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Ciencia y Tecnología

En 1959 unos científicos en la URSS resolvieron una duda que muchos se habrán hecho: ¿podemos domesticar al zorro?

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En 1959 unos científicos en la URSS resolvieron una duda que muchos se habrán hecho: ¿podemos domesticar al zorro?

Hace unos días se viralizaba en redes sociales el caso de una familia que relataba cómo, tras salvar a un zorro atrapado en sus terrenos, este se había convertido en un visitante asiduo al que alimentaban y protegían.

Los zorros son animales salvajes pero en muchos contextos, incluso en zonas densamente pobladas, estos mamíferos cohabitan con nuestra especie. Esto implica cierto paralelismo con nuestra idea sobre cómo domesticamos algunas de las especies animales que ahora conviven con nosotros, especialmente animales que conviven en nuestros hogares como perros y gatos.

Podemos plantearnos entonces algunas preguntas clave, como la de si es posible domesticar estos animales, o incluso si no habremos empezado ya a hacerlo con esta cohabitación. La respuesta breve a ambas preguntas puede que sea “sí”, pero por supuesto, hay detalles importantes a tener en cuenta.

Para responder con más detalle a la primera pregunta, tenemos que ir atrás en el tiempo, allá por el año 1959, y más concretamente a la Unión Soviética. Pero antes, un poco de contexto.

Los zorros (Vulpes) son un género de cánidos, lo que los convierte en parientes no muy lejanos de perros y lobos. Distinguimos una docena de especies de zorro, entre los que destaca el zorro común o zorro rojo (Vulpes vulpes), la especie que seguramente nos resulte más familiar, que habita una enorme diversidad de ecosistemas en Eurasia y Norteamérica, pero también puede encontrarse en otras regiones del globo.

Volviendo a la URSS de finales de los 50, el gran experimento de domesticación del zorro fue ideado por Dmitri Belyaev y conducido por Lyudmila Trut, ambos expertos en genética soviéticos. Estos investigadores querían saber si la el cruce selectivo de los ejemplares más mansos de la especie podía llevar a la aparición del llamado “síndrome de la domesticación”, es decir, la tendencia a acumular determinados rasgos característicos: orejas flácidas, rasgos faciales juveniles o pelaje moteado, entre otros.

Así podrían probar que estos rasgos podían efectivamente asociarse al proceso de domesticación, como habría ocurrido en otras especies. La segunda hipótesis era la de estudiar si estos rasgos externos guardaban relación con genes asociados a la calma y a conductas más “amistosas” hacia los humanos.

Generación tras generación el equipo fue seleccionando los ejemplares más mansos para continuar con un experimento que sobrevivió incluso a la caída de la Unión Soviética. Un experimento que se prolongó durante más de seis décadas. Pero bastaron 15 generaciones para obtener unos primeros resultados. Hacia la década de 1970 el equipo ya había logrado ejemplares mansos, como Pushinka, capaz ya de convivir con los responsables del experimento.

El experimento que sobrevivió incluso a la caída de la Unión Soviética. Belyaev falleció a mediados de la década de 1980 y Trut hace menos de un año, en octubre de 2024. Los descendientes de sus zorros aún perduran. Zorro domesticado ruso, zorro de Siberia o zorro plateado domesticado, son algunos de los nombres por los que se conoce a esta subespecie del zorro, también por su “nombre científico” Vulpes vulpes f. amicus.

¿Lo estamos volviendo a hacer?

Es posible que los zorros de Trut no sean los únicos vúlpidos en emprender el camino de la domesticaicón. En Europa y otros lugares del mundo, no son infrecuentes las poblaciones de zorros que viven en zonas suburbanas e incluso plenamente urbanas. La posibilidad de que el de estas poblaciones sea un caso de autodomesticación ha atraído también el interés de algunos científicos.

Según narraba hace unos años la autora Virginia Morell para la revista Science, este fue el caso de Kevin Parsons. Intrigado por los zorros que se encontraba en las calles de la ciudad donde trabajaba, Glasgow, este canadiense decidió acudir a la colección de calaveras de zorros de los Museos Nacionales de Escocia.

La institución contaba con una colección de unas 1.500 calaveras obtenidas en la década de 1970, cuando la ciudad de Londres y áreas aledañas llevaron a cabo una campaña de caza para reducir el número de zorros en el entorno. Los restos óseos pertenecían por tanto a animales cazados tanto en entornos rurales como urbanos.

Parsons fotografió y estudió más de un centenar de estas calaveras, identificando sus rasgos en búsqueda de pistas sobre el síndrome de domesticación. Y las encontró: los “zorros urbanos” presentaban hocicos más cortos y anchos, y cerebros más pequeños que los cazados en entornos rurales. Los detalles sobre su estudio fueron publicados en 2020 en un artículo en la revista Proceedings of the Royal Society B: Biological Sciences.

Las implicaciones de domesticar un animal salvaje, de crear nuevas especies o subespecies quizás en un plazo no demasiado largo, son complejas, con distintas variables éticas y ecológicas a considerar. Hacer esto sin apenas ser conscientes de ello resulta problemático ya que ni siquiera podemos tomar las medidas cautelares necesarias para evitar inconvenientes.

Es por eso que la convivencia entre zorros y humanos tenga un lado oscuro, no por casos particulares como el que mencionábamos al comienzo del artículo sino como consecuencia de los modos de vida urbana. No hay por tanto mucho que podamos hacer, pero conocer el fenómeno quizás pueda ayudar a evitar las posibles consecuencias negativas que este pudiera tener.

