Ciencia y Tecnología
Estamos tan enganchados a los smartphone que la Gen Z ha encontrado su propio “detox”: volver a enviar cartas
Recuerdo perfectamente la primera carta que escribí. Mi mejor amiga se había mudado a un pueblo de Ciudad Real y la distancia, en aquel entonces, se medía en el tiempo que nuestros padres nos permitían ocupar la línea telefónica. No podíamos pasar horas al teléfono, así que decidimos contarnos la vida por correo. Cada semana, una misiva. Aquel intercambio de sobres duró lo que tardamos en tener una torre de ordenador y acceso a internet.
Entonces llegó la gran migración: Messenger, Fotolog, Tuenti, Facebook, Instagram, WhatsApp… Hoy nos enviamos fotos en tiempo real y hacemos videollamadas. Si alguien les hubiera dicho a aquellas dos niñas que la tecnología sería el pegamento de su amistad, no lo habrían creído. En pleno 2025, la historia parece estar cerrando un círculo inesperado. Vivimos en la era de la inmediatez, donde los mensajes de WhatsApp conviven con correos electrónicos saturados que piden clemencia bajo la coletilla ASAP (tan pronto como sea posible). La saturación es tal que el almacenamiento del teléfono avisa cada poco tiempo que no hay espacio, mientras los mensajes se entremezclan con alertas, recordatorios y el ruido blanco de un mundo hiperconectado.
Frente a este “latir desacompasado de la prisa digital”, la Generación Z ha rescatado el hábito de ser penpals o amigos por correspondencia. Datos de Stamps.com revelan que casi el 48% de esta generación envía correspondencia física al menos una vez al mes, rompiendo el mito del joven incapaz de despegarse de la pantalla. En Instagram, el hashtag #penpal ya supera los 1,3 millones de publicaciones, mientras TikTok se convierte en un catálogo de caligrafía y lacre. No se trata de enviar un texto; es un “ritual pausado” donde cuenta tanto el contenido como el continente.
La neuropsicología explica este retorno con una claridad meridiana. Según la psicóloga Noelia Barroso, entrevistada por El Español, mientras que la notificación digital dispara un pulso de dopamina rápido y volátil, la espera de una carta activa procesos multisensoriales que generan picos de oxitocina mucho más estables. El peso del papel y su aroma vinculan memorias profundas que el píxel simplemente ignora.
Este fenómeno es, en esencia, una medida de salud mental. El informe Tunheim señala que el 44% de los jóvenes ha reducido su tiempo de pantalla por puro agotamiento, buscando en el correo postal un necesario “digital detox”. La experta Victoria López, en la revista Hola, lo define como una forma de “presencia constante”: un objeto físico que habita en una estantería y que, a diferencia de un chat, posee una masa y una textura que lo hacen indestructible frente al olvido.
Un amor a lo tangible
Esta “nostalgia histórica” por épocas que no vivieron es una brújula emocional hacia la autenticidad que el algoritmo ha desgastado. El impacto es tal que el mercado se está transformando. Pinterest Predicts 2026 indica que las búsquedas de “sellos bonitos” han subido un 105% y que la escritura de cartas será considerada un “arte performativo”.
Sin embargo, el camino es desigual. Mientras en Estados Unidos el 31% de los jóvenes confía en el correo por seguridad, en Europa vivimos contrastes radicales. Dinamarca ha dejado de repartir cartas tras 400 años debido a la digitalización extrema, pero, aun así, los jóvenes daneses envían tres veces más cartas que el resto de la población a través de empresas privadas, según The Guardian.
Incluso la conexión con nuestro propio futuro ha cambiado. Herramientas como FutureMe o Letter to Yourself permiten enviarse mensajes a uno mismo a diez años vista. Es un ejercicio de “optimismo realista” para conectar con el presente y relativizar las crisis actuales, una forma de “dejar huella”. Al final, la Generación Z no es tecnófoba; simplemente son los primeros en entender que la tecnología es un medio, no un fin. Según el sociólogo Narciso Michavila en La Vanguardia, buscan lo físico porque la hiperdigitalización ya no les sorprende; es su estado natural y, por tanto, carece del valor de lo extraordinario.
Esa necesidad de tocar el recuerdo se ha cristalizado en una práctica más que arrasa en redes: el junk journaling. No es solo coleccionar papeles; es, como explica WeLife, el arte de convertir el reciclaje en un diario personal para reconectar con uno mismo. El New York Times recoge cómo jóvenes entusiastas rescatan desde multas de tráfico hasta tickets de museos o envoltorios de pan por su valor estético. “Es un desafío encontrar cosas que normalmente tiraría y usarlas de forma divertida”, explican sus practicantes. En un mundo consumido por las pantallas, el junk journal obliga a las manos a quietarse y abrazar el silencio de recortar y pegar, creando cápsulas del tiempo físicas que, a diferencia de la nube, no dependen de un servidor para existir.
En un contexto donde la IA generativa puede redactar miles de correos en segundos, la caligrafía humana se posiciona como el último bastión de lo irrepetible. La carta manuscrita ha dejado de ser un trámite para convertirse en un objeto de resistencia contra la economía de la atención. Algunas cosas no pasan de moda, solo esperan a que volvamos a necesitarlas. Hoy, en 2025, parece que la Gen Z ha encontrado en un sobre cerrado la calma que la fibra óptica no supo darles.
Imagen | Freepik
–
La noticia
Estamos tan enganchados a los smartphone que la Gen Z ha encontrado su propio “detox”: volver a enviar cartas
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Alba Otero
.
