Ciencia y Tecnología
Ucrania acaba de lograr lo que Europa no ha conseguido en años: tumbar una flota fantasma rusa sin necesidad de humanos
Europa lleva años lidiando con la llamada “flota fantasma” rusa, una red de petroleros envejecidos, mal asegurados y con propietarios opacos que ha sorteado sanciones, apagado transpondedores, manipulado rutas y puesto en riesgo aguas europeas con incidentes, fugas y maniobras peligrosas. Estos barcos han operado al borde de la legalidad para mantener a flote los ingresos energéticos del Kremlin, obligando a Bruselas a reforzar controles marítimos y a varios estados costeros a investigar incidentes sospechosos cerca de infraestructuras críticas.
El nacimiento de una ofensiva. La noche del 28 de noviembre marcó un punto de inflexión silencioso pero decisivo en la guerra que enfrenta a Ucrania y Rusia desde hace casi tres años. A unas decenas de km de la costa turca, lejos del alcance habitual de los sistemas ucranianos y en plena retaguardia logística de Moscú, dos drones navales Sea Baby (sin tripulación, guiados por IA y armados con cargas explosivas de más de una tonelada) irrumpieron a toda velocidad contra dos petroleros de la “flota fantasma” rusa, la red de buques envejecidos y con propiedad opaca que Moscú utiliza para sortear las sanciones occidentales.
Los impactos contra el Kairos y el Virat no solo mostraron un salto tecnológico en el alcance y precisión de los drones navales ucranianos, sino que enviaron un mensaje estratégico a todos los actores del comercio energético mundial: cualquier barco que sostenga las exportaciones rusas puede convertirse en objetivo militar, y Kiev ya no está limitada por el espacio geográfico del norte del mar Negro para imponer ese coste. La ejecución meticulosa de los ataques (apuntando a propulsión y timones para inutilizar, no para hundir) revela hasta qué punto Ucrania está tratando de equilibrar la eficacia militar con el riesgo político ante socios internacionales, consciente de que está golpeando en un terreno económicamente sensible para Turquía, Kazajistán y varias empresas occidentales con intereses energéticos.
Cómo funciona la flota fantasma. La llamada flota fantasma es uno de los pilares que Rusia ha construido desde 2022 para mantener su flujo de ingresos petroleros, reclutando cientos de petroleros con décadas de servicio, aseguradoras dudosas y registros de conveniencia, muchos de ellos bajo banderas africanas como la de Gambia. El Kairos y el Virat, señalados por organismos de sanciones de Estados Unidos, Reino Unido, la UE, Suiza y Canadá, son ejemplos perfectos de esta red: barcos muy viejos, con mantenimiento cuestionable, diseñados para operar en la penumbra jurídica que permite ocultar propietarios reales y rutas.
Su función es clave porque el petróleo continúa siendo la llave financiera del Kremlin: solo en octubre, Rusia ingresó 13.100 millones de dólares por ventas de crudo y derivados, aunque la cifra ya muestra un descenso significativo respecto al año anterior. Dañar estos buques (y sobre todo, mostrar que ningún punto del mar Negro es seguro) convierte cada tránsito en un riesgo calculado. El objetivo final es erosivo: aumentar los costes de seguro, ralentizar la logística, elevar el riesgo percibido por empresas intermediarias y obligarlas a reconsiderar su colaboración con Moscú. El hundimiento del M/T Mersin frente a Senegal, aunque no está demostrado que fuese obra ucraniana, ilustra el deterioro creciente de una flota que opera con estándares mínimos.
La transformación de los Sea Baby. Los Sea Baby se han consolidado como la punta de lanza de una revolución naval ucraniana sin precedentes. Sus primeras versiones actuaban como plataformas explosivas de alcance medio; pero el prototipo actualizado, mostrado por la SBU en octubre, ha multiplicado sus capacidades: 1.500 kilómetros de autonomía, velocidades elevadas, navegación autónoma apoyada en IA y hasta 2.000 kilogramos de carga útil. Ahora pueden operar en cualquier punto del mar Negro, desde Odesa hasta el Bósforo, desde Crimea hasta las rutas globales del petróleo.
Esta expansión subraya una evolución con dos capas simultáneas: Ucrania está destruyendo la hegemonía histórica rusa en el mar Negro, y lo hace sin barcos tradicionales, sin marineros y sin arriesgar vidas, apoyándose en un concepto naval que Moscú no ha conseguido replicar con la misma eficiencia. La combinación de drones, reconocimiento satelital occidental, inteligencia electrónica y plataformas autónomas hace que la marina rusa se vea cada vez más arrinconada, obligada a dispersar flotas, reforzar escoltas y operar con una cautela que reduce su libertad de acción.
