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Las tropas de Ucrania necesitan algo mucho más simple y urgente que los misiles Tomahawks: coches baratos

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Las tropas de Ucrania necesitan algo mucho más simple y urgente que los misiles Tomahawks: coches baratos

El mes de octubre comenzó con un viaje de Ucrania a Estados Unidos y un fin muy concreto: Tomahawks. La petición era tan sencilla como peligrosa: Kiev solicitaba el misil de largo alcance de Washington para contrarrestar las embestidas de Moscú. El problema era que eso llevaba implícito cruzar una línea roja que podría elevar la escalada bélica rusa. Al final no habrán Tomahawks, al menos por ahora, y lo cierto es que el ejército de Ucrania tiene otras prioridades en estos momentos.

Lo visible y lo decisivo. Contaba en un amplio reportaje el Kiev Independent que, en el debate público occidental se proyecta la guerra en torno a misiles de largo alcance, paquetes legislativos y sistemas icónicos, pero al nivel donde la guerra decide el ritmo (los ejes de infiltración, la logística fina y la reposición humana) Ucrania está perdiendo por cosas elementales.

A saber: coches que duran tan solo dos semanas, drones que se pierden más rápido de lo que se reponen, y unidades que se vacían de hombres antes de vaciarse de munición. En esa capa táctica, el Tomahawk no resuelve que una compañía que debe simultanear transporte de personal, comida y munición tenga un solo vehículo y deba elegir qué sacrificar cada día.

Lo prioritario: coches. La anécdota del recluta Ihor en el medio resumía el patrón: tres FPV consecutivos contra el mismo vehículo hasta inmovilizarlo. La vida media de un coche en el frente es de aproximadamente un mes, a veces dos semanas, y cada destrucción no solo quita movilidad sino margen de maniobra: sin redundancia, cada rotación obliga a estirar permanencias en posición y eso agota hombres más deprisa que la propia munición.

Por eso lo que piden son coches, lo más baratos posibles, pero que funcionen. De ahí que los blindados pesados no sean una solución (se convierten en blancos prioritarios y son menos ágiles que, por ejemplo, un turismo viejo que acelera y desaparece). En definitiva, lo que se necesita no es peso sino número para absorber pérdidas sin colapsar el ciclo logístico.

Drones y sensores. Ucrania usa del orden de 9.000 drones al día, con un impacto devastador a bajo coste, pero pierde también a ritmo industrial por guerra electrónica y consumo operativo. Sin suficientes drones de reconocimiento, la “línea de visión” se contrae a cinco kilómetros y quedan ciegos para interrumpir flujos rusos. 

Algunas unidades tienen excedente, pero otras carecen de lo básico: el déficit no es solo de volumen sino de reparto, y la carencia estructural no está siendo absorbida por el Estado sino por donaciones decrecientes y bolsillos de las tropas.

Pexels Photo 11775344

Sin repuesto. La carencia mayor es, por supuesto, humana: brigadas endurecidas que no se rellenan, rotaciones que no rotan, centros de formación sin medios que entrenan incluso con piedras en vez de granadas reales. 

La movilización es políticamente tabú. Recordaba el medio nacional que el 30% de los movilizados no está apto y parte del resto son retornos de ausentes. Así, aun cuando exista dron y plataforma, falta el piloto. Rusia, en cambio, repone su masa humana cada mes. Ucrania estira los mismos cuerpos más semanas bajo mayor saturación de drones, y la fatiga estructural es acumulativa e irreversible.

Falla el sistema. Si se quiere también, la fotografía no describe un ejército sin tecnología sino más bien un sistema con “agujeros” en su capa de redundancia: donde debería haber cinco vehículos hay uno, y donde debería haber diez drones por sección hay uno también, y donde debería ingresar una ola de reservas entrenadas llega una ínfima fracción.

Plus: donde debería relevarse a los mismos hombres cada cierto ciclo se les mantiene meses por falta de sustitutos. Ese es el plano donde se resuelve la continuidad: sin esos coches que se piden, sin densidad de ojos en el aire y sin reposición humana competente, cada metro se vuelve más costoso que cada misil.

Carencia trivial. Finalizaba el informe del medio haciendo hincapié en una idea. No es que los Tomahawk no importen (importan para efectos de profundidad y posible negociación futura), es que su efecto estratégico se diluye si la red inferior que sostiene la línea se desprende por carencias baratas. 

La victoria hoy se parece menos a quién introduce primero un sistema milagroso que a quién puede seguir moviendo gente, comida, munición y sensores hasta el último kilómetro sin romper la máquina humana que lo ejecuta. Por eso, para quienes están en las trincheras, la prioridad no es el misil de largo alcance que saldrá en la portada de todos los medios, sino los recursos sin tanto glamour que mantienen viva la capacidad de seguir peleando al día siguiente. 