Recuerdo perfectamente la primera carta que escribí. Mi mejor amiga se había mudado a un pueblo de Ciudad Real y la distancia, en aquel entonces, se medía en el tiempo que nuestros padres nos permitían ocupar la línea telefónica. No podíamos pasar horas al teléfono, así que decidimos contarnos la vida por correo. Cada semana, una misiva. Aquel intercambio de sobres duró lo que tardamos en tener una torre de ordenador y acceso a internet.
Entonces llegó la gran migración: Messenger, Fotolog, Tuenti, Facebook, Instagram, WhatsApp… Hoy nos enviamos fotos en tiempo real y hacemos videollamadas. Si alguien les hubiera dicho a aquellas dos niñas que la tecnología sería el pegamento de su amistad, no lo habrían creído. En pleno 2025, la historia parece estar cerrando un círculo inesperado. Vivimos en la era de la inmediatez, donde los mensajes de WhatsApp conviven con correos electrónicos saturados que piden clemencia bajo la coletilla ASAP (tan pronto como sea posible). La saturación es tal que el almacenamiento del teléfono avisa cada poco tiempo que no hay espacio, mientras los mensajes se entremezclan con alertas, recordatorios y el ruido blanco de un mundo hiperconectado.
Frente a este “latir desacompasado de la prisa digital”, la Generación Z ha rescatado el hábito de ser penpals o amigos por correspondencia. Datos de Stamps.com revelan que casi el 48% de esta generación envía correspondencia física al menos una vez al mes, rompiendo el mito del joven incapaz de despegarse de la pantalla. En Instagram, el hashtag #penpal ya supera los 1,3 millones de publicaciones, mientras TikTok se convierte en un catálogo de caligrafía y lacre. No se trata de enviar un texto; es un “ritual pausado” donde cuenta tanto el contenido como el continente.
En Xataka
No contentos con saturarte el correo electrónico, el spam y las estafas están llegando ahora a tu buzón de correos
La neuropsicología explica este retorno con una claridad meridiana. Según la psicóloga Noelia Barroso, entrevistada por El Español, mientras que la notificación digital dispara un pulso de dopamina rápido y volátil, la espera de una carta activa procesos multisensoriales que generan picos de oxitocina mucho más estables. El peso del papel y su aroma vinculan memorias profundas que el píxel simplemente ignora.
Este fenómeno es, en esencia, una medida de salud mental. El informe Tunheim señala que el 44% de los jóvenes ha reducido su tiempo de pantalla por puro agotamiento, buscando en el correo postal un necesario “digital detox”. La experta Victoria López, en la revista Hola, lo define como una forma de “presencia constante”: un objeto físico que habita en una estantería y que, a diferencia de un chat, posee una masa y una textura que lo hacen indestructible frente al olvido.
Un amor a lo tangible
Esta “nostalgia histórica” por épocas que no vivieron es una brújula emocional hacia la autenticidad que el algoritmo ha desgastado. El impacto es tal que el mercado se está transformando. Pinterest Predicts 2026 indica que las búsquedas de “sellos bonitos” han subido un 105% y que la escritura de cartas será considerada un “arte performativo”.
Sin embargo, el camino es desigual. Mientras en Estados Unidos el 31% de los jóvenes confía en el correo por seguridad, en Europa vivimos contrastes radicales. Dinamarca ha dejado de repartir cartas tras 400 años debido a la digitalización extrema, pero, aun así, los jóvenes daneses envían tres veces más cartas que el resto de la población a través de empresas privadas, según The Guardian.
Incluso la conexión con nuestro propio futuro ha cambiado. Herramientas como FutureMe o Letter to Yourself permiten enviarse mensajes a uno mismo a diez años vista. Es un ejercicio de “optimismo realista” para conectar con el presente y relativizar las crisis actuales, una forma de “dejar huella”. Al final, la Generación Z no es tecnófoba; simplemente son los primeros en entender que la tecnología es un medio, no un fin. Según el sociólogo Narciso Michavila en La Vanguardia, buscan lo físico porque la hiperdigitalización ya no les sorprende; es su estado natural y, por tanto, carece del valor de lo extraordinario.
Esa necesidad de tocar el recuerdo se ha cristalizado en una práctica más que arrasa en redes: el junk journaling. No es solo coleccionar papeles; es, como explica WeLife, el arte de convertir el reciclaje en un diario personal para reconectar con uno mismo. El New York Times recoge cómo jóvenes entusiastas rescatan desde multas de tráfico hasta tickets de museos o envoltorios de pan por su valor estético. “Es un desafío encontrar cosas que normalmente tiraría y usarlas de forma divertida”, explican sus practicantes. En un mundo consumido por las pantallas, el junk journal obliga a las manos a quietarse y abrazar el silencio de recortar y pegar, creando cápsulas del tiempo físicas que, a diferencia de la nube, no dependen de un servidor para existir.
En un contexto donde la IA generativa puede redactar miles de correos en segundos, la caligrafía humana se posiciona como el último bastión de lo irrepetible. La carta manuscrita ha dejado de ser un trámite para convertirse en un objeto de resistencia contra la economía de la atención. Algunas cosas no pasan de moda, solo esperan a que volvamos a necesitarlas. Hoy, en 2025, parece que la Gen Z ha encontrado en un sobre cerrado la calma que la fibra óptica no supo darles.
Imagen | Freepik
Xataka | Harvard compró una copia barata de la Carta Magna en 1946. Acaban de descubrir que tenían un tesoro que vale una fortuna
– La noticia
Estamos tan enganchados a los smartphone que la Gen Z ha encontrado su propio “detox”: volver a enviar cartas
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Alba Otero
.

