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El Vaticano

Muerte del Papa Francisco: ¿Qué Impacto Dejará en la Economía y la Política Global?

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Muerte del Papa Francisco: ¿Qué Impacto Dejará en la Economía y la Política Global?

Hoy ha muerto el Papa Francisco y, seas creyente o no, es evidente que el sucesor de San Pedro tiene una relevancia innegable. El Santo Pontífice encarna la voz de 1,390 millones de personas y el hecho de ser jefe de la Santa Sede le permite mantener relaciones diplomáticas plenas con 184 estados y un asiento propio en la ONU. Esa combinación de masa social y estatus soberano le permite mediar en conflictos seculares.

Pero hoy, con la muerte del Papa Francisco, no solo se marca el final de un pontificado de casi 12 años, sino que también se cierra un capítulo singular en la relación entre moral, poder y economía. Francisco fue el primer Papa en cuestionar abiertamente las bases del capitalismo tal y como se entiende hoy en día. El capitalismo contemporáneo, en su exhortación Evangelii Gaudium, denunció con claridad que esta economía mata. Así lo dijo, en referencia a un sistema que excluye, concentra la riqueza y genera pobreza estructural.

Aunque hoy hay otra noticia relevante que trataré mañana con más detalle, la dimisión de Klaus Schwab como jefe del Foro de Davos y el World Economic Forum, te animo a suscribirte si aún no lo has hecho y a darle a la campanilla para que de esa manera esta plataforma te avise en cuanto yo suba ese vídeo. A pesar de esa noticia, hoy debes quedarte porque voy a profundizar en una de las vertientes menos comentadas del legado del Papa Francisco.

No vamos a insistir en si era un Papa de izquierdas, como dicen, si luchó o no contra lo establecido en términos religiosos, tal vez, o si fue capaz de perseguir los grandes pecados de la Iglesia. Tampoco discutiré si tiene sentido que exista un estado vinculado a una religión, como eso ya lo están haciendo muchos otros y, además, mejor de lo que yo podría hacerlo. A mí me interesa más lo que ha supuesto, o lo que han supuesto, su crítica frontal al capitalismo desregulado, el cierre de miles de cuentas irregulares en el Vaticano, su propuesta de una economía del bien común, su impulso de una ecología integral, su respaldo incluso al ingreso básico universal y a la condonación de las deudas en los países pobres.

Más allá de la política, la influencia del primado de Italia, como se le conoce también al Papa de Roma, cala en los grandes retos globales. La encíclica Laudato Si’ impulsó el consenso moral que desembocó en el acuerdo de París. Por ejemplo, la ROM Call for EXIX reunió a grandes empresas como Microsoft, IBM y Cisco para poner freno a lo que ellos denominaban abusos de la inteligencia artificial. La propia red Caritas Internationalis moviliza a 162 agencias en 200 países ante desastres y pobreza. Los Museos Vaticanos, con 6.8 millones de visitantes ya en 2023, son, obviamente, un motor cultural y económico mundial.

Aunque no creas en la religión católica ni tan siquiera en Dios, esas acciones inciden en la geopolítica, el clima, la tecnología y la economía del día a día. De ahí que, en el caso del recién fallecido Papa Francisco, su liderazgo ha supuesto un viraje económico dentro y fuera del Vaticano. En casa, en el Vaticano, impulsó reformas profundas, creó la Secretaría para la Economía y reorganizó los mecanismos financieros de la Santa Sede con el fin de reducir la opacidad y, obviamente, también los escándalos que durante décadas empañaron las finanzas vaticanas.

Su firmeza quedó evidenciada en casos como el del cardenal Bechiu, condenado por desviar millones de euros. Se dice, se comenta que Francisco no solo predicó austeridad, sino que también la aplicaba. Una de las facetas más destacadas de Francisco ha sido su crítica frontal al orden económico mundial, especialmente en algo que él denominó capitalismo desregulado. En una exhortación denominada Evangelii Gaudium de 2013, lanzó una frase contundente: «Esta economía mata». Con ella denunciaba una economía de la exclusión donde la búsqueda de lucro sin freno llega a costar incluso vidas humanas. Puso como ejemplo que no puede ser noticia la muerte por frío de un anciano sin techo, mientras los titulares celebran o lamentan fluctuaciones bursátiles o beneficios bancarios.