Empezando por un coche que simplemente funcione. 

Imagen | Ministry of Defense of Ukraine, Pexels

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La noticia

Las tropas de Ucrania necesitan algo mucho más simple y urgente que los misiles Tomahawks: coches baratos

fue publicada originalmente en

Xataka

por
Miguel Jorge

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​El mes de octubre comenzó con un viaje de Ucrania a Estados Unidos y un fin muy concreto: Tomahawks. La petición era tan sencilla como peligrosa: Kiev solicitaba el misil de largo alcance de Washington para contrarrestar las embestidas de Moscú. El problema era que eso llevaba implícito cruzar una línea roja que podría elevar la escalada bélica rusa. Al final no habrán Tomahawks, al menos por ahora, y lo cierto es que el ejército de Ucrania tiene otras prioridades en estos momentos.

Lo visible y lo decisivo. Contaba en un amplio reportaje el Kiev Independent que, en el debate público occidental se proyecta la guerra en torno a misiles de largo alcance, paquetes legislativos y sistemas icónicos, pero al nivel donde la guerra decide el ritmo (los ejes de infiltración, la logística fina y la reposición humana) Ucrania está perdiendo por cosas elementales.

A saber: coches que duran tan solo dos semanas, drones que se pierden más rápido de lo que se reponen, y unidades que se vacían de hombres antes de vaciarse de munición. En esa capa táctica, el Tomahawk no resuelve que una compañía que debe simultanear transporte de personal, comida y munición tenga un solo vehículo y deba elegir qué sacrificar cada día.

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Lo prioritario: coches. La anécdota del recluta Ihor en el medio resumía el patrón: tres FPV consecutivos contra el mismo vehículo hasta inmovilizarlo. La vida media de un coche en el frente es de aproximadamente un mes, a veces dos semanas, y cada destrucción no solo quita movilidad sino margen de maniobra: sin redundancia, cada rotación obliga a estirar permanencias en posición y eso agota hombres más deprisa que la propia munición.

Por eso lo que piden son coches, lo más baratos posibles, pero que funcionen. De ahí que los blindados pesados no sean una solución (se convierten en blancos prioritarios y son menos ágiles que, por ejemplo, un turismo viejo que acelera y desaparece). En definitiva, lo que se necesita no es peso sino número para absorber pérdidas sin colapsar el ciclo logístico.

Drones y sensores. Ucrania usa del orden de 9.000 drones al día, con un impacto devastador a bajo coste, pero pierde también a ritmo industrial por guerra electrónica y consumo operativo. Sin suficientes drones de reconocimiento, la “línea de visión” se contrae a cinco kilómetros y quedan ciegos para interrumpir flujos rusos. 

Algunas unidades tienen excedente, pero otras carecen de lo básico: el déficit no es solo de volumen sino de reparto, y la carencia estructural no está siendo absorbida por el Estado sino por donaciones decrecientes y bolsillos de las tropas.

Sin repuesto. La carencia mayor es, por supuesto, humana: brigadas endurecidas que no se rellenan, rotaciones que no rotan, centros de formación sin medios que entrenan incluso con piedras en vez de granadas reales. 

La movilización es políticamente tabú. Recordaba el medio nacional que el 30% de los movilizados no está apto y parte del resto son retornos de ausentes. Así, aun cuando exista dron y plataforma, falta el piloto. Rusia, en cambio, repone su masa humana cada mes. Ucrania estira los mismos cuerpos más semanas bajo mayor saturación de drones, y la fatiga estructural es acumulativa e irreversible.

Falla el sistema. Si se quiere también, la fotografía no describe un ejército sin tecnología sino más bien un sistema con “agujeros” en su capa de redundancia: donde debería haber cinco vehículos hay uno, y donde debería haber diez drones por sección hay uno también, y donde debería ingresar una ola de reservas entrenadas llega una ínfima fracción.

Plus: donde debería relevarse a los mismos hombres cada cierto ciclo se les mantiene meses por falta de sustitutos. Ese es el plano donde se resuelve la continuidad: sin esos coches que se piden, sin densidad de ojos en el aire y sin reposición humana competente, cada metro se vuelve más costoso que cada misil.

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La victoria hoy se parece menos a quién introduce primero un sistema milagroso que a quién puede seguir moviendo gente, comida, munición y sensores hasta el último kilómetro sin romper la máquina humana que lo ejecuta. Por eso, para quienes están en las trincheras, la prioridad no es el misil de largo alcance que saldrá en la portada de todos los medios, sino los recursos sin tanto glamour que mantienen viva la capacidad de seguir peleando al día siguiente. 

Empezando por un coche que simplemente funcione. 

Imagen | Ministry of Defense of Ukraine, Pexels

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Miguel Jorge

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