Ciencia y Tecnología
El dominio de China se está extendiendo mucho más allá de las tierras raras. Incluso donde EEUU no tenía rival: el mar

Mientras Estados Unidos se ha lanzado con todo a la búsqueda de esos minerales y tierras raras que China gobierna muy por encima del resto del planeta, incluso con el Pentágono y la mismísima Apple invirtiendo una suma estratosférica, Pekín ha ido sumando y construyendo un pequeño imperio que comienza a poner nervioso a muchas naciones. A Japón y Taiwán se suma quien creía gobernar los mares como nadie: Washington.
Ambición marítima. En un contexto de rivalidad estratégica creciente con Estados Unidos, China ha intensificado sus operaciones navales de largo alcance como parte de una demostración explícita de su ambición global.
Ya lo contamos: entre mayo y junio, los portaviones Liaoning y Shandong realizaron ejercicios combinados en aguas cercanas a Japón, operando más allá de la llamada “primera cadena de islas” y adentrándose en la “segunda cadena”, incluyendo en la ecuación a Guam, un importante enclave militar estadounidense.
Nervios. La presencia de estos dos portaviones en el Pacífico occidental no solo provocó preocupación en Japón, sino que también reveló el nuevo alcance de la armada china, que busca entrenar a sus unidades para operar de forma independiente, lejos de las costas continentales, tanto en tiempos de paz como de guerra.
La capacidad de realizar operaciones aéreas desde buques en mar abierto (incluyendo despegues y aterrizajes de cazas y helicópteros hasta 90 veces al día) proporciona a China una experiencia operacional que, aunque aún incipiente, anticipa un uso futuro de estos activos como instrumentos de proyección de fuerza más allá de sus zonas de influencia inmediatas.
Portaaviones Shandong en construcción, en 2019
Portaaviones como mensaje. Más allá de su utilidad militar, los portaviones chinos representan un poderoso símbolo de estatus internacional. Para el gobierno de Xi Jinping, la posesión y despliegue de estos buques constituye una afirmación de que China ha dejado atrás las limitaciones de una potencia regional y avanza decididamente hacia la imagen de potencia global.
A pesar de que los tres portaviones chinos actuales (el Liaoning, el Shandong y el aún inactivo Fujian) operan con propulsión convencional y están por debajo tecnológicamente de los once portaviones nucleares de Washington, sus ejercicios se promocionan en medios oficiales como una señal inequívoca del renacimiento marítimo del país.
Y uno más al caer. Además, la posibilidad de que el cuarto portaviones, actualmente en construcción, utilice propulsión nuclear y catapultas electromagnéticas señala una evolución paulatina pero ambiciosa. Plus: la reciente apertura al público del Shandong en Hong Kong, tras completar sus maniobras, refuerza ese enfoque de propaganda nacionalista orientado a reforzar la legitimidad del liderazgo chino a través del poderío militar.
El portaaviones CNS Fujian
Disputa por el Pacífico. Los portaviones de China no solo sirven para entrenamiento o para proyectar influencia lejana, también constituyen una herramienta operativa en el marco de las disputas territoriales activas en el Mar de la China Meridional y Oriental. Los analistas coinciden en que Pekín podría utilizarlos para reforzar sus reclamaciones frente a Japón, Corea del Sur o los países del sudeste asiático, o incluso para ejercer presión coercitiva sobre Taiwán mediante un bloqueo marítimo que impida el flujo de mercancías y comunicaciones.
Aunque en un conflicto directo con Estados Unidos los portaviones serían vulnerables a misiles y torpedos (y probablemente tendrían un papel limitado en un enfrentamiento inmediato por Taiwán), su valor radica en el control de zonas amplias, la vigilancia, la intimidación política y el soporte a operaciones navales combinadas. Como señalaba un académico japonés al NYT, estas plataformas permiten ejercer presión tanto sobre embarcaciones militares como civiles, convirtiéndose en un instrumento híbrido de coerción económica y militar.
