Ciencia y Tecnología
El gran problema de la preservación digital: cómo almacenar datos durante 100 años

Piensa un momento: si pudieras enviar un archivo al futuro para que alguien lo abriera dentro de 100 años, ¿cómo lo harías para asegurarte de que siga siendo legible? Ese es el auténtico desafío: los dispositivos y formatos que tenemos a nuestro alcance no fueron diseñados para sobrevivir más allá de unos pocos años. La tecnología de hoy tiende a planificar lo inmediato, sin tener en cuenta que los soportes físicos se degradan y que los formatos evolucionan. Para que algo perdure un siglo, hace falta algo más que elegir un soporte de almacenamiento.
¿Cómo lo guardamos 100 años?
Ni los discos duros ni los SSD están preparados para la conservación a largo plazo. Según Backblaze, la tasa de fallos anualizada (AFR) de 2024 fue del 1,57% y algunos modelos alcanzaron alrededor del 4,5% en periodos cortos. Estos valores, desde luego, son asumibles para operación diaria, no para un horizonte de un siglo como al que apuntamos.
En SSD, la capacidad para conservar los datos almacenados cuando no está activo o conectado a la energía cae con la temperatura y el desgaste. El estándar JEDEC JESD218A puede ayudarnos a entender los alcances: exige como mínimo 1 año a 30 °C para unidades convencionales y 3 meses a 40 °C en unidades orientadas a entornos empresariales al final de vida útil. Una vez más, son útiles como copias operativas, no como archivo pasivo centenario.
Lejos de estar obsoleta, la cinta magnética sigue siendo un pilar del archivo a gran escala. LTO ofrece durabilidad estimada de décadas en buenas condiciones y un coste por terabyte competitivo para almacenamiento “en frío”. Organizaciones como el CERN documentan despliegues de bibliotecas de cinta con migraciones planificadas. El mercado acompaña: en 2024 se enviaron 176,5 EB de capacidad LTO comprimida, un 15,4% más interanual, según el consorcio. La contrapartida es clara: requiere hardware compatible y supervisión constante.
Entre los soportes ópticos, los discos WORM siguen teniendo sitio. El M-DISC rindió bien en pruebas de envejecimiento acelerado, pero las proyecciones de siglos o milenios son extrapolaciones de laboratorio, no consenso independiente. En la práctica, hablamos de décadas y de capacidades modestas: útiles como copia legible con un lector compatible, poco adecuados para grandes volúmenes por su lentitud en escritura.
A veces, lo más avanzado no es digital. El papel permanente regulado por ISO 9706 y el microfilm con calificación LE-500 en ISO 18901siguen vigentes para documentos críticos. Su ventaja es clara: se leen con luz, sin depender de software ni energía, y cuentan con marcos normativos y requisitos de almacenamiento definidos. Distintos reguladores exigen LE-500 para determinados usos, lo que mantiene estos medios en el “mix” de preservación. No valen para petabytes, pero siguen siendo fiables para lo esencial.
Uno de los grandes enemigos es la obsolescencia. Por eso muchas instituciones planifican migraciones de formato antes de que queden sin software ni hardware compatible. Muchas veces, no obstante, deben recurrir a técnicas como la emulación para recrear sistemas antiguos. No es tan distinto de lo que vemos en el mundo de los videojuegos, cuando el acceso a ciertas plataformas se va desvaneciendo con el paso del tiempo.
Más allá del presente, hay tecnologías en desarrollo con ambición de siglos. Project Silica, de Microsoft, graba datos en vidrio de cuarzo con láser. La compañía habla de “decenas a cientos de miles de años” de vida potencial. Y, como vimos hace un tiempo, hizo una prueba almacenando ‘Superman’ (1978) en una pieza de vidrio de 75,6 GB. El almacenamiento en ADN es otra de las opciones que se prueban en entornos de investigación. Son líneas prometedoras, aún lejos del uso general.
Alargar la vida de los datos no depende solo del soporte: hace falta presupuesto, responsables y objetivos medibles. Gobiernos y organizaciones ya tienen planes en marcha para conservar la información a largo plazo, lo que implica estrategias bien definidas y revisiones periódicas. Hoy, cuando hablamos de información digital, el gran reto pasa por guardarla en soportes no experimentales que aguanten el paso del tiempo sin supervisión continua… y que puedan leerse dentro de un siglo.
Imágenes | Xataka con Gemini 2.5 Pro | Microsoft
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La noticia
El gran problema de la preservación digital: cómo almacenar datos durante 100 años
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Javier Marquez
.
