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Callarse para evitar conflictos no es un signo de madurez: es un atajo sutil para autodestruirte según la psicología

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Callarse para evitar conflictos no es un signo de madurez: es un atajo sutil para autodestruirte según la psicología

“Nunca entres en disputa con un necio, te arrastrará a su nivel y te ganará por experiencia”, una frase atribuida al escritor estadounidense Mark Twain.  De esta manera, este tipo de máxima ha reforzado la idea de que evitar el conflicto es una muestra de sabiduría o autocontrol. La cultura popular, los entornos familiares e incluso algunos discursos educativos han promovido el silencio como una forma de preservar la armonía. Sin embargo, ¿qué ocurre cuando callarse deja de ser una estrategia puntual y se convierte en una norma de vida? ¿Es realmente maduro quien evita el enfrentamiento a toda costa, o simplemente teme las consecuencias de alzar la voz?

Cuando callarse se convierte en hábito. “Callarse no lo convierte a uno en maduro, sino en sumiso”, escribe el psicólogo Luis Miguel Real Kotbani en una columna publicada en Ethic. Allí plantea que el silencio sostenido ante situaciones incómodas, lejos de garantizar armonía, puede terminar por convertirse en una condena silenciosa: una estrategia que empieza con la intención de preservar la paz, pero acaba anulando la voz y las necesidades personales.

Este patrón no se limita a las relaciones de pareja. Se replica en entornos laborales, familiares y de amistad, donde muchas personas eligen no expresar su desacuerdo para evitar tensiones. “Cada vez que eliges el silencio para no incomodar, les das el mensaje de que tus necesidades valen menos”, advierte Real, quien vincula esta práctica con una pérdida progresiva de autoestima y agencia.

Unas raíces más profundas. Desde la mirada clínica, el hábito de callarse tiene causas múltiples. El psicólogo Mario Arzuza, citado en El Cronista, señala que muchas personas que evitan el conflicto han sido educadas en entornos que priorizan la tranquilidad por sobre la autenticidad. “Esta conducta suele estar ligada a baja autoestima, necesidad de aprobación o miedo al rechazo”, explica.

Otros individuos han crecido en contextos donde el conflicto se asoció al peligro: gritos, violencia, abandono. En estos casos, cualquier confrontación, por mínima que sea, puede activar respuestas emocionales desproporcionadas. Según El Cronista, esta dinámica es frecuente en personas con inseguridades profundas o antecedentes de trauma emocional.

La psicopedagoga Sylvie Pérez, en un artículo de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), advierte que la evitación del conflicto suele aprenderse en la infancia, cuando los adultos utilizan el silencio como forma de castigo. Esta práctica, conocida como “ley del hielo”, genera en los niños sentimientos de culpa, rechazo e incomprensión, y puede instalar patrones de sumisión emocional que se arrastran hasta la adultez.

La deriva del silencio. En su artículo el psicólogo Real también alerta sobre el impacto acumulativo del silencio: “Hoy te callas en una discusión pequeña, mañana te tragas algo más grande, y al final llevas años en una relación donde el único modo de no generar conflictos ha sido desaparecerte a ti misma”. Este silencio prolongado afecta no solo la relación con los demás, sino también con uno mismo: la persona deja de preguntarse qué desea o necesita, y vive en automático, desconectada de su propia voz.

Además, el silencio sistemático puede erosionar los vínculos. Sheila Heen, especialista en gestión de conflictos del Proyecto de Negociación de Harvard, sostiene en Harvard Gazette que evitar conversaciones difíciles a toda costa debilita las relaciones. “No se trata de discutir todo el tiempo, pero tampoco de no hablar nunca de lo que duele. Esa evitación crónica destruye la calidad del vínculo”, afirma.

El límite: ¿se relaciona esto con la ley del hielo? El silencio como estrategia para evitar conflictos no debe confundirse con la ley del hielo. Mientras el primero es una forma de autopreservación (aunque perjudicial), la ley del hielo implica una conducta intencionada, que busca castigar al otro con el silencio. Así lo plantea The New York Times, en un artículo donde se describe esta práctica como una “forma emocionalmente punitiva” que puede producir tanto daño como una agresión directa.

