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Ciencia y Tecnología

¿Puede el sol realmente curar nuestras enfermedades? La ciencia responde

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La luz solar podría ser más que un simple generador de vitamina D: científicos descubren que modula el sistema inmunológico y reduce enfermedades autoinmunes como la esclerosis múltiple.

​La luz solar podría ser más que un simple generador de vitamina D: científicos descubren que modula el sistema inmunológico y reduce enfermedades autoinmunes como la esclerosis múltiple.  

La luz solar, ese regalo diario que a menudo damos por sentado, recibe constante atención científica. Y por buenas razones: sin ella, la vida misma no existiría en nuestro planeta. Sin embargo, cuando se trata de sus efectos en la salud humana, el panorama se vuelve complejo y contradictorio.

Todos hemos escuchado las advertencias médicas sobre los riesgos de la exposición excesiva al sol y su vínculo con el cáncer de piel. Pero también circulan teorías que sugieren que la radiación solar podría ser clave para combatir algunas de las enfermedades más devastadoras de nuestro tiempo. ¿Qué dice realmente la evidencia científica actual sobre el potencial terapéutico del sol? A continuación, exploramos lo que sabemos hasta ahora.

La idea de que el sol hace bien no es nueva. Durante siglos, diversas culturas han reconocido el poder curativo del sol. De Egipto a la Grecia antigua, pasando por las tradiciones médicas islámicas, el astro rey fue considerado una fuente de salud y revitalización. Lo sorprendente es que, en pleno siglo XXI, esta creencia ancestral esté siendo redescubierta por la ciencia con una fuerza inesperada.

La era de la vitamina D: promesa y limitaciones

Durante años, la hipótesis dominante fue simple: la luz solar produce vitamina D, esencial para la salud ósea y, quizás, para prevenir un largo catálogo de enfermedades. Los hermanos Frank y Cedric Garland, epidemiólogos de la Universidad Johns Hopkins, sugirieron en un influyente artículo en 1980 que la vitamina D era responsable de las menores tasas de cáncer de colon en regiones soleadas. Así comenzó la era de la vitamina D, un período en el que médicos de todo el mundo comenzaron a recomendar masivamente la suplementación con este nutriente.

Las investigaciones demostraron que los pacientes con enfermedades autoinmunes presentaron mejorías significativas tras sesiones controladas de exposición a rayos UV.
Las investigaciones demostraron que los pacientes con enfermedades autoinmunes presentaron mejorías significativas tras sesiones controladas de exposición a rayos UV.Imagen: Action Pictures/IMAGO

Por ejemplo, en países como el Reino Unido, donde entre noviembre y marzo la radiación UVB simplemente “no llega al suelo” –como aseguró la Dra. Inez Schoenmakers, en un artículo de The Guardian de 2009–, se vio un resurgimiento en aquel entonces de enfermedades como el raquitismo, sobre todo en poblaciones con piel más oscura y baja exposición solar.

Pero la “era de la vitamina D” parece hoy haber alcanzado su límite. Los suplementos han mostrado ser útiles para evitar deficiencias graves, pero los ensayos clínicos no han confirmado sus supuestos efectos milagrosos sobre el cáncer, la diabetes o las enfermedades cardiovasculares. En otras palabras, las dolencias afectan por igual a quienes toman suplementos y a quienes no.

Como concluye un reciente y exhaustivo análisis publicado en Scientific American, “cualquier cosa que la luz solar esté haciendo para prevenir miríadas de dolencias, es mucho más complicado que hacer que la piel produzca un poco de vitamina D”.

Por ejemplo, algunos estudios observacionales sugieren que, a pesar del aumento de melanomas, las personas más expuestas a la luz solar diaria viven más tiempo. El doctor Martin Moore-Ede, director del Centro de Investigación sobre la Luz Circadiana, cita en un artículo para Psychology Today un trabajo sobre personal de la Marina de Estados Unidos –altamente expuesto al sol– que mostró una tasa de mortalidad por cáncer de piel tres veces menor de lo esperado y un 44 % menos de muertes por otros tipos de cáncer.

Aunque estos resultados no prueban causalidad y pueden estar influidos por otros factores, refuerzan la idea de que la luz solar ejerce un efecto protector más amplio de lo que se pensaba.