Piensa un momento: si pudieras enviar un archivo al futuro para que alguien lo abriera dentro de 100 años, ¿cómo lo harías para asegurarte de que siga siendo legible? Ese es el auténtico desafío: los dispositivos y formatos que tenemos a nuestro alcance no fueron diseñados para sobrevivir más allá de unos pocos años. La tecnología de hoy tiende a planificar lo inmediato, sin tener en cuenta que los soportes físicos se degradan y que los formatos evolucionan. Para que algo perdure un siglo, hace falta algo más que elegir un soporte de almacenamiento.
¿Cómo lo guardamos 100 años?
Ni los discos duros ni los SSD están preparados para la conservación a largo plazo. Según Backblaze, la tasa de fallos anualizada (AFR) de 2024 fue del 1,57% y algunos modelos alcanzaron alrededor del 4,5% en periodos cortos. Estos valores, desde luego, son asumibles para operación diaria, no para un horizonte de un siglo como al que apuntamos.
En SSD, la capacidad para conservar los datos almacenados cuando no está activo o conectado a la energía cae con la temperatura y el desgaste. El estándar JEDEC JESD218A puede ayudarnos a entender los alcances: exige como mínimo 1 año a 30 °C para unidades convencionales y 3 meses a 40 °C en unidades orientadas a entornos empresariales al final de vida útil. Una vez más, son útiles como copias operativas, no como archivo pasivo centenario.
Lejos de estar obsoleta, la cinta magnética sigue siendo un pilar del archivo a gran escala. LTO ofrece durabilidad estimada de décadas en buenas condiciones y un coste por terabyte competitivo para almacenamiento “en frío”. Organizaciones como el CERN documentan despliegues de bibliotecas de cinta con migraciones planificadas. El mercado acompaña: en 2024 se enviaron 176,5 EB de capacidad LTO comprimida, un 15,4% más interanual, según el consorcio. La contrapartida es clara: requiere hardware compatible y supervisión constante.
Entre los soportes ópticos, los discos WORM siguen teniendo sitio. El M-DISC rindió bien en pruebas de envejecimiento acelerado, pero las proyecciones de siglos o milenios son extrapolaciones de laboratorio, no consenso independiente. En la práctica, hablamos de décadas y de capacidades modestas: útiles como copia legible con un lector compatible, poco adecuados para grandes volúmenes por su lentitud en escritura.
A veces, lo más avanzado no es digital. El papel permanente regulado por ISO 9706 y el microfilm con calificación LE-500 en ISO 18901siguen vigentes para documentos críticos. Su ventaja es clara: se leen con luz, sin depender de software ni energía, y cuentan con marcos normativos y requisitos de almacenamiento definidos. Distintos reguladores exigen LE-500 para determinados usos, lo que mantiene estos medios en el “mix” de preservación. No valen para petabytes, pero siguen siendo fiables para lo esencial.
Uno de los grandes enemigos es la obsolescencia. Por eso muchas instituciones planifican migraciones de formato antes de que queden sin software ni hardware compatible. Muchas veces, no obstante, deben recurrir a técnicas como la emulación para recrear sistemas antiguos. No es tan distinto de lo que vemos en el mundo de los videojuegos, cuando el acceso a ciertas plataformas se va desvaneciendo con el paso del tiempo.
Más allá del presente, hay tecnologías en desarrollo con ambición de siglos. Project Silica, de Microsoft, graba datos en vidrio de cuarzo con láser. La compañía habla de “decenas a cientos de miles de años” de vida potencial. Y, como vimos hace un tiempo, hizo una prueba almacenando ‘Superman’ (1978) en una pieza de vidrio de 75,6 GB. El almacenamiento en ADN es otra de las opciones que se prueban en entornos de investigación. Son líneas prometedoras, aún lejos del uso general.
En Xataka
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Alargar la vida de los datos no depende solo del soporte: hace falta presupuesto, responsables y objetivos medibles. Gobiernos y organizaciones ya tienen planes en marcha para conservar la información a largo plazo, lo que implica estrategias bien definidas y revisiones periódicas. Hoy, cuando hablamos de información digital, el gran reto pasa por guardarla en soportes no experimentales que aguanten el paso del tiempo sin supervisión continua… y que puedan leerse dentro de un siglo.
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El gran problema de la preservación digital: cómo almacenar datos durante 100 años
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Javier Marquez
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