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GEOPOLÍTICA: » Del Congreso de Viena al Orden Mundial Tripolar: Trump, Putin y Xi reconfiguran el tablero global»

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El mundo se encamina hacia un nuevo reparto de poder global sin necesidad de tratados formales. Como en 1815, las grandes potencias imponen su voluntad. Esta vez, sin diplomáticos de frac y con algoritmos en vez de cañones.

ERM Digital

Un eco del pasado resuena con fuerza en el presente. Más de dos siglos después del Congreso de Viena, el planeta parece repetir la historia con distintos protagonistas, distintos medios, pero similares ambiciones. La multipolaridad que muchos imaginaron como ideal se ha convertido en un triángulo de tensión donde tres líderes reescriben las reglas: Donald Trump, Vladimir Putin y Xi Jinping.

¿ Un nuevo Congreso de Viena, sin Viena ?

En 1814, las potencias vencedoras de las guerras napoleónicas se reunieron en Viena con un objetivo claro: restaurar el orden, contener el caos y repartirse el mundo. La estrategia fue evitar que una sola potencia —como lo fue Francia bajo Napoleón— volviera a dominar Europa.

Hoy, sin reuniones oficiales ni protocolos aristocráticos, el mundo asiste a una nueva redistribución del poder global. No es un tratado formal, pero sí una lógica vigente: una guerra fría de nuevo cuño, donde la diplomacia cede paso al espionaje digital, la economía a los bloqueos tecnológicos, y las armas a la manipulación de la narrativa.

Trump, Putin y Xi: los nuevos amos del equilibrio

El Congreso de Viena tuvo sus figuras: Lord Castlereagh (Reino Unido), el zar Alejandro I (Rusia) y Klemens von Metternich (Austria). Tres visiones del mundo: el interés nacional, el conservadurismo religioso y el orden autoritario.
Hoy, los paralelos son innegables:

🇺🇸 Donald Trump: el nuevo Castlereagh
Como el diplomático británico, Trump representa una visión utilitarista del poder. “America First” es su traducción moderna del “equilibrio de poder” inglés: no involucrarse demasiado, pero sí dominar el comercio y marcar las condiciones. Rechaza tratados multilaterales, impone aranceles y apuesta por una diplomacia de fuerza, no de consenso.
🇷🇺 Vladimir Putin: el zar restaurador
Putin, al igual que Alejandro I, se presenta como salvador del orden tradicional. Con lenguaje nacionalista, referencias ortodoxas y nostalgia imperial, busca restaurar la grandeza perdida. La invasión a Ucrania es su versión moderna del expansionismo legitimado por la historia.
🇨🇳 Xi Jinping: el nuevo Metternich del siglo XXI
Xi es estratega, calculador, y obsesionado con la estabilidad interna. Como Metternich, utiliza el control ideológico, la vigilancia y la censura como herramientas de gobierno. La “Ruta de la Seda Digital”, los megaproyectos en África y América Latina, y su modelo autoritario-modernizador replican el conservadurismo ilustrado del canciller austriaco.

¿Dónde queda Europa? ¿Y el Sur Global?

En 1815, Francia fue humillada, pero permaneció en la mesa. Hoy, la Unión Europea ha sido desplazada del centro de mando mundial. Sin ejército propio, fragmentada políticamente y dependiente de EE.UU. y China, Europa asiste como espectadora a la nueva configuración global.

Más dramático aún es el rol del Sur Global : África, América Latina, parte de Asia. Estas regiones son hoy terreno de conquista sin cañones, donde las potencias ofrecen préstamos, infraestructura, influencia mediática, y acceso digital. Pero todo tiene un costo: deuda, dependencia tecnológica o condicionamientos ideológicos.

Ganadores y perdedores del nuevo orden mundial tripolar

Los ganadores: potencias que reescriben las reglas
En el Congreso de Viena de 1815, los grandes vencedores de las guerras napoleónicas —Reino Unido, Rusia, Austria y Prusia— se adjudicaron el derecho de rediseñar Europa. Dos siglos después, una nueva trilogía de poder se ha erigido: Estados Unidos, China y Rusia. Esta vez no hay tratados ni congresos diplomáticos, pero sí acuerdos tácitos y juegos de fuerza. Cada uno, desde su visión, está moldeando el orden internacional a su imagen y semejanza.

Donald Trump, con su visión nacionalista, aislacionista y disruptiva, ha puesto en pausa el liderazgo global tradicional de EE.UU. y lo ha redireccionado hacia un modelo de supremacía comercial, tecnológica y energética. En lugar de liderar el mundo desde la diplomacia, prefiere imponer condiciones desde el poder duro.

Por su parte, Vladimir Putin ha aprovechado las fisuras del sistema occidental para proyectar una Rusia que desafía a la OTAN, que exporta influencia militar y energética, y que intenta restaurar su papel como actor central en Eurasia. Su narrativa se fundamenta en la historia imperial, la defensa de los “valores tradicionales” y una política exterior agresiva que busca reposicionar a Moscú como eje civilizacional.

Mientras tanto, Xi Jinping ha perfeccionado un modelo autoritario-tecnocrático que seduce a muchos países del Sur Global. Bajo el paraguas de la Ruta de la Seda y con un ejército digital silencioso, China ofrece infraestructuras, créditos y tecnología a cambio de alineamiento político, silencio diplomático y dependencia estructural. Su hegemonía no se impone con cañones, sino con contratos, fibra óptica y control algorítmico.

También se han consolidado como ganadores aquellos Estados que poseen poder militar, capacidad tecnológica o dominio de materias primas estratégicas. El litio, los semiconductores, la inteligencia artificial y la energía nuclear han reemplazado al carbón, el algodón o el oro como herramientas de poder. Las potencias que controlan estos recursos —o que dominan su cadena de suministro— se convierten en árbitros del juego global.

