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No es que la guerra sea asimétrica, es que Rusia está atacando con shaheds de carga termobárica y Ucrania con perdigones

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No es que la guerra sea asimétrica, es que Rusia está atacando con shaheds de carga termobárica y Ucrania con perdigones

La guerra de Ucrania ha sido pionera en el uso masivo de drones, pero con el paso de los meses los dispositivos han tenido actualizaciones que los han convertido en máquinas cada vez más letales. Una de ellas la contamos hace poco con el uso del doble impacto tras la llegada de los Shahed. Ahora Rusia ha multiplicado el alcance de su arma más mortífera, y Ucrania apenas puede responder.

Carga termobárica. La guerra en Ucrania ha entrado en una fase aún más peligrosa con el uso creciente por parte de Rusia de drones de ataque unidireccional equipados con ojivas termobáricas. Estos dispositivos, conocidos comúnmente como bombas de vacío, dispersan una nube de combustible en aerosol antes de detonar, generando una explosión que alcanza temperaturas superiores a los 2.000 ºC y que, además de arrasar estructuras, consume el oxígeno del entorno y causa efectos devastadores sobre cuerpos humanos.

Según testimonios recogidos en Ucrania, como el del comandante Oleksiy de las Fuerzas de Defensa Territorial, las cargas explosivas que antes rondaban los 40 kg han alcanzado los 90 kg, duplicando su capacidad destructiva. Aunque su unidad aún no ha logrado abatir estos drones más grandes, su aparición en informes militares desde finales del año pasado señala un cambio significativo en la escala del peligro. Estos sistemas no solo pueden destruir casas y edificios de varios pisos, sino que resultan particularmente letales en espacios cerrados, donde la onda expansiva y el vacío causado tienen efectos devastadores.

La adaptación rusa. El uso de municiones termobáricas no es nuevo en la doctrina militar rusa. Ya fueron denunciadas en conflictos anteriores como en Afganistán y Chechenia, y más recientemente en los primeros compases de la invasión a gran escala de Ucrania con sistemas como el lanzacohetes TOS-1A. Sin embargo, la novedad ahora radica en el medio de entrega: Rusia ha comenzado a integrar este tipo de armamento en drones Shahed-136, capaces de “merodear” sobre un objetivo antes de impactar.

Esta transformación táctica permite a Moscú ampliar el número de ataques de alta potencia sin depender de plataformas mayores y más vulnerables a los radares. Según Kateryna Stepanenko, del Instituto para el Estudio de la Guerra, esta adaptación ha permitido a Rusia intensificar los bombardeos a infraestructuras civiles, como ocurrió recientemente en Járkov, y a posiciones militares en el frente. Lo más inquietante es que estas armas, al integrarse en plataformas modestas pero precisas, permiten una proliferación mucho mayor y, por supuesto, más difícil de interceptar que los sistemas convencionales.

Respuestas limitadas. En respuesta a esta amenaza creciente, Ucrania ha intensificado sus esfuerzos por neutralizar los centros de producción de estos explosivos. A principios de julio, el ejército ucraniano atacó una fábrica rusa dedicada a la fabricación de ojivas termobáricas para Shahed, en un intento de frenar el suministro en origen. Así todo, la magnitud del desafío no hace más que crecer.

Moscú ha comenzado a lanzar ataques masivos combinando cientos de misiles, drones explosivos y sistemas señuelo diseñados para agotar las reservas de defensa antiaérea de Kyiv. En un solo día, la Fuerza Aérea ucraniana informó de un ataque con casi 270 drones y artefactos señuelo, de los cuales lograron derribar aproximadamente dos tercios. Aunque estos porcentajes de intercepción son elevados, la saturación constante de estos ataques pone en tensión las capacidades defensivas de Ucrania, que no puede reponer sus sistemas de defensa aérea con la misma velocidad con la que Rusia puede fabricar sus drones kamikaze.

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Una nueva solución: perdigones. Contaban en Insider que le enésima defensa ucraniana la forma un nuevo tipo de munición para fusil. A diferencia de los proyectiles tradicionales, estas balas antidrón de 5,56 mm contienen una carga que, tras recorrer cierta distancia, se fragmenta en múltiples perdigones, aumentando la probabilidad de impactar contra pequeños blancos aéreos.

Desarrolladas por el programa Brave1, parte del ecosistema de innovación militar ucraniano, estas municiones buscan reemplazar la táctica actual de derribar drones con escopetas de calibre 12, un método que exige a las unidades transportar armas adicionales y acercarse peligrosamente al objetivo. Con estas municiones, el soldado de infantería podrá utilizar su arma estándar para enfrentar amenazas aéreas de forma más rápida, segura y eficiente, lo que representa una adaptación clave en la evolución táctica del conflicto.

