Ciencia y Tecnología
Tuve que volver a comer gluten tras el SIBO: no por gusto, sino porque el intestino tiene memoria

Hace un año, cada vez que comía algo, mi barriga se hinchaba como un globo. Me sentía pesada, con gases, incómoda. No entendía qué me pasaba, hasta que di positivo en sobrecrecimiento bacteriano en el intestino delgado o, su versión corta, SIBO. Empecé un tratamiento con antibióticos y una dieta muy restrictiva. Dejé el gluten, los lácteos, los frutos secos, las frutas… Casi todo. Y cuando parecía que por fin me sentía mejor, vino la parte más extraña del proceso: tuve que reintroducir algunos alimentos, poco a poco, como si fuera una vacuna; sino lo hacía, me volvería intolerante.
Cada vez más extendido. Cada vez más extendido. Tanto en consultas médicas como en conversaciones, seguramente el término SIBO (por sus siglas en inglés, Small Intestinal Bacterial Overgrowth) ya no resulta desconocido. Esta condición describe un desequilibrio en la microbiota intestinal: bacterias que deberían encontrarse en el colon terminan proliferando en el intestino delgado, un entorno donde normalmente deberían ser casi inexistentes. Esta invasión provoca síntomas variados y molestos, como hinchazón abdominal, gases, dolor, diarrea o estreñimiento, según Mayo Clinic.
Se estima que hasta un 15% de la población española lo padece, y es más frecuente en mujeres entre 30 y 50 años, según la Sociedad Española de Médicos de Atención Primaria (SEMERGEN). Su diagnóstico ha aumentado en los últimos años gracias a una mayor concienciación y a pruebas como el test de aliento, una técnica no invasiva que mide la cantidad de gases producidos por las bacterias tras ingerir carbohidratos.
Después del diagnóstico. Le sigue una dieta baja en FODMAPs, un protocolo que elimina los alimentos más fermentables para aliviar los síntomas. No es una cura en sí misma, pero ayuda a reducir la producción de gases y el malestar abdominal mientras el tratamiento con antibióticos hace efecto. El problema viene después.
Hablamos con Jesús Guardiola, dietista-nutricionista, para entender qué ocurre en esa fase crítica: la reintroducción de alimentos. “Una dieta baja en FODMAPs no debería mantenerse en el tiempo porque, al restringir tanto, puede afectar a la diversidad nutricional y a la microbiota. Pero además, si dejas de consumir ciertos alimentos durante mucho tiempo, puedes perder tolerancia a ellos”, explica.
El intestino también olvida. Dejar de comer gluten no provoca celiaquía. Esta es una enfermedad autoinmune que solo aparece en personas genéticamente predispuestas. Sin embargo, eliminarlo de forma prolongada sí puede generar una reacción inesperada: que el cuerpo lo tolere peor al reintroducirlo, señala Guardiola.
Esto puede pasar por varios mecanismos: enzimáticos (el cuerpo deja de producir enzimas como la lactasa, necesaria para digerir la lactosa), inmunológicos (menos exposición puede alterar la respuesta inmune), o por cambios en la microbiota (las bacterias encargadas de digerir ese alimento desaparecen). Desde Monash University, en Australia, institución que desarrolló la dieta ha explicado sobre estos efectos en restricciones prolongadas pueden disminuir la tolerancia funcional y afectar a la diversidad microbiana.
Pero no una intolerancia real. Eso no, por supuesto. El punto es que se ha demostrado que eliminar grupos de alimentos puede alterar la microbiota y la capacidad digestiva. El cuerpo necesita exposición gradual para adaptarse, por eso la reintroducción debe hacerse con cuidado y de forma individualizada, según la institución académica.
“La clave está en hacerlo poco a poco, evaluando los síntomas, anotando cantidades y reacciones. Si introduces muchos alimentos a la vez y algo te sienta mal, no sabrás cuál fue. Y si lo haces demasiado rápido, es más probable que recaigas o que te sugestiones pensando que te va a sentar mal”, advierte Guardiola.
El diagnóstico del SIBO. El auge también ha venido acompañado de cierta controversia. Cada vez se diagnostica con más frecuencia, pero no siempre con criterios claros: en muchos casos es por descarte, cuando otras patologías han sido eliminadas, y a veces sin pruebas concluyentes. Esto complica la identificación precisa del trastorno, y puede llevar a confundirlo con intolerancias alimentarias, trastornos funcionales o, simplemente, con malos hábitos.
Desde SEMERGEN han insistido que el tratamiento requiere un abordaje integral: no solo medicamentos, sino también cambios en la dieta, estilo de vida y análisis del historial clínico completo. A esto se suma un problema cada vez más común: pacientes que adoptan dietas bajas en FODMAPs por su cuenta, sin supervisión profesional, y que las mantienen durante meses o incluso años. En lugar de mejorar, esto puede terminar deteriorando aún más la salud intestinal.
Lo que aprendí durante el proceso. Hoy vuelvo a comer gluten. No soy celíaca. Pero pasé por meses de miedo a la comida, de no saber si lo que comía me estaba curando o enfermando. Entendí que no hay alimentos buenos o malos, sino contextos, cantidades y, sobre todo, procesos.
La reintroducción no es solo una parte más del tratamiento. Es una forma de reconciliarte con la comida. Y de entender que, a veces, el problema no era el pan, sino cómo dejamos de comerlo. A veces, sanar significa volver a exponerte a lo que creías que te hacía daño. En mi caso, sí: tuve que inocularme gluten.
Imagen | Unsplash
–
La noticia
Tuve que volver a comer gluten tras el SIBO: no por gusto, sino porque el intestino tiene memoria
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Alba Otero
.
