Ciencia y Tecnología
Alemania era el país de las cervezas, las salchichas y la puntualidad de sus trenes. Eso último se está terminando

Vivimos de mitos y relatos que muchas veces no se ajustan a la realidad. Por ejemplo, a Alemania le ha tocado durante mucho tiempo convivir con una percepción exterior donde sus ciudadanos son muy trabajadores, incluso más que el resto de Europa (aunque los datos digan otra cosa). También que son la nación de las salchichas, la cerveza y la legendaria puntualidad de sus trenes. Y tampoco.
El derrumbe de un mito. Sí, durante décadas, Alemania cultivó la imagen de un país donde la puntualidad ferroviaria era tan parte de la identidad nacional como la cerveza o las salchichas. Hoy esa imagen se resquebraja: solo el 56% de los trenes de larga distancia llega dentro del margen oficial de seis minutos, una caída notable respecto al 85% de los años noventa.
La situación se ha vuelto tan grave que Suiza ha vetado el paso de trenes alemanes más allá de Basilea, harta de los retrasos que afectan a su propia red. Casos como el de un tren averiado cerca de Viena que dejó a 400 pasajeros atrapados durante seis horas en un túnel, o el cierre durante nueve meses de la línea Berlín-Hamburgo para reparaciones, reflejan el colapso de un sistema castigado por tres décadas de infrafinanciación.
Entre el desgaste y la frustración. La compañía ferroviaria reconoce que el 80% de las demoras se debe a una infraestructura obsoleta, propensa a fallos y sobrecargada, lo que obliga a soluciones drásticas y a una costosa modernización. Para los pasajeros, la experiencia se ha vuelto un calvario cotidiano: esperas interminables, trenes abarrotados y conexiones perdidas que alteran tanto la vida profesional como la personal.
Viajeros como el banquero Michael Prieggen o el jubilado Gerald Vogel lo resumen en el Washington Post sin rodeos: la fiabilidad es ya la excepción, y la red se encuentra en estado de “desastre”. En estaciones como Wuppertal o Bonn, los retrasos se acumulan y las quejas se convierten en un coro de indignación que expresa una crisis de confianza en uno de los símbolos de la eficiencia alemana.
Promesas de inversión. ¿Soluciones? Ante este escenario, el gobierno ha destinado cifras récord: 25.000 millones de dólares en 2025 y más de 116.000 millones hasta 2029, con parte de los fondos procedentes de un paquete histórico de inversión en infraestructuras y clima que supone un cambio de rumbo en la disciplina fiscal germana.
El ministro de Transporte, Patrick Schnieder, ha calificado los niveles de puntualidad como “inaceptables” y ha prometido mejoras sustanciales para alcanzar un 75-80% de trenes puntuales en 2027. Sin embargo, expertos y asociaciones de usuarios advierten de que el agujero creado por treinta años de abandono no se solucionará en pocos años y que la red requiere aún mayores inyecciones de capital y reformas estructurales.
Identidad nacional. Plus: la crisis ferroviaria alemana no es solo un problema de movilidad. Como decíamos, toca fibras sensibles de la identidad nacional. En un país donde la precisión y la fiabilidad se consideran virtudes colectivas, ver cómo el sistema ferroviario se derrumba o incluso se compara con otras naciones, resulta profundamente humillante. Que los suizos (referentes en eficiencia ferroviaria) desconfíen de los trenes alemanes es un golpe simbólico aún mayor.
Si se quiere, el debate trasciende lo técnico y refleja una ansiedad más amplia sobre la capacidad de Alemania para mantener el prestigio de su modelo económico y social. Los retrasos y averías, repetidos a diario, no solo obstaculizan viajes, sino que erosionan la confianza en la nación que antaño fue sinónimo de puntualidad mecánica.
Europa calienta. Es la última de las patas a analizar. El estado actual de Deutsche Bahn es tanto una crisis operativa como un más que posible espejo de los dilemas europeos: infraestructuras que envejecen, inversión insuficiente y una creciente tensión entre expectativas nacionales y realidades económicas.
No es solo que el viejo continente no esté preparado para una guerra debido a sus vías, es que Alemania, antaño ejemplo de modernidad ferroviaria, se ha convertido en un anuncio para navegantes. La nación se encuentra atrapada entre el recuerdo de su perfección pasada y la urgencia de reconstruir un sistema que ha dejado de cumplir con el ideal germano de puntualidad.
En esa brecha se juega no solo la credibilidad de una empresa, sino parte de la propia identidad del país, con Europa en el fondo del marco.
Imagen | Raimond Spekking
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–
La noticia
Alemania era el país de las cervezas, las salchichas y la puntualidad de sus trenes. Eso último se está terminando
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Miguel Jorge
.
Vivimos de mitos y relatos que muchas veces no se ajustan a la realidad. Por ejemplo, a Alemania le ha tocado durante mucho tiempo convivir con una percepción exterior donde sus ciudadanos son muy trabajadores, incluso más que el resto de Europa (aunque los datos digan otra cosa). También que son la nación de las salchichas, la cerveza y la legendaria puntualidad de sus trenes. Y tampoco.
El derrumbe de un mito. Sí, durante décadas, Alemania cultivó la imagen de un país donde la puntualidad ferroviaria era tan parte de la identidad nacional como la cerveza o las salchichas. Hoy esa imagen se resquebraja: solo el 56% de los trenes de larga distancia llega dentro del margen oficial de seis minutos, una caída notable respecto al 85% de los años noventa.
La situación se ha vuelto tan grave que Suiza ha vetado el paso de trenes alemanes más allá de Basilea, harta de los retrasos que afectan a su propia red. Casos como el de un tren averiado cerca de Viena que dejó a 400 pasajeros atrapados durante seis horas en un túnel, o el cierre durante nueve meses de la línea Berlín-Hamburgo para reparaciones, reflejan el colapso de un sistema castigado por tres décadas de infrafinanciación.
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Promesas de inversión. ¿Soluciones? Ante este escenario, el gobierno ha destinado cifras récord: 25.000 millones de dólares en 2025 y más de 116.000 millones hasta 2029, con parte de los fondos procedentes de un paquete histórico de inversión en infraestructuras y clima que supone un cambio de rumbo en la disciplina fiscal germana.
El ministro de Transporte, Patrick Schnieder, ha calificado los niveles de puntualidad como “inaceptables” y ha prometido mejoras sustanciales para alcanzar un 75-80% de trenes puntuales en 2027. Sin embargo, expertos y asociaciones de usuarios advierten de que el agujero creado por treinta años de abandono no se solucionará en pocos años y que la red requiere aún mayores inyecciones de capital y reformas estructurales.
Identidad nacional. Plus: la crisis ferroviaria alemana no es solo un problema de movilidad. Como decíamos, toca fibras sensibles de la identidad nacional. En un país donde la precisión y la fiabilidad se consideran virtudes colectivas, ver cómo el sistema ferroviario se derrumba o incluso se compara con otras naciones, resulta profundamente humillante. Que los suizos (referentes en eficiencia ferroviaria) desconfíen de los trenes alemanes es un golpe simbólico aún mayor.
Si se quiere, el debate trasciende lo técnico y refleja una ansiedad más amplia sobre la capacidad de Alemania para mantener el prestigio de su modelo económico y social. Los retrasos y averías, repetidos a diario, no solo obstaculizan viajes, sino que erosionan la confianza en la nación que antaño fue sinónimo de puntualidad mecánica.
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.