Lógica evolutiva. Desde la crisis del estrecho de Taiwán en 1996, cuando Estados Unidos desplegó dos grupos de combate de portaviones para disuadir a Pekín, China entendió la necesidad de desarrollar su propia capacidad de respuesta naval. El punto de partida fue la adquisición del casco de un viejo portaviones soviético en Ucrania, reconvertido en el Liaoning e incorporado en 2012.
Desde entonces, el avance ha sido progresivo pero constante. El Shandong, lanzado en 2017, fue el primero construido íntegramente en astilleros chinos, mientras que el Fujian, aún en fase de pruebas, incorpora por primera vez un sistema de catapulta electromagnética, tecnología clave para operar aeronaves más pesadas y mejor armadas.
Un largo camino. A pesar de estos avances, expertos como Narushige Michishita advierten en el New York Times que las operaciones navales chinas aún están en una fase rudimentaria, marcada por una curva de aprendizaje lenta pero disciplinada. China prefiere evitar errores costosos y busca, en cambio, consolidar una doctrina marítima coherente y funcional que le permita, en unas décadas, competir de tú a tú con las grandes potencias navales del mundo.
El teatro Indo-Pacífico. Plus: el despliegue simultáneo de los portaviones Liaoning y Shandong en aguas profundas tiene un valor doble: permite a la flota china operar en entornos desconocidos y refuerza sus capacidades para futuros escenarios de intervención en zonas críticas, como el océano Índico, el Golfo Pérsico o incluso el Mediterráneo.
Según el investigador Timothy Heath del RAND Corporation, los portaviones ofrecerán a China la capacidad de proyectar misiones aéreas en cualquier zona del globo donde navegue su armada, más allá de la única base extranjera que mantiene actualmente en Yibuti. En ese sentido, el control de rutas hacia Oriente Medio o el estrecho de Malaca, vitales para los intereses económicos y energéticos chinos, será probablemente uno de los objetivos estratégicos a medio plazo.
Una guerra de símbolos. Recordaba el Times que, a medida que Pekín construye más buques de guerra, consolida alianzas con países africanos y refuerza su diplomacia portuaria en Asia y África, el Indo-Pacífico se convierte en el tablero donde se perfila una nueva competencia de poder naval, con el portaviones como herramienta de esa ambición geoestratégica.
Si bien los portaviones no garantizan el dominio marítimo (especialmente frente a una potencia con capacidades de interdicción como Estados Unidos), su valor reside tanto en su función operacional como en su peso simbólico. Dicho de otra forma, Pekín ya no se conforma con defender sus costas, sino con trazar rutas sobre aguas que, hasta hace poco, solo dominaba su principal rival.
Imagen | rhk111, Tyg728, Ministry of National Defense The People´s Republic of China/ LI GANG/XINHUA
En Xataka | El primer portaaviones de China, cazado desde el espacio por un satélite estadounidense
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La noticia
El dominio de China se está extendiendo mucho más allá de las tierras raras. Incluso donde EEUU no tenía rival: el mar
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Miguel Jorge
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Mientras Estados Unidos se ha lanzado con todo a la búsqueda de esos minerales y tierras raras que China gobierna muy por encima del resto del planeta, incluso con el Pentágono y la mismísima Apple invirtiendo una suma estratosférica, Pekín ha ido sumando y construyendo un pequeño imperio que comienza a poner nervioso a muchas naciones. A Japón y Taiwán se suma quien creía gobernar los mares como nadie: Washington.
Ambición marítima. En un contexto de rivalidad estratégica creciente con Estados Unidos, China ha intensificado sus operaciones navales de largo alcance como parte de una demostración explícita de su ambición global.
Ya lo contamos: entre mayo y junio, los portaviones Liaoning y Shandong realizaron ejercicios combinados en aguas cercanas a Japón, operando más allá de la llamada “primera cadena de islas” y adentrándose en la “segunda cadena”, incluyendo en la ecuación a Guam, un importante enclave militar estadounidense.
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Nervios. La presencia de estos dos portaviones en el Pacífico occidental no solo provocó preocupación en Japón, sino que también reveló el nuevo alcance de la armada china, que busca entrenar a sus unidades para operar de forma independiente, lejos de las costas continentales, tanto en tiempos de paz como de guerra.
