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Hay rascacielos tan monstruosamente altos en China que ha surgido un nuevo empleo: los que llevan el almuerzo a las últimas plantas

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Hay rascacielos tan monstruosamente altos en China que ha surgido un nuevo empleo: los que llevan el almuerzo a las últimas plantas

Hace tiempo que China no tiene rival cuando se trata de megaconstrucciones. De hecho, el dominio de Pekín es tal que incluso cuentan con el rascacielos abandonado más alto del planeta. Lo que seguramente muy pocos pudieron anticipar era el tamaño desmesurado de muchos de estos gigantes de los cielos. No exageramos, en algunos casos incluso el ascensor es un dolor de muelas.

Así que ha surgido un nuevo (sub)oficio. 

Economía improvisada de las alturas. Lo contaba esta semana el New York Times. En Shenzhen, ciudad símbolo del experimento económico chino y hoy convertida en un núcleo vibrante de 18 millones de habitantes, la vida cotidiana en rascacielos como el SEG Plaza ha generado un fenómeno insólito que combina ingenio, precariedad y espíritu emprendedor. 

Este edificio de 70 plantas, sede de miles de oficinas, ha convertido el simple acto de entregar un almuerzo en un desafío logístico. En horas punta, la espera del ascensor puede prolongarse hasta media hora, lo que para los repartidores tradicionales supone un quebradero de cabeza que erosiona su capacidad de completar pedidos. La respuesta a esa dificultad ha sido la aparición espontánea de un ejército de corredores improvisados, adolescentes y jubilados que se ofrecen como intermediarios: reciben las bolsas de comida en la entrada y, a cambio de una pequeña comisión, asumen el último tramo hasta el cliente. 

Un oficio inesperado. El ejemplo de Li Linxing, un joven de 16 años que pasa jornadas completas frente al edificio para ganar unos 100 yuanes diarios, resume esta microeconomía emergente. Por apenas 28 céntimos de euro por pedido, Linxing se abre paso entre decenas de compañeros, espera ascensores abarrotados y recorre pasillos laberínticos para entregar comidas. 

No es un empleo estable ni bien remunerado, pero representa una oportunidad de ingreso rápido y directo, algo que en Shenzhen basta para atraer tanto a estudiantes en vacaciones como a mayores que no encuentran otro modo de ganarse la vida. La mecánica es sencilla: el repartidor llega en moto, entrega la bolsa, escanea un código QR y sigue su ruta, delegando así en el “stand-in” la parte más lenta y costosa en tiempo.

Redes de confianza. El caso de Shao Ziyou y su esposa ilustra cómo este modelo ha derivado en estructuras organizadas. Conocido como el primero en establecerse en la entrada del SEG Plaza, Shao ha tejido una red de ayudantes a los que subcontrata las entregas, quedándose con una pequeña fracción de cada pedido. En jornadas normales, coordina entre 600 y 700 órdenes, transformando lo que empezó como un favor ocasional a un repartidor perdido en un sistema logístico paralelo. 

Los repartidores lo reconocen y confían en él, lo que le otorga una posición dominante frente a otros corredores que intentan captar pedidos ofreciendo tarifas más bajas. La pandemia de 2020, que paralizó el mercado electrónico del edificio, consolidó esta práctica al disparar la dependencia del reparto de comida.

Seg Plaza In Shenzhen2021

El SEG Plaza

Competencia y precariedad. El aumento de corredores ha generado dinámicas de rivalidad y conflictos frecuentes. Los errores en las entregas conllevan sanciones, ya que los repartidores son multados por las plataformas si los pedidos no llegan, y trasladan esa presión a los intermediarios. 

Contaba el Times que las escenas de discusiones en plena calle por direcciones equivocadas o clientes insatisfechos se han vuelto habituales, aunque generalmente se resuelven de forma pragmática. En paralelo, la competencia ha endurecido las condiciones: algunos bajan sus precios por pedido, otros desarrollan tácticas para optimizar sus recorridos, como esperar a acumular varias bolsas antes de subir en el ascensor.

La frontera de la legalidad. La naturaleza informal de este trabajo implica también riesgos y limitaciones. A saber: ninguno de los corredores cuenta con contrato, seguro o derechos laborales; se trata de una actividad tolerada en la práctica, pero fuera de cualquier marco regulado. 

Un vacío que ha permitido incluso la participación de niños, algunos en edad escolar, atraídos por la moda viral en redes sociales. Las imágenes de pequeños con uniformes persiguiendo repartidores generaron tal polémica que las autoridades locales intervinieron prohibiendo el empleo de menores por motivos de seguridad. Desde entonces, solo los mayores de 16 años, como Linxing, pueden continuar, aunque la precariedad sigue siendo la norma.

