Ciencia y Tecnología
Llevamos toda la vida pensando que los precios terminan en “.99” por psicología. Era más sencillo: para evitar los robos
La omnipresencia del precio terminado en .99 (hoy percibido como una técnica de psicología del consumo) en realidad tiene un origen muy distinto. Antes de que el sesgo fuera estudiado y explotado, la cifra sirvió para que una máquina no solo blindara la contabilidad, también para que fundara una cultura entera de cumplimiento, auditabilidad y disciplina comercial.
El origen. En los negocios de finales del siglo XIX el problema no era tanto convencer al cliente, sino impedir que el dinero desapareciera antes de llegar al dueño. El efectivo pasaba por manos de camareros y dependientes sin dejar rastro, y la tentación de “quedarse algo” era estructural.
La solución no fue más vigilancia humana, sino una suerte de prótesis mecánica: una máquina que obligara a registrar cada venta y que, al abrirse para dar cambio, dejara una señal audible y un rastro verificable. El precio en .99 hacía inevitable abrir la caja para entregar el céntimo de vuelta, forzando el registro y eliminando el hueco por donde se perdía el dinero.
Comerciante con instinto ingeniero. La semilla nace en Dayton de un tabernero que ya venía de una familia con vocación de inventar. James Ritty, harto de pérdidas en sus negocios, vio cómo una máquina contaba las revoluciones de una hélice y entendió de golpe que se podía hacer lo mismo con las ventas: si algo puede contarse mecánicamente, puede auditarse.
Así, regresó a Dayton, trabajó con su hermano John (mecánico experimentado) y construyó el primer registrador de ventas: teclas que representaban importes, un dial visible para comprobar la cifra y, más tarde, un cajón con campanilla y un rollo que dejaba marca física de cada transacción.

Reproducción de Ritty Dial, un ejemplo temprano de una caja registradora práctica
NCR: de máquina a cultura industrial. Poco después, cuando John H. Patterson compra el invento a los hermanos y crea la National Cash Register, el mecanismo deja de ser una rareza de un bar de Ohio para convertirse en estándar de cumplimiento en el comercio estadounidense. La idea mutaba así en industria.
NCR no solo fabricó cajas: fabricó método. Introdujo escuela de ventas, guiones, disciplina, métricas, incentivos y exportó ese ADN corporativo vía sus egresados a otras empresas como IBM y General Motors. La caja registradora no fue solo un dispositivo: fue una forma de gobernar la organización mediante evidencia material en lugar de confianza ciega.

Caja registradora nacional de finales del siglo XIX
El .99 cambia de propósito. Décadas después, cuando el motivo anticorrupción ya estaba resuelto por diseño, la economía del comportamiento descubre que el .99 deforma la percepción de valor: ancla en la cifra izquierda, sugiere ganga, reduce fricción psicológica y estimula la compra impulsiva.
El mismo gesto contable servía ahora para otra guerra muy distinta: ya no iba contra el hurto, sino contra la resistencia mental del comprador. La convención se estabiliza porque genera margen económico aun cuando el riesgo de robo ha caído por procesos digitales. El .99 muta de técnica antifraude a herramienta de persuasión, manteniendo su vigencia por una razón radicalmente distinta a la que lo vio nacer. El dispositivo sobrevive no por tradición, sino porque sigue generando ventaja económica bajo un paradigma distinto.
Sobrevive porque funciona. Lo cierto es que el .99 ha durado siglo y medio porque resolvió dos problemas distintos en dos épocas distintas: primero evitó que el vendedor robara al dueño, y luego ayudó a que el dueño persuadiera al comprador. Esa doble utilidad explica su persistencia.
Si se quiere, es una prueba de cómo en el comercio lo que empieza como ingeniería de cumplimiento termina como ingeniería del comportamiento. Y cada vez que hoy vemos 4,99 o 9,99 en unas rebajas, en realidad estamos leyendo (sin saberlo) la huella fósil de un invento creado originalmente para cerrar un agujero económico antes de que los psicólogos del consumo existieran.
Codificando disciplina. Así, la caja que se inventó para atrapar pequeños robos alteró la física del comercio: introdujo trazabilidad, profesionalizó la venta y legó una convención de precios que aún programa cómo leemos el dinero en las sociedades modernas.