Esa paradoja expresa lo que él llamaba la cultura del descarte, en la que los pobres y débiles son tratados como sobrantes del sistema. El Papa también rechazó la teoría de que la prosperidad, así la definió, derramada desde los de arriba beneficia automáticamente a los de abajo. Él decía que no. Señaló más bien que la globalización ha sacado a muchas personas de la pobreza, pero ha condenado a muchas otras a morirse de hambre, aumentando la desigualdad y advirtiendo además que no se puede esperar mucho más para atacar las causas estructurales de esa pobreza.

Se lo dijo al que mañana comentaré, a Suaf, pero ahí se quedó en su diagnóstico. El mercado sin control genera exclusión. Paradójicamente, esa visión moral del Papa Francisco guardaba ecos tanto en la filosofía liberal clásica como en alguna crítica socialista. Por un lado, recordaba la preocupación ética de Adam Smith, el padre del liberalismo económico, quien ya observó en su momento que no es por la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero que esperamos nuestra cena, sino por su propio interés. Smith confiaba en que ese interés individual, regulado por la mano invisible del mercado, podía redundar en el bienestar general. Pero Francisco advertía que, sin un marco de justicia, esa búsqueda egoísta de ganancias al final terminaba sacrificando siempre a los mismos, a los más débiles.

Es todo más complejo de lo que nos cuentan por ahí los medios. Así, desde una visión cristiana, Francisco coincidía en señalar la brecha moral de un sistema que concentraba riqueza mientras generaba exclusión. Pero no fue el primero. Ya Juan Pablo II había advertido en 1991 que un capitalismo sin un sólido marco ético y jurídico era inaceptable, y Benedicto XVI pidió en 2009 dar espacio a la lógica del don y la gratuidad de la economía. Francisco retomó esas ideas con un léxico mucho más crudo. Denunciaba la idolatría del dinero y afirmaba que el dinero debe servir y no gobernar. Esto le valió críticas en algunos sectores que lo tildaron de ingenuo o incluso de el Papa marxista. Él respondió que preocuparse por los pobres está en el corazón del Evangelio y que eso no es ideología.

En efecto, se ha generado ahí un debate entre su visión profética y la economía convencional. Por ejemplo, se le objetó que, aunque hubiera desigualdad, también la prosperidad media mundial ha ido creciendo como nunca antes. Pero si hay algo que, a nivel económico, en un plano más doméstico, sí tuvo efectos directos y se enfrentó a muros infranqueables, fue lo que pasó dentro del Vaticano. La credibilidad de su discurso exigía coherencia a puertas adentro. Por eso, desde el inicio de su pontificado, Francisco acometió reformas para sanear las finanzas vaticanas, algo que tradicionalmente estaba muy rodeado de opacidad. Tras años de escándalos que habían erosionado la imagen de la propia Iglesia, el Papa Francisco impulsó una reorganización sin precedentes orientada a la transparencia y al buen manejo de los recursos eclesiales.

Y os aseguro que eso no era fácil. Una de las primeras medidas fue, ojo con esto, cerrar unas 5,000 cuentas bancarias irregulares de las inactivas del IOR, es decir, el llamado Banco del Vaticano. Además, creó algo que no existía hasta entonces: la Secretaría para la Economía, una especie de Ministerio de Finanzas dentro de la Santa Sede, y constituyó un consejo de Economía formado por cardenales pero también por expertos laicos para supervisar esa gestión. Esa reestructuración pronto empezó a arrojar algunos resultados, y se descubrieron, ojo con esto, centenares de millones de euros que no figuraban en los balances oficiales. Unos 100 millones, según el reporte de 2014. Imaginen el escándalo que se debió montar allí.

Aunque Francisco promulgó normas más estrictas en el control y se avanzó en transparencia, por primera vez se publicaron, por ejemplo, los balances consolidados de la propia Santa Sede. Los resultados han sido digamos mixtos. Hoy el Vaticano goza de unas finanzas más saneadas, mucho más que antes, pero dista de ser un modelo de rendición de cuentas.

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