Shenzhen como laboratorio. Si se quiere también, lo que ocurre en el SEG Plaza refleja el carácter de Shenzhen como laboratorio permanente de soluciones improvisadas a problemas prácticos. La ciudad, pionera en la apertura de China al mercado global, ha convertido cada obstáculo en una oportunidad para crear nuevos oficios, aunque sean frágiles y mal pagados. 

Esta suerte de “gig economy dentro de la gig economy” muestra la capacidad de adaptación de sus habitantes, pero también la vulnerabilidad de quienes participan en un modelo basado en la inmediatez y el bajo coste. En las escenas diarias de corredores cargados con seis o siete bolsas en cada mano, de jubiladas que ven en ello un modo de mantenerse activas, o de adolescentes que buscan dinero rápido, se dibuja un microcosmos que combina ingenio con desprotección.

Lo bueno y lo malo. En definitiva, la historia de los “delivery stand-ins” de Shenzhen revela tanto la creatividad de una ciudad que nunca se detiene como las grietas de un sistema que convierte necesidades logísticas en empleos efímeros. La eficacia con la que han resuelto el problema de los ascensores lentos en un rascacielos demuestra la agilidad de la economía informal china, pero también plantea interrogantes sobre el futuro de quienes sostienen estas dinámicas sin contratos, sin derechos y con una remuneración mínima. 

Dicho de otra forma, lo que en apariencia es una solución ingeniosa al atasco del mediodía se convierte, al mirar más de cerca, en un recordatorio de cómo la economía moderna depende cada vez más de engranajes invisibles, una distopía de personas que corren entre pisos interminables sosteniendo a pulso, y sin garantías, la vida diaria de las metrópolis.

 Esperemos que no sean “esos” trabajos que la IA no puede hacer.

Imagen | Robert Anders, Picryl, Charlie fong

En Xataka | China no tiene rival en megaconstrucciones: tiene hasta el rascacielos abandonado más alto del mundo 

En Xataka | Durante décadas subimos a este rascacielos de Nueva York sin saber que los tornillos que lo sujetaban no aguantaban


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Hay rascacielos tan monstruosamente altos en China que ha surgido un nuevo empleo: los que llevan el almuerzo a las últimas plantas

fue publicada originalmente en

Xataka

por
Miguel Jorge

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​Hace tiempo que China no tiene rival cuando se trata de megaconstrucciones. De hecho, el dominio de Pekín es tal que incluso cuentan con el rascacielos abandonado más alto del planeta. Lo que seguramente muy pocos pudieron anticipar era el tamaño desmesurado de muchos de estos gigantes de los cielos. No exageramos, en algunos casos incluso el ascensor es un dolor de muelas.Así que ha surgido un nuevo (sub)oficio. Economía improvisada de las alturas. Lo contaba esta semana el New York Times. En Shenzhen, ciudad símbolo del experimento económico chino y hoy convertida en un núcleo vibrante de 18 millones de habitantes, la vida cotidiana en rascacielos como el SEG Plaza ha generado un fenómeno insólito que combina ingenio, precariedad y espíritu emprendedor. Este edificio de 70 plantas, sede de miles de oficinas, ha convertido el simple acto de entregar un almuerzo en un desafío logístico. En horas punta, la espera del ascensor puede prolongarse hasta media hora, lo que para los repartidores tradicionales supone un quebradero de cabeza que erosiona su capacidad de completar pedidos. La respuesta a esa dificultad ha sido la aparición espontánea de un ejército de corredores improvisados, adolescentes y jubilados que se ofrecen como intermediarios: reciben las bolsas de comida en la entrada y, a cambio de una pequeña comisión, asumen el último tramo hasta el cliente. 

En Xataka

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Un oficio inesperado. El ejemplo de Li Linxing, un joven de 16 años que pasa jornadas completas frente al edificio para ganar unos 100 yuanes diarios, resume esta microeconomía emergente. Por apenas 28 céntimos de euro por pedido, Linxing se abre paso entre decenas de compañeros, espera ascensores abarrotados y recorre pasillos laberínticos para entregar comidas. No es un empleo estable ni bien remunerado, pero representa una oportunidad de ingreso rápido y directo, algo que en Shenzhen basta para atraer tanto a estudiantes en vacaciones como a mayores que no encuentran otro modo de ganarse la vida. La mecánica es sencilla: el repartidor llega en moto, entrega la bolsa, escanea un código QR y sigue su ruta, delegando así en el “stand-in” la parte más lenta y costosa en tiempo.

