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Mundo Motor

¿Qué pasa si se usa gasolina regular en un auto que pide premium?

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Para muchos conductores, la elección del tipo de gasolina adecuada para el auto representa una consideración importante, especialmente para aquellos cuyos automóviles especifican el uso de gasolina premium. 

Ante la notable disparidad de precios entre esta última y la gasolina regular, surge la interrogante sobre la viabilidad y las consecuencias de optar por el combustible de menor octanaje en dichos vehículos. 

Sin embargo, hay que considerar los efectos sobre el rendimiento del motor, la eficiencia del combustible y la potencial afectación a largo plazo de los componentes mecánicos, más allá del aparente beneficio económico inmediato. 

Ante ello, se examinarán los fundamentos técnicos que justifican la recomendación de combustibles de alto octanaje y los resultados derivados de no adherirse a estas especificaciones.

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¿Y si le pongo de la regular? ¿Qué tan malo puede ser? 

Para empezar, hay que entender por qué algunos autos piden ese combustible más caro. Y no es un capricho de los fabricantes. Resulta que la diferencia principal entre la gasolina regular y la premium es el octanaje. 

Hay que pensar en el octanaje como la capacidad del combustible para resistir la compresión dentro del motor sin encenderse por sí solo, antes de que salte la chispa de la bujía. Así que los motores de alto rendimiento, frecuentemente aquellos con turbocompresores o una relación de compresión elevada, someten la mezcla de aire y gasolina a presiones mucho mayores. 

Por lo tanto, necesitan una gasolina que aguante esa presión sin detonar prematuramente. Esa detonación temprana y descontrolada es lo que se le conoce coloquialmente como “cascabeleo” o “pistoneo” (engine knock, en inglés).

¿Qué ocurre si llenamos el tanque con gasolina de menor octanaje del requerido? 

Pues bien, aquí entra en juego la tecnología moderna. La gran mayoría de los autos actuales, especialmente los diseñados para premium, vienen equipados con sensores de detonación (knock sensors). 

Estos pequeños héroes están constantemente escuchando al motor. Si detectan las vibraciones características del cascabeleo, que indican que la gasolina está detonando antes de tiempo debido al bajo octanaje, envían una señal rapidísima a la computadora del coche (la ECU).

Acto seguido, la ECU, que es el cerebro electrónico del auto, toma medidas para proteger el motor. ¿Cómo? Principalmente, retrasando el tiempo de encendido. Es decir, hace que la chispa salte un poquito más tarde en el ciclo de combustión. Esta acción efectivamente reduce la presión máxima dentro del cilindro y ayuda a prevenir el cascabeleo destructivo. 

Aquí es donde la cosa se pone interesante desde el punto de vista del conductor y del rendimiento. Esa acción de “autoprotección” tiene un precio. Al retrasar el encendido, el motor ya no funciona en su punto óptimo de eficiencia y potencia para el que fue diseñado. 

En consecuencia, lo primero que probablemente se notará es una pérdida de rendimiento. El auto podría sentirse un poco más perezoso, con menos brío al acelerar. Igualmente, es muy probable que se observe una disminución en la eficiencia de combustible. Así que, ese dinero que se pensaba ahorrar en la gasolinera, podrías terminar gastandose porque el auto consume más gasolina para recorrer la misma distancia. 

¿Puede dañar el motor a largo plazo? 

Aunque los sensores de detonación hacen un trabajo estupendo previniendo daños catastróficos inmediatos, someter al motor constantemente a condiciones para las que no está optimizado no es ideal. 

Forzar a la ECU a ajustar continuamente el tiempo de encendido puede generar un estrés adicional en ciertos componentes. Puesto que la combustión no es tan eficiente, también podría llevar a una mayor acumulación de depósitos de carbón en las cámaras de combustión y las válvulas. 

A muy largo plazo, y dependiendo del diseño específico del motor y de la frecuencia con la que se use gasolina regular, sí podría contribuir a un desgaste prematuro o a problemas más serios. 

Es fundamental hacer una distinción clave que a menudo se pasa por alto: si el fabricante “requiere” gasolina premium o si simplemente la “recomienda”. Si el manual dice requerida (required), usar regular es jugar con fuego. Los riesgos de rendimiento reducido, mayor consumo y potencial daño a largo plazo son significativos. 

Si el manual dice recomendada (recommended), la situación es un poco más flexible. Es probable que el motor esté diseñado para funcionar aceptablemente con regular, aunque siempre entregará su mejor desempeño y eficiencia con premium. En este último caso, la decisión recae más en el conductor y cuánto valora ese extra de potencia y eficiencia.

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No es tirar el dinero, al contrario

Desde una perspectiva crítica, la elección de usar gasolina regular en un auto que exige premium es, en la mayoría de los casos, una economía mal entendida. Se adquiere un vehículo con ciertas capacidades y refinamiento, cuyo motor ha sido diseñado con precisión para un tipo específico de combustible que permita explotar esas características. 

Intentar ahorrar dinero, a costa de sacrificar rendimiento, eficiencia y potencialmente arriesgar la salud a largo plazo del motor, parece un contrasentido. Es parte del costo de propiedad asociado a ese tipo de vehículo.

Al final del día, seguir las especificaciones del fabricante no es solo una sugerencia; es la forma de asegurar que el coche funcione como debe y se preserve su valor y fiabilidad.

