Ciencia y Tecnología
Primero fue Finlandia, ahora lo ha confirmado EEUU: cuando termine la guerra en Ucrania, Rusia tiene un plan para Europa
Hace una semana y en medio de las negociaciones de paz que Estados Unidos ha tratado de liderar entre Rusia y Ucrania, el presidente de Finlandia lanzaba una advertencia al viejo continente. Si la paz se da en Europa del este, será el final de la guerra, pero también, posiblemente, el principio de otra.
Ahora ha sido la inteligencia de Washington la que parece estar en la misma línea.
El objetivo final. Contaba esta semana Reuters que los informes de inteligencia de Estados Unidos llevan más de dos años transmitiendo un mensaje poco tranquilizador: los objetivos de Putin en Ucrania no se han moderado ni se han reducido, pese al desgaste militar, las sanciones económicas y las conversaciones diplomáticas en marcha.
Desde el inicio de la invasión a gran escala en 2022, la evaluación de las agencias estadounidenses ha sido que el Kremlin aspira a someter a toda Ucrania y, más allá de eso, a restaurar una esfera de influencia sobre territorios que formaron parte del antiguo bloque soviético, incluidos países que hoy integran la OTAN. Esa lectura no es puntual ni coyuntural, sino una línea de análisis sostenida en el tiempo que coincide ampliamente con las conclusiones de los servicios de inteligencia europeos y con la percepción estratégica de países especialmente expuestos como Polonia o los Estados bálticos, que se consideran los siguientes objetivos potenciales si Moscú logra consolidar su posición en Ucrania.
Entre la inteligencia y el discurso. Este diagnóstico choca de frente con la narrativa impulsada por Trump y su equipo negociador, que sostienen que Putin desea poner fin al conflicto y que un acuerdo de paz estaría más cerca que nunca. Para los analistas de inteligencia, esa visión ignora tanto las declaraciones públicas del propio líder ruso como la lógica de sus acciones militares y políticas. Desde Washington se subraya que Putin ha negado reiteradamente ser una amenaza para Europa, pero los hechos (la anexión de territorios, la presión militar sostenida y la negativa a renunciar a reivindicaciones maximalistas) contradicen ese discurso.
Incluso voces dentro del Congreso estadounidense, como la del congresista demócrata Mike Quigley, miembro del Comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes, han insistido en que la convicción de que Rusia “quiere más” es compartida por aliados clave en Europa y se basa en información sólida, no en suposiciones.

El control territorial. En el terreno, Rusia controla aproximadamente el 20% del territorio ucraniano. Ese dominio incluye casi la totalidad de las provincias de Luhansk y Donetsk, el corazón industrial del Donbás, amplias zonas de Zaporiyia y Jersón, y la península de Crimea, un enclave estratégico en el mar Negro.
Putin no presenta estas conquistas como provisionales ni negociables: ha declarado formalmente que Crimea y las cuatro provincias ocupadas pertenecen a Rusia, una afirmación que fija una línea roja clara para cualquier negociación. Esta postura convierte el debate territorial en el principal escollo de los contactos diplomáticos, ya que aceptar esas demandas supondría, de facto, legitimar una guerra de anexión y sentar un precedente peligroso para el orden europeo posterior a la Guerra Fría.
Presión sobre Kiev. En ese contexto, la presión de Washington sobre Kiev ha ido en aumento. Según fuentes conocedoras de las conversaciones, la propuesta estadounidense incluiría que Ucrania retirase sus fuerzas de las zonas de Donetsk que aún controla, como parte de un acuerdo de paz. Para Volodímir Zelenskiy y para la mayoría de la sociedad ucraniana, esa concesión resulta inaceptable.
No solo implicaría ceder territorio soberano bajo coacción militar, sino que pondría en duda la viabilidad futura del Estado ucraniano y su capacidad para defenderse de una nueva agresión. Desde Kiev se insiste en que cualquier acuerdo que no incluya garantías de seguridad reales y creíbles equivaldría a congelar el conflicto en términos favorables a Moscú, dejando abierta la puerta a una reanudación de la guerra cuando Rusia se sienta más fuerte.

La seguridad: el gran debate. Las negociaciones lideradas por el entorno de Trump, con figuras como Jared Kushner y Steve Witkoff, han avanzado en la definición de un paquete de garantías de seguridad respaldadas por Estados Unidos y aceptadas en líneas generales por Ucrania y varios países europeos. Estas garantías contemplarían el despliegue de una fuerza de seguridad mayoritariamente europea en países vecinos y en zonas de Ucrania alejadas del frente, con el objetivo de disuadir y responder a futuras agresiones rusas.