Hace un año, cada vez que comía algo, mi barriga se hinchaba como un globo. Me sentía pesada, con gases, incómoda. No entendía qué me pasaba, hasta que di positivo en sobrecrecimiento bacteriano en el intestino delgado o, su versión corta, SIBO. Empecé un tratamiento con antibióticos y una dieta muy restrictiva. Dejé el gluten, los lácteos, los frutos secos, las frutas… Casi todo. Y cuando parecía que por fin me sentía mejor, vino la parte más extraña del proceso: tuve que reintroducir algunos alimentos, poco a poco, como si fuera una vacuna; sino lo hacía, me volvería intolerante.
Cada vez más extendido. Cada vez más extendido. Tanto en consultas médicas como en conversaciones, seguramente el término SIBO (por sus siglas en inglés, Small Intestinal Bacterial Overgrowth) ya no resulta desconocido. Esta condición describe un desequilibrio en la microbiota intestinal: bacterias que deberían encontrarse en el colon terminan proliferando en el intestino delgado, un entorno donde normalmente deberían ser casi inexistentes. Esta invasión provoca síntomas variados y molestos, como hinchazón abdominal, gases, dolor, diarrea o estreñimiento, según Mayo Clinic.
Se estima que hasta un 15% de la población española lo padece, y es más frecuente en mujeres entre 30 y 50 años, según la Sociedad Española de Médicos de Atención Primaria (SEMERGEN). Su diagnóstico ha aumentado en los últimos años gracias a una mayor concienciación y a pruebas como el test de aliento, una técnica no invasiva que mide la cantidad de gases producidos por las bacterias tras ingerir carbohidratos.
En Xataka
La fruta parece la cena perfecta para el verano. El problema es que no es tan buena idea como parece
Después del diagnóstico. Le sigue una dieta baja en FODMAPs, un protocolo que elimina los alimentos más fermentables para aliviar los síntomas. No es una cura en sí misma, pero ayuda a reducir la producción de gases y el malestar abdominal mientras el tratamiento con antibióticos hace efecto. El problema viene después.
Hablamos con Jesús Guardiola, dietista-nutricionista, para entender qué ocurre en esa fase crítica: la reintroducción de alimentos. “Una dieta baja en FODMAPs no debería mantenerse en el tiempo porque, al restringir tanto, puede afectar a la diversidad nutricional y a la microbiota. Pero además, si dejas de consumir ciertos alimentos durante mucho tiempo, puedes perder tolerancia a ellos”, explica.
El intestino también olvida. Dejar de comer gluten no provoca celiaquía. Esta es una enfermedad autoinmune que solo aparece en personas genéticamente predispuestas. Sin embargo, eliminarlo de forma prolongada sí puede generar una reacción inesperada: que el cuerpo lo tolere peor al reintroducirlo, señala Guardiola.
Esto puede pasar por varios mecanismos: enzimáticos (el cuerpo deja de producir enzimas como la lactasa, necesaria para digerir la lactosa), inmunológicos (menos exposición puede alterar la respuesta inmune), o por cambios en la microbiota (las bacterias encargadas de digerir ese alimento desaparecen). Desde Monash University, en Australia, institución que desarrolló la dieta ha explicado sobre estos efectos en restricciones prolongadas pueden disminuir la tolerancia funcional y afectar a la diversidad microbiana.
Pero no una intolerancia real. Eso no, por supuesto. El punto es que se ha demostrado que eliminar grupos de alimentos puede alterar la microbiota y la capacidad digestiva. El cuerpo necesita exposición gradual para adaptarse, por eso la reintroducción debe hacerse con cuidado y de forma individualizada, según la institución académica.
“La clave está en hacerlo poco a poco, evaluando los síntomas, anotando cantidades y reacciones. Si introduces muchos alimentos a la vez y algo te sienta mal, no sabrás cuál fue. Y si lo haces demasiado rápido, es más probable que recaigas o que te sugestiones pensando que te va a sentar mal”, advierte Guardiola.
El diagnóstico del SIBO. El auge también ha venido acompañado de cierta controversia. Cada vez se diagnostica con más frecuencia, pero no siempre con criterios claros: en muchos casos es por descarte, cuando otras patologías han sido eliminadas, y a veces sin pruebas concluyentes. Esto complica la identificación precisa del trastorno, y puede llevar a confundirlo con intolerancias alimentarias, trastornos funcionales o, simplemente, con malos hábitos.
Desde SEMERGEN han insistido que el tratamiento requiere un abordaje integral: no solo medicamentos, sino también cambios en la dieta, estilo de vida y análisis del historial clínico completo. A esto se suma un problema cada vez más común: pacientes que adoptan dietas bajas en FODMAPs por su cuenta, sin supervisión profesional, y que las mantienen durante meses o incluso años. En lugar de mejorar, esto puede terminar deteriorando aún más la salud intestinal.
Lo que aprendí durante el proceso. Hoy vuelvo a comer gluten. No soy celíaca. Pero pasé por meses de miedo a la comida, de no saber si lo que comía me estaba curando o enfermando. Entendí que no hay alimentos buenos o malos, sino contextos, cantidades y, sobre todo, procesos.
La reintroducción no es solo una parte más del tratamiento. Es una forma de reconciliarte con la comida. Y de entender que, a veces, el problema no era el pan, sino cómo dejamos de comerlo. A veces, sanar significa volver a exponerte a lo que creías que te hacía daño. En mi caso, sí: tuve que inocularme gluten.
Imagen | Unsplash
Xataka | Parece agua saborizada, entra como un refresco y lleva proteína como un batido: así es la proteína clara
– La noticia
Tuve que volver a comer gluten tras el SIBO: no por gusto, sino porque el intestino tiene memoria
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Alba Otero
.