Los perdedores: democracias frágiles, regiones ignoradas, voces silenciadas

Así como el Congreso de Viena ignoró a los movimientos liberales, a las identidades nacionales emergentes y a las poblaciones subyugadas por imperios, el nuevo orden mundial tripolar también está dejando a muchos al margen. El primer gran perdedor es Europa. Aunque rica y culturalmente influyente, la Unión Europea carece de poder militar unificado, depende energéticamente del exterior y sufre divisiones internas que la hacen irrelevante en muchas negociaciones clave. En el tablero de las superpotencias, Europa ya no mueve fichas, apenas las observa.

Otro perdedor evidente es el sistema multilateral. Organismos como la ONU, la OMC, la OMS y la Corte Penal Internacional han sido desprestigiados, saboteados desde dentro o simplemente ignorados. Las grandes potencias actúan al margen de sus reglas y sólo las invocan cuando les conviene. El derecho internacional se ha vuelto selectivo, y la “comunidad internacional” es hoy una expresión vacía, sin capacidad real de acción.

Los países del Sur Global —particularmente en África, América Latina y Asia Meridional— viven una nueva forma de colonialismo. Ya no se trata de invasión territorial, sino de dependencia tecnológica, deuda oculta, intervención narrativa y penetración digital. Están siendo cortejados con inversiones y promesas, pero muchas veces sin garantías de soberanía ni desarrollo duradero. Son, en muchos casos, peones atrapados entre las agendas cruzadas de Washington, Moscú y Pekín.

Finalmente, también han perdido las ideas: el liberalismo clásico, la democracia representativa, la cooperación internacional, la defensa de los derechos humanos. En este nuevo orden no hay espacio para discursos morales, sino para balances de poder. El ideal de un mundo regido por reglas universales, cooperación entre naciones y respeto mutuo ha sido sustituido por una lógica de bloques, amenazas y transacciones frías.

¿Un nuevo equilibrio o la antesala del caos?

En 1815, el Congreso de Viena logró lo que pocos procesos diplomáticos han conseguido en la historia: evitar una guerra a gran escala en Europa durante casi 100 años. Aquel equilibrio, sin embargo, tuvo un alto precio: la represión sistemática de movimientos democráticos, la restauración de monarquías absolutas, el silenciamiento de pueblos y naciones que aspiraban a la autodeterminación, y el aplazamiento forzoso de las reformas políticas que finalmente estallarían con furia en las revoluciones de 1848 y, posteriormente, en la Primera Guerra Mundial.

La lección histórica es clara: la estabilidad impuesta desde arriba puede funcionar a corto o mediano plazo, pero no resiste eternamente el peso de las aspiraciones populares. Hoy, el nuevo orden mundial tripolar parece seguir una lógica similar. Trump, Putin y Xi no buscan tanto resolver los conflictos estructurales del sistema internacional, como administrarlos, contenerlos, explotarlos a su favor, y construir alrededor de ellos un sistema que les sea funcional en términos de poder.

Este nuevo equilibrio no se basa en acuerdos estables, sino en tensiones controladas, amenazas mutuas, narrativas paralelas y zonas grises. La diplomacia, cuando se utiliza, no es para forjar paz duradera, sino para comprar tiempo, posicionarse estratégicamente o evitar sanciones. Las negociaciones multilaterales han sido desplazadas por acuerdos bilaterales opacos, chantajes económicos, corredores de influencia digital, e intervenciones encubiertas.

Los conflictos no desaparecen, simplemente cambian de forma. Las guerras comerciales reemplazan a las invasiones. Las ciberagresiones sustituyen a los bombardeos. Los golpes blandos se camuflan bajo la apariencia de legalidad. La censura digital ya no necesita tanques, solo algoritmos. Y los nuevos muros no se construyen de cemento, sino con códigos, líneas de crédito y condicionamientos geoestratégicos.

El orden tripolar, lejos de crear un sistema armónico, parece diseñar un campo minado. Uno en el que cada potencia juega a empujar los límites sin romperlos del todo, donde las alianzas son frágiles, las lealtades volátiles y las normas, cada vez más relativas. En este tablero, el caos no es un accidente: es una herramienta. La incertidumbre se ha convertido en un arma geopolítica.

Lo más preocupante es que no hay mecanismos reales para desactivar este modelo de tensión permanente. A diferencia del Concierto de Europa, que establecía encuentros periódicos y códigos de conducta entre las potencias, el orden actual carece de foros con autoridad efectiva. La ONU ha sido neutralizada, la OMC está en parálisis técnica, y las potencias no reconocen árbitros imparciales. La ley internacional ha sido reemplazada por la ley del más fuerte o del más influyente.

El escenario se asemeja a una partida de ajedrez entre tres grandes jugadores que no buscan jaque mate, sino mantener al otro bajo amenaza constante, mientras avanzan en el tablero real de sus intereses. Y, como en 1815, los pueblos, las democracias frágiles, las regiones periféricas, no están sentadas en esa mesa, pero sufrirán las consecuencias de cada movimiento.

Las reglas han cambiado. El tablero también. Pero lo más inquietante es que, como entonces, los dados siguen en manos de unas pocas potencias que no rinden cuentas a nadie. Y en este juego geopolítico, cuando los dados se lanzan sin control, las consecuencias ya no se miden solo en territorios, sino en datos, en deuda, en libertades perdidas… y en vidas.

Luis Rosario Moreno
Director de ERM Digital – República Dominicana
Ingeniero Industrial
Analista Geopolítica, Política Exterior y Diplomacia Estratégica

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