Ciencia y Tecnología
El mundo se está ahogando en acero barato: la paradoja industrial que ha puesto al comercio mundial al límite

En Europa, el acero cuesta menos que una botella de agua. En Estados Unidos, cuesta casi el doble si viene del extranjero. Y en China, se produce tanto que el mundo ya no sabe qué hacer con él. Según estimaciones de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), el exceso de capacidad mundial alcanzará los 721 millones de toneladas dentro de dos años. Y nadie está dispuesto a parar.
Acero que sobra. La industria siderúrgica vive una tormenta perfecta: sobreproducción global, subsidios estatales, caída de la demanda interna en China y políticas proteccionistas. En un reportaje para el New York Times lo han explicado a través de la planta de Tata Steel en IJmuiden (Países Bajos), una de las más avanzadas de Europa. En ella se fabrica acero por encargo para aplicaciones de alta precisión. Aun así, la empresa anunció 1.600 despidos esta primavera, mientras que en toda la Unión Europea se recortaron 18.000 empleos y se cerraron nueve millones de toneladas de capacidad en 2024.
El motivo de fondo, según ha explicado el mismo medio, es la avalancha de acero barato procedente de China, que fabrica más que el resto del mundo combinado. Esa sobreproducción, alimentada por apoyos gubernamentales y menores estándares ambientales, ha inundado los mercados globales, obligando a países tradicionalmente no exportadores como Corea del Sur y Japón a buscar compradores desesperadamente.
Un problema a escala. El acero es mucho más que un producto industrial. Como ha recordado para el medio neoyorkino la investigadora del Atlantic Council, Elisabeth Braw, el acero es uno de los pocos bienes que todo país desea tener garantizado “en cualquier circunstancia”. Su uso va desde latas de alimentos y horquillas hasta tanques de guerra y aviones de combate.
Sin embargo, hay otro aspecto a tener en cuenta: el acero contamina. Como ya hemos explicado en Xataka, cada tonelada producida emite dos toneladas de CO₂, lo que equivale al 7% de las emisiones globales. Esto convierte al acero en un obstáculo para alcanzar los objetivos climáticos.
La paradoja es clara: el mundo necesita menos acero, pero nadie quiere ser el primero en cerrar hornos. La industria es demasiado grande para abandonarla, pero demasiado ineficiente para sostenerla como está. Esto genera un círculo vicioso entre caída de precios, márgenes mínimos, falta de inversión en tecnologías limpias y mayor contaminación.
El rey del acero. China no solo es el mayor productor mundial de acero, sino que también ejerce una influencia desproporcionada sobre el mercado global. Produce más que el resto del planeta combinado, en gran parte gracias a un sistema de subsidios estatales y regulaciones ambientales más laxas que en Occidente. Según datos de la Oficina Nacional de Estadísticas citados por Bloomberg, la producción china registró en junio la mayor caída en diez meses, debido a ajustes en la capacidad y a la presión del gobierno para contener la competencia interna. Aun así, más del 60 % de las acerías chinas ya son rentables, un salto notable respecto al 30 % de hace apenas un año, impulsadas por el repunte de la demanda en sectores como la automoción, la maquinaria y, sobre todo, las exportaciones.
Estas exportaciones han seguido creciendo pese a los aranceles internacionales y las tensiones comerciales, inundando mercados en Europa, Asia y África con acero a precios de dumping. Esta dinámica ha reducido los márgenes de las siderúrgicas occidentales y las ha dejado sin recursos suficientes para invertir en tecnologías bajas en carbono, un problema que la OCDE considera un obstáculo crítico para alcanzar los objetivos climáticos. Con un consumo interno aún débil por la crisis inmobiliaria, Pekín parece apostar cada vez más por exportar su exceso de acero como herramienta de influencia económica, lo que multiplica los choques con Estados Unidos y Europa.
Otra potencia quiere hacer frente. Estados Unidos también quiere recuperar el control de su industria. En enero de 2025, el entonces presidente Joe Biden bloqueó la compra de U.S. Steel por parte de la japonesa Nippon Steel, alegando motivos de seguridad nacional. La decisión, respaldada incluso por Donald Trump y por los sindicatos del sector, generó malestar diplomático en Tokio y tensó la relación con uno de sus principales aliados estratégicos.