Redes de confianza. El caso de Shao Ziyou y su esposa ilustra cómo este modelo ha derivado en estructuras organizadas. Conocido como el primero en establecerse en la entrada del SEG Plaza, Shao ha tejido una red de ayudantes a los que subcontrata las entregas, quedándose con una pequeña fracción de cada pedido. En jornadas normales, coordina entre 600 y 700 órdenes, transformando lo que empezó como un favor ocasional a un repartidor perdido en un sistema logístico paralelo. Los repartidores lo reconocen y confían en él, lo que le otorga una posición dominante frente a otros corredores que intentan captar pedidos ofreciendo tarifas más bajas. La pandemia de 2020, que paralizó el mercado electrónico del edificio, consolidó esta práctica al disparar la dependencia del reparto de comida.

El SEG Plaza

Competencia y precariedad. El aumento de corredores ha generado dinámicas de rivalidad y conflictos frecuentes. Los errores en las entregas conllevan sanciones, ya que los repartidores son multados por las plataformas si los pedidos no llegan, y trasladan esa presión a los intermediarios. Contaba el Times que las escenas de discusiones en plena calle por direcciones equivocadas o clientes insatisfechos se han vuelto habituales, aunque generalmente se resuelven de forma pragmática. En paralelo, la competencia ha endurecido las condiciones: algunos bajan sus precios por pedido, otros desarrollan tácticas para optimizar sus recorridos, como esperar a acumular varias bolsas antes de subir en el ascensor.La frontera de la legalidad. La naturaleza informal de este trabajo implica también riesgos y limitaciones. A saber: ninguno de los corredores cuenta con contrato, seguro o derechos laborales; se trata de una actividad tolerada en la práctica, pero fuera de cualquier marco regulado. Un vacío que ha permitido incluso la participación de niños, algunos en edad escolar, atraídos por la moda viral en redes sociales. Las imágenes de pequeños con uniformes persiguiendo repartidores generaron tal polémica que las autoridades locales intervinieron prohibiendo el empleo de menores por motivos de seguridad. Desde entonces, solo los mayores de 16 años, como Linxing, pueden continuar, aunque la precariedad sigue siendo la norma.

Shenzhen como laboratorio. Si se quiere también, lo que ocurre en el SEG Plaza refleja el carácter de Shenzhen como laboratorio permanente de soluciones improvisadas a problemas prácticos. La ciudad, pionera en la apertura de China al mercado global, ha convertido cada obstáculo en una oportunidad para crear nuevos oficios, aunque sean frágiles y mal pagados. Esta suerte de “gig economy dentro de la gig economy” muestra la capacidad de adaptación de sus habitantes, pero también la vulnerabilidad de quienes participan en un modelo basado en la inmediatez y el bajo coste. En las escenas diarias de corredores cargados con seis o siete bolsas en cada mano, de jubiladas que ven en ello un modo de mantenerse activas, o de adolescentes que buscan dinero rápido, se dibuja un microcosmos que combina ingenio con desprotección.

En Xataka

La generación Z ha acuñado un nuevo término para quienes quieren salir a su hora y no busca ascensos: minimalismo profesional

Lo bueno y lo malo. En definitiva, la historia de los “delivery stand-ins” de Shenzhen revela tanto la creatividad de una ciudad que nunca se detiene como las grietas de un sistema que convierte necesidades logísticas en empleos efímeros. La eficacia con la que han resuelto el problema de los ascensores lentos en un rascacielos demuestra la agilidad de la economía informal china, pero también plantea interrogantes sobre el futuro de quienes sostienen estas dinámicas sin contratos, sin derechos y con una remuneración mínima. Dicho de otra forma, lo que en apariencia es una solución ingeniosa al atasco del mediodía se convierte, al mirar más de cerca, en un recordatorio de cómo la economía moderna depende cada vez más de engranajes invisibles, una distopía de personas que corren entre pisos interminables sosteniendo a pulso, y sin garantías, la vida diaria de las metrópolis. Esperemos que no sean “esos” trabajos que la IA no puede hacer.Imagen | Robert Anders, Picryl, Charlie fongEn Xataka | China no tiene rival en megaconstrucciones: tiene hasta el rascacielos abandonado más alto del mundo En Xataka | Durante décadas subimos a este rascacielos de Nueva York sin saber que los tornillos que lo sujetaban no aguantaban

– La noticia

Hay rascacielos tan monstruosamente altos en China que ha surgido un nuevo empleo: los que llevan el almuerzo a las últimas plantas

fue publicada originalmente en

Xataka

por
Miguel Jorge

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