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Imagen | Brett Jordan


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En 1959 unos científicos en la URSS resolvieron una duda que muchos se habrán hecho: ¿podemos domesticar al zorro?

fue publicada originalmente en

Xataka

por
Pablo Martínez-Juarez

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​Hace unos días se viralizaba en redes sociales el caso de una familia que relataba cómo, tras salvar a un zorro atrapado en sus terrenos, este se había convertido en un visitante asiduo al que alimentaban y protegían.

Los zorros son animales salvajes pero en muchos contextos, incluso en zonas densamente pobladas, estos mamíferos cohabitan con nuestra especie. Esto implica cierto paralelismo con nuestra idea sobre cómo domesticamos algunas de las especies animales que ahora conviven con nosotros, especialmente animales que conviven en nuestros hogares como perros y gatos.

Podemos plantearnos entonces algunas preguntas clave, como la de si es posible domesticar estos animales, o incluso si no habremos empezado ya a hacerlo con esta cohabitación. La respuesta breve a ambas preguntas puede que sea “sí”, pero por supuesto, hay detalles importantes a tener en cuenta.

Para responder con más detalle a la primera pregunta, tenemos que ir atrás en el tiempo, allá por el año 1959, y más concretamente a la Unión Soviética. Pero antes, un poco de contexto.

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Los zorros (Vulpes) son un género de cánidos, lo que los convierte en parientes no muy lejanos de perros y lobos. Distinguimos una docena de especies de zorro, entre los que destaca el zorro común o zorro rojo (Vulpes vulpes), la especie que seguramente nos resulte más familiar, que habita una enorme diversidad de ecosistemas en Eurasia y Norteamérica, pero también puede encontrarse en otras regiones del globo.

Volviendo a la URSS de finales de los 50, el gran experimento de domesticación del zorro fue ideado por Dmitri Belyaev y conducido por Lyudmila Trut, ambos expertos en genética soviéticos. Estos investigadores querían saber si la el cruce selectivo de los ejemplares más mansos de la especie podía llevar a la aparición del llamado “síndrome de la domesticación”, es decir, la tendencia a acumular determinados rasgos característicos: orejas flácidas, rasgos faciales juveniles o pelaje moteado, entre otros.

Así podrían probar que estos rasgos podían efectivamente asociarse al proceso de domesticación, como habría ocurrido en otras especies. La segunda hipótesis era la de estudiar si estos rasgos externos guardaban relación con genes asociados a la calma y a conductas más “amistosas” hacia los humanos.

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Generación tras generación el equipo fue seleccionando los ejemplares más mansos para continuar con un experimento que sobrevivió incluso a la caída de la Unión Soviética. Un experimento que se prolongó durante más de seis décadas. Pero bastaron 15 generaciones para obtener unos primeros resultados. Hacia la década de 1970 el equipo ya había logrado ejemplares mansos, como Pushinka, capaz ya de convivir con los responsables del experimento.

El experimento que sobrevivió incluso a la caída de la Unión Soviética. Belyaev falleció a mediados de la década de 1980 y Trut hace menos de un año, en octubre de 2024. Los descendientes de sus zorros aún perduran. Zorro domesticado ruso, zorro de Siberia o zorro plateado domesticado, son algunos de los nombres por los que se conoce a esta subespecie del zorro, también por su “nombre científico” Vulpes vulpes f. amicus.

¿Lo estamos volviendo a hacer?

Es posible que los zorros de Trut no sean los únicos vúlpidos en emprender el camino de la domesticaicón. En Europa y otros lugares del mundo, no son infrecuentes las poblaciones de zorros que viven en zonas suburbanas e incluso plenamente urbanas. La posibilidad de que el de estas poblaciones sea un caso de autodomesticación ha atraído también el interés de algunos científicos.

Según narraba hace unos años la autora Virginia Morell para la revista Science, este fue el caso de Kevin Parsons. Intrigado por los zorros que se encontraba en las calles de la ciudad donde trabajaba, Glasgow, este canadiense decidió acudir a la colección de calaveras de zorros de los Museos Nacionales de Escocia.

La institución contaba con una colección de unas 1.500 calaveras obtenidas en la década de 1970, cuando la ciudad de Londres y áreas aledañas llevaron a cabo una campaña de caza para reducir el número de zorros en el entorno. Los restos óseos pertenecían por tanto a animales cazados tanto en entornos rurales como urbanos.

Parsons fotografió y estudió más de un centenar de estas calaveras, identificando sus rasgos en búsqueda de pistas sobre el síndrome de domesticación. Y las encontró: los “zorros urbanos” presentaban hocicos más cortos y anchos, y cerebros más pequeños que los cazados en entornos rurales. Los detalles sobre su estudio fueron publicados en 2020 en un artículo en la revista Proceedings of the Royal Society B: Biological Sciences.

Las implicaciones de domesticar un animal salvaje, de crear nuevas especies o subespecies quizás en un plazo no demasiado largo, son complejas, con distintas variables éticas y ecológicas a considerar. Hacer esto sin apenas ser conscientes de ello resulta problemático ya que ni siquiera podemos tomar las medidas cautelares necesarias para evitar inconvenientes.

Es por eso que la convivencia entre zorros y humanos tenga un lado oscuro, no por casos particulares como el que mencionábamos al comienzo del artículo sino como consecuencia de los modos de vida urbana. No hay por tanto mucho que podamos hacer, pero conocer el fenómeno quizás pueda ayudar a evitar las posibles consecuencias negativas que este pudiera tener.

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– La noticia

En 1959 unos científicos en la URSS resolvieron una duda que muchos se habrán hecho: ¿podemos domesticar al zorro?

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Pablo Martínez-Juarez

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