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Ciencia y Tecnología

China ha blindado su estación espacial contra embargos y sanciones. La clave está en cómo la ha construido

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China ha blindado su estación espacial contra embargos y sanciones. La clave está en cómo la ha construido

Cuando Yang Liwei se convirtió en el primer astronauta chino en 2003, Estados Unidos y Rusia —sumando los avances de la antigua Unión Soviética— ya acumulaban décadas de experiencia y más de medio centenar de misiones tripuladas.

En poco más de veinte años, esa brecha se ha reducido a pasos agigantados. De un debut modesto, China ha pasado a llevar humanos al espacio, sondas a Marte y, finalmente, a levantar su propia estación espacial.

Un proyecto que apunta a la autosuficiencia con tecnología propia

En Pekín no dudan en presumir de independencia tecnológica. Yang Hong, ingeniero jefe del sistema de la estación espacial, lo resumía así en junio de este año: “Las tecnologías centrales de la estación espacial china poseen propiedad intelectual totalmente independiente, y todos sus componentes son de fabricación nacional”.

La afirmación es ambiciosa: un laboratorio orbital levantado sin recurrir a licencias extranjeras, con todos sus sistemas críticos diseñados y producidos en China. Para entender cómo ha llegado China a levantar su propia estación espacial, conviene remontarse a 2011.

Ese año, el Congreso de EEUU aprobó la llamada Enmienda Wolf, una disposición que impide a la NASA y a algunas oficinas federales usar fondos para cooperar de forma bilateral con entidades chinas en materia espacial, salvo autorización expresa del Congreso y certificación del FBI.

Esto incluye el intercambio de tecnología, datos o formación, y en la práctica ha bloqueado cualquier vía de acceso chino a la Estación Espacial Internacional a través de la NASA.

La medida se justificó oficialmente por motivos de seguridad y preocupaciones sobre transferencia de tecnología sensible. Analistas como Makena Young, del Center for Strategic and International Studies (CSIS), sostienen que la exclusión impuesta por la Enmienda Wolf “ha incentivado a China a acelerar sus programas espaciales, creando un serio competidor para el liderazgo estadounidense en este ámbito clave de exploración”

Estacion China 1

Todo apunta a que esto llevó a Pekín a reforzar sus planes a largo plazo y redefinir su estrategia: avanzar hacia un programa tripulado con mayor independencia, con Tiangong-1 y Tiangong-2 como laboratorios de prueba antes de la estación actual.

Ahora bien, ¿hay herencia de diseños anteriores? Sí, y no es un secreto. Pero una cosa es el linaje histórico y otra, la dependencia actual. La clave está en los bloques críticos, presumiblemente energía, control de actitud, soporte vital, navegación, comunicaciones, cómputo y software.

Si esos eslabones están bajo control nacional, la narrativa de autosuficiencia gana fuerza, lo que significa que no hay puntos débiles que un embargo de un país rival pueda aprovechar.

En operaciones, no ha habido señales públicas de dependencia externa: las rotaciones de tripulación y los reabastecimientos se han cumplido. Pero ahí entra el matiz: fuera del relato oficial, no hay verificaciones independientes, por lo que conviene evitar absolutos, pese a las sólidas señales de autonomía.

Si vemos esto desde una perspectiva más amplia podemos descubrir que los vetos de EEUU han impulsado el desarrollo de chips nacionales más avanzados, mejoras en los nodos de fabricación, un impulso en la movilidad eléctrica. Las barreras externas no han frenado a Pekín: han sido, más bien, un catalizador estratégico.

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La noticia

China ha blindado su estación espacial contra embargos y sanciones. La clave está en cómo la ha construido

fue publicada originalmente en

Xataka

por
Javier Marquez

.

​Cuando Yang Liwei se convirtió en el primer astronauta chino en 2003, Estados Unidos y Rusia —sumando los avances de la antigua Unión Soviética— ya acumulaban décadas de experiencia y más de medio centenar de misiones tripuladas.

En poco más de veinte años, esa brecha se ha reducido a pasos agigantados. De un debut modesto, China ha pasado a llevar humanos al espacio, sondas a Marte y, finalmente, a levantar su propia estación espacial.

Un proyecto que apunta a la autosuficiencia con tecnología propia

En Pekín no dudan en presumir de independencia tecnológica. Yang Hong, ingeniero jefe del sistema de la estación espacial, lo resumía así en junio de este año: “Las tecnologías centrales de la estación espacial china poseen propiedad intelectual totalmente independiente, y todos sus componentes son de fabricación nacional”.

La afirmación es ambiciosa: un laboratorio orbital levantado sin recurrir a licencias extranjeras, con todos sus sistemas críticos diseñados y producidos en China. Para entender cómo ha llegado China a levantar su propia estación espacial, conviene remontarse a 2011.

Ese año, el Congreso de EEUU aprobó la llamada Enmienda Wolf, una disposición que impide a la NASA y a algunas oficinas federales usar fondos para cooperar de forma bilateral con entidades chinas en materia espacial, salvo autorización expresa del Congreso y certificación del FBI.

Esto incluye el intercambio de tecnología, datos o formación, y en la práctica ha bloqueado cualquier vía de acceso chino a la Estación Espacial Internacional a través de la NASA.

La medida se justificó oficialmente por motivos de seguridad y preocupaciones sobre transferencia de tecnología sensible. Analistas como Makena Young, del Center for Strategic and International Studies (CSIS), sostienen que la exclusión impuesta por la Enmienda Wolf “ha incentivado a China a acelerar sus programas espaciales, creando un serio competidor para el liderazgo estadounidense en este ámbito clave de exploración”

Todo apunta a que esto llevó a Pekín a reforzar sus planes a largo plazo y redefinir su estrategia: avanzar hacia un programa tripulado con mayor independencia, con Tiangong-1 y Tiangong-2 como laboratorios de prueba antes de la estación actual.

Ahora bien, ¿hay herencia de diseños anteriores? Sí, y no es un secreto. Pero una cosa es el linaje histórico y otra, la dependencia actual. La clave está en los bloques críticos, presumiblemente energía, control de actitud, soporte vital, navegación, comunicaciones, cómputo y software.

Si esos eslabones están bajo control nacional, la narrativa de autosuficiencia gana fuerza, lo que significa que no hay puntos débiles que un embargo de un país rival pueda aprovechar.

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En operaciones, no ha habido señales públicas de dependencia externa: las rotaciones de tripulación y los reabastecimientos se han cumplido. Pero ahí entra el matiz: fuera del relato oficial, no hay verificaciones independientes, por lo que conviene evitar absolutos, pese a las sólidas señales de autonomía.

Si vemos esto desde una perspectiva más amplia podemos descubrir que los vetos de EEUU han impulsado el desarrollo de chips nacionales más avanzados, mejoras en los nodos de fabricación, un impulso en la movilidad eléctrica. Las barreras externas no han frenado a Pekín: han sido, más bien, un catalizador estratégico.

Imágenes | CMS

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En Xataka | No era una nave extraterrestre, pero tampoco un cometa gigante. Estábamos totalmente equivocados sobre 3I/ATLAS

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Javier Marquez

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