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Ciencia y Tecnología

Creíamos que las mascotas estaban sustituyendo a los hijos. Un estudio sugiere justo lo contrario

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Creíamos que las mascotas estaban sustituyendo a los hijos. Un estudio sugiere justo lo contrario

La primera vez que vi un perro en un cochecito fue en un centro comercial. Pasó a mi lado como cualquier carrito infantil: ruedas, capota, un bulto pequeño dentro. Miré dos veces porque me pareció demasiado pequeño para un bebé, y es que no lo era. Dentro había un perro. Recuerdo bien que era un bulldog francés y que se llamaba Chanel. 

Con el tiempo, la escena dejó de parecerme excepcional. Empecé a ver cochecitos para perros en barrios céntricos, parques o incluso en el transporte público. Una imagen que se ha convertido en símbolo de algo más profundo: la sensación de que, en sociedades envejecidas, las mascotas están ocupando un lugar que antes tenían los hijos. Pero ¿y si esa lectura fuera incompleta, o directamente errónea? ¿Y si, lejos de sustituir a los hijos, las mascotas estuvieran desempeñando otro papel en la vida familiar? Un nuevo estudio académico pone en cuestión una creencia ampliamente extendida.

Para empezar, los números ayudan a entender por qué la sospecha se ha instalado en el debate público. En España, según la Red Española de Identificación de Animales de Compañía (REIAC), en 2023 había más de diez millones de perros censados frente a menos de dos millones de niños de entre 0 y 4 años. Una diferencia tan amplia que invita, casi de forma automática, a pensar en un relevo dentro de los hogares.

Las escenas que llegan de fuera refuerzan esa impresión. Corea del Sur ha cruzado un umbral simbólico: ya se venden más carritos para perros que para bebés. No es una exageración, es el reflejo estadístico de un país en emergencia demográfica. La tendencia ha calado tanto que incluso la fe se ha adaptado. En templos japoneses como el de Ichigaya Kamegaoka, el ritual milenario del Shichi-Go-San —antes exclusivo para niños— se ha llenado de hocicos y correas. A falta de infantes, los santuarios bendicen mascotas para evitar que sus liturgias se queden sin protagonistas.

Sobre este telón de fondo han proliferado las interpretaciones políticas y morales. En 2022, el papa Francisco calificó de “egoístas” a quienes prefieren tener animales antes que hijos. En Corea del Sur, el entonces ministro de Trabajo, Kim Moon-soo, llegó a afirmar que los jóvenes “aman a sus perros” en lugar de formar familias. Un diagnóstico rotundo que, hasta ahora, se había apoyado más en símbolos y percepciones culturales que en datos contrastados.

Desmontando la narrativa

La idea de que las mascotas sustituyen a los hijos acaba de recibir un serio correctivo desde la investigación académica. El estudio Cats, Dogs, and Babies, liderado por los investigadores Kuan-Ming Chen y Ming-Jen Lin de la Universidad Nacional de Taiwán, ha analizado durante más de una década el comportamiento de millones de hogares.

La investigación ha llegado a la conclusión de que las personas que adoptan un perro tienen hasta un 33% más de probabilidad de tener un hijo posteriormente que aquellas que no lo hacen. Lejos de desplazar la paternidad, el animal parece actuar como un paso previo. Es lo que los autores denominan el “efecto hijo de práctica”. Según explican Chen y Lin, muchas parejas utilizan la experiencia de cuidar a un perro para evaluar su disposición a asumir responsabilidades: rutinas, gastos y vínculos afectivos. Si la experiencia es positiva, aumenta la confianza para dar el siguiente paso hacia la paternidad humana.

Sin embargo, no hay un cambio a la vista. Ni el estudio taiwanés ni los expertos que analizan el invierno demográfico sostienen que el aumento de mascotas vaya a traducirse, por sí solo, en un repunte de la natalidad. El propio trabajo académico advierte de que se trata de un análisis centrado en un país concreto y que los patrones pueden variar según el contexto cultural, económico y social.

El carrito como metáfora

El estudio no propone a las mascotas como respuesta al declive demográfico, sino como una pista sobre cómo se aplazan hoy las decisiones de cuidado en un contexto de incertidumbre económica y vital. Esta lectura encaja con lo que señalan sociólogos y demógrafos en España. Como recoge el análisis de mi compañero en Xataka, la caída de la natalidad responde a factores estructurales ampliamente documentados: precariedad laboral, encarecimiento de la vivienda, dificultades para conciliar, retraso en la emancipación y una maternidad cada vez más tardía. En ese escenario, las mascotas no desplazan a los hijos; ocupan el espacio que deja un proyecto vital pospuesto.