“Responder con silencio es un castigo, lo reconozcas o no”, afirma la psiquiatra Gail Saltz, citada en el mismo medio. El daño es tangible: investigaciones del profesor Kipling Williams (Universidad de Purdue) muestran que ser ignorado activa en el cerebro las mismas áreas que se activan ante el dolor físico. En contextos familiares, como señala la UOC, la ley del hielo aplicada a los hijos puede tener efectos duraderos sobre su autoestima y su desarrollo emocional.

En ese sentido, si bien callarse por miedo no equivale a manipular con el silencio, ambas prácticas comparten un sustrato común: la falta de diálogo genuino como medio para resolver tensiones. La diferencia radica en el objetivo y en la dirección del daño: en un caso, se daña quien calla; en el otro, a quien se le retira la palabra.

Romper con años de silencios no es fácil. Pero sí posible. La clave está en desarrollar habilidades de comunicación asertiva, que permitan expresar lo que uno piensa y siente sin agresión, pero también sin renuncia. El psicólogo, Luis Miguel Real, propone comenzar por lo pequeño: opinar en una conversación, decir lo que se quiere hacer en un plan, marcar un límite sutil.

Desde la psicología, se recomienda además trabajar la tolerancia a la incomodidad, practicar ejercicios de regulación emocional y, en casos más arraigados, recurrir a ayuda profesional. Desde El Cronista sugieren identificar pensamientos irracionales que alimentan el temor al conflicto, mientras que Harvard Gazette subrayan la importancia de los silencios reflexivos (no punitivos), como herramienta para pensar antes de hablar y no para evadir lo importante.

Evitar el conflicto no siempre es sabio. A veces, es una forma de rendición. Y el precio de esa rendición puede ser la pérdida de la propia voz. Como resume Real: “Hablar, poner límites, decir lo que piensas, no es crear problemas: es respetarte. Y quien no puede lidiar con tu voz, quizás no merezca tu presencia”.

Callarse no garantiza paz. Solo pospone el conflicto o lo internaliza. El verdadero desafío no es evitarlo, sino aprender a enfrentarlo sin miedo, con honestidad y con respeto. Porque, al final, lo que no se dice, no desaparece: se pudre dentro.

Imagen | Pexels

Xataka| Hay personas que no pueden evitar interrumpirte mientras hablas. La ciencia les ha encontrado varias excusas


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Callarse para evitar conflictos no es un signo de madurez: es un atajo sutil para autodestruirte según la psicología

fue publicada originalmente en

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Alba Otero

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​“Nunca entres en disputa con un necio, te arrastrará a su nivel y te ganará por experiencia”, una frase atribuida al escritor estadounidense Mark Twain.  De esta manera, este tipo de máxima ha reforzado la idea de que evitar el conflicto es una muestra de sabiduría o autocontrol. La cultura popular, los entornos familiares e incluso algunos discursos educativos han promovido el silencio como una forma de preservar la armonía. Sin embargo, ¿qué ocurre cuando callarse deja de ser una estrategia puntual y se convierte en una norma de vida? ¿Es realmente maduro quien evita el enfrentamiento a toda costa, o simplemente teme las consecuencias de alzar la voz?

Cuando callarse se convierte en hábito. “Callarse no lo convierte a uno en maduro, sino en sumiso”, escribe el psicólogo Luis Miguel Real Kotbani en una columna publicada en Ethic. Allí plantea que el silencio sostenido ante situaciones incómodas, lejos de garantizar armonía, puede terminar por convertirse en una condena silenciosa: una estrategia que empieza con la intención de preservar la paz, pero acaba anulando la voz y las necesidades personales.

Este patrón no se limita a las relaciones de pareja. Se replica en entornos laborales, familiares y de amistad, donde muchas personas eligen no expresar su desacuerdo para evitar tensiones. “Cada vez que eliges el silencio para no incomodar, les das el mensaje de que tus necesidades valen menos”, advierte Real, quien vincula esta práctica con una pérdida progresiva de autoestima y agencia.

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Unas raíces más profundas. Desde la mirada clínica, el hábito de callarse tiene causas múltiples. El psicólogo Mario Arzuza, citado en El Cronista, señala que muchas personas que evitan el conflicto han sido educadas en entornos que priorizan la tranquilidad por sobre la autenticidad. “Esta conducta suele estar ligada a baja autoestima, necesidad de aprobación o miedo al rechazo”, explica.

Otros individuos han crecido en contextos donde el conflicto se asoció al peligro: gritos, violencia, abandono. En estos casos, cualquier confrontación, por mínima que sea, puede activar respuestas emocionales desproporcionadas. Según El Cronista, esta dinámica es frecuente en personas con inseguridades profundas o antecedentes de trauma emocional.