 

Para muchos conductores, la elección del tipo de gasolina adecuada para el auto representa una consideración importante, especialmente para aquellos cuyos automóviles especifican el uso de gasolina premium. 

Ante la notable disparidad de precios entre esta última y la gasolina regular, surge la interrogante sobre la viabilidad y las consecuencias de optar por el combustible de menor octanaje en dichos vehículos. 

Sin embargo, hay que considerar los efectos sobre el rendimiento del motor, la eficiencia del combustible y la potencial afectación a largo plazo de los componentes mecánicos, más allá del aparente beneficio económico inmediato. 

Ante ello, se examinarán los fundamentos técnicos que justifican la recomendación de combustibles de alto octanaje y los resultados derivados de no adherirse a estas especificaciones.

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¿Y si le pongo de la regular? ¿Qué tan malo puede ser? 

Para empezar, hay que entender por qué algunos autos piden ese combustible más caro. Y no es un capricho de los fabricantes. Resulta que la diferencia principal entre la gasolina regular y la premium es el octanaje. 

Hay que pensar en el octanaje como la capacidad del combustible para resistir la compresión dentro del motor sin encenderse por sí solo, antes de que salte la chispa de la bujía. Así que los motores de alto rendimiento, frecuentemente aquellos con turbocompresores o una relación de compresión elevada, someten la mezcla de aire y gasolina a presiones mucho mayores. 

Por lo tanto, necesitan una gasolina que aguante esa presión sin detonar prematuramente. Esa detonación temprana y descontrolada es lo que se le conoce coloquialmente como “cascabeleo” o “pistoneo” (engine knock, en inglés).

¿Qué ocurre si llenamos el tanque con gasolina de menor octanaje del requerido? 

Pues bien, aquí entra en juego la tecnología moderna. La gran mayoría de los autos actuales, especialmente los diseñados para premium, vienen equipados con sensores de detonación (knock sensors). 

Estos pequeños héroes están constantemente escuchando al motor. Si detectan las vibraciones características del cascabeleo, que indican que la gasolina está detonando antes de tiempo debido al bajo octanaje, envían una señal rapidísima a la computadora del coche (la ECU).

Acto seguido, la ECU, que es el cerebro electrónico del auto, toma medidas para proteger el motor. ¿Cómo? Principalmente, retrasando el tiempo de encendido. Es decir, hace que la chispa salte un poquito más tarde en el ciclo de combustión. Esta acción efectivamente reduce la presión máxima dentro del cilindro y ayuda a prevenir el cascabeleo destructivo. 

Aquí es donde la cosa se pone interesante desde el punto de vista del conductor y del rendimiento. Esa acción de “autoprotección” tiene un precio. Al retrasar el encendido, el motor ya no funciona en su punto óptimo de eficiencia y potencia para el que fue diseñado. 

En consecuencia, lo primero que probablemente se notará es una pérdida de rendimiento. El auto podría sentirse un poco más perezoso, con menos brío al acelerar. Igualmente, es muy probable que se observe una disminución en la eficiencia de combustible. Así que, ese dinero que se pensaba ahorrar en la gasolinera, podrías terminar gastandose porque el auto consume más gasolina para recorrer la misma distancia. 

¿Puede dañar el motor a largo plazo? 

Aunque los sensores de detonación hacen un trabajo estupendo previniendo daños catastróficos inmediatos, someter al motor constantemente a condiciones para las que no está optimizado no es ideal. 

Forzar a la ECU a ajustar continuamente el tiempo de encendido puede generar un estrés adicional en ciertos componentes. Puesto que la combustión no es tan eficiente, también podría llevar a una mayor acumulación de depósitos de carbón en las cámaras de combustión y las válvulas. 

A muy largo plazo, y dependiendo del diseño específico del motor y de la frecuencia con la que se use gasolina regular, sí podría contribuir a un desgaste prematuroo a problemas más serios. 

Es fundamental hacer una distinción clave que a menudo se pasa por alto: si el fabricante “requiere” gasolina premium o si simplemente la “recomienda”. Si el manual dice requerida (required), usar regular es jugar con fuego. Los riesgos de rendimiento reducido, mayor consumo y potencial daño a largo plazo son significativos. 

Si el manual dice recomendada (recommended), la situación es un poco más flexible. Es probable que el motor esté diseñado para funcionar aceptablemente con regular, aunque siempre entregará su mejor desempeño y eficiencia con premium. En este último caso, la decisión recae más en el conductor y cuánto valora ese extra de potencia y eficiencia.

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Desde una perspectiva crítica, la elección de usar gasolina regular en un auto que exige premium es, en la mayoría de los casos, una economía mal entendida. Se adquiere un vehículo con ciertas capacidades y refinamiento, cuyo motor ha sido diseñado con precisión para un tipo específico de combustible que permita explotar esas características. 

Intentar ahorrar dinero, a costa de sacrificar rendimiento, eficiencia y potencialmente arriesgar la salud a largo plazo del motor, parece un contrasentido. Es parte del costo de propiedad asociado a ese tipo de vehículo.

Al final del día, seguir las especificaciones del fabricante no es solo una sugerencia; es la forma de asegurar que el coche funcione como debe y se preserve su valor y fiabilidad.

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