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La gran paradoja de EEUU: el mundo no para de pedirle más cazas F-35, pero China le ha cerrado el grifo para construirlos

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La gran paradoja de EEUU: el mundo no para de pedirle más cazas F-35, pero China le ha cerrado el grifo para construirlos

El F-35 Lightning II, el caza más caro y complejo jamás construido, atraviesa un punto crítico en su historia. En septiembre de 2025, un informe de la Oficina de Responsabilidad del Gobierno de Estados Unidos (GAO) reveló que todas las entregas en 2024 llegaron con retraso, acumulando un promedio de 238 días de demora. Ahora, una filtración ha revelado que los retrasos pueden multiplicarse, y China tiene un papel fundamental.

El problema del mayor programa militar. Recordaban hace unos meses en Insider que los retrasos de 2024 tenían una causa principal: el estancamiento del paquete tecnológico Technology Refresh 3 (TR-3), una actualización esencial de hardware y software sobre la que se asienta la modernización del bloque 4, ya con un sobrecoste de 6.000 millones de dólares y cinco años de retraso respecto a lo previsto.

La paradoja era que, pese a los fallos de mantenimiento, las deficiencias en disponibilidad y los costes que ya superan los 2 billones de dólares a lo largo de su vida útil, el F-35 sigue siendo la piedra angular de la defensa aérea estadounidense y de sus aliados. Más de 2.500 unidades siguen en la planificación del Pentágono, mientras la flota actual apenas es “operativa” la mitad del tiempo. 

Más dinero. Lockheed Martin, su contratista principal, continúa recibiendo incentivos incluso por entregas tardías, en un programa que ya no solo enfrenta retrasos técnicos, sino una amenaza mucho más estructural: la dependencia global de su cadena de suministro.

Una red global. El F-35 es, por definición, un avión multinacional. De los más de 1.200 aparatos fabricados hasta la fecha, cerca del 42% de sus componentes se producen fuera de Estados Unidos, en un entramado industrial que involucra a más de una veintena de países. Reino Unido, el único socio de nivel 1, fabrica en Lancashire los fuselajes traseros de todos los F-35 del mundo, además de sus colas, asientos eyectables y parte del código del sistema de guerra electrónica. 

Italia y los Países Bajos ensamblan estructuras y sistemas ópticos, mientras Australia, Canadá, Noruega o Dinamarca aportan secciones del fuselaje, alas o electrónica especializada. Alemania, Japón e Israel también contribuyen con piezas críticas: desde depósitos de combustible hasta visores montados en casco. Este ecosistema, que combina miles de proveedores bajo una supervisión única, ha convertido al F-35 en el mayor proyecto de cooperación industrial de defensa del planeta. 

Image From Rawpixel Id 8727798 Original

La letra pequeña. Pero, pese a la dispersión geográfica, el control total lo conserva Estados Unidos: el Departamento de Defensa y Lockheed Martin guardan con celo el código fuente, las claves de mantenimiento, los algoritmos de sigilo y el sistema logístico ALIS, sin los cuales ningún país puede operar el avión de manera independiente. 

Cada exportación incluye cláusulas que prohíben maniobras conjuntas con sistemas rusos o chinos y permiten a Washington supervisar cada vuelo, cada revisión y cada actualización de software.

Cazas como churros. Para 2025, Lockheed Martin ha apostado por revertir la narrativa de los retrasos con una cifra que refleja tanto ambición como vulnerabilidad: fabricar 200 cazas en un solo año, uno por cada día laborable. En su conferencia de resultados del tercer trimestre, el CEO Jim Taiclet anunció que ya se habían entregado 143 unidades, con una cartera de pedidos valorada en 179 mil millones de dólares, la mayor en la historia de la compañía. 

El auge responde al incremento global del gasto en defensa, con países europeos acelerando su rearme y nuevos compradores (como Finlandia o Japón) incorporando el F-35 como eje central de sus flotas. El avión se ha convertido en una herramienta de disuasión y cohesión entre aliados, un símbolo de interoperabilidad bajo el paraguas de Washington. Pero el éxito industrial oculta una fragilidad estratégica: la compleja red de componentes del F-35 depende, directa o indirectamente, de materiales que casi en su totalidad provienen de China, desde imanes de tierras raras hasta elementos para sensores, servomotores y actuadores críticos.

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El arma silenciosa de Pekín. A través de una exclusiva del Wall Street Journal hemos conocido que, mientras Lockheed Martin celebraba su mejor año de entregas, China movía sus propias piezas con precisión quirúrgica. Pekín anunció la creación de un sistema de “usuarios finales validados” (VEU) para regular la exportación de imanes y metales de tierras raras: materiales imprescindibles tanto para los cazas F-35 como para submarinos, drones o vehículos eléctricos. 