Seis meses después, esa misma lógica se traduce en reconversiones sobre el terreno. En un artículo para The Washington Post han detallado como en Weirton (Virginia Occidental), una ciudad forjada por la siderurgia, la empresa Form Energy ha ocupado parte del vacío dejado por el cierre de la acería local, contratando a más de 400 trabajadores —muchos de ellos extrabajadores del acero— para fabricar baterías de almacenamiento energético. Aunque impulsada inicialmente por subsidios federales, la iniciativa ha sobrevivido incluso a los recortes de la administración Trump, y representa un intento de reindustrializar sin renunciar del todo al legado siderúrgico.
El mensaje es claro: Estados Unidos no quiere dejar que su acero, ni su narrativa industrial, caigan en manos extranjeras.
Y Europa queda atrapada. En todo este triángulo, Europa pierde terreno, atrapada entre el dumping chino y la hostilidad arancelaria de su aliado atlántico. Y ahora, además, comprometida a comprar cantidades masivas de combustibles fósiles para evitar sanciones mayores.
Siendo más concretos, Europa tiene algunas de las acerías más avanzadas del mundo, como la planta de Tata Steel en IJmuiden, Países Bajos, que fabrica acero especializado para baterías y autos de alta gama. Sin embargo, está enfrentando una tormenta perfecta: altos costes energéticos, normas medioambientales estrictas, competencia desleal y presión política.
A pesar de intentos por modernizarse —como el plan de Tata para pasarse al hidrógeno—, la inversión necesaria se cuenta en miles de millones. Además, los aranceles estadounidenses han dificultado las exportaciones europeas, justo cuando los países del bloque necesitan ingresos para financiar la transición ecológica. En cuanto, al Reino Unido, el gobierno ha tenido que intervenir altos hornos y subsidiar plantas para evitar cierres masivos. Y en Alemania, bastión industrial europeo, las acerías enfrentan el mayor declive en décadas, con una caída del 11,6 % en la producción durante el primer semestre de 2025, según The New York Times.
¿Hacia dónde va el acero? El acero enfrenta un cruce de caminos: entre la industrialización del siglo XX y las exigencias ecológicas del siglo XXI. La única salida sostenible parece ser el acero verde. Empresas como la sueca SSAB ya han comenzado a producirlo mediante tecnología de hidrógeno, reduciendo sus emisiones a simples gotas de agua. Volvo, entre otros, ya recibió sus primeros pedidos. Pero, como hemos detallado en Xataka, el precio de este acero aún es entre un 30 y un 60 % más alto que el convencional, lo que lo hace inviable sin subsidios o reformas fiscales.
En Países Bajos, Tata planea reconvertir su planta a una versión que funcione con hidrógeno y gas renovable para 2030. En Gales, el gobierno británico otorgó 500 millones de libras para sustituir hornos de carbón por hornos eléctricos. Pero incluso esas inversiones no garantizan viabilidad a largo plazo si el mercado sigue distorsionado.
Un dilema sin solución sencilla. El mundo está ahogado en acero. Pero nadie quiere apagar los hornos. No por ahora. La batalla por el acero ya no se libra solo en altos hornos ni en bolsas de metales. Hoy se pelea en tribunales, parlamentos y comunidades enteras que intentan reinventarse. Y el dilema sigue intacto: producimos demasiado acero, pero reducir la producción significa perder empleos, poder, seguridad…
Y así, el acero se ha convertido en uno de los dilemas más complejos del presente industrial. Como ha afirmado para el New York Times Elisabeth Braw, del Atlantic Council: “Nadie esperaba que el mercado del acero pudiera distorsionarse tanto… Y menos de una forma que chocara con los intereses de seguridad nacional. Pero ahí es donde estamos”. El acero nos dio ciudades, puentes, armas y automóviles. Hoy, también nos está dando una advertencia. Porque sostener el pasado podría salir demasiado caro.
