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La guerra híbrida en Europa ha cruzado una línea roja: los drones han llegado a los submarinos nucleares de Francia

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La guerra híbrida en Europa ha cruzado una línea roja: los drones han llegado a los submarinos nucleares de Francia

Lo que comenzó hace más o menos un año de forma dubitativa ha pasado a ser una certeza: Europa ha entrado en una fase nueva de confrontación híbrida, una donde las líneas tradicionales de defensa se vuelven insuficientes frente a un abanico de tácticas que combina tecnología barata, actores encubiertos y una estrategia deliberada para saturar a los estados con amenazas ambiguas

La última barrera que se ha saltado es, quizás, la más peligrosa. 

Mutación inquietante. El reciente sobrevuelo de drones sobre la base de submarinos nucleares de Île Longue, en Francia, y la declaración inmediata hace unas horas del estado de emergencia en Lituania por globos procedentes de Bielorrusia, no son incidentes aislados sino manifestaciones de un patrón creciente que busca explorar vulnerabilidades, desbordar sistemas de alerta y exponer la fragilidad de la seguridad europea. 

Ambos episodios muestran hasta qué punto la guerra híbrida ha dejado de ser una abstracción para convertirse en una realidad operacional que afecta a la aviación civil, la infraestructura nuclear y la estabilidad política en la frontera oriental de la Unión Europea.

Drones sobre la disuasión nuclear. Que cinco drones de origen desconocido lograran merodear el fin de semana sobre Île Longue, la instalación más sensible del aparato de disuasión francés, marcó un punto de inflexión. Esta base alberga los cuatro submarinos balísticos nucleares de la Marina francesa, el núcleo de la capacidad “de segundo golpe” del país. La respuesta militar fue inmediata: despliegue de unidades, contraataques electrónicos mediante interferidores y la activación del protocolo de alerta para instalaciones estratégicas. 

Ocurre que ningún dron fue neutralizado ni se identificó a sus operadores, lo que incrementa la sensación, una vez más, de una amenaza que opera deliberadamente en la penumbra. Francia ya había registrado incursiones similares, pero la coincidencia temporal con otras en Europa y el uso sistemático de drones cerca de bases con armamento nuclear refuerzan la sospecha de que estas maniobras buscan testar los tiempos de respuesta, cartografiar patrones defensivos y, sobre todo, generar un clima de inquietud tanto entre los responsables militares como entre la población. 

Bola extra. Aunque la fiscalía francesa insiste en que no hay pruebas de injerencia extranjera, el contexto estratégico apunta hacia algo más que vuelos fortuitos: desde Irlanda hasta Dinamarca, pasando por Países Bajos y Alemania, han proliferado incursiones anónimas sobre aeropuertos, bases aéreas y zonas de seguridad reforzada, muchas de ellas documentadas por autoridades militares que no descartan la mano de Moscú.

Dronewar

Una vulnerabilidad y la presión del espacio aéreo. El episodio en Irlanda, donde varios drones de corte militar aparecieron en el corredor aéreo previsto para el aterrizaje del presidente ucraniano Volodímir Zelenski, elevó aún más la alarma. La razón: Irlanda carece de radares operativos, no dispone de protocolos sólidos para clasificar amenazas aéreas y tiene capacidades mínimas para contrarrestar drones, un vacío estratégico que quedó expuesto ante una posible operación diseñada para subrayar debilidades nacionales. 

En un continente donde los drones ya han obligado a cerrar aeropuertos en repetidas ocasiones, el incidente irlandés encaja en una secuencia de acciones que buscan demostrar que cualquier país, incluso uno que no participa militarmente en la guerra, puede ser vulnerable. Expertos irlandeses advierten que, independientemente de la autoría, la confusión generada y la incapacidad de reaccionar con claridad representan una victoria para cualquier actor que pretenda erosionar la cohesión europea.

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Un funcionario inspecciona un globo utilizado para transportar cigarrillos, en una fotografía sin fecha publicada por el Servicio Estatal de Guardia de Fronteras de Lituania

Los globos desde Bielorrusia. En paralelo, hace escasas horas Lituania se ha visto obligada a declarar el estado de emergencia ante la llegada constante de globos meteorológicos procedentes de Bielorrusia. A primera vista, estos artefactos parecen inofensivos, meros portadores de contrabando. Pero en la lógica de la guerra híbrida, lo importante no es tanto la sofisticación del medio sino su capacidad para obligar a una respuesta estatal desproporcionada. 

