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Italia ha encontrado una forma inquietante de acabar con la turistificación de sus playas: privatizarlas

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Italia ha encontrado una forma inquietante de acabar con la turistificación de sus playas: privatizarlas

El verano en las playas nacionales como concepto patrio diríamos que está en peligro de extinción en el sur de Europa. Y no por las ganas, sino por el coste. Si empiezas a notar un run run entre tus conocidos donde hablar de vacaciones en la costa parece poco menos que una leyenda urbana por el precio desorbitado, Italia tienen un mensaje para navegantes: a ellos ya no les da ni para hamacas y sombrillas.

Si hacer turismo patrio se estaba poniendo tan caro que salía más rentable el Caribe, ahora tenemos constancia.

Un banquete playero. Contaba en un reportaje el New York Times que, en las playas de Apulia, especialmente en Bari, la hora del almuerzo siempre fue un espectáculo colectivo donde familias enteras despliegan mesas, manteles y bandejas repletas de lasañas, arroces con mejillones, pastas de marisco, embutidos fritos o pulpo crudo, manteniendo viva una costumbre que se remonta al auge del turismo de masas en la posguerra.

Esta práctica, conocida popularmente como la de los fagottari (los que cargan con bultos de comida), hunde sus raíces en la cultura obrera italiana, cuando las vacaciones en la playa eran el único lujo accesible y el banquete compartido representaba una celebración comunitaria.

Una tradición en crisis. Ir a la playa en Italia ha sido durante décadas un ritual cultural profundamente arraigado, uno marcado por la costumbre de alquilar tumbonas, sombrillas y cabañas en los denominados como estabilimenti balneari que controlan gran parte del litoral.

Sin embargo, este verano la afluencia ha caído entre un 15% y un 25% respecto al año anterior en las concesiones privadas, sobre todo en días laborables, mientras que los fines de semana las playas siguen llenándose. La diferencia está también en el consumo: quienes acuden gastan menos en bares y restaurantes, reflejo de un malestar económico generalizado.

El peso de la inflación y los precios. La explicación más repetida por las asociaciones de empresarios es la pérdida de poder adquisitivo en un contexto de inflación y aumento del coste de la vida. Pero esta crisis de asistencia también se asocia con la subida sostenida de los precios en las playas privadas, que han aumentado de media un 17% en cuatro años.

Para ejemplo, el más extremo: alquilar dos tumbonas y una sombrilla cuesta no menos de 30 euros en las playas del Lazio y hasta 90 euros en lugares de moda como Gallipoli, en Puglia. La imagen de playas privadas con hileras de hamacas vacías se ha convertido en un símbolo del desencanto.

La confrontación. Hay más. Ya que el Times subrayaba que en los últimos años, el auge del turismo extranjero y la proliferación de los stabilimenti balneari han ido restringiendo el espacio público, encareciendo el acceso y, en algunos casos, imponiendo reglas que prohíben introducir comida.

Los dueños de los clubes alegan la necesidad de preservar la “decoración” y los ingresos de sus bares, pero los vecinos denuncian un ataque a un derecho básico, pues la ley reconoce que las playas son públicas y no se puede prohibir llevar alimentos. El conflicto ha alcanzado tintes políticos y legales, con titulares que describen una auténtica “guerra del picnic playero”, en la que abogados, asociaciones de consumidores y hasta políticos han intervenido.

Image From Rawpixel Id 6032319 Jpeg

El debate político y cultural. Contaba el Guardian que el fenómeno ha abierto un debate más profundo sobre la concentración de la gestión privada en las costas italianas, que deja poco espacio a las playas públicas. Figuras conocidas como el actor Alessandro Gassmann han señalado que la combinación de precios “exagerados” y dificultades económicas está empujando a los italianos hacia las playas libres.

Los defensores del sector alegan que los precios no han crecido tanto como se dice y que incluyen servicios de seguridad y socorristas, pero las asociaciones de consumidores denuncian que las concesiones se han convertido en un “agujero negro” para las finanzas de las familias. Para los locales, el hecho de tener que esconder o defender sus fiambreras representa un símbolo de alienación y pérdida de identidad. “Apulia ya no es nuestra”, lamentan algunos, recordando cómo playas antaño libres hoy han sido absorbidas por resorts de lujo.

Rebelión ciudadana. La indignación se ha materializado en protestas desde Sicilia hasta Liguria. En Lavinio, cerca de Anzio, el político Matteo Hallissey (+Europa) fue empujado al plantar una sombrilla para denunciar carteles ilegales de “playa privada”. En Mondello (Sicilia), manifestaciones lograron que las autoridades ordenaran retirar torniquetes que impedían el acceso a la arena. En Metaponto (Basilicata), la policía intervino para confiscar cientos de tumbonas y sombrillas colocadas ilegalmente.