Salto geopolítico y mensaje a terceros. Que los golpes se hayan producido a pocos km de la costa turca no es un capricho técnico: significa que Ucrania ha cruzado un umbral simbólico y geopolítico. Por primera vez, ha atacado infraestructura naval rusa en zonas donde el comercio global, la OTAN y el derecho marítimo convergen. Las imágenes verificadas por la BBC muestran drones impactando contra barcos que eran asistidos por guardacostas turcos, en un entorno extremadamente sensible para Ankara.
Turquía reaccionó con un perfil muy bajo, limitándose a apagar incendios y rescatar tripulaciones, consciente de que protestar abiertamente iría contra su difícil equilibrio entre Rusia, la OTAN y su propia agenda regional. Pero el mensaje está ahí: Ucrania ya no se limita a destruir barcos rusos dentro del espacio que Moscú consideraba de control cómodo; ahora puede hostigar el comercio energético incluso cuando surca rutas internacionales. Esto reconfigura los cálculos de aseguradoras, navieras y estados implicados: incluso Kazajistán protestó tras verse afectado el terminal del Consorcio del Oleoducto del Caspio, subrayando que la campaña ucraniana está tocando intereses multinacionales.
Golpear barcos, pero también infraestructura. Un día después del ataque a los petroleros, los Sea Baby atacaron el terminal marino del CPC en Novorossiysk, obligándolo a detener operaciones. Es la tercera vez en pocos meses que Ucrania golpea este enclave crucial. La ecuación emergente es clara: desactivar buques es solo una parte; degradar la infraestructura que permite exportar petróleo, otra aún más destructiva para Moscú.
Ucrania está aplicando una estrategia dual que asfixia el sistema petrolero ruso en ambos extremos: los barcos que transportan el crudo y los puntos donde se cargan. El resultado es una caída prevista del 35% en los ingresos petroleros rusos en noviembre y un impacto fiscal que ya fuerza medidas impopulares como subir el IVA o suspender pagos a veteranos, una señal de que la “economía de guerra” del Kremlin empieza a sentir la presión acumulada.
Un equilibrio político que se desplaza. El deterioro de la flota fantasma no procede únicamente de los ataques ucranianos. Muchos de estos buques, envejecidos y operados sin estándares, representan riesgos crecientes para su propia tripulación y para el medio ambiente. Cada incidente (desde incendios hasta hundimientos espontáneos) aumenta el coste reputacional y operativo de quienes colabora con Moscú.
Mientras tanto, la presión internacional, combinada con una campaña naval ucraniana cada vez más profunda, está alterando el equilibrio diplomático: Kiev está mostrando al mundo que tiene capacidad para encarecer la guerra para Rusia en áreas donde tradicionalmente Moscú se sentía cómoda y fuera de alcance. En un momento en el que Washington duda y algunos sectores del gobierno estadounidense presionan para una negociación favorable al Kremlin, Kiev utiliza el dominio naval por drones para reforzar su posición antes de cualquier mesa de diálogo, señalando que Rusia no tiene el control total del mar Negro, ni siquiera a distancia.
Imagen | Морські дрони Sea Baby
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Ucrania acaba de lograr lo que Europa no ha conseguido en años: tumbar una flota fantasma rusa sin necesidad de humanos
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Miguel Jorge
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Europa lleva años lidiando con la llamada “flota fantasma” rusa, una red de petroleros envejecidos, mal asegurados y con propietarios opacos que ha sorteado sanciones, apagado transpondedores, manipulado rutas y puesto en riesgo aguas europeas con incidentes, fugas y maniobras peligrosas. Estos barcos han operado al borde de la legalidad para mantener a flote los ingresos energéticos del Kremlin, obligando a Bruselas a reforzar controles marítimos y a varios estados costeros a investigar incidentes sospechosos cerca de infraestructuras críticas.
El nacimiento de una ofensiva. La noche del 28 de noviembre marcó un punto de inflexión silencioso pero decisivo en la guerra que enfrenta a Ucrania y Rusia desde hace casi tres años. A unas decenas de km de la costa turca, lejos del alcance habitual de los sistemas ucranianos y en plena retaguardia logística de Moscú, dos drones navales Sea Baby (sin tripulación, guiados por IA y armados con cargas explosivas de más de una tonelada) irrumpieron a toda velocidad contra dos petroleros de la “flota fantasma” rusa, la red de buques envejecidos y con propiedad opaca que Moscú utiliza para sortear las sanciones occidentales.
Los impactos contra el Kairos y el Virat no solo mostraron un salto tecnológico en el alcance y precisión de los drones navales ucranianos, sino que enviaron un mensaje estratégico a todos los actores del comercio energético mundial: cualquier barco que sostenga las exportaciones rusas puede convertirse en objetivo militar, y Kiev ya no está limitada por el espacio geográfico del norte del mar Negro para imponer ese coste. La ejecución meticulosa de los ataques (apuntando a propulsión y timones para inutilizar, no para hundir) revela hasta qué punto Ucrania está tratando de equilibrar la eficacia militar con el riesgo político ante socios internacionales, consciente de que está golpeando en un terreno económicamente sensible para Turquía, Kazajistán y varias empresas occidentales con intereses energéticos.
