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Los expertos han respondido a la gran pregunta de la bomba nuclear de Rusia: el peligro no es cuándo, es el Ártico

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Los expertos han respondido a la gran pregunta de la bomba nuclear de Rusia: el peligro no es cuándo, es el Ártico

El reciente cruce de amenazas entre Putin y Trump ha reavivado una tensión que parecía enterrada desde los años más duros de la Guerra Fría. El presidente ruso ordenó a sus altos mandos preparar planes para reanudar los ensayos nucleares tras las declaraciones de Trump en redes sociales, en las que anunció que Estados Unidos retomaría sus pruebas “de inmediato”. De ser así, los expertos en armas nucleares tienen claro el tiempo que llevaría a Rusia una prueba “de verdad”

El fantasma nuclear. Aunque la intención del presidente norteamericano parecía más política que técnica (aludiendo a pruebas de sistemas de lanzamiento y no a detonaciones reales), en Moscú la interpretación fue otra: el Ministerio de Defensa asumió que Washington busca reabrir la carrera nuclear y recomendó a Putin estar listo para “pruebas completas” en el campo ártico de Novaya Zemlya. 

Lo contamos: ese gesto, acompañado por recientes demostraciones del arsenal ruso (desde el misil Burevestnik de propulsión nuclear hasta el torpedo intercontinental Poseidón), simboliza la desaparición de los últimos frenos en la dialéctica atómica entre las dos potencias.

El fin de los acuerdos. El clima actual es el resultado de años de erosión del sistema de control de armas. Rusia suspendió su participación en el tratado New START en 2023, mientras que el histórico acuerdo INF, que prohibía los misiles de alcance intermedio, ya había sido abandonado por ambos países en 2019. A pesar de mantener cierto respeto técnico por los límites de lanzamiento, la ausencia de verificación y transparencia ha convertido los arsenales de Washington y Moscú (5.177 y 5.459 ojivas, respectivamente) en un terreno de sospecha permanente. 

La orden de Putin, más que un paso técnico, representa un mensaje político: que Rusia no permitirá a Estados Unidos monopolizar el gesto simbólico de reanudar ensayos que, de llevarse a cabo, romperían el tabú vigente desde 1990 y el espíritu del Tratado de Prohibición Completa de Pruebas Nucleares. El propio Kremlin parece haber asumido que el retorno a la lógica del “ojo por ojo” forma parte del nuevo orden post-Ucrania, donde las demostraciones de fuerza cuentan tanto como las victorias en el campo de batalla.

Russian Nuke Test Tunnel

Imagen satelital que muestra la construcción de un túnel en el sitio de pruebas de armas nucleares de Novaya Zemlya, en Rusia.

La viabilidad rusa: el Ártico. A la gran pregunta, los expertos en seguridad nuclear coinciden en que Rusia podría llevar a cabo un ensayo real en un margen de semanas o meses, dependiendo del grado de instrumentación y preparación deseado. Hans Kristensen, del Federation of American Scientists, estima que una detonación improvisada (sin recolección de datos complejos) podría realizarse rápidamente, aunque sin valor científico ni militar significativo. 

Por el contrario, una prueba completa, “de verdad”, con túneles sellados, sensores y cableado, exigiría al menos medio año de trabajos en Novaya Zemlya, donde las obras subterráneas han continuado discretamente desde hace años. Jon Wolfsthal, de la American Federation of Scientists, da la clave: las limitaciones estacionales, ya que el clima extremo del Ártico permitiría ensayos de este calibre solo en verano o comienzos del otoño. Con todo, tanto él como otros analistas coinciden en que el propósito sería principalmente político (mostrar paridad frente a Washington) más que científico.

Aca Nuke Test Chart

La gran incertidumbre. La mayoría de los expertos consultados en TWZ subrayaba que ni Rusia ni Estados Unidos tienen necesidad técnica o militar de reanudar las pruebas nucleares. Ambos disponen de arsenales extensos y de programas de simulación avanzados que garantizan la fiabilidad de sus armas sin recurrir a detonaciones. Daryl Kimball, de la Arms Control Association, recuerda que Washington ha realizado 1.030 pruebas históricas y Moscú 715, y que cualquier nuevo ensayo sería “puramente por exhibición”, un acto irresponsable sin beneficio tangible. 