Imagen | Pexels
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La noticia
El mundo se está ahogando en acero barato: la paradoja industrial que ha puesto al comercio mundial al límite
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Alba Otero
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En Europa, el acero cuesta menos que una botella de agua. En Estados Unidos, cuesta casi el doble si viene del extranjero. Y en China, se produce tanto que el mundo ya no sabe qué hacer con él. Según estimaciones de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), el exceso de capacidad mundial alcanzará los 721 millones de toneladas dentro de dos años. Y nadie está dispuesto a parar.
Acero que sobra. La industria siderúrgica vive una tormenta perfecta: sobreproducción global, subsidios estatales, caída de la demanda interna en China y políticas proteccionistas. En un reportaje para el New York Times lo han explicado a través de la planta de Tata Steel en IJmuiden (Países Bajos), una de las más avanzadas de Europa. En ella se fabrica acero por encargo para aplicaciones de alta precisión. Aun así, la empresa anunció 1.600 despidos esta primavera, mientras que en toda la Unión Europea se recortaron 18.000 empleos y se cerraron nueve millones de toneladas de capacidad en 2024.
El motivo de fondo, según ha explicado el mismo medio, es la avalancha de acero barato procedente de China, que fabrica más que el resto del mundo combinado. Esa sobreproducción, alimentada por apoyos gubernamentales y menores estándares ambientales, ha inundado los mercados globales, obligando a países tradicionalmente no exportadores como Corea del Sur y Japón a buscar compradores desesperadamente.
En Xataka
La mala noticia es que la UE sale perdiendo en el pacto arancelario con EEUU. La buena es que España sale relativamente airosa
Un problema a escala. El acero es mucho más que un producto industrial. Como ha recordado para el medio neoyorkino la investigadora del Atlantic Council, Elisabeth Braw, el acero es uno de los pocos bienes que todo país desea tener garantizado “en cualquier circunstancia”. Su uso va desde latas de alimentos y horquillas hasta tanques de guerra y aviones de combate.
Sin embargo, hay otro aspecto a tener en cuenta: el acero contamina. Como ya hemos explicado en Xataka, cada tonelada producida emite dos toneladas de CO₂, lo que equivale al 7% de las emisiones globales. Esto convierte al acero en un obstáculo para alcanzar los objetivos climáticos.
La paradoja es clara: el mundo necesita menos acero, pero nadie quiere ser el primero en cerrar hornos. La industria es demasiado grande para abandonarla, pero demasiado ineficiente para sostenerla como está. Esto genera un círculo vicioso entre caída de precios, márgenes mínimos, falta de inversión en tecnologías limpias y mayor contaminación.
El rey del acero. China no solo es el mayor productor mundial de acero, sino que también ejerce una influencia desproporcionada sobre el mercado global. Produce más que el resto del planeta combinado, en gran parte gracias a un sistema de subsidios estatales y regulaciones ambientales más laxas que en Occidente. Según datos de la Oficina Nacional de Estadísticas citados por Bloomberg, la producción china registró en junio la mayor caída en diez meses, debido a ajustes en la capacidad y a la presión del gobierno para contener la competencia interna. Aun así, más del 60 % de las acerías chinas ya son rentables, un salto notable respecto al 30 % de hace apenas un año, impulsadas por el repunte de la demanda en sectores como la automoción, la maquinaria y, sobre todo, las exportaciones.
Estas exportaciones han seguido creciendo pese a los aranceles internacionales y las tensiones comerciales, inundando mercados en Europa, Asia y África con acero a precios de dumping. Esta dinámica ha reducido los márgenes de las siderúrgicas occidentales y las ha dejado sin recursos suficientes para invertir en tecnologías bajas en carbono, un problema que la OCDE considera un obstáculo crítico para alcanzar los objetivos climáticos. Con un consumo interno aún débil por la crisis inmobiliaria, Pekín parece apostar cada vez más por exportar su exceso de acero como herramienta de influencia económica, lo que multiplica los choques con Estados Unidos y Europa.
Otra potencia quiere hacer frente. Estados Unidos también quiere recuperar el control de su industria. En enero de 2025, el entonces presidente Joe Biden bloqueó la compra de U.S. Steel por parte de la japonesa Nippon Steel, alegando motivos de seguridad nacional. La decisión, respaldada incluso por Donald Trump y por los sindicatos del sector, generó malestar diplomático en Tokio y tensó la relación con uno de sus principales aliados estratégicos.