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Nueva munición. El nuevo diseño ucraniano, que no se ha mostrado en detalle, es descrito como una ojiva de diseño personalizado que dispersa fragmentos densos a alta velocidad, permitiendo al tirador cubrir un volumen mayor con un solo disparo.

Este tipo de munición transforma el fusil convencional en una herramienta de defensa antiaérea portátil, compacta y disponible para cualquier infante, sin necesidad de reentrenamiento especializado o logística adicional. El objetivo declarado es que cada soldado en el frente pueda portar este tipo de cartuchos y reaccionar con rapidez ante amenazas aéreas repentinas.

Solución artesanal. Curiosamente, la idea de balas antidrón no es exclusiva de Ucrania. Rusia también ha experimentado con versiones improvisadas, con cartuchos de 5,45 mm modificado para rifles AK. La munición lleva un tubo termorretráctil que contiene cuatro perdigones, diseñado para dispersarse tras el disparo.

De hecho, varios videos muestran a soldados rusos fabricando manualmente estos proyectiles, cortando puntas y ensamblando los tubos en mesas improvisadas. La iniciativa refleja la misma urgencia por contrarrestar los drones sin depender de sistemas sofisticados, caros o escasos.

El futuro y dilema ético. En cuanto a la integración de municiones termobáricas en drones, no solo amplía la escala del conflicto, sino que plantea nuevos dilemas legales y morales. Estas armas, por su capacidad para provocar daños indiscriminados y sufrimientos extremos, han sido objeto de controversia en organizaciones de derechos humanos. Su uso sistemático en zonas urbanas podría llegar a considerarse crimen de guerra si se demuestra la intención deliberada de atacar civiles.

Sin embargo, más allá del aspecto jurídico, lo que se manifiesta es una evolución técnica peligrosa: Rusia ha logrado combinar tres elementos clave (letalidad, bajo coste y alta disponibilidad) en una fórmula que puede redefinir la guerra convencional. Si bien Ucrania y los aliados occidentales buscan contrarrestar esta amenaza mediante ataques preventivos, mejoras en los sistemas de detección y el desarrollo de nuevas contramedidas, la carrera tecnológica entre atacante y defensor se está acelerando de forma alarmante, y cada vez más asimétrica.

Mientras, las ciudades ucranianas y su población siguen pagando el precio más alto, expuestas a un tipo de ofensivas que combina precisión quirúrgica con un nivel de destrucción comparable al de las armas más temidas del siglo XX.

Imagen | Defense

En Xataka | X, X, Picryl

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En Xataka | Los drones shahed rusos eran el arma más mortífera en Ucrania. Ahora son el anticipo de algo mucho peor: el doble impacto


La noticia

No es que la guerra sea asimétrica, es que Rusia está atacando con shaheds de carga termobárica y Ucrania con perdigones

fue publicada originalmente en

Xataka

por
Miguel Jorge

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​La guerra de Ucrania ha sido pionera en el uso masivo de drones, pero con el paso de los meses los dispositivos han tenido actualizaciones que los han convertido en máquinas cada vez más letales. Una de ellas la contamos hace poco con el uso del doble impacto tras la llegada de los Shahed. Ahora Rusia ha multiplicado el alcance de su arma más mortífera, y Ucrania apenas puede responder.

Carga termobárica. La guerra en Ucrania ha entrado en una fase aún más peligrosa con el uso creciente por parte de Rusia de drones de ataque unidireccional equipados con ojivas termobáricas. Estos dispositivos, conocidos comúnmente como bombas de vacío, dispersan una nube de combustible en aerosol antes de detonar, generando una explosión que alcanza temperaturas superiores a los 2.000 ºC y que, además de arrasar estructuras, consume el oxígeno del entorno y causa efectos devastadores sobre cuerpos humanos.

Según testimonios recogidos en Ucrania, como el del comandante Oleksiy de las Fuerzas de Defensa Territorial, las cargas explosivas que antes rondaban los 40 kg han alcanzado los 90 kg, duplicando su capacidad destructiva. Aunque su unidad aún no ha logrado abatir estos drones más grandes, su aparición en informes militares desde finales del año pasado señala un cambio significativo en la escala del peligro. Estos sistemas no solo pueden destruir casas y edificios de varios pisos, sino que resultan particularmente letales en espacios cerrados, donde la onda expansiva y el vacío causado tienen efectos devastadores.

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La adaptación rusa. El uso de municiones termobáricas no es nuevo en la doctrina militar rusa. Ya fueron denunciadas en conflictos anteriores como en Afganistán y Chechenia, y más recientemente en los primeros compases de la invasión a gran escala de Ucrania con sistemas como el lanzacohetes TOS-1A. Sin embargo, la novedad ahora radica en el medio de entrega: Rusia ha comenzado a integrar este tipo de armamento en drones Shahed-136, capaces de “merodear” sobre un objetivo antes de impactar.

