De Ultimo Minuto
Colapso en el Jet Set: «Morbo, escándalo y sombras tras la tragedia»
Colapso en el Jet Set: Morbo, escándalo y sombras tras la tragedia
Rescatistas sacan un cadáver entre los escombros de la discoteca Jet Set tras el colapso. La madrugada del 8 de abril de 2025 Santo Domingo vivió una escena dantesca: el techo de la icónica discoteca Jet Set se desplomó de súbito sobre cientos de asistentes, sepultándolos bajo concreto, vigas y metal retorcido. El saldo fue 231 personas muertas y más de 200 heridas, en lo que ya se cataloga como una de las peores tragedias no naturales en la historia dominicana. Entre polvo, gritos y música interrumpida, equipos de rescate removían cuerpos destrozados y sobrevivientes aturdidos, iluminados por destellos de ambulancias y patrullas en la oscuridad. La tragedia en sí misma sacudió al país, pero lo que vino después destapó una caja de Pandora de morbo, rumores y posibles negligencias que han eclipsado los simples hechos con un aura de escándalo institucional.
Famosos entre las víctimas mortales
El desplome no discriminó a sus víctimas: figuras de la farándula, del deporte y del ámbito político quedaron atrapadas bajo los escombros junto al público general. El popular merenguero Rubby Pérez, quien animaba la fiesta esa noche, perdió la vida durante su propia presentación. Su voz, que minutos antes hacía bailar al público, quedó silenciada por el estruendo mortal del techo cayendo. Junto a él murieron también dos exjugadores dominicanos de Grandes Ligas, Octavio Dotel (51 años) y Tony Blanco (43), famosos por sus carreras en el béisbol profesional (Dotel ostentaba el récord de jugar con 13 equipos de las Mayores, mientras Blanco brilló en la liga japonesa). La tragedia se llevó además a la gobernadora de Montecristi, Nelsy Cruz, quien había asistido al concierto y quedó atrapada; en un acto desesperado, Cruz logró incluso llamar al presidente Luis Abinader desde debajo de los escombros para pedir auxilio, pero los rescatistas no lograron sacarla con vida (falleció debido a heridas por vidrios y concreto).
Entre los fallecidos hubo miembros destacados de la élite social. Por ejemplo, Eduardo Grullón, presidente de la administradora de fondos de pensiones Popular, murió celebrando el cumpleaños de su esposa Johanna Rodríguez, quien también pereció en el derrumbe.. Asimismo, perdió la vida Eduardo Guarionex Estrella Cruz, hijo del actual ministro de Obras Públicas (Eduardo Estrella); estaba disfrutando la velada junto a su joven esposa Alexandra Grullón, ejecutiva bancaria, y ambos fallecieron menos de un año después de haberse casado. El mundo de la moda también se vistió de luto: el diseñador Martín Polanco, célebre por sus elegantes chacabanas a nivel internacional, falleció mientras compartía con amistades en su club favorito. Luis Guillén, jugador de la selección nacional de fútbol, figura entre los confirmados muertos, al igual que Christian Tejeda Pichardo, director de Infraestructura Urbana de la alcaldía del Distrito Nacional. Hasta un congresista resultó víctima: el diputado Carlos Gil (partido Fuerza del Pueblo) sufrió graves heridas al derrumbarse la estructura encima de él; fue operado de emergencia y sobrevivió de milagro, aunque su chofer y otras personas de su comitiva fallecieron o desaparecieron en el acto. La lista trágica pareciera sacada de una pesadilla colectiva: la crema y nata de la sociedad dominicana cayó junto al pueblo llano en aquella noche fatídica, borrando cualquier distinción entre VIPs y ciudadanos comunes en medio del desastre.