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Su función es clave porque el petróleo continúa siendo la llave financiera del Kremlin: solo en octubre, Rusia ingresó 13.100 millones de dólares por ventas de crudo y derivados, aunque la cifra ya muestra un descenso significativo respecto al año anterior. Dañar estos buques (y sobre todo, mostrar que ningún punto del mar Negro es seguro) convierte cada tránsito en un riesgo calculado. El objetivo final es erosivo: aumentar los costes de seguro, ralentizar la logística, elevar el riesgo percibido por empresas intermediarias y obligarlas a reconsiderar su colaboración con Moscú. El hundimiento del M/T Mersin frente a Senegal, aunque no está demostrado que fuese obra ucraniana, ilustra el deterioro creciente de una flota que opera con estándares mínimos.
La transformación de los Sea Baby. Los Sea Baby se han consolidado como la punta de lanza de una revolución naval ucraniana sin precedentes. Sus primeras versiones actuaban como plataformas explosivas de alcance medio; pero el prototipo actualizado, mostrado por la SBU en octubre, ha multiplicado sus capacidades: 1.500 kilómetros de autonomía, velocidades elevadas, navegación autónoma apoyada en IA y hasta 2.000 kilogramos de carga útil. Ahora pueden operar en cualquier punto del mar Negro, desde Odesa hasta el Bósforo, desde Crimea hasta las rutas globales del petróleo.
Esta expansión subraya una evolución con dos capas simultáneas: Ucrania está destruyendo la hegemonía histórica rusa en el mar Negro, y lo hace sin barcos tradicionales, sin marineros y sin arriesgar vidas, apoyándose en un concepto naval que Moscú no ha conseguido replicar con la misma eficiencia. La combinación de drones, reconocimiento satelital occidental, inteligencia electrónica y plataformas autónomas hace que la marina rusa se vea cada vez más arrinconada, obligada a dispersar flotas, reforzar escoltas y operar con una cautela que reduce su libertad de acción.
Salto geopolítico y mensaje a terceros. Que los golpes se hayan producido a pocos km de la costa turca no es un capricho técnico: significa que Ucrania ha cruzado un umbral simbólico y geopolítico. Por primera vez, ha atacado infraestructura naval rusa en zonas donde el comercio global, la OTAN y el derecho marítimo convergen. Las imágenes verificadas por la BBC muestran drones impactando contra barcos que eran asistidos por guardacostas turcos, en un entorno extremadamente sensible para Ankara.
Turquía reaccionó con un perfil muy bajo, limitándose a apagar incendios y rescatar tripulaciones, consciente de que protestar abiertamente iría contra su difícil equilibrio entre Rusia, la OTAN y su propia agenda regional. Pero el mensaje está ahí: Ucrania ya no se limita a destruir barcos rusos dentro del espacio que Moscú consideraba de control cómodo; ahora puede hostigar el comercio energético incluso cuando surca rutas internacionales. Esto reconfigura los cálculos de aseguradoras, navieras y estados implicados: incluso Kazajistán protestó tras verse afectado el terminal del Consorcio del Oleoducto del Caspio, subrayando que la campaña ucraniana está tocando intereses multinacionales.
Golpear barcos, pero también infraestructura. Un día después del ataque a los petroleros, los Sea Baby atacaron el terminal marino del CPC en Novorossiysk, obligándolo a detener operaciones. Es la tercera vez en pocos meses que Ucrania golpea este enclave crucial. La ecuación emergente es clara: desactivar buques es solo una parte; degradar la infraestructura que permite exportar petróleo, otra aún más destructiva para Moscú.
Ucrania está aplicando una estrategia dual que asfixia el sistema petrolero ruso en ambos extremos: los barcos que transportan el crudo y los puntos donde se cargan. El resultado es una caída prevista del 35% en los ingresos petroleros rusos en noviembre y un impacto fiscal que ya fuerza medidas impopulares como subir el IVA o suspender pagos a veteranos, una señal de que la “economía de guerra” del Kremlin empieza a sentir la presión acumulada.
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Mientras tanto, la presión internacional, combinada con una campaña naval ucraniana cada vez más profunda, está alterando el equilibrio diplomático: Kiev está mostrando al mundo que tiene capacidad para encarecer la guerra para Rusia en áreas donde tradicionalmente Moscú se sentía cómoda y fuera de alcance. En un momento en el que Washington duda y algunos sectores del gobierno estadounidense presionan para una negociación favorable al Kremlin, Kiev utiliza el dominio naval por drones para reforzar su posición antes de cualquier mesa de diálogo, señalando que Rusia no tiene el control total del mar Negro, ni siquiera a distancia.
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Miguel Jorge
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