Un problema prosaico (un camarero que se queda con unas monedas) inauguró una cadena causal que acabó modelando todo un siglo de práctica empresarial. Y en realidad, la campana que sonaba para avisar al dueño hace más de un siglo, ahora también suena, silenciosa, en la cabeza del consumidor cada vez que ve ese .99 y decide que “es menos”… de lo que realmente es.
Imagen | Enrique Íñiguez Rodríguez, National Cash Register Company, Wmpearl, Biser Todorov
En Xataka | La psicología de los precios: una lista gigantesca de estrategias
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La noticia
Llevamos toda la vida pensando que los precios terminan en “.99” por psicología. Era más sencillo: para evitar los robos
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Miguel Jorge
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La omnipresencia del precio terminado en .99 (hoy percibido como una técnica de psicología del consumo) en realidad tiene un origen muy distinto. Antes de que el sesgo fuera estudiado y explotado, la cifra sirvió para que una máquina no solo blindara la contabilidad, también para que fundara una cultura entera de cumplimiento, auditabilidad y disciplina comercial.
El origen. En los negocios de finales del siglo XIX el problema no era tanto convencer al cliente, sino impedir que el dinero desapareciera antes de llegar al dueño. El efectivo pasaba por manos de camareros y dependientes sin dejar rastro, y la tentación de “quedarse algo” era estructural.
La solución no fue más vigilancia humana, sino una suerte de prótesis mecánica: una máquina que obligara a registrar cada venta y que, al abrirse para dar cambio, dejara una señal audible y un rastro verificable. El precio en .99 hacía inevitable abrir la caja para entregar el céntimo de vuelta, forzando el registro y eliminando el hueco por donde se perdía el dinero.
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Así, regresó a Dayton, trabajó con su hermano John (mecánico experimentado) y construyó el primer registrador de ventas: teclas que representaban importes, un dial visible para comprobar la cifra y, más tarde, un cajón con campanilla y un rollo que dejaba marca física de cada transacción.
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NCR: de máquina a cultura industrial. Poco después, cuando John H. Patterson compra el invento a los hermanos y crea la National Cash Register, el mecanismo deja de ser una rareza de un bar de Ohio para convertirse en estándar de cumplimiento en el comercio estadounidense. La idea mutaba así en industria.
NCR no solo fabricó cajas: fabricó método. Introdujo escuela de ventas, guiones, disciplina, métricas, incentivos y exportó ese ADN corporativo vía sus egresados a otras empresas como IBM y General Motors. La caja registradora no fue solo un dispositivo: fue una forma de gobernar la organización mediante evidencia material en lugar de confianza ciega.
Caja registradora nacional de finales del siglo XIX
El .99 cambia de propósito. Décadas después, cuando el motivo anticorrupción ya estaba resuelto por diseño, la economía del comportamiento descubre que el .99 deforma la percepción de valor: ancla en la cifra izquierda, sugiere ganga, reduce fricción psicológica y estimula la compra impulsiva.
El mismo gesto contable servía ahora para otra guerra muy distinta: ya no iba contra el hurto, sino contra la resistencia mental del comprador. La convención se estabiliza porque genera margen económico aun cuando el riesgo de robo ha caído por procesos digitales. El .99 muta de técnica antifraude a herramienta de persuasión, manteniendo su vigencia por una razón radicalmente distinta a la que lo vio nacer. El dispositivo sobrevive no por tradición, sino porque sigue generando ventaja económica bajo un paradigma distinto.
Sobrevive porque funciona. Lo cierto es que el .99 ha durado siglo y medio porque resolvió dos problemas distintos en dos épocas distintas: primero evitó que el vendedor robara al dueño, y luego ayudó a que el dueño persuadiera al comprador. Esa doble utilidad explica su persistencia.
Si se quiere, es una prueba de cómo en el comercio lo que empieza como ingeniería de cumplimiento termina como ingeniería del comportamiento. Y cada vez que hoy vemos 4,99 o 9,99 en unas rebajas, en realidad estamos leyendo (sin saberlo) la huella fósil de un invento creado originalmente para cerrar un agujero económico antes de que los psicólogos del consumo existieran.
En Espinof
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fue publicada originalmente en
Xataka
por
Miguel Jorge
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