El esquema incluiría también un límite al tamaño del ejército ucraniano, fijado en torno a los 800.000 efectivos, aunque Moscú presiona para reducirlo aún más, una demanda ante la que algunos negociadores estadounidenses se muestran abiertos. A ello se sumarían apoyo de inteligencia por parte de Estados Unidos, patrullas aéreas respaldadas por Washington y la ratificación del acuerdo por el Senado estadounidense, lo que en teoría dotaría al compromiso de mayor solidez política.
Desconfianza e incógnita rusa. Pese a estos avances, Zelenskiy ha expresado públicamente sus dudas sobre la eficacia real de esas garantías, preguntándose qué impediría en la práctica que Rusia volviera a atacar. La incertidumbre se agrava porque Putin ha rechazado de forma reiterada la presencia de tropas extranjeras en Ucrania, incluso como parte de un acuerdo de paz.
En paralelo, el líder ruso no ha ofrecido señales de flexibilidad: aunque se declara dispuesto a hablar de paz, insiste en que sus condiciones deben cumplirse y presume de los avances territoriales logrados por sus fuerzas, que cifra en unos 6.000 kilómetros cuadrados en el último año. La falta de una respuesta clara de Washington a estas exigencias alimenta la percepción de que Moscú podría estar utilizando las conversaciones como una herramienta táctica para ganar tiempo y consolidar posiciones.
Riesgo estratégico. Desde la Oficina del Director de Inteligencia Nacional se ha matizado que Rusia, en su estado actual, carece de la capacidad militar para conquistar toda Ucrania o para lanzar una ofensiva a gran escala contra Europa. Sin embargo, los propios informes subrayan que la falta de capacidad inmediata no equivale a una renuncia estratégica. La intención política de Putin, según la inteligencia estadounidense, sigue siendo expansiva, y su cálculo parece orientado a una guerra larga, en la que el desgaste de Ucrania y la fatiga política de Occidente jueguen a su favor.
Esa combinación de ambición intacta y paciencia estratégica es lo que explica la cautela (si se quiere también, escepticismo) de los servicios de inteligencia frente a cualquier acuerdo que no límite de forma efectiva el poder militar ruso y no garantice la seguridad de Ucrania a largo plazo.
Un conflicto que trasciende. En definitiva, lo que revelan estos informes es que la guerra no se limita al control de unas provincias concretas, sino que forma parte de una confrontación más amplia sobre el orden de seguridad europeo. Para Moscú, Ucrania es tanto un objetivo territorial como un símbolo: su sometimiento reforzaría la idea de que las fronteras pueden redibujarse por la fuerza y de que las garantías occidentales tienen límites.
Para Estados Unidos y sus aliados, aceptar un acuerdo que deje intactas las ambiciones de Putin supondría asumir un riesgo estratégico que va mucho más allá de Kiev. Quizás por eso, pese al ruido diplomático y los mensajes optimistas, la inteligencia estadounidense insiste en una advertencia clara: mientras no cambien los objetivos del Kremlin, la paz, si llega, será frágil y provisional.
Imagen | Ministry of Defense of Ukraine
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Primero fue Finlandia, ahora lo ha confirmado EEUU: cuando termine la guerra en Ucrania, Rusia tiene un plan para Europa
fue publicada originalmente en
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por
Miguel Jorge
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Hace una semana y en medio de las negociaciones de paz que Estados Unidos ha tratado de liderar entre Rusia y Ucrania, el presidente de Finlandia lanzaba una advertencia al viejo continente. Si la paz se da en Europa del este, será el final de la guerra, pero también, posiblemente, el principio de otra.
Ahora ha sido la inteligencia de Washington la que parece estar en la misma línea.
El objetivo final. Contaba esta semana Reuters que los informes de inteligencia de Estados Unidos llevan más de dos años transmitiendo un mensaje poco tranquilizador: los objetivos de Putin en Ucrania no se han moderado ni se han reducido, pese al desgaste militar, las sanciones económicas y las conversaciones diplomáticas en marcha.
Desde el inicio de la invasión a gran escala en 2022, la evaluación de las agencias estadounidenses ha sido que el Kremlin aspira a someter a toda Ucrania y, más allá de eso, a restaurar una esfera de influencia sobre territorios que formaron parte del antiguo bloque soviético, incluidos países que hoy integran la OTAN. Esa lectura no es puntual ni coyuntural, sino una línea de análisis sostenida en el tiempo que coincide ampliamente con las conclusiones de los servicios de inteligencia europeos y con la percepción estratégica de países especialmente expuestos como Polonia o los Estados bálticos, que se consideran los siguientes objetivos potenciales si Moscú logra consolidar su posición en Ucrania.
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Incluso voces dentro del Congreso estadounidense, como la del congresista demócrata Mike Quigley, miembro del Comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes, han insistido en que la convicción de que Rusia “quiere más” es compartida por aliados clave en Europa y se basa en información sólida, no en suposiciones.