Por su parte, un estudio sueco encontró resultados similares: las mujeres con menor exposición a la luz solar tuvieron el doble de mortalidad durante un seguimiento de 20 años comparado con las más expuestas. El riesgo de morir por enfermedades cardiovasculares era un 130 % mayor y el riesgo por otras causas no relacionadas con cáncer ni enfermedades cardiovasculares un 70 % mayor. Sorprendentemente, incluso aquellas que desarrollaban melanoma tenían mejor supervivencia si seguían tomando el sol.

De hecho, según reporta Scientific American, algunos estudios en ratones han mostrado que la exposición a rayos UV mejora enfermedades autoinmunes sin afectar los niveles de vitamina D, lo que llevó a científicos como Robyn Lucas, en Australia, a volver sobre sus propios datos y encontrar una correlación más fuerte con la exposición solar en sí que con la vitamina.

La fotoinmunología emergió como una nueva frontera científica que explora cómo la luz solar modula directamente el sistema inmunológico humano.
La fotoinmunología emergió como una nueva frontera científica que explora cómo la luz solar modula directamente el sistema inmunológico humano.Imagen: Christoph Hardt/Panama Pictures/picture alliance

El gradiente de latitud y la esclerosis múltiple

Uno de los casos más estudiados y prometedores es el de la esclerosis múltiple (EM), una enfermedad autoinmune en la que el sistema inmune ataca la mielina que recubre los nervios. Y es que su distribución geográfica presenta un patrón inquietante. 

Durante más de un siglo, los investigadores han documentado que numerosas enfermedades, particularmente las condiciones autoinmunes y cardiovasculares, muestran una correlación con la latitud. Incluso después de ajustar variables como la dieta y el nivel socioeconómico, la incidencia de estas patologías tiende a aumentar conforme nos alejamos del ecuador.

En Australia, por ejemplo, las tasas de EM suben de 12 por cada 100.000 personas en el norte tropical a 76 en el sur, según Scientific American.

Por otra parte, la exposición al sol, especialmente durante la infancia o el embarazo, parece ejercer un efecto protector. Estudios observacionales han encontrado que los niños que pasan más de una hora al día al aire libre tienen hasta cinco veces menos riesgo de desarrollar EM que los que pasan menos de 30 minutos.

Un caso de esperanzador 

Un caso concreto es el de Kathy Reagan Young, una paciente diagnosticada con EM en 2008 en EE. UU., que comenzó a utilizar una caja de luz UV prescrita por su médico. En pocos meses, su fatiga desapareció, su puntuación de enfermedad bajó al mínimo, y recuperó una vida activa.

Aunque anecdótico, su caso simboliza lo que algunos científicos empiezan a llamar una revolución en marcha. Y no por nada: en su caso específico, su puntuación de Actividad de Enfermedad de EM ha bajado a 1 de 10, la mejor posible, y se ha mantenido así durante más de un año, de acuerdo con Scientific American.

La fotoinmunología: una nueva frontera científica

Esta terapia podría representar apenas la punta del iceberg. Y lo que muchos científicos ahora creen es que la clave podría estar en cómo la luz UV parece modular el sistema inmunológico. En concreto, la evidencia científica emergente muestra que la luz UV tiene una capacidad sorprendente para calmar un sistema inmunológico descontrolado.

Al incidir sobre la piel, los rayos desencadenan una cascada de reacciones bioquímicas, cuyos impactos exactos en la salud humana siguen bajo investigación: se generan endorfinas, serotonina, óxido nítrico (que baja la presión arterial), lumisterol (con efectos antiinflamatorios), y otras moléculas que aún están siendo descubiertas.

Investigadores observaron que incluso sin exposición directa al sol, la luz natural ayudó a sincronizar los ritmos circadianos y mejorar la salud general.
Investigadores observaron que incluso sin exposición directa al sol, la luz natural ayudó a sincronizar los ritmos circadianos y mejorar la salud general.Imagen: IMAGO/Depositphotos

El inmunólogo Scott Byrne, por ejemplo, identificó recientemente lípidos generados por la piel tras la exposición solar que instruyen a las células T para que no se multipliquen descontroladamente; justamente el proceso que desencadena enfermedades autoinmunes como la EM.

En otro pequeño y preliminar ensayo clínico en Australia, citado por Scientific American, 30 % de los pacientes con EM temprana que recibieron fototerapia UV no desarrollaron la enfermedad, frente al 0 % del grupo de control. Y lo más intrigante: los efectos positivos –aunque se requiere confirmación en investigaciones más amplias– persistieron meses después de terminar la terapia.