Por ese motivo, la imagen del perro en cochecito resume bien esta ambigüedad. Según explica el Dr. Jerry Klein, veterinario jefe del American Kennel Club, estos carritos pueden tener una función práctica en determinados casos: “Ofrecen a perros ancianos, con artritis o problemas de movilidad una forma de disfrutar del exterior sin forzarse”. Plataformas veterinarias como Dialvet o ToeGrips coinciden en que pueden ayudar para proteger las patas del asfalto caliente o ayudar a perros pequeños que no pueden seguir el ritmo de largas caminatas.

Sin embargo, otros expertos piden cautela. Carlos Carrasco, de DOS Adiestramiento, advierte en La Voz de Galicia que “un perro no es un niño con pelo” y que llevar a un animal sano en carrito puede ser una “humillación” que lo desnaturaliza. En la misma línea, la etóloga Isabel Jiménez, directora de La Manada de Iris, señala en IM Veterinaria que la humanización excesiva “anula al perro como especie y lo enferma emocionalmente”. Un estudio publicado en Animals (MDPI) refuerza esta idea, alertando que el antropomorfismo puede generar ansiedad y estrés en el animal al no respetarse sus necesidades biológicas básicas, como olfatear y caminar.

Finalmente, el auge de las mascotas no explica por sí solo el invierno demográfico, pero sí revela cómo se reconfiguran las formas de afecto y responsabilidad en sociedades donde tener hijos se ha vuelto más complejo. El estudio taiwanés no ofrece soluciones milagro, pero sí una advertencia clara: enfrentar mascotas e hijos como si fueran opciones excluyentes simplifica en exceso una realidad mucho más matizada.

Tal vez, cuando vemos a un perro en un cochecito, no estemos ante el símbolo de una renuncia, sino ante el reflejo de una generación que pospone decisiones irreversibles mientras busca formas de cuidado posibles. Antes de culpar a los cachorros, quizá convenga mirar el sistema que rodea a quienes dudan en convertirse en padres.

Imagen | Unsplash

Xataka | Como Japón se está quedando sin niños, está empezando a adoptar algunas ceremonias para un grupo al alza: los perros


La noticia

Creíamos que las mascotas estaban sustituyendo a los hijos. Un estudio sugiere justo lo contrario

fue publicada originalmente en

Xataka

por
Alba Otero

.

​La primera vez que vi un perro en un cochecito fue en un centro comercial. Pasó a mi lado como cualquier carrito infantil: ruedas, capota, un bulto pequeño dentro. Miré dos veces porque me pareció demasiado pequeño para un bebé, y es que no lo era. Dentro había un perro. Recuerdo bien que era un bulldog francés y que se llamaba Chanel. 

Con el tiempo, la escena dejó de parecerme excepcional. Empecé a ver cochecitos para perros en barrios céntricos, parques o incluso en el transporte público. Una imagen que se ha convertido en símbolo de algo más profundo: la sensación de que, en sociedades envejecidas, las mascotas están ocupando un lugar que antes tenían los hijos. Pero ¿y si esa lectura fuera incompleta, o directamente errónea? ¿Y si, lejos de sustituir a los hijos, las mascotas estuvieran desempeñando otro papel en la vida familiar? Un nuevo estudio académico pone en cuestión una creencia ampliamente extendida.

Para empezar, los números ayudan a entender por qué la sospecha se ha instalado en el debate público. En España, según la Red Española de Identificación de Animales de Compañía (REIAC), en 2023 había más de diez millones de perros censados frente a menos de dos millones de niños de entre 0 y 4 años. Una diferencia tan amplia que invita, casi de forma automática, a pensar en un relevo dentro de los hogares.

Las escenas que llegan de fuera refuerzan esa impresión. Corea del Sur ha cruzado un umbral simbólico: ya se venden más carritos para perros que para bebés. No es una exageración, es el reflejo estadístico de un país en emergencia demográfica. La tendencia ha calado tanto que incluso la fe se ha adaptado. En templos japoneses como el de Ichigaya Kamegaoka, el ritual milenario del Shichi-Go-San —antes exclusivo para niños— se ha llenado de hocicos y correas. A falta de infantes, los santuarios bendicen mascotas para evitar que sus liturgias se queden sin protagonistas.