Los globos han invadido el espacio aéreo lituano, han obligado a cerrar repetidamente el aeropuerto de Vilna y han introducido riesgos concretos para la aviación civil, forzando a las autoridades a movilizar recursos civiles, policiales y militares. 

Una guerra de desgaste. Para Lituania, un país fronterizo tanto con Bielorrusia como con el enclave ruso de Kaliningrado, estos incidentes no se perciben como sucesos menores, sino como parte de una estrategia de desgaste destinada a saturar su capacidad de vigilancia y subrayar su exposición. Tras meses de incursiones de drones, ciberataques y guerra electrónica, Vilna interpreta los globos como un peldaño más en una escalada calculada que utiliza medios baratos para obtener efectos estratégicos.

Señales y una fase más agresiva. Si se quiere también, lo que conecta drones sobre submarinos nucleares franceses, artefactos no identificados sobre Irlanda y globos contrabandistas que obligan a un país entero a activar un estado de emergencia es su función estratégica: demostrar que Europa puede ser desestabilizada con herramientas simples, difíciles de atribuir y capaces de generar un coste psicológico, económico y político considerable. 

Hasta ahora, cada incidente por separado puede minimizarse, pero en conjunto dibujan un mapa de presiones simultáneas sobre el espacio aéreo europeo, sobre infraestructuras críticas y sobre la cohesión institucional de la UE. Francia habla ya abiertamente de una “confrontación híbrida”, Dinamarca atribuye algunos incidentes a “amenazas híbridas” de origen probable ruso y los países bálticos consideran cada acción un ensayo de desestabilización. El resultado es una Europa que reconoce el peligro, pero que aún está lejos de una respuesta unificada capaz de atajar una amenaza que prospera precisamente en la ambigüedad, la proliferación de incidentes pequeños y la dificultad para demostrar una autoría directa.

Un umbral inédito. Lo que sí parece meridianamente claro es que el conjunto de estos episodios revela que Europa transita un umbral donde la seguridad convencional ya no basta. La guerra híbrida rusa (o, al menos, la percepción generalizada de su avance) se manifiesta ahora en formas que alteran la vida civil, comprometen activos nucleares y desbordan a los aparatos estatales allí donde son más vulnerables. 

La presencia de drones sobre una base que alberga la disuasión nuclear francesa y la necesidad de que Lituania active poderes extraordinarios para detener globos improvisados son señales de una misma tendencia: el adversario no necesita victorias espectaculares para causar daño porque le basta con multiplicar amenazas ambiguas hasta erosionar la estabilidad. 

Quizás por ello, la gran pregunta lleva tanto tiempo sobre la mesa: cómo responder a una guerra que rara vez se declara pero que cada día perfora un poco más el espacio aéreo, la infraestructura crítica y, en último término, la tranquilidad estratégica.

Imagen | PXHere, Lithuanian State Border Guard Service

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La guerra híbrida en Europa ha cruzado una línea roja: los drones han llegado a los submarinos nucleares de Francia

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Miguel Jorge

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​Lo que comenzó hace más o menos un año de forma dubitativa ha pasado a ser una certeza: Europa ha entrado en una fase nueva de confrontación híbrida, una donde las líneas tradicionales de defensa se vuelven insuficientes frente a un abanico de tácticas que combina tecnología barata, actores encubiertos y una estrategia deliberada para saturar a los estados con amenazas ambiguas. 

La última barrera que se ha saltado es, quizás, la más peligrosa. 

Mutación inquietante. El reciente sobrevuelo de drones sobre la base de submarinos nucleares de Île Longue, en Francia, y la declaración inmediata hace unas horas del estado de emergencia en Lituania por globos procedentes de Bielorrusia, no son incidentes aislados sino manifestaciones de un patrón creciente que busca explorar vulnerabilidades, desbordar sistemas de alerta y exponer la fragilidad de la seguridad europea. 