Seis meses después, esa misma lógica se traduce en reconversiones sobre el terreno. En un artículo para The Washington Post han detallado como en Weirton (Virginia Occidental), una ciudad forjada por la siderurgia, la empresa Form Energy ha ocupado parte del vacío dejado por el cierre de la acería local, contratando a más de 400 trabajadores —muchos de ellos extrabajadores del acero— para fabricar baterías de almacenamiento energético. Aunque impulsada inicialmente por subsidios federales, la iniciativa ha sobrevivido incluso a los recortes de la administración Trump, y representa un intento de reindustrializar sin renunciar del todo al legado siderúrgico.
El mensaje es claro: Estados Unidos no quiere dejar que su acero, ni su narrativa industrial, caigan en manos extranjeras.
Y Europa queda atrapada. En todo este triángulo, Europa pierde terreno, atrapada entre el dumping chino y la hostilidad arancelaria de su aliado atlántico. Y ahora, además, comprometida a comprar cantidades masivas de combustibles fósiles para evitar sanciones mayores.
Siendo más concretos, Europa tiene algunas de las acerías más avanzadas del mundo, como la planta de Tata Steel en IJmuiden, Países Bajos, que fabrica acero especializado para baterías y autos de alta gama. Sin embargo, está enfrentando una tormenta perfecta: altos costes energéticos, normas medioambientales estrictas, competencia desleal y presión política.
A pesar de intentos por modernizarse —como el plan de Tata para pasarse al hidrógeno—, la inversión necesaria se cuenta en miles de millones. Además, los aranceles estadounidenses han dificultado las exportaciones europeas, justo cuando los países del bloque necesitan ingresos para financiar la transición ecológica. En cuanto, al Reino Unido, el gobierno ha tenido que intervenir altos hornos y subsidiar plantas para evitar cierres masivos. Y en Alemania, bastión industrial europeo, las acerías enfrentan el mayor declive en décadas, con una caída del 11,6 % en la producción durante el primer semestre de 2025, según The New York Times.
¿Hacia dónde va el acero? El acero enfrenta un cruce de caminos: entre la industrialización del siglo XX y las exigencias ecológicas del siglo XXI. La única salida sostenible parece ser el acero verde. Empresas como la sueca SSAB ya han comenzado a producirlo mediante tecnología de hidrógeno, reduciendo sus emisiones a simples gotas de agua. Volvo, entre otros, ya recibió sus primeros pedidos. Pero, como hemos detallado en Xataka, el precio de este acero aún es entre un 30 y un 60 % más alto que el convencional, lo que lo hace inviable sin subsidios o reformas fiscales.
En Países Bajos, Tata planea reconvertir su planta a una versión que funcione con hidrógeno y gas renovable para 2030. En Gales, el gobierno británico otorgó 500 millones de libras para sustituir hornos de carbón por hornos eléctricos. Pero incluso esas inversiones no garantizan viabilidad a largo plazo si el mercado sigue distorsionado.
Un dilema sin solución sencilla. El mundo está ahogado en acero. Pero nadie quiere apagar los hornos. No por ahora. La batalla por el acero ya no se libra solo en altos hornos ni en bolsas de metales. Hoy se pelea en tribunales, parlamentos y comunidades enteras que intentan reinventarse. Y el dilema sigue intacto: producimos demasiado acero, pero reducir la producción significa perder empleos, poder, seguridad…
Y así, el acero se ha convertido en uno de los dilemas más complejos del presente industrial. Como ha afirmado para el New York Times Elisabeth Braw, del Atlantic Council: “Nadie esperaba que el mercado del acero pudiera distorsionarse tanto… Y menos de una forma que chocara con los intereses de seguridad nacional. Pero ahí es donde estamos”. El acero nos dio ciudades, puentes, armas y automóviles. Hoy, también nos está dando una advertencia. Porque sostener el pasado podría salir demasiado caro.
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Xataka | “No habéis aprendido nada desde 1945”: la guerra del acero entre EEUU y Japón que revive fantasmas del pasado
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El mundo se está ahogando en acero barato: la paradoja industrial que ha puesto al comercio mundial al límite
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Xataka
por
Alba Otero
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