Rumores de sabotaje y encubrimientos
A las pocas horas del colapso, mientras aún se contaban cadáveres, una avalancha de teorías conspirativas y rumores sensacionalistas inundó las redes sociales y programas de radio. En cuestión de minutos, la tragedia real quedó envuelta en una nebulosa de especulaciones: se habló de sabotaje deliberado –¿un enemigo del dueño provocó el derrumbe?–, se llegó a decir que fue un “castigo divino” por los “pecados” del lugar, e incluso hubo quienes deliraron con que todo había sido un montaje planificado más propio de una película que de la vida real. Todas estas aseveraciones, por supuesto, sin una sola prueba y difundidas por autoproclamados “expertos” de teclado o por voces anónimas sedientas de atención. La falta de información clara en los momentos iniciales dio paso a un vacío llenado por la imaginación colectiva: algunos insinuaban encubrimientos gubernamentales, sospechando que las autoridades ocultaban el “verdadero” número de víctimas o las causas, mientras otros juraban que esa noche ocurrieron llamadas telefónicas misteriosas entre altos funcionarios intentando tapar la verdad.
El grado de desinformación alcanzó ribetes surrealistas. Un reconocido comunicador llegó a ironizar que los defensores del propietario estaban “casi culpando a un ataque alienígena” con tal de no admitir la responsabilidad humana en el colapso. En paralelo, proliferaban noticias falsas y personajes inventados: un hombre identificado como Rafael Rosario Mota se hizo pasar por “héroe” del rescate, dando entrevistas donde afirmaba haber salvado 12 vidas entre los escombros, solo para luego descubrirse que ¡ni siquiera estuvo en el lugar! La Policía Nacional lo detuvo por engañar al público tras encontrar que había cobrado por narrar sus falsos actos heroicos en distintos medios. El descaro de este “falso héroe” y la ola de teorías descabelladas convirtieron el dolor ajeno en un macabro espectáculo mediático. Morbo en vivo, teorías de conspiración al por mayor y transmisiones sin filtro desde la zona cero opacaron los hechos verificables con un show sin respeto al duelo de las víctimas. El Jet Set se derrumbó dos veces: primero su techo de concreto y luego, metafóricamente, la verdad sepultada bajo rumores.
Vínculos políticos, empresarios y la farándula en la mira
Esta no era una discoteca cualquiera. Jet Set operaba desde 1994 y se había ganado fama como templo del entretenimiento de Santo Domingo, frecuentado tanto por amantes del baile como por figuras influyentes. Sus populares conciertos de los lunes por la noche atraían a personalidades de renombre, mezclando en la pista a artistas famosos, empresarios acaudalados e incluso políticos de alto perfil. La tragedia reveló hasta qué punto los destinos de estas figuras estaban entrelazados con el lugar: la muerte de la gobernadora Cruz y la presencia de un diputado herido confirman que autoridades públicas eran clientes asiduos del Jet Set. De igual modo, la pérdida de ejecutivos bancarios, diseñadores y exdeportistas famosos muestra cómo la élite social hacía vida nocturna en ese club. Este cruce entre lo social y lo político ha alimentado suspicacias sobre influencias y privilegios detrás del funcionamiento del local.
En el centro de todo está el propietario del establecimiento, Antonio Espaillat. Proveniente de una de las familias más acaudaladas del país, Espaillat es un poderoso empresario con inversiones en medios de comunicación, restaurantes y entretenimiento. Tras el desastre, el hermético magnate –quien también es dueño de locales emblemáticos como el restaurante Jalao, entre otros– pasó de anfitrión de fiestas a principal señalado por la opinión pública. Oficialmente, la familia Espaillat emitió un comunicado expresando sus condolencias y su disposición a cooperar con las investigaciones. Sin embargo, en los corrillos mediáticos y redes sociales se insinuó que movería sus influencias para eludir consecuencias. No es un secreto que un empresario de tal calibre tiene conexiones en altas esferas, y pronto surgieron comentarios cínicos sobre llamadas “desde arriba” para proteger al amigo poderoso. De hecho, trascendió que el propio Espaillat habría buscado apoyo de figuras de los medios para controlar el daño a su imagen: según rumores, telefoneó al popular influencer y productor Santiago Matías, alias Alofoke, pidiéndole ayuda tras la tragedia. Alofoke –quien afirmó públicamente que una tía suya murió en el derrumbe, mostrando que la tragedia tocó su propia familia– rechazó encubrir nada y, en cambio, hizo eco de las voces que claman justicia. En su programa radial, Alofoke envió un mensaje directo al empresario instándolo a dar la cara y asumir su responsabilidad, entre críticas de que Jet Set “se le había ido de las manos”.