La capacidad de realizar operaciones aéreas desde buques en mar abierto (incluyendo despegues y aterrizajes de cazas y helicópteros hasta 90 veces al día) proporciona a China una experiencia operacional que, aunque aún incipiente, anticipa un uso futuro de estos activos como instrumentos de proyección de fuerza más allá de sus zonas de influencia inmediatas.
Portaaviones Shandong en construcción, en 2019
Portaaviones como mensaje. Más allá de su utilidad militar, los portaviones chinos representan un poderoso símbolo de estatus internacional. Para el gobierno de Xi Jinping, la posesión y despliegue de estos buques constituye una afirmación de que China ha dejado atrás las limitaciones de una potencia regional y avanza decididamente hacia la imagen de potencia global.
A pesar de que los tres portaviones chinos actuales (el Liaoning, el Shandong y el aún inactivo Fujian) operan con propulsión convencional y están por debajo tecnológicamente de los once portaviones nucleares de Washington, sus ejercicios se promocionan en medios oficiales como una señal inequívoca del renacimiento marítimo del país.
Y uno más al caer. Además, la posibilidad de que el cuarto portaviones, actualmente en construcción, utilice propulsión nuclear y catapultas electromagnéticas señala una evolución paulatina pero ambiciosa. Plus: la reciente apertura al público del Shandong en Hong Kong, tras completar sus maniobras, refuerza ese enfoque de propaganda nacionalista orientado a reforzar la legitimidad del liderazgo chino a través del poderío militar.
El portaaviones CNS Fujian
Disputa por el Pacífico. Los portaviones de China no solo sirven para entrenamiento o para proyectar influencia lejana, también constituyen una herramienta operativa en el marco de las disputas territoriales activas en el Mar de la China Meridional y Oriental. Los analistas coinciden en que Pekín podría utilizarlos para reforzar sus reclamaciones frente a Japón, Corea del Sur o los países del sudeste asiático, o incluso para ejercer presión coercitiva sobre Taiwán mediante un bloqueo marítimo que impida el flujo de mercancías y comunicaciones.
Aunque en un conflicto directo con Estados Unidos los portaviones serían vulnerables a misiles y torpedos (y probablemente tendrían un papel limitado en un enfrentamiento inmediato por Taiwán), su valor radica en el control de zonas amplias, la vigilancia, la intimidación política y el soporte a operaciones navales combinadas. Como señalaba un académico japonés al NYT, estas plataformas permiten ejercer presión tanto sobre embarcaciones militares como civiles, convirtiéndose en un instrumento híbrido de coerción económica y militar.
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Desde entonces, el avance ha sido progresivo pero constante. El Shandong, lanzado en 2017, fue el primero construido íntegramente en astilleros chinos, mientras que el Fujian, aún en fase de pruebas, incorpora por primera vez un sistema de catapulta electromagnética, tecnología clave para operar aeronaves más pesadas y mejor armadas.
Un largo camino. A pesar de estos avances, expertos como Narushige Michishita advierten en el New York Times que las operaciones navales chinas aún están en una fase rudimentaria, marcada por una curva de aprendizaje lenta pero disciplinada. China prefiere evitar errores costosos y busca, en cambio, consolidar una doctrina marítima coherente y funcional que le permita, en unas décadas, competir de tú a tú con las grandes potencias navales del mundo.
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Según el investigador Timothy Heath del RAND Corporation, los portaviones ofrecerán a China la capacidad de proyectar misiones aéreas en cualquier zona del globo donde navegue su armada, más allá de la única base extranjera que mantiene actualmente en Yibuti. En ese sentido, el control de rutas hacia Oriente Medio o el estrecho de Malaca, vitales para los intereses económicos y energéticos chinos, será probablemente uno de los objetivos estratégicos a medio plazo.
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Si bien los portaviones no garantizan el dominio marítimo (especialmente frente a una potencia con capacidades de interdicción como Estados Unidos), su valor reside tanto en su función operacional como en su peso simbólico. Dicho de otra forma, Pekín ya no se conforma con defender sus costas, sino con trazar rutas sobre aguas que, hasta hace poco, solo dominaba su principal rival.
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Miguel Jorge
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