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Drones sobre la disuasión nuclear. Que cinco drones de origen desconocido lograran merodear el fin de semana sobre Île Longue, la instalación más sensible del aparato de disuasión francés, marcó un punto de inflexión. Esta base alberga los cuatro submarinos balísticos nucleares de la Marina francesa, el núcleo de la capacidad “de segundo golpe” del país. La respuesta militar fue inmediata: despliegue de unidades, contraataques electrónicos mediante interferidores y la activación del protocolo de alerta para instalaciones estratégicas. 
Ocurre que ningún dron fue neutralizado ni se identificó a sus operadores, lo que incrementa la sensación, una vez más, de una amenaza que opera deliberadamente en la penumbra. Francia ya había registrado incursiones similares, pero la coincidencia temporal con otras en Europa y el uso sistemático de drones cerca de bases con armamento nuclear refuerzan la sospecha de que estas maniobras buscan testar los tiempos de respuesta, cartografiar patrones defensivos y, sobre todo, generar un clima de inquietud tanto entre los responsables militares como entre la población. 
Bola extra. Aunque la fiscalía francesa insiste en que no hay pruebas de injerencia extranjera, el contexto estratégico apunta hacia algo más que vuelos fortuitos: desde Irlanda hasta Dinamarca, pasando por Países Bajos y Alemania, han proliferado incursiones anónimas sobre aeropuertos, bases aéreas y zonas de seguridad reforzada, muchas de ellas documentadas por autoridades militares que no descartan la mano de Moscú.

Una vulnerabilidad y la presión del espacio aéreo. El episodio en Irlanda, donde varios drones de corte militar aparecieron en el corredor aéreo previsto para el aterrizaje del presidente ucraniano Volodímir Zelenski, elevó aún más la alarma. La razón: Irlanda carece de radares operativos, no dispone de protocolos sólidos para clasificar amenazas aéreas y tiene capacidades mínimas para contrarrestar drones, un vacío estratégico que quedó expuesto ante una posible operación diseñada para subrayar debilidades nacionales. 
En un continente donde los drones ya han obligado a cerrar aeropuertos en repetidas ocasiones, el incidente irlandés encaja en una secuencia de acciones que buscan demostrar que cualquier país, incluso uno que no participa militarmente en la guerra, puede ser vulnerable. Expertos irlandeses advierten que, independientemente de la autoría, la confusión generada y la incapacidad de reaccionar con claridad representan una victoria para cualquier actor que pretenda erosionar la cohesión europea.

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Los globos desde Bielorrusia. En paralelo, hace escasas horas Lituania se ha visto obligada a declarar el estado de emergencia ante la llegada constante de globos meteorológicos procedentes de Bielorrusia. A primera vista, estos artefactos parecen inofensivos, meros portadores de contrabando. Pero en la lógica de la guerra híbrida, lo importante no es tanto la sofisticación del medio sino su capacidad para obligar a una respuesta estatal desproporcionada. 
Los globos han invadido el espacio aéreo lituano, han obligado a cerrar repetidamente el aeropuerto de Vilna y han introducido riesgos concretos para la aviación civil, forzando a las autoridades a movilizar recursos civiles, policiales y militares. 
Una guerra de desgaste. Para Lituania, un país fronterizo tanto con Bielorrusia como con el enclave ruso de Kaliningrado, estos incidentes no se perciben como sucesos menores, sino como parte de una estrategia de desgaste destinada a saturar su capacidad de vigilancia y subrayar su exposición. Tras meses de incursiones de drones, ciberataques y guerra electrónica, Vilna interpreta los globos como un peldaño más en una escalada calculada que utiliza medios baratos para obtener efectos estratégicos.

Señales y una fase más agresiva. Si se quiere también, lo que conecta drones sobre submarinos nucleares franceses, artefactos no identificados sobre Irlanda y globos contrabandistas que obligan a un país entero a activar un estado de emergencia es su función estratégica: demostrar que Europa puede ser desestabilizada con herramientas simples, difíciles de atribuir y capaces de generar un coste psicológico, económico y político considerable. 

Hasta ahora, cada incidente por separado puede minimizarse, pero en conjunto dibujan un mapa de presiones simultáneas sobre el espacio aéreo europeo, sobre infraestructuras críticas y sobre la cohesión institucional de la UE. Francia habla ya abiertamente de una “confrontación híbrida”, Dinamarca atribuye algunos incidentes a “amenazas híbridas” de origen probable ruso y los países bálticos consideran cada acción un ensayo de desestabilización. El resultado es una Europa que reconoce el peligro, pero que aún está lejos de una respuesta unificada capaz de atajar una amenaza que prospera precisamente en la ambigüedad, la proliferación de incidentes pequeños y la dificultad para demostrar una autoría directa.

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Quizás por ello, la gran pregunta lleva tanto tiempo sobre la mesa: cómo responder a una guerra que rara vez se declara pero que cada día perfora un poco más el espacio aéreo, la infraestructura crítica y, en último término, la tranquilidad estratégica.

Imagen | PXHere, Lithuanian State Border Guard Service

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La guerra híbrida en Europa ha cruzado una línea roja: los drones han llegado a los submarinos nucleares de Francia

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Miguel Jorge

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