El plan, presentado como una medida de apertura comercial tras la tregua arancelaria entre Xi Jinping y Donald Trump, en realidad apunta a excluir del flujo de exportaciones a cualquier empresa vinculada al complejo militar estadounidense. Dicho de otra forma, las compañías que abastecen al F-35 (desde fabricantes de motores hasta subcontratistas aeroespaciales) van a quedar bloqueadas, mientras se prioriza el suministro a industrias civiles. 

Disuasión estratégica. Con este sistema, Pekín puede cumplir formalmente su promesa de liberalizar el comercio, al tiempo que asfixia a las cadenas críticas del sector defensa norteamericano. La arquitectura del VEU, inspirada en los propios mecanismos de control de exportaciones de Estados Unidos, convierte la política industrial en un instrumento de disuasión estratégica.

El cuello de botella. El control chino sobre las tierras raras (70% de la extracción y más del 90 % del procesamiento mundial) coloca a Washington ante un dilema estructural: su caza más avanzado depende de un recurso monopolizado por su principal rival geopolítico. Aunque la Casa Blanca busca diversificar fuentes mediante acuerdos con países como Kazajistán, Groenlandia o Ucrania, la sustitución de la capacidad china llevará años. 

En los últimos meses, las exportaciones de imanes chinos a Estados Unidos cayeron un 29%, lo que ya ha comenzado a afectar a fabricantes de motores y sistemas de guiado. Si Pekín aplica de forma estricta su nuevo sistema, no solo ralentizaría la producción del F-35, sino que podría interrumpir temporalmente la cadena logística de mantenimiento de flotas ya desplegadas. En ese escenario, el programa que simboliza la supremacía tecnológica occidental se vería condicionado por la dependencia de un enemigo estratégico.

La paradoja de un caza. El F-35 nació como emblema de interoperabilidad y dominio tecnológico, pero su evolución demuestra que la superioridad militar ya no se mide solo en radares o misiles, sino también en acceso a minerales, chips y materiales avanzados. 

A medida que el avión más caro del mundo se ensambla con piezas fabricadas en tres continentes y con imanes procesados en China, su historia se convierte en una metáfora del siglo XXI: una guerra de interdependencias donde cada caza que despega lleva en sus entrañas una dosis de vulnerabilidad global. 

Así, mientras Lockheed Martin intenta mantener su ritmo récord de producción y el Pentágono refuerza su narrativa de liderazgo, el verdadero campo de batalla se libra en las minas, laboratorios y aduanas del planeta, donde la próxima gran crisis de defensa podría no surgir de un misil hipersónico, sino de un cuello de botella industrial.

Imagen | RawPixel, NARA

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La gran paradoja de EEUU: el mundo no para de pedirle más cazas F-35, pero China le ha cerrado el grifo para construirlos

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Miguel Jorge

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​El F-35 Lightning II, el caza más caro y complejo jamás construido, atraviesa un punto crítico en su historia. En septiembre de 2025, un informe de la Oficina de Responsabilidad del Gobierno de Estados Unidos (GAO) reveló que todas las entregas en 2024 llegaron con retraso, acumulando un promedio de 238 días de demora. Ahora, una filtración ha revelado que los retrasos pueden multiplicarse, y China tiene un papel fundamental.

El problema del mayor programa militar. Recordaban hace unos meses en Insider que los retrasos de 2024 tenían una causa principal: el estancamiento del paquete tecnológico Technology Refresh 3 (TR-3), una actualización esencial de hardware y software sobre la que se asienta la modernización del bloque 4, ya con un sobrecoste de 6.000 millones de dólares y cinco años de retraso respecto a lo previsto.

La paradoja era que, pese a los fallos de mantenimiento, las deficiencias en disponibilidad y los costes que ya superan los 2 billones de dólares a lo largo de su vida útil, el F-35 sigue siendo la piedra angular de la defensa aérea estadounidense y de sus aliados. Más de 2.500 unidades siguen en la planificación del Pentágono, mientras la flota actual apenas es “operativa” la mitad del tiempo. 

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Una red global. El F-35 es, por definición, un avión multinacional. De los más de 1.200 aparatos fabricados hasta la fecha, cerca del 42% de sus componentes se producen fuera de Estados Unidos, en un entramado industrial que involucra a más de una veintena de países. Reino Unido, el único socio de nivel 1, fabrica en Lancashire los fuselajes traseros de todos los F-35 del mundo, además de sus colas, asientos eyectables y parte del código del sistema de guerra electrónica. 