Stephen Schwartz añadía que Estados Unidos mantiene una ventaja estructural gracias a su programa de mantenimiento del arsenal, valorado en 345.000 millones de dólares, y que Rusia, aunque podría actuar con menos trabas medioambientales o políticas, no ganaría nada más allá de alimentar la espiral de desconfianza. Aun así, la infraestructura rusa en Novaya Zemlya, modernizada en los últimos años, demuestra una capacidad de respuesta rápida si la tensión se convierte en acción.

Una nueva disuasión. Más allá del enfrentamiento personal entre Putin y Trump, el riesgo real reside en el precedente. Un solo ensayo (aunque sea subterráneo y de baja potencia) bastaría para romper tres décadas de consenso tácito y abrir la puerta a nuevas pruebas de, por ejemplo, China, Corea del Norte u otros actores que buscan legitimarse como potencias nucleares. 

El gesto tendría un enorme poder simbólico: demostrar que las potencias pueden reescribir las reglas del equilibrio nuclear cuando lo consideren necesario. En ese sentido, las advertencias de los expertos son claras: lo que hoy es una escalada retórica podría convertirse mañana en una competencia tangible, con consecuencias globales imprevisibles. Como señalaba Wolfsthal, “esto es lo que una carrera armamentista parece: acción, reacción, y una pendiente de la que cuesta mucho más bajar que subir”.

Ecos de la Guerra Fría. El intercambio entre Moscú y Washington no solo resucita la sombra del enfrentamiento nuclear, sino que redefine su escenario: ya no se libra en despachos secretos ni bajo la lógica del equilibrio del terror, sino en transmisiones televisadas y publicaciones en redes sociales. La amenaza de volver a detonar bombas atómicas en pleno siglo XXI revela una mezcla peligrosa de nostalgia geopolítica y política del espectáculo. 

En el fondo, tanto unos como otros saben que ningún país puede “ganar” una carrera nuclear. Y, sin embargo, la tentación de mostrar poder, de recuperar influencia y de proyectar invulnerabilidad ante sus respectivas audiencias podría ser suficiente para encender de nuevo el polvorín más temido del planeta

El silencio de treinta años bajo tierra podría romperse por una simple pulsación en una red social.

Imagen | Ministry of Defense of Russia

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La noticia

Los expertos han respondido a la gran pregunta de la bomba nuclear de Rusia: el peligro no es cuándo, es el Ártico

fue publicada originalmente en

Xataka

por
Miguel Jorge

.

​El reciente cruce de amenazas entre Putin y Trump ha reavivado una tensión que parecía enterrada desde los años más duros de la Guerra Fría. El presidente ruso ordenó a sus altos mandos preparar planes para reanudar los ensayos nucleares tras las declaraciones de Trump en redes sociales, en las que anunció que Estados Unidos retomaría sus pruebas “de inmediato”. De ser así, los expertos en armas nucleares tienen claro el tiempo que llevaría a Rusia una prueba “de verdad”

El fantasma nuclear. Aunque la intención del presidente norteamericano parecía más política que técnica (aludiendo a pruebas de sistemas de lanzamiento y no a detonaciones reales), en Moscú la interpretación fue otra: el Ministerio de Defensa asumió que Washington busca reabrir la carrera nuclear y recomendó a Putin estar listo para “pruebas completas” en el campo ártico de Novaya Zemlya. 

Lo contamos: ese gesto, acompañado por recientes demostraciones del arsenal ruso (desde el misil Burevestnik de propulsión nuclear hasta el torpedo intercontinental Poseidón), simboliza la desaparición de los últimos frenos en la dialéctica atómica entre las dos potencias.

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El fin de los acuerdos. El clima actual es el resultado de años de erosión del sistema de control de armas. Rusia suspendió su participación en el tratado New START en 2023, mientras que el histórico acuerdo INF, que prohibía los misiles de alcance intermedio, ya había sido abandonado por ambos países en 2019. A pesar de mantener cierto respeto técnico por los límites de lanzamiento, la ausencia de verificación y transparencia ha convertido los arsenales de Washington y Moscú (5.177 y 5.459 ojivas, respectivamente) en un terreno de sospecha permanente. 

La orden de Putin, más que un paso técnico, representa un mensaje político: que Rusia no permitirá a Estados Unidos monopolizar el gesto simbólico de reanudar ensayos que, de llevarse a cabo, romperían el tabú vigente desde 1990 y el espíritu del Tratado de Prohibición Completa de Pruebas Nucleares. El propio Kremlin parece haber asumido que el retorno a la lógica del “ojo por ojo” forma parte del nuevo orden post-Ucrania, donde las demostraciones de fuerza cuentan tanto como las victorias en el campo de batalla.