Este campo, denominado fotoinmunología, no solo contribuye a comprender mejor la EM, sino que también podría ofrecer perspectivas valiosas para entender otras patologías con componentes inflamatorios, como la diabetes tipo 1, la artritis reumatoide, la enfermedad de Crohn y la colitis ulcerosa. Todas estas condiciones comparten, además, una característica común: presentan mayor incidencia en poblaciones con limitada exposición solar.

Más allá de la piel: los ritmos circadianos

Aunque la intuición nos haga creer que todo ocurre en la piel, otra evidencia ilustra una verdad más compleja de los beneficios del sol. Por ejemplo, Psychology Today recuerda que incluso sin exposición directa al sol, salir al aire libre ayuda a sincronizar los ritmos circadianos, lo cual impacta directamente en la regulación hormonal, el estado de ánimo y el metabolismo. La luz azul matinal, en particular, ayuda a calibrar el “reloj interno” y podría reducir el riesgo de múltiples enfermedades.

En otras palabras, ni siquiera es necesario tomar el sol a pleno para obtener beneficios: basta con ver la luz natural a diario, preferiblemente por la mañana.

Tradición milenaria

La fascinación por la luz curativa no es nueva. El Papiro Ebers, un antiguo pergamino médico egipcio del 1500 a.C., contiene recetas para ungüentos que debían aplicarse y luego exponer el cuerpo a la luz solar. El médico griego Areteo de Capadocia recomendaba ya en el siglo II d.C. exponer a los pacientes melancólicos a los rayos solares. Florence Nightingale aseguraba que “tras el aire fresco, la luz solar directa es lo más importante”. Y en el siglo XIX, personajes como Edwin Babbitt y Dinshah Ghadiali construyeron dispositivos que proyectaban luz de colores para curar todo tipo de males.

Aunque muchas de estas ideas hoy son consideradas como pseudociencia, otras han sido reivindicadas por la medicina moderna. La luz azul se usa en hospitales para tratar la ictericia neonatal, y las lámparas de luz blanca ayudan con el trastorno afectivo estacional.

La dosis óptima de exposición solar representa el gran desafío científico: maximizar los beneficios para el sistema inmune sin aumentar el riesgo de cáncer de piel.
La dosis óptima de exposición solar representa el gran desafío científico: maximizar los beneficios para el sistema inmune sin aumentar el riesgo de cáncer de piel.Imagen: Maria A. Cardona/REUTERS

¿Y ahora qué?

Estas revelaciones plantean una pregunta crucial: ¿cómo equilibrar los beneficios de la exposición solar con los riesgos conocidos del cáncer de piel? La pregunta quizás ya no es si la luz solar puede tener efectos curativos, sino cómo y cuándo aprovecharlos sin caer en el riesgo del exceso. El cáncer de piel sigue siendo un peligro real, y las autoridades sanitarias lo recuerdan con insistencia. Pero cada vez más expertos proponen replantear el equilibrio.

En definitiva, la fototerapia es improbable que entregue todos los beneficios de la luz solar de espectro completo, pero no tiene que hacerlo. La recomendación más sensata parece ser un equilibrio moderado: evitar quemarse con el sol, mantenerse alejado del él entre las 11 de la mañana y las 3 de la tarde en verano, y utilizar cremas solares con factor 15 o superior.

Para personas con enfermedades autoinmunes como Kathy Reagan Young, la fototerapia controlada ofrece una esperanza tangible. “La EM te roba tanto. No puedes levantarte de la cama, no puedes ir a trabajar, no puedes limpiar tu casa (…) Es tan empoderador encontrar un tratamiento que realmente te permita cuidarte a ti mismo”, asegura.

Mientras tanto, continúa la búsqueda de los mecanismos moleculares exactos que transmiten al organismo esa aparente “señal de calma inmunológica” durante la exposición solar. Es probable que no exista una única sustancia responsable. “Probablemente son múltiples”, advierte la inmunóloga Prue Hart a Scientific American. La lección por ahora es clara: ni la demonización total del sol ni su idealización reflejan la realidad. La clave, como en tantos aspectos de la medicina, parece estar en encontrar el equilibrio adecuado.

Editado por Felipe Espinosa Wang con información de Scientific American, Psychology Today, The Guardian y The Conversation.

 

​Deutsche Welle: DW.COM – Ciencia y Tecnologia

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