En Nápoles, activistas protestaron contra tramos vallados en la Spiaggia delle Monache, mientras que en Marina di Pietrasanta (Toscana) se clavaron sombrillas en la arena como acto simbólico de reapropiación del litoral. Estas acciones han visibilizado un malestar generalizado: la sensación de que el mar, patrimonio colectivo, ha sido usurpado por intereses privados con la complicidad de políticos temerosos de enfrentarse a un poderoso lobby.

La fuerza del lobby. El sector de los stabilimenti constituye un entramado económico familiar y hereditario en muchas regiones costeras, donde negocios se transmiten de padres a hijos y generan fortunas ligadas al turismo estival. En localidades como Bacoli, cerca de Nápoles, los ingresos veraniegos pueden superar los 100.000 visitantes diarios.

El poder de este lobby ha hecho que sucesivos gobiernos, durante dos décadas, hayan evitado imponer límites reales a la privatización de las playas. Frente a esta inercia, algunos alcaldes, como Josi Della Ragione en Bacoli, han impulsado medidas de choque: decretar que al menos el 50% del litoral sea de libre acceso, derribar construcciones ilegales y retirar equipamiento que bloquea el paso. Su determinación le ha enfrentado a intereses mafiosos y amenazas de muerte, pero simboliza la resistencia institucional a la apropiación privada del mar.

Desplazamiento a la montaña. Así, mientras las playas privadas pierden clientes, el turismo se está redirigiendo hacia la montaña, con especial intensidad en los Dolomitas, donde algunos municipios ya alertan de riesgo de masificación. La tendencia no responde solo al factor económico: cada vez más italianos buscan refugio en altitudes frescas para escapar de los veranos sofocantes, intensificados por la crisis climática.

Este trasvase de turistas simboliza una transformación cultural en las vacaciones de verano italianas, en la que el modelo tradicional de playa privada se tambalea frente a nuevas realidades sociales, económicas y ambientales.

Quizás por ello, esas comidas playeras sean, en palabras de muchos, lo último que les queda en unas costas cada vez más privatizadas y exclusivas, una tímida conquista de los veraneos italianos que ningún decreto ni resort de lujo puede borrar.

Imagen | Phill Connell, RawPixel

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Italia ha encontrado una forma inquietante de acabar con la turistificación de sus playas: privatizarlas

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Miguel Jorge

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​El verano en las playas nacionales como concepto patrio diríamos que está en peligro de extinción en el sur de Europa. Y no por las ganas, sino por el coste. Si empiezas a notar un run run entre tus conocidos donde hablar de vacaciones en la costa parece poco menos que una leyenda urbana por el precio desorbitado, Italia tienen un mensaje para navegantes: a ellos ya no les da ni para hamacas y sombrillas.

Si hacer turismo patrio se estaba poniendo tan caro que salía más rentable el Caribe, ahora tenemos constancia.

Un banquete playero. Contaba en un reportaje el New York Times que, en las playas de Apulia, especialmente en Bari, la hora del almuerzo siempre fue un espectáculo colectivo donde familias enteras despliegan mesas, manteles y bandejas repletas de lasañas, arroces con mejillones, pastas de marisco, embutidos fritos o pulpo crudo, manteniendo viva una costumbre que se remonta al auge del turismo de masas en la posguerra.

Esta práctica, conocida popularmente como la de los fagottari (los que cargan con bultos de comida), hunde sus raíces en la cultura obrera italiana, cuando las vacaciones en la playa eran el único lujo accesible y el banquete compartido representaba una celebración comunitaria.

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Una tradición en crisis. Ir a la playa en Italia ha sido durante décadas un ritual cultural profundamente arraigado, uno marcado por la costumbre de alquilar tumbonas, sombrillas y cabañas en los denominados como estabilimenti balneari que controlan gran parte del litoral.

Sin embargo, este verano la afluencia ha caído entre un 15% y un 25% respecto al año anterior en las concesiones privadas, sobre todo en días laborables, mientras que los fines de semana las playas siguen llenándose. La diferencia está también en el consumo: quienes acuden gastan menos en bares y restaurantes, reflejo de un malestar económico generalizado.

El peso de la inflación y los precios. La explicación más repetida por las asociaciones de empresarios es la pérdida de poder adquisitivo en un contexto de inflación y aumento del coste de la vida. Pero esta crisis de asistencia también se asocia con la subida sostenida de los precios en las playas privadas, que han aumentado de media un 17% en cuatro años.

