a alquileres asequibles para jóvenes familias, la apertura de una escuela en un palacio histórico y nuevas normas que penalizan el arrendamiento turístico de viviendas, incentivando así la repoblación. 

Medidas tan curiosas como la prohibición de las maletas con ruedas (sustituidas por un servicio económico de transporte de equipajes) buscan preservar el patrimonio material e inmaterial, evitando que las calles se conviertan en un escaparate ruidoso y hostil. El mensaje es claro: Dubrovnik no quiere ser un parque temático, sino una ciudad viva.

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Turismo más controlado. Plus: a partir del próximo año, el acceso a las murallas y museos deberá reservarse en franjas horarias, con un sistema de semáforos que señalará los momentos de mayor y menor afluencia. La intención es evitar estampidas humanas y mejorar la experiencia de quienes visitan la ciudad, aunque algunos residentes sospechan que se trata de una herramienta para maximizar ingresos. 

En paralelo, la limitación de cruceros ha reducido la presión en los picos estivales, permitiendo que el número de visitantes no supere el umbral crítico de 10.500 personas diarias en temporada alta.

Resistencias y críticas. Las medidas no han convencido a todos. Vecinos como el veterano Marc van Bloemen consideran que las reformas no van al fondo del problema y acusan al consistorio de tratar la ciudad como un cajero automático, donde los habitantes se sienten desplazados. A su juicio, las reservas horarias son un truco para atraer a más visitantes y no una auténtica limitación. 

Frente a esta visión escéptica, otros como Marko Milos, guía local y residente del casco histórico, defienden que la situación ha mejorado respecto a los años de saturación máxima y destacan que la reapertura de escuelas y la vuelta de familias está devolviendo vida al centro.

La mirada internacional. Agencias de viajes como Regent Holidays reconocen el valor del experimento dubrovnicense, aunque advierten de que la rigidez del sistema podría desviar turistas hacia otras regiones croatas menos saturadas, como Istria o las islas del Adriático. 

Sin embargo, el hecho de que una ciudad tan dependiente del turismo opte por sacrificar volumen de ingresos inmediatos en favor de sostenibilidad y calidad de vida la convierte en un referente global. El alcalde insiste en que se trata de una apuesta a largo plazo: menos visitantes, pero con un gasto mayor y una convivencia más equilibrada con los residentes.

Riesgo necesario. Así, el camino emprendido por Dubrovnik es una rara avis, una excepción en un mundo donde la mayoría de los destinos siguen persiguiendo un crecimiento turístico ilimitado. La ciudad croata se atreve a desafiar esa lógica y busca un nuevo equilibrio donde calidad no signifique cantidad. 

Franković reconoce en la BBC que los beneficios no serán inmediatos, pero confía en que, en pocos años, Dubrovnik sea recordada no como un decorado turístico, sino como una comunidad viva que supo recuperar su alma. Si el experimento prospera, puede marcar el rumbo para otras ciudades atrapadas entre la rentabilidad del turismo masivo y la supervivencia de su identidad.

Imagen | Alex Proimos, Kenny McCartney

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La noticia

Dubrovnik temía convertirse en la nueva Barcelona, así que ha llegado más lejos que nadie para fulminar el turismo masivo

fue publicada originalmente en

Xataka

por
Miguel Jorge

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​Hubo un tiempo que Croacia pasó de 0 a 100 en cuanto a visitantes. De ser un destino casi inédito para las grandes masas de turistas, a convertirse en un “must” donde había que acudir, la última joya del Mediterráneo por explotar. El turismo se convirtió entonces en potencia económica de la nación, y Dubrovnik pasó a ser un espacio que comenzaba a rivalizar con lugares como Barcelona. Y entonces Croacia dio marcha atrás.Coto al colapso turístico. Como decíamos, la ciudad amurallada de la costa dálmata, conocida como la “Perla del Adriático”, se convirtió en la última década en un ejemplo paradigmático de lo que se ha dado en llamar turistificación extrema. Con visitantes superando en una proporción de 27 a 1 a los residentes y un casco histórico transformado en un decorado de consumo masivo tras su papel estelar en Juego de Tronos, Dubrovnik se enfrentaba a la advertencia de la Unesco de perder su condición de Patrimonio de la Humanidad si no ponía freno al descontrol. El diagnóstico era demoledor: el turismo, lejos de enriquecer la ciudad, estaba matando su autenticidad y expulsando a sus habitantes.