Esta transformación táctica permite a Moscú ampliar el número de ataques de alta potencia sin depender de plataformas mayores y más vulnerables a los radares. Según Kateryna Stepanenko, del Instituto para el Estudio de la Guerra, esta adaptación ha permitido a Rusia intensificar los bombardeos a infraestructuras civiles, como ocurrió recientemente en Járkov, y a posiciones militares en el frente. Lo más inquietante es que estas armas, al integrarse en plataformas modestas pero precisas, permiten una proliferación mucho mayor y, por supuesto, más difícil de interceptar que los sistemas convencionales.

Respuestas limitadas. En respuesta a esta amenaza creciente, Ucrania ha intensificado sus esfuerzos por neutralizar los centros de producción de estos explosivos. A principios de julio, el ejército ucraniano atacó una fábrica rusa dedicada a la fabricación de ojivas termobáricas para Shahed, en un intento de frenar el suministro en origen. Así todo, la magnitud del desafío no hace más que crecer.

Moscú ha comenzado a lanzar ataques masivos combinando cientos de misiles, drones explosivos y sistemas señuelo diseñados para agotar las reservas de defensa antiaérea de Kyiv. En un solo día, la Fuerza Aérea ucraniana informó de un ataque con casi 270 drones y artefactos señuelo, de los cuales lograron derribar aproximadamente dos tercios. Aunque estos porcentajes de intercepción son elevados, la saturación constante de estos ataques pone en tensión las capacidades defensivas de Ucrania, que no puede reponer sus sistemas de defensa aérea con la misma velocidad con la que Rusia puede fabricar sus drones kamikaze.

Una nueva solución: perdigones. Contaban en Insider que le enésima defensa ucraniana la forma un nuevo tipo de munición para fusil. A diferencia de los proyectiles tradicionales, estas balas antidrón de 5,56 mm contienen una carga que, tras recorrer cierta distancia, se fragmenta en múltiples perdigones, aumentando la probabilidad de impactar contra pequeños blancos aéreos.

Desarrolladas por el programa Brave1, parte del ecosistema de innovación militar ucraniano, estas municiones buscan reemplazar la táctica actual de derribar drones con escopetas de calibre 12, un método que exige a las unidades transportar armas adicionales y acercarse peligrosamente al objetivo. Con estas municiones, el soldado de infantería podrá utilizar su arma estándar para enfrentar amenazas aéreas de forma más rápida, segura y eficiente, lo que representa una adaptación clave en la evolución táctica del conflicto.

Nueva munición. El nuevo diseño ucraniano, que no se ha mostrado en detalle, es descrito como una ojiva de diseño personalizado que dispersa fragmentos densos a alta velocidad, permitiendo al tirador cubrir un volumen mayor con un solo disparo.

Este tipo de munición transforma el fusil convencional en una herramienta de defensa antiaérea portátil, compacta y disponible para cualquier infante, sin necesidad de reentrenamiento especializado o logística adicional. El objetivo declarado es que cada soldado en el frente pueda portar este tipo de cartuchos y reaccionar con rapidez ante amenazas aéreas repentinas.

Solución artesanal. Curiosamente, la idea de balas antidrón no es exclusiva de Ucrania. Rusia también ha experimentado con versiones improvisadas, con cartuchos de 5,45 mm modificado para rifles AK. La munición lleva un tubo termorretráctil que contiene cuatro perdigones, diseñado para dispersarse tras el disparo.

De hecho, varios videos muestran a soldados rusos fabricando manualmente estos proyectiles, cortando puntas y ensamblando los tubos en mesas improvisadas. La iniciativa refleja la misma urgencia por contrarrestar los drones sin depender de sistemas sofisticados, caros o escasos.

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El futuro y dilema ético. En cuanto a la integración de municiones termobáricas en drones, no solo amplía la escala del conflicto, sino que plantea nuevos dilemas legales y morales. Estas armas, por su capacidad para provocar daños indiscriminados y sufrimientos extremos, han sido objeto de controversia en organizaciones de derechos humanos. Su uso sistemático en zonas urbanas podría llegar a considerarse crimen de guerra si se demuestra la intención deliberada de atacar civiles.

Sin embargo, más allá del aspecto jurídico, lo que se manifiesta es una evolución técnica peligrosa: Rusia ha logrado combinar tres elementos clave (letalidad, bajo coste y alta disponibilidad) en una fórmula que puede redefinir la guerra convencional. Si bien Ucrania y los aliados occidentales buscan contrarrestar esta amenaza mediante ataques preventivos, mejoras en los sistemas de detección y el desarrollo de nuevas contramedidas, la carrera tecnológica entre atacante y defensor se está acelerando de forma alarmante, y cada vez más asimétrica.

Mientras, las ciudades ucranianas y su población siguen pagando el precio más alto, expuestas a un tipo de ofensivas que combina precisión quirúrgica con un nivel de destrucción comparable al de las armas más temidas del siglo XX.

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– La noticia

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