La psicopedagoga Sylvie Pérez, en un artículo de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), advierte que la evitación del conflicto suele aprenderse en la infancia, cuando los adultos utilizan el silencio como forma de castigo. Esta práctica, conocida como “ley del hielo”, genera en los niños sentimientos de culpa, rechazo e incomprensión, y puede instalar patrones de sumisión emocional que se arrastran hasta la adultez.

La deriva del silencio. En su artículo el psicólogo Real también alerta sobre el impacto acumulativo del silencio: “Hoy te callas en una discusión pequeña, mañana te tragas algo más grande, y al final llevas años en una relación donde el único modo de no generar conflictos ha sido desaparecerte a ti misma”. Este silencio prolongado afecta no solo la relación con los demás, sino también con uno mismo: la persona deja de preguntarse qué desea o necesita, y vive en automático, desconectada de su propia voz.

Además, el silencio sistemático puede erosionar los vínculos. Sheila Heen, especialista en gestión de conflictos del Proyecto de Negociación de Harvard, sostiene en Harvard Gazette que evitar conversaciones difíciles a toda costa debilita las relaciones. “No se trata de discutir todo el tiempo, pero tampoco de no hablar nunca de lo que duele. Esa evitación crónica destruye la calidad del vínculo”, afirma.

El límite: ¿se relaciona esto con la ley del hielo? El silencio como estrategia para evitar conflictos no debe confundirse con la ley del hielo. Mientras el primero es una forma de autopreservación (aunque perjudicial), la ley del hielo implica una conducta intencionada, que busca castigar al otro con el silencio. Así lo plantea The New York Times, en un artículo donde se describe esta práctica como una “forma emocionalmente punitiva” que puede producir tanto daño como una agresión directa.

“Responder con silencio es un castigo, lo reconozcas o no”, afirma la psiquiatra Gail Saltz, citada en el mismo medio. El daño es tangible: investigaciones del profesor Kipling Williams (Universidad de Purdue) muestran que ser ignorado activa en el cerebro las mismas áreas que se activan ante el dolor físico. En contextos familiares, como señala la UOC, la ley del hielo aplicada a los hijos puede tener efectos duraderos sobre su autoestima y su desarrollo emocional.

En ese sentido, si bien callarse por miedo no equivale a manipular con el silencio, ambas prácticas comparten un sustrato común: la falta de diálogo genuino como medio para resolver tensiones. La diferencia radica en el objetivo y en la dirección del daño: en un caso, se daña quien calla; en el otro, a quien se le retira la palabra.

Romper con años de silencios no es fácil. Pero sí posible. La clave está en desarrollar habilidades de comunicación asertiva, que permitan expresar lo que uno piensa y siente sin agresión, pero también sin renuncia. El psicólogo, Luis Miguel Real, propone comenzar por lo pequeño: opinar en una conversación, decir lo que se quiere hacer en un plan, marcar un límite sutil.

Desde la psicología, se recomienda además trabajar la tolerancia a la incomodidad, practicar ejercicios de regulación emocional y, en casos más arraigados, recurrir a ayuda profesional. Desde El Cronista sugieren identificar pensamientos irracionales que alimentan el temor al conflicto, mientras que Harvard Gazette subrayan la importancia de los silencios reflexivos (no punitivos), como herramienta para pensar antes de hablar y no para evadir lo importante.

Evitar el conflicto no siempre es sabio. A veces, es una forma de rendición. Y el precio de esa rendición puede ser la pérdida de la propia voz. Como resume Real: “Hablar, poner límites, decir lo que piensas, no es crear problemas: es respetarte. Y quien no puede lidiar con tu voz, quizás no merezca tu presencia”.

Callarse no garantiza paz. Solo pospone el conflicto o lo internaliza. El verdadero desafío no es evitarlo, sino aprender a enfrentarlo sin miedo, con honestidad y con respeto. Porque, al final, lo que no se dice, no desaparece: se pudre dentro.

Imagen | Pexels

Xataka| Hay personas que no pueden evitar interrumpirte mientras hablas. La ciencia les ha encontrado varias excusas

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Callarse para evitar conflictos no es un signo de madurez: es un atajo sutil para autodestruirte según la psicología

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Alba Otero

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