Ciencia y Tecnología
Todos sabemos que el verde es para avanzar en los semáforos. Menos Japón, que defiende que el verde es en realidad azul

Hace tiempo contamos una historia fascinante que tenía a los semáforos y a China como protagonistas. Resulta que Pekín trató de cambiar el color de estos dispositivos claves para el tráfico porque usar el rojo para “parar” era “anticomunista”. De colores y semáforos también va la siguiente historia.
En Japón no tienen problema con el rojo, pero sí con el verde.
La paradoja del semáforo azul. En la mayor parte del mundo la señal de tráfico que nos invita a avanzar es inequívocamente verde, pero en Japón esa misma luz se llama azul y, en algunos casos, incluso parece azulada a los ojos de quienes visitan el país.
Esta peculiaridad ha desconcertado a generaciones de extranjeros, pero para los japoneses es una convención tan natural como decir que el cielo es azul. La explicación no se encuentra en la tecnología de las lámparas ni en una decisión arbitraria de las autoridades viales, sino en un trasfondo cultural y lingüístico que hunde sus raíces en siglos de historia.
Los orígenes lingüísticos del “ao”. En el japonés antiguo, solo existían cuatro palabras básicas para designar colores: rojo, blanco, negro y azul. El término ao servía para nombrar un espectro mucho más amplio de tonalidades que el que nosotros asociamos hoy a lo azul, incluyendo lo que consideramos verde y cian.
Esta herencia lingüística perduró hasta el período Heian, cuando comenzó a difundirse la palabra midori para referirse específicamente a la vegetación y a la vitalidad del color verde. Sin embargo, la fuerza de la costumbre mantuvo vivo el uso de ao en situaciones donde, para otros idiomas, el matiz verde es evidente. Así, no resulta extraño que un japonés hable de manzanas azules, montañas o verduras azules, aunque a los ojos de cualquiera resulten verdes.
El conflicto. Cuando Japón introdujo los semáforos en la década de 1930, la luz de avance se describía como verde, siguiendo la convención global. Pero en 1960, con la entrada en vigor de la Ley de Tráfico Vial, se adoptó oficialmente el término ao shingō, el “señal azul”. El choque con los estándares internacionales se agudizó tras la Convención de Viena de 1968, que fijaba el verde como el color de referencia.
Japón no ratificó aquel tratado, y con ello se reservó el derecho a seguir empleando su propia denominación. En 1973, para conciliar costumbre y exigencias externas, el gobierno decidió que las luces debían ser de un verde con un matiz suficientemente azulado como para que pudiera seguir llamándose ao. El resultado fue un curioso equilibrio: semáforos de apariencia verdosa, pero culturalmente azules.
Más allá de las señales. La persistencia de ao no se limita a los semáforos. Expresiones comunes como aoringo para designar la manzana verde, aonori para el alga verde que se espolvorea sobre platos como el okonomiyaki, o aoba para las hojas jóvenes de los árboles, muestran cómo lo azul se superpone a lo verde en la lengua japonesa.
Además, ao adquirió un valor simbólico asociado a lo nuevo y lo inmaduro. Decir que una persona es aoi significa que aún es inexperta, una metáfora equivalente a la que en español o inglés expresamos llamando a alguien “verde”. Este cruce de significados revela cómo la lengua no solo nombra los colores, sino que también organiza percepciones y asociaciones culturales alrededor de ellos.
Convención convertida en identidad. Hoy, aunque los semáforos japoneses son en la práctica verdes, siguen siendo llamados azules por millones de personas que han heredado una manera particular de ver y describir el mundo. Lo que para un extranjero es una rareza o una confusión, para un japonés es una tradición que no necesita justificación.
Si se quiere, la lengua se ha impuesto sobre la percepción visual, y el resultado es un ejemplo de cómo las convenciones culturales pueden desafiar estándares internacionales y convertirse en parte de la identidad nacional. Así, el semáforo azul de Japón recuerda que la manera en que nombramos las cosas influye en cómo las entendemos, y que hasta una luz de tráfico puede contar una historia de siglos de historia, lengua y costumbre.
Imagen | redoxkun
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La noticia
Todos sabemos que el verde es para avanzar en los semáforos. Menos Japón, que defiende que el verde es en realidad azul
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Miguel Jorge
.
Hace tiempo contamos una historia fascinante que tenía a los semáforos y a China como protagonistas. Resulta que Pekín trató de cambiar el color de estos dispositivos claves para el tráfico porque usar el rojo para “parar” era “anticomunista”. De colores y semáforos también va la siguiente historia. En Japón no tienen problema con el rojo, pero sí con el verde. La paradoja del semáforo azul. En la mayor parte del mundo la señal de tráfico que nos invita a avanzar es inequívocamente verde, pero en Japón esa misma luz se llama azul y, en algunos casos, incluso parece azulada a los ojos de quienes visitan el país. Esta peculiaridad ha desconcertado a generaciones de extranjeros, pero para los japoneses es una convención tan natural como decir que el cielo es azul. La explicación no se encuentra en la tecnología de las lámparas ni en una decisión arbitraria de las autoridades viales, sino en un trasfondo cultural y lingüístico que hunde sus raíces en siglos de historia.
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Más allá de las señales. La persistencia de ao no se limita a los semáforos. Expresiones comunes como aoringo para designar la manzana verde, aonori para el alga verde que se espolvorea sobre platos como el okonomiyaki, o aoba para las hojas jóvenes de los árboles, muestran cómo lo azul se superpone a lo verde en la lengua japonesa. Además, ao adquirió un valor simbólico asociado a lo nuevo y lo inmaduro. Decir que una persona es aoi significa que aún es inexperta, una metáfora equivalente a la que en español o inglés expresamos llamando a alguien “verde”. Este cruce de significados revela cómo la lengua no solo nombra los colores, sino que también organiza percepciones y asociaciones culturales alrededor de ellos.
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