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Espectáculo

Qué es la homeostasis