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Ciencia y Tecnología

Europa tiene un grave problema con el aire acondicionado: lo está usando mucho menos de lo que debería

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Europa tiene un grave problema con el aire acondicionado: lo está usando mucho menos de lo que debería

En Europa hay una buena cantidad de países en los que tener aire acondicionado se considera todo un lujo. No es para menos, pues en las regiones de más al norte hay más bien pocos días que lo necesitan. Sin embargo, el tema es algo más complejo de lo que parece de primeras. Y es que mientras las olas de calor se intensifican y las noches tórridas se multiplican, el continente mantiene su resistencia al aire acondicionado.

Una cuestión de salud pública. En 2022 contábamos que solo el 10% de los hogares europeos dispone de estos sistemas, frente al 91% de Estados Unidos. Sin embargo, según datos del Financial Times, las cifras de mortalidad por calor extremo son lo suficientemente significativas como para no hacer la vista gorda: entre el 2000 y 2019, Europa registró una media de 83.000 muertes anuales por temperaturas extremas, cuatro veces más que Norteamérica.

Frente a Estados Unidos, Europa va bastante por detrás en cuanto al uso del aire acondicionado en sus localidades. Tan solo hace falta montarse en un taxi en EE.UU para comprobar que no les tiembla el pulso en poner el aire acondicionado en cualquier punto del año. Los datos de FT en cuanto a la escasa adopción del aire acondicionado en Europa frente a EE.UU son claros, ya que se comparan con el riesgo de mortalidad por calor extremo.

En Singapur lo tienen claro. Lee Kuan Yew, primer ministro de Singapur, atribuía el éxito económico de su país a partir de la segunda mitad del sigo XX a dos factores: la tolerancia multiétnica y el aire acondicionado. No era una exageración. Consideraba la refrigeración “una de las invenciones más importantes de la historia” y la clave para aumentar la eficiencia de la administración pública.

El dilema energético. El aire acondicionado consume actualmente el 7% de la electricidad mundial y su demanda crece sin freno. Las proyecciones apuntan a que en 2050 habrá 6.000 millones de aparatos funcionando globalmente, frente a los 2.000 millones de 2016. Este crecimiento exponencial responde al aumento de los “grados de enfriamiento por día”: en 2024 fueron un 6% superiores al año anterior y un 20% más altos que la media de las dos primeras décadas del siglo. El problema no es solo cuánta energía consumen, sino cuándo: durante las horas de máximo calor, estos sistemas pueden representar hasta el 70% del consumo eléctrico.

Calor. Las ciudades europeas experimentan temperaturas que antes eran impensables. FT compara las temperaturas que se están viviendo en Londres con Portland, Oregon. Y es que la capital británica lleva más de 18 días de calor tan insoportable que ya se echa en falta poner el aire acondicionado. Y claro, Londres no cuenta con la infraestructura de enfriamiento de Portland. Además, las noches cálidas, las más peligrosas para la salud, son las que más aumentan.

Según cuenta el medio, dormir con temperaturas superiores a 23°C deteriora en gran medida la calidad del sueño, mientras que el rendimiento cognitivo y laboral empieza a desplomarse cuando los termómetros van mucho más allá de los 21°C en interiores. En muchas regiones de España, nos podríamos dar un canto en los dientes si alcanzásemos solamente esas temperaturas.

Barreras regulatorias. A pesar de que el clima se vuelve más extremo, las normativas europeas siguen dificultando la instalación de aires acondicionados. En ciudades como Ámsterdam, su normativa de edificación prohíbe instalar unidades externas en balcones, obligando a recurrir a sistemas de refrigeración por agua hasta diez veces más caros. Esta situación empuja a muchos ciudadanos hacia aparatos portátiles, menos eficientes, más ruidosos y que consumen más energía.

Pero vamos, tampoco hay que ir muy lejos. En Oviedo mismamente existe una ordenanza municipal que no permite colocar unidades de aire acondicionado en los balcones. En este caso es para proteger la estética de las fachadas. Y claro, hacerlo conlleva a cuantiosas multas.

El futuro se alinea. Nos encontramos en un panorama energético que cambia a favor de la refrigeración. Por suerte, la mayor demanda de aire acondicionado coincide con el auge de la energía solar, creando una sinergia perfecta. Además, las bombas de calor aire-aire (aerotermia) pueden cubrir tanto la refrigeración como la calefacción de forma mucho más eficiente, reduciendo potencialmente las emisiones netas. Es un sistema que sirve de compañero ideal para una instalación fotovoltaica, pero claro, también se trata de una inversión más costosa para el consumidor.

Innovación necesaria. La industria responde con tecnologías más eficientes. Los sistemas de enfriamiento por desecante utilizan materiales que absorben humedad para refrigerar de forma más eficaz, mientras los intercambiadores de calor mejoran constantemente su rendimiento. Cualquier pequeña mejora en eficiencia, multiplicada por millones de aparatos, puede marcar la diferencia. La refrigeración pasiva en edificios se convierte en algo de extrema necesidad. Pero claro, cuando el calor aprieta, es inevitable finalmente darle al botoncito de nuestro aire acondicionado.

Desigualdad térmica. Según cuenta FT, mantener las restricciones actuales no reduce las emisiones; solo amplía las desigualdades. Las familias con recursos se protegen instalando sistemas propios, mientras las más vulnerables sufren las consecuencias del calor extremo. Muchos piensan que la normativa europea es demasiado estricta en determinados países donde el calor hace cada vez más acto de presencia. El problema viene cuando esta normativa se cruza de lleno en una cuestión de salud pública.