Imagen satelital que muestra la construcción de un túnel en el sitio de pruebas de armas nucleares de Novaya Zemlya, en Rusia.

La viabilidad rusa: el Ártico. A la gran pregunta, los expertos en seguridad nuclear coinciden en que Rusia podría llevar a cabo un ensayo real en un margen de semanas o meses, dependiendo del grado de instrumentación y preparación deseado. Hans Kristensen, del Federation of American Scientists, estima que una detonación improvisada (sin recolección de datos complejos) podría realizarse rápidamente, aunque sin valor científico ni militar significativo. 

Por el contrario, una prueba completa, “de verdad”, con túneles sellados, sensores y cableado, exigiría al menos medio año de trabajos en Novaya Zemlya, donde las obras subterráneas han continuado discretamente desde hace años. Jon Wolfsthal, de la American Federation of Scientists, da la clave: las limitaciones estacionales, ya que el clima extremo del Ártico permitiría ensayos de este calibre solo en verano o comienzos del otoño. Con todo, tanto él como otros analistas coinciden en que el propósito sería principalmente político (mostrar paridad frente a Washington) más que científico.

La gran incertidumbre. La mayoría de los expertos consultados en TWZ subrayaba que ni Rusia ni Estados Unidos tienen necesidad técnica o militar de reanudar las pruebas nucleares. Ambos disponen de arsenales extensos y de programas de simulación avanzados que garantizan la fiabilidad de sus armas sin recurrir a detonaciones. Daryl Kimball, de la Arms Control Association, recuerda que Washington ha realizado 1.030 pruebas históricas y Moscú 715, y que cualquier nuevo ensayo sería “puramente por exhibición”, un acto irresponsable sin beneficio tangible. 

Stephen Schwartz añadía que Estados Unidos mantiene una ventaja estructural gracias a su programa de mantenimiento del arsenal, valorado en 345.000 millones de dólares, y que Rusia, aunque podría actuar con menos trabas medioambientales o políticas, no ganaría nada más allá de alimentar la espiral de desconfianza. Aun así, la infraestructura rusa en Novaya Zemlya, modernizada en los últimos años, demuestra una capacidad de respuesta rápida si la tensión se convierte en acción.

Una nueva disuasión. Más allá del enfrentamiento personal entre Putin y Trump, el riesgo real reside en el precedente. Un solo ensayo (aunque sea subterráneo y de baja potencia) bastaría para romper tres décadas de consenso tácito y abrir la puerta a nuevas pruebas de, por ejemplo, China, Corea del Norte u otros actores que buscan legitimarse como potencias nucleares. 

El gesto tendría un enorme poder simbólico: demostrar que las potencias pueden reescribir las reglas del equilibrio nuclear cuando lo consideren necesario. En ese sentido, las advertencias de los expertos son claras: lo que hoy es una escalada retórica podría convertirse mañana en una competencia tangible, con consecuencias globales imprevisibles. Como señalaba Wolfsthal, “esto es lo que una carrera armamentista parece: acción, reacción, y una pendiente de la que cuesta mucho más bajar que subir”.

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Ecos de la Guerra Fría. El intercambio entre Moscú y Washington no solo resucita la sombra del enfrentamiento nuclear, sino que redefine su escenario: ya no se libra en despachos secretos ni bajo la lógica del equilibrio del terror, sino en transmisiones televisadas y publicaciones en redes sociales. La amenaza de volver a detonar bombas atómicas en pleno siglo XXI revela una mezcla peligrosa de nostalgia geopolítica y política del espectáculo. 

En el fondo, tanto unos como otros saben que ningún país puede “ganar” una carrera nuclear. Y, sin embargo, la tentación de mostrar poder, de recuperar influencia y de proyectar invulnerabilidad ante sus respectivas audiencias podría ser suficiente para encender de nuevo el polvorín más temido del planeta. 

El silencio de treinta años bajo tierra podría romperse por una simple pulsación en una red social.

Imagen | Ministry of Defense of Russia

En Xataka | EEUU y Rusia se han puesto de acuerdo sobre las armas nucleares: ha llegado la hora de sacarlas y comprobar si funcionan

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– La noticia

Los expertos han respondido a la gran pregunta de la bomba nuclear de Rusia: el peligro no es cuándo, es el Ártico

fue publicada originalmente en

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por
Miguel Jorge

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