Los vínculos del Jet Set con el poder también se evidencian en las omisiones de control antes del desastre. Muchos se preguntan si la discoteca gozaba de trato preferencial de las autoridades gracias a sus dueños bien conectados. ¿Cómo es posible –dicen las malas lenguas– que ningún inspector municipal o ministerial detectara a tiempo los riesgos estructurales? ¿Hubo vista gorda intencional por ser “territorio VIP”? La indignación pública ha alcanzado tal punto que incluso figuras normalmente moderadas, como el veterano periodista Julio Martínez Pozo, han criticado duramente cualquier tentativa de diluir responsabilidades, burlándose de las teorías excusatorias (como la ya citada del “ataque alienígena”) y exigiendo que caiga todo el peso de la ley sobre los verdaderos culpables. En este drama, la farándula, la política y el dinero están entremezclados: el derrumbe del Jet Set arrancó la máscara a una sociedad donde noche tras noche bailaban juntos el poder y el pueblo, hasta que el destino –o la negligencia– les cayó encima.
Permisos en entredicho e inspecciones omitidas
Con el correr de los días, además del quién, salió a relucir el qué y cómo ocurrió semejante colapso. Aquí es donde asoman posibles negligencias administrativas. Documentos y expertos señalan que la discoteca operaba en condiciones que nunca debieron ser aprobadas por las autoridades. Para empezar, el edificio –construido en 1973– originalmente albergaba un cine y no fue diseñado para soportar las cargas de un centro nocturno moderno. La estructura de techo amplio sin columnas centrales, adecuada para una sala de cine de antaño, quedó débil al añadírsele con los años sistemas pesados de sonido, enormes bocinas, luces colgantes, climatizadores industriales y plantas eléctricas en la azotea que pesaban varias toneladas. Cada renovación (en 2010 y 2015) sumó más peso sin un reforzamiento proporcional de la estructura. Pese a este cambio de uso evidente, no consta que se haya hecho una revisión estructural exhaustiva ni actualizado la licencia de edificación conforme a las nuevas cargas. En otras palabras, Jet Set funcionó por décadas con permisos basados en un diseño original distinto, algo que expertos atribuyen a la escasa regulación y fiscalización urbana: “una sobrecarga de la estructura combinada con una pobre fiscalización desencadenaron la tragedia”, sentencia un análisis técnico de prensa internacional.
Tras el desastre, las autoridades locales y nacionales quedaron en entredicho. Los familiares de víctimas interpusieron demandas no solo contra los dueños del club, y hasta contra el Estado dominicano, acusándolos de incumplir su deber de supervisión y permitir operar un establecimiento inseguro. La querella argumenta que hubo violaciones a las normativas de construcción y códigos de edificación vigentes, y cita jurisprudencia que responsabiliza al Estado por omisiones de sus agentes. ¿Existían los debidos permisos de uso de suelo y certificaciones estructurales? Si existían, ¿fueron obtenidos legítimamente o mediante influencias? Esas son preguntas que flotan en el aire. Lo cierto es que nunca se clausuró el local para una inspección mayor a pesar de indicios de riesgo (incluso después de un incendio ocurrido en 2023). Solo después de haberse cobrado cientos de vidas, las autoridades anunciaron a posteriori una “operación nacional” de inspección a discotecas y locales de espectáculos, una medida que muchos califican de reactiva e hipócrita. Como señala mordazmente un ciudadano en redes: “Había que esperar una tragedia de esta magnitud para darse cuenta de que tantas discotecas operan sin supervisión?”. El Jet Set, por su parte, pasó todos estos años sin recibir a tiempo la visita que pudo salvarlo de sí mismo.