Sobre este telón de fondo han proliferado las interpretaciones políticas y morales. En 2022, el papa Francisco calificó de “egoístas” a quienes prefieren tener animales antes que hijos. En Corea del Sur, el entonces ministro de Trabajo, Kim Moon-soo, llegó a afirmar que los jóvenes “aman a sus perros” en lugar de formar familias. Un diagnóstico rotundo que, hasta ahora, se había apoyado más en símbolos y percepciones culturales que en datos contrastados.

En Xataka

Un perro se perdió en 2021 en Estados Unidos. Cinco años después ha aparecido a 3.700 kilómetros de su casa

Desmontando la narrativaLa idea de que las mascotas sustituyen a los hijos acaba de recibir un serio correctivo desde la investigación académica. El estudio Cats, Dogs, and Babies, liderado por los investigadores Kuan-Ming Chen y Ming-Jen Lin de la Universidad Nacional de Taiwán, ha analizado durante más de una década el comportamiento de millones de hogares.

La investigación ha llegado a la conclusión de que las personas que adoptan un perro tienen hasta un 33% más de probabilidad de tener un hijo posteriormente que aquellas que no lo hacen. Lejos de desplazar la paternidad, el animal parece actuar como un paso previo. Es lo que los autores denominan el “efecto hijo de práctica”. Según explican Chen y Lin, muchas parejas utilizan la experiencia de cuidar a un perro para evaluar su disposición a asumir responsabilidades: rutinas, gastos y vínculos afectivos. Si la experiencia es positiva, aumenta la confianza para dar el siguiente paso hacia la paternidad humana.

Sin embargo, no hay un cambio a la vista. Ni el estudio taiwanés ni los expertos que analizan el invierno demográfico sostienen que el aumento de mascotas vaya a traducirse, por sí solo, en un repunte de la natalidad. El propio trabajo académico advierte de que se trata de un análisis centrado en un país concreto y que los patrones pueden variar según el contexto cultural, económico y social.

El carrito como metáforaEl estudio no propone a las mascotas como respuesta al declive demográfico, sino como una pista sobre cómo se aplazan hoy las decisiones de cuidado en un contexto de incertidumbre económica y vital. Esta lectura encaja con lo que señalan sociólogos y demógrafos en España. Como recoge el análisis de mi compañero en Xataka, la caída de la natalidad responde a factores estructurales ampliamente documentados: precariedad laboral, encarecimiento de la vivienda, dificultades para conciliar, retraso en la emancipación y una maternidad cada vez más tardía. En ese escenario, las mascotas no desplazan a los hijos; ocupan el espacio que deja un proyecto vital pospuesto.

Por ese motivo, la imagen del perro en cochecito resume bien esta ambigüedad. Según explica el Dr. Jerry Klein, veterinario jefe del American Kennel Club, estos carritos pueden tener una función práctica en determinados casos: “Ofrecen a perros ancianos, con artritis o problemas de movilidad una forma de disfrutar del exterior sin forzarse”. Plataformas veterinarias como Dialvet o ToeGrips coinciden en que pueden ayudar para proteger las patas del asfalto caliente o ayudar a perros pequeños que no pueden seguir el ritmo de largas caminatas.

Sin embargo, otros expertos piden cautela. Carlos Carrasco, de DOS Adiestramiento, advierte en La Voz de Galicia que “un perro no es un niño con pelo” y que llevar a un animal sano en carrito puede ser una “humillación” que lo desnaturaliza. En la misma línea, la etóloga Isabel Jiménez, directora de La Manada de Iris, señala en IM Veterinaria que la humanización excesiva “anula al perro como especie y lo enferma emocionalmente”. Un estudio publicado en Animals (MDPI) refuerza esta idea, alertando que el antropomorfismo puede generar ansiedad y estrés en el animal al no respetarse sus necesidades biológicas básicas, como olfatear y caminar.

Finalmente, el auge de las mascotas no explica por sí solo el invierno demográfico, pero sí revela cómo se reconfiguran las formas de afecto y responsabilidad en sociedades donde tener hijos se ha vuelto más complejo. El estudio taiwanés no ofrece soluciones milagro, pero sí una advertencia clara: enfrentar mascotas e hijos como si fueran opciones excluyentes simplifica en exceso una realidad mucho más matizada.

Tal vez, cuando vemos a un perro en un cochecito, no estemos ante el símbolo de una renuncia, sino ante el reflejo de una generación que pospone decisiones irreversibles mientras busca formas de cuidado posibles. Antes de culpar a los cachorros, quizá convenga mirar el sistema que rodea a quienes dudan en convertirse en padres.

Imagen | Unsplash

Xataka | Como Japón se está quedando sin niños, está empezando a adoptar algunas ceremonias para un grupo al alza: los perros

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Alba Otero

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