En Xataka

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El giro radical. Y entonces llegó 2017, cuando el alcalde Mato Franković asumió el reto de revertir la situación con medidas que, a diferencia de las aplicadas en otras urbes europeas, no se quedan en parches superficiales. Mientras Venecia impone tasas a excursionistas o Barcelona limita camas hoteleras, Dubrovnik ha fijado un aforo máximo dentro de las murallas de 11.200 personas. 

No solo eso, también ha reducido drásticamente la llegada de cruceros: de los ocho diarios que atracaban en 2016 a solo dos, con la obligación de permanecer al menos ocho horas para fomentar un turismo más pausado y rentable. Con la implantación de cámaras de control y del Dubrovnik Pass, el ayuntamiento obtiene datos en tiempo real que le permiten gestionar flujos y anticipar saturaciones.

Reformas urbanas y sociales. Plus: la transformación no se limita a regular la entrada de turistas. El plan estratégico incluye la compra de edificios del casco antiguo para destinarlos a alquileres asequibles para jóvenes familias, la apertura de una escuela en un palacio histórico y nuevas normas que penalizan el arrendamiento turístico de viviendas, incentivando así la repoblación. 

Medidas tan curiosas como la prohibición de las maletas con ruedas (sustituidas por un servicio económico de transporte de equipajes) buscan preservar el patrimonio material e inmaterial, evitando que las calles se conviertan en un escaparate ruidoso y hostil. El mensaje es claro: Dubrovnik no quiere ser un parque temático, sino una ciudad viva.

Turismo más controlado. Plus: a partir del próximo año, el acceso a las murallas y museos deberá reservarse en franjas horarias, con un sistema de semáforos que señalará los momentos de mayor y menor afluencia. La intención es evitar estampidas humanas y mejorar la experiencia de quienes visitan la ciudad, aunque algunos residentes sospechan que se trata de una herramienta para maximizar ingresos. 

En paralelo, la limitación de cruceros ha reducido la presión en los picos estivales, permitiendo que el número de visitantes no supere el umbral crítico de 10.500 personas diarias en temporada alta.

Resistencias y críticas. Las medidas no han convencido a todos. Vecinos como el veterano Marc van Bloemen consideran que las reformas no van al fondo del problema y acusan al consistorio de tratar la ciudad como un cajero automático, donde los habitantes se sienten desplazados. A su juicio, las reservas horarias son un truco para atraer a más visitantes y no una auténtica limitación. 

Frente a esta visión escéptica, otros como Marko Milos, guía local y residente del casco histórico, defienden que la situación ha mejorado respecto a los años de saturación máxima y destacan que la reapertura de escuelas y la vuelta de familias está devolviendo vida al centro.

La mirada internacional. Agencias de viajes como Regent Holidays reconocen el valor del experimento dubrovnicense, aunque advierten de que la rigidez del sistema podría desviar turistas hacia otras regiones croatas menos saturadas, como Istria o las islas del Adriático. Sin embargo, el hecho de que una ciudad tan dependiente del turismo opte por sacrificar volumen de ingresos inmediatos en favor de sostenibilidad y calidad de vida la convierte en un referente global. El alcalde insiste en que se trata de una apuesta a largo plazo: menos visitantes, pero con un gasto mayor y una convivencia más equilibrada con los residentes.

En Decoesfera

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Riesgo necesario. Así, el camino emprendido por Dubrovnik es una rara avis, una excepción en un mundo donde la mayoría de los destinos siguen persiguiendo un crecimiento turístico ilimitado. La ciudad croata se atreve a desafiar esa lógica y busca un nuevo equilibrio donde calidad no signifique cantidad. Franković reconoce en la BBC que los beneficios no serán inmediatos, pero confía en que, en pocos años, Dubrovnik sea recordada no como un decorado turístico, sino como una comunidad viva que supo recuperar su alma. Si el experimento prospera, puede marcar el rumbo para otras ciudades atrapadas entre la rentabilidad del turismo masivo y la supervivencia de su identidad.Imagen | Alex Proimos, Kenny McCartneyEn Xataka | La erupción de un volcán era sinónimo de peligro hace 100 años. Hoy ha convertido a Islandia en un parque temáticoEn Xataka | No es que el turismo de masas se haya instalado en Madrid, Barcelona o Roma, es que ha llegado hasta las islas Galápagos 

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Dubrovnik temía convertirse en la nueva Barcelona, así que ha llegado más lejos que nadie para fulminar el turismo masivo

fue publicada originalmente en

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Miguel Jorge

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