Para ejemplo, el más extremo: alquilar dos tumbonas y una sombrilla cuesta no menos de 30 euros en las playas del Lazio y hasta 90 euros en lugares de moda como Gallipoli, en Puglia. La imagen de playas privadas con hileras de hamacas vacías se ha convertido en un símbolo del desencanto.

La confrontación. Hay más. Ya que el Times subrayaba que en los últimos años, el auge del turismo extranjero y la proliferación de los stabilimenti balneari han ido restringiendo el espacio público, encareciendo el acceso y, en algunos casos, imponiendo reglas que prohíben introducir comida.

Los dueños de los clubes alegan la necesidad de preservar la “decoración” y los ingresos de sus bares, pero los vecinos denuncian un ataque a un derecho básico, pues la ley reconoce que las playas son públicas y no se puede prohibir llevar alimentos. El conflicto ha alcanzado tintes políticos y legales, con titulares que describen una auténtica “guerra del picnic playero”, en la que abogados, asociaciones de consumidores y hasta políticos han intervenido.

El debate político y cultural. Contaba el Guardian que el fenómeno ha abierto un debate más profundo sobre la concentración de la gestión privada en las costas italianas, que deja poco espacio a las playas públicas. Figuras conocidas como el actor Alessandro Gassmann han señalado que la combinación de precios “exagerados” y dificultades económicas está empujando a los italianos hacia las playas libres.

Los defensores del sector alegan que los precios no han crecido tanto como se dice y que incluyen servicios de seguridad y socorristas, pero las asociaciones de consumidores denuncian que las concesiones se han convertido en un “agujero negro” para las finanzas de las familias. Para los locales, el hecho de tener que esconder o defender sus fiambreras representa un símbolo de alienación y pérdida de identidad. “Apulia ya no es nuestra”, lamentan algunos, recordando cómo playas antaño libres hoy han sido absorbidas por resorts de lujo.

Rebelión ciudadana. La indignación se ha materializado en protestas desde Sicilia hasta Liguria. En Lavinio, cerca de Anzio, el político Matteo Hallissey (+Europa) fue empujado al plantar una sombrilla para denunciar carteles ilegales de “playa privada”. En Mondello (Sicilia), manifestaciones lograron que las autoridades ordenaran retirar torniquetes que impedían el acceso a la arena. En Metaponto (Basilicata), la policía intervino para confiscar cientos de tumbonas y sombrillas colocadas ilegalmente.

En Nápoles, activistas protestaron contra tramos vallados en la Spiaggia delle Monache, mientras que en Marina di Pietrasanta (Toscana) se clavaron sombrillas en la arena como acto simbólico de reapropiación del litoral. Estas acciones han visibilizado un malestar generalizado: la sensación de que el mar, patrimonio colectivo, ha sido usurpado por intereses privados con la complicidad de políticos temerosos de enfrentarse a un poderoso lobby.

La fuerza del lobby. El sector de los stabilimenti constituye un entramado económico familiar y hereditario en muchas regiones costeras, donde negocios se transmiten de padres a hijos y generan fortunas ligadas al turismo estival. En localidades como Bacoli, cerca de Nápoles, los ingresos veraniegos pueden superar los 100.000 visitantes diarios.

El poder de este lobby ha hecho que sucesivos gobiernos, durante dos décadas, hayan evitado imponer límites reales a la privatización de las playas. Frente a esta inercia, algunos alcaldes, como Josi Della Ragione en Bacoli, han impulsado medidas de choque: decretar que al menos el 50% del litoral sea de libre acceso, derribar construcciones ilegales y retirar equipamiento que bloquea el paso. Su determinación le ha enfrentado a intereses mafiosos y amenazas de muerte, pero simboliza la resistencia institucional a la apropiación privada del mar.

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Desplazamiento a la montaña. Así, mientras las playas privadas pierden clientes, el turismo se está redirigiendo hacia la montaña, con especial intensidad en los Dolomitas, donde algunos municipios ya alertan de riesgo de masificación. La tendencia no responde solo al factor económico: cada vez más italianos buscan refugio en altitudes frescas para escapar de los veranos sofocantes, intensificados por la crisis climática.

Este trasvase de turistas simboliza una transformación cultural en las vacaciones de verano italianas, en la que el modelo tradicional de playa privada se tambalea frente a nuevas realidades sociales, económicas y ambientales.

Quizás por ello, esas comidas playeras sean, en palabras de muchos, lo último que les queda en unas costas cada vez más privatizadas y exclusivas, una tímida conquista de los veraneos italianos que ningún decreto ni resort de lujo puede borrar.

Imagen | Phill Connell, RawPixel

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Italia ha encontrado una forma inquietante de acabar con la turistificación de sus playas: privatizarlas

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por
Miguel Jorge

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