Advertencias ignoradas y señales de peligro previas
Quizá lo más escalofriante de todo es la creciente evidencia de que esta tragedia era anunciada. Varias señales de peligro habrían estado presentes meses e incluso años antes del colapso, pero fueron ignoradas o minimizadas. Testigos y empleados relatan que el techo del Jet Set daba avisos de su deterioro: filtraciones de agua cuando llovía, pequeñas grietas en las esquinas superiores y vibraciones inusuales durante los conciertos más concurridos. De hecho, apenas 15 días antes de la catástrofe, ocurrió un incidente premonitorio: el legendario merenguero Sergio Vargas –amigo de la casa y frecuente artista en tarima– contó que, durante su última presentación en la discoteca, notó algo alarmante. Al terminar su show, vio al personal de limpieza barriendo escombros pequeños que habían caído del techo. Extrañado, preguntó qué sucedía, a lo que le respondieron con pasmosa naturalidad: “No, eso es a cada rato que caen pedacitos”. Vargas lamenta que no se tomaran medidas pese a esas señales previas de que el techo cedía. Sus palabras textuales resonaron en la prensa: “Cuando voy saliendo, veo a los de limpieza barriendo partículas. Digo yo ‘¿y qué barren?’, y me dicen ‘eso pasa cada rato’”, reveló el artista, indignado por la falta de prevención que pudo costarle la vida también a él en cualquier momento.
No fue la única alerta ignorada. En septiembre de 2023, un rayo impactó una planta eléctrica en la azotea del Jet Set, provocando un conato de incendio que alarmó a los vecinos. Los bomberos apagaron las llamas y en su momento declararon que la estructura no había sufrido daños mayores. Pero ahora, a la luz del colapso, surge la duda de si aquella evaluación fue superficial. Expertos indican que el fuego pudo haber debilitado el hormigón del techo y empeorado fisuras existentes. Actualmente, la Oficina de Evaluación Sísmica y Vulnerabilidad (Onesvie) está revisando los restos y exigiendo el informe del incendio de 2023 para determinar si hubo daños estructurales que pasaron inadvertidos. Esto sugiere que tras el incendio no se realizó un peritaje estructural profundo, una omisión potencialmente fatal.
Más alarmante aún, ha circulado un audio filtrado que apuntaría a que sí hubo una advertencia técnica formal antes del desastre: según este reporte explosivo, un ingeniero estructural habría advertido claramente al dueño del Jet Set y a un asesor gubernamental que “el lugar era un peligro inminente” debido a fallas en el techo, instándolos a tomar acción. Esa supuesta advertencia, de la cual algunos medios independientes se hicieron eco, habría sido desoída por completo –y ahora pesa sobre la conciencia de quienes la escucharon sin actuar. Aunque las autoridades no han confirmado públicamente esta versión, el hecho de que la Fiscalía haya abierto una investigación penal y de que técnicos internacionales estén analizando los restos indica que buscan determinar si hubo negligencia criminal detrás de la tragedia.
En retrospectiva, cada fisura ignorada en el techo, cada gotera tapada con pintura, cada alarma desatendida, fueron ladrillos en la construcción de esta calamidad. El colapso del Jet Set no fue sólo el resultado de un fallo estructural fortuito, sino la conclusión de una cadena de descuidos y actitudes temerarias. ¿Cuántas advertencias más hacían falta? Los indicios estuvieron allí, a la vista: la estructura vieja, las remodelaciones sin refuerzo, los pedazos de techo que caían “a cada rato”… Todos esos gritos silenciosos de la edificación fueron opacados por la música estridente y la confianza ciega en que “aquí no pasa nada”. Hoy, entre los escombros de lo que fue la discoteca más emblemática de Santo Domingo, no solo yacen recuerdos de noches de fiesta, sino también las pruebas de una catástrofe anunciada. Y mientras el país busca respuestas, crece la indignación al saberse que detrás de esta tragedia hay algo más oscuro que un simple accidente: hay negligencia, complicidad e imprudencia bailando en la oscuridad, mucho antes de que sonara la última canción.
Fuentes: Testimonios y reportes recopilados de prensa dominicana e internacional, redes sociales y documentos técnicos sobre el colapso del Jet Set. Esta versión sensacionalista presenta rumores y acusaciones no comprobadas judicialmente, citándolos como tales para exponer los lados más polémicos detrás del hecho.