El control territorial. En el terreno, Rusia controla aproximadamente el 20% del territorio ucraniano. Ese dominio incluye casi la totalidad de las provincias de Luhansk y Donetsk, el corazón industrial del Donbás, amplias zonas de Zaporiyia y Jersón, y la península de Crimea, un enclave estratégico en el mar Negro.
Putin no presenta estas conquistas como provisionales ni negociables: ha declarado formalmente que Crimea y las cuatro provincias ocupadas pertenecen a Rusia, una afirmación que fija una línea roja clara para cualquier negociación. Esta postura convierte el debate territorial en el principal escollo de los contactos diplomáticos, ya que aceptar esas demandas supondría, de facto, legitimar una guerra de anexión y sentar un precedente peligroso para el orden europeo posterior a la Guerra Fría.
Presión sobre Kiev. En ese contexto, la presión de Washington sobre Kiev ha ido en aumento. Según fuentes conocedoras de las conversaciones, la propuesta estadounidense incluiría que Ucrania retirase sus fuerzas de las zonas de Donetsk que aún controla, como parte de un acuerdo de paz. Para Volodímir Zelenskiy y para la mayoría de la sociedad ucraniana, esa concesión resulta inaceptable.
No solo implicaría ceder territorio soberano bajo coacción militar, sino que pondría en duda la viabilidad futura del Estado ucraniano y su capacidad para defenderse de una nueva agresión. Desde Kiev se insiste en que cualquier acuerdo que no incluya garantías de seguridad reales y creíbles equivaldría a congelar el conflicto en términos favorables a Moscú, dejando abierta la puerta a una reanudación de la guerra cuando Rusia se sienta más fuerte.
La seguridad: el gran debate. Las negociaciones lideradas por el entorno de Trump, con figuras como Jared Kushner y Steve Witkoff, han avanzado en la definición de un paquete de garantías de seguridad respaldadas por Estados Unidos y aceptadas en líneas generales por Ucrania y varios países europeos. Estas garantías contemplarían el despliegue de una fuerza de seguridad mayoritariamente europea en países vecinos y en zonas de Ucrania alejadas del frente, con el objetivo de disuadir y responder a futuras agresiones rusas.
El esquema incluiría también un límite al tamaño del ejército ucraniano, fijado en torno a los 800.000 efectivos, aunque Moscú presiona para reducirlo aún más, una demanda ante la que algunos negociadores estadounidenses se muestran abiertos. A ello se sumarían apoyo de inteligencia por parte de Estados Unidos, patrullas aéreas respaldadas por Washington y la ratificación del acuerdo por el Senado estadounidense, lo que en teoría dotaría al compromiso de mayor solidez política.
Desconfianza e incógnita rusa. Pese a estos avances, Zelenskiy ha expresado públicamente sus dudas sobre la eficacia real de esas garantías, preguntándose qué impediría en la práctica que Rusia volviera a atacar. La incertidumbre se agrava porque Putin ha rechazado de forma reiterada la presencia de tropas extranjeras en Ucrania, incluso como parte de un acuerdo de paz.
En paralelo, el líder ruso no ha ofrecido señales de flexibilidad: aunque se declara dispuesto a hablar de paz, insiste en que sus condiciones deben cumplirse y presume de los avances territoriales logrados por sus fuerzas, que cifra en unos 6.000 kilómetros cuadrados en el último año. La falta de una respuesta clara de Washington a estas exigencias alimenta la percepción de que Moscú podría estar utilizando las conversaciones como una herramienta táctica para ganar tiempo y consolidar posiciones.
Riesgo estratégico. Desde la Oficina del Director de Inteligencia Nacional se ha matizado que Rusia, en su estado actual, carece de la capacidad militar para conquistar toda Ucrania o para lanzar una ofensiva a gran escala contra Europa. Sin embargo, los propios informes subrayan que la falta de capacidad inmediata no equivale a una renuncia estratégica. La intención política de Putin, según la inteligencia estadounidense, sigue siendo expansiva, y su cálculo parece orientado a una guerra larga, en la que el desgaste de Ucrania y la fatiga política de Occidente jueguen a su favor.
Esa combinación de ambición intacta y paciencia estratégica es lo que explica la cautela (si se quiere también, escepticismo) de los servicios de inteligencia frente a cualquier acuerdo que no límite de forma efectiva el poder militar ruso y no garantice la seguridad de Ucrania a largo plazo.
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Para Estados Unidos y sus aliados, aceptar un acuerdo que deje intactas las ambiciones de Putin supondría asumir un riesgo estratégico que va mucho más allá de Kiev. Quizás por eso, pese al ruido diplomático y los mensajes optimistas, la inteligencia estadounidense insiste en una advertencia clara: mientras no cambien los objetivos del Kremlin, la paz, si llega, será frágil y provisional.
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por
Miguel Jorge
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