Imagen de portada | José Antonio Carmona

En Xataka | Ola de calor en España 2025: 7 herramientas para mirar la temperatura donde vives


La noticia

Europa tiene un grave problema con el aire acondicionado: lo está usando mucho menos de lo que debería

fue publicada originalmente en

Xataka

por
Antonio Vallejo

.

​En Europa hay una buena cantidad de países en los que tener aire acondicionado se considera todo un lujo. No es para menos, pues en las regiones de más al norte hay más bien pocos días que lo necesitan. Sin embargo, el tema es algo más complejo de lo que parece de primeras. Y es que mientras las olas de calor se intensifican y las noches tórridas se multiplican, el continente mantiene su resistencia al aire acondicionado.

Una cuestión de salud pública. En 2022 contábamos que solo el 10% de los hogares europeos dispone de estos sistemas, frente al 91% de Estados Unidos. Sin embargo, según datos del Financial Times, las cifras de mortalidad por calor extremo son lo suficientemente significativas como para no hacer la vista gorda: entre el 2000 y 2019, Europa registró una media de 83.000 muertes anuales por temperaturas extremas, cuatro veces más que Norteamérica.

Frente a Estados Unidos, Europa va bastante por detrás en cuanto al uso del aire acondicionado en sus localidades. Tan solo hace falta montarse en un taxi en EE.UU para comprobar que no les tiembla el pulso en poner el aire acondicionado en cualquier punto del año. Los datos de FT en cuanto a la escasa adopción del aire acondicionado en Europa frente a EE.UU son claros, ya que se comparan con el riesgo de mortalidad por calor extremo.

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En Singapur lo tienen claro. Lee Kuan Yew, primer ministro de Singapur, atribuía el éxito económico de su país a partir de la segunda mitad del sigo XX a dos factores: la tolerancia multiétnica y el aire acondicionado. No era una exageración. Consideraba la refrigeración “una de las invenciones más importantes de la historia” y la clave para aumentar la eficiencia de la administración pública.

El dilema energético. El aire acondicionado consume actualmente el 7% de la electricidad mundial y su demanda crece sin freno. Las proyecciones apuntan a que en 2050 habrá 6.000 millones de aparatos funcionando globalmente, frente a los 2.000 millones de 2016. Este crecimiento exponencial responde al aumento de los “grados de enfriamiento por día”: en 2024 fueron un 6% superiores al año anterior y un 20% más altos que la media de las dos primeras décadas del siglo. El problema no es solo cuánta energía consumen, sino cuándo: durante las horas de máximo calor, estos sistemas pueden representar hasta el 70% del consumo eléctrico.

Calor. Las ciudades europeas experimentan temperaturas que antes eran impensables. FT compara las temperaturas que se están viviendo en Londres con Portland, Oregon. Y es que la capital británica lleva más de 18 días de calor tan insoportable que ya se echa en falta poner el aire acondicionado. Y claro, Londres no cuenta con la infraestructura de enfriamiento de Portland. Además, las noches cálidas, las más peligrosas para la salud, son las que más aumentan.

Según cuenta el medio, dormir con temperaturas superiores a 23°C deteriora en gran medida la calidad del sueño, mientras que el rendimiento cognitivo y laboral empieza a desplomarse cuando los termómetros van mucho más allá de los 21°C en interiores. En muchas regiones de España, nos podríamos dar un canto en los dientes si alcanzásemos solamente esas temperaturas.

Barreras regulatorias. A pesar de que el clima se vuelve más extremo, las normativas europeas siguen dificultando la instalación de aires acondicionados. En ciudades como Ámsterdam, su normativa de edificación prohíbe instalar unidades externas en balcones, obligando a recurrir a sistemas de refrigeración por agua hasta diez veces más caros. Esta situación empuja a muchos ciudadanos hacia aparatos portátiles, menos eficientes, más ruidosos y que consumen más energía.

Pero vamos, tampoco hay que ir muy lejos. En Oviedo mismamente existe una ordenanza municipal que no permite colocar unidades de aire acondicionado en los balcones. En este caso es para proteger la estética de las fachadas. Y claro, hacerlo conlleva a cuantiosas multas.

El futuro se alinea. Nos encontramos en un panorama energético que cambia a favor de la refrigeración. Por suerte, la mayor demanda de aire acondicionado coincide con el auge de la energía solar, creando una sinergia perfecta. Además, las bombas de calor aire-aire (aerotermia) pueden cubrir tanto la refrigeración como la calefacción de forma mucho más eficiente, reduciendo potencialmente las emisiones netas. Es un sistema que sirve de compañero ideal para una instalación fotovoltaica, pero claro, también se trata de una inversión más costosa para el consumidor.

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Innovación necesaria. La industria responde con tecnologías más eficientes. Los sistemas de enfriamiento por desecante utilizan materiales que absorben humedad para refrigerar de forma más eficaz, mientras los intercambiadores de calor mejoran constantemente su rendimiento. Cualquier pequeña mejora en eficiencia, multiplicada por millones de aparatos, puede marcar la diferencia. La refrigeración pasiva en edificios se convierte en algo de extrema necesidad. Pero claro, cuando el calor aprieta, es inevitable finalmente darle al botoncito de nuestro aire acondicionado.

Desigualdad térmica. Según cuenta FT, mantener las restricciones actuales no reduce las emisiones; solo amplía las desigualdades. Las familias con recursos se protegen instalando sistemas propios, mientras las más vulnerables sufren las consecuencias del calor extremo. Muchos piensan que la normativa europea es demasiado estricta en determinados países donde el calor hace cada vez más acto de presencia. El problema viene cuando esta normativa se cruza de lleno en una cuestión de salud pública.

Imagen de portada | José Antonio Carmona

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