Italia y los Países Bajos ensamblan estructuras y sistemas ópticos, mientras Australia, Canadá, Noruega o Dinamarca aportan secciones del fuselaje, alas o electrónica especializada. Alemania, Japón e Israel también contribuyen con piezas críticas: desde depósitos de combustible hasta visores montados en casco. Este ecosistema, que combina miles de proveedores bajo una supervisión única, ha convertido al F-35 en el mayor proyecto de cooperación industrial de defensa del planeta. 

La letra pequeña. Pero, pese a la dispersión geográfica, el control total lo conserva Estados Unidos: el Departamento de Defensa y Lockheed Martin guardan con celo el código fuente, las claves de mantenimiento, los algoritmos de sigilo y el sistema logístico ALIS, sin los cuales ningún país puede operar el avión de manera independiente. 

Cada exportación incluye cláusulas que prohíben maniobras conjuntas con sistemas rusos o chinos y permiten a Washington supervisar cada vuelo, cada revisión y cada actualización de software.

Cazas como churros. Para 2025, Lockheed Martin ha apostado por revertir la narrativa de los retrasos con una cifra que refleja tanto ambición como vulnerabilidad: fabricar 200 cazas en un solo año, uno por cada día laborable. En su conferencia de resultados del tercer trimestre, el CEO Jim Taiclet anunció que ya se habían entregado 143 unidades, con una cartera de pedidos valorada en 179 mil millones de dólares, la mayor en la historia de la compañía. 

El auge responde al incremento global del gasto en defensa, con países europeos acelerando su rearme y nuevos compradores (como Finlandia o Japón) incorporando el F-35 como eje central de sus flotas. El avión se ha convertido en una herramienta de disuasión y cohesión entre aliados, un símbolo de interoperabilidad bajo el paraguas de Washington. Pero el éxito industrial oculta una fragilidad estratégica: la compleja red de componentes del F-35 depende, directa o indirectamente, de materiales que casi en su totalidad provienen de China, desde imanes de tierras raras hasta elementos para sensores, servomotores y actuadores críticos.

El arma silenciosa de Pekín. A través de una exclusiva del Wall Street Journal hemos conocido que, mientras Lockheed Martin celebraba su mejor año de entregas, China movía sus propias piezas con precisión quirúrgica. Pekín anunció la creación de un sistema de “usuarios finales validados” (VEU) para regular la exportación de imanes y metales de tierras raras: materiales imprescindibles tanto para los cazas F-35 como para submarinos, drones o vehículos eléctricos. 

El plan, presentado como una medida de apertura comercial tras la tregua arancelaria entre Xi Jinping y Donald Trump, en realidad apunta a excluir del flujo de exportaciones a cualquier empresa vinculada al complejo militar estadounidense. Dicho de otra forma, las compañías que abastecen al F-35 (desde fabricantes de motores hasta subcontratistas aeroespaciales) van a quedar bloqueadas, mientras se prioriza el suministro a industrias civiles. 

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El cuello de botella. El control chino sobre las tierras raras (70% de la extracción y más del 90 % del procesamiento mundial) coloca a Washington ante un dilema estructural: su caza más avanzado depende de un recurso monopolizado por su principal rival geopolítico. Aunque la Casa Blanca busca diversificar fuentes mediante acuerdos con países como Kazajistán, Groenlandia o Ucrania, la sustitución de la capacidad china llevará años. 

En los últimos meses, las exportaciones de imanes chinos a Estados Unidos cayeron un 29%, lo que ya ha comenzado a afectar a fabricantes de motores y sistemas de guiado. Si Pekín aplica de forma estricta su nuevo sistema, no solo ralentizaría la producción del F-35, sino que podría interrumpir temporalmente la cadena logística de mantenimiento de flotas ya desplegadas. En ese escenario, el programa que simboliza la supremacía tecnológica occidental se vería condicionado por la dependencia de un enemigo estratégico.

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A medida que el avión más caro del mundo se ensambla con piezas fabricadas en tres continentes y con imanes procesados en China, su historia se convierte en una metáfora del siglo XXI: una guerra de interdependencias donde cada caza que despega lleva en sus entrañas una dosis de vulnerabilidad global. 

Así, mientras Lockheed Martin intenta mantener su ritmo récord de producción y el Pentágono refuerza su narrativa de liderazgo, el verdadero campo de batalla se libra en las minas, laboratorios y aduanas del planeta, donde la próxima gran crisis de defensa podría no surgir de un misil hipersónico, sino de un cuello de botella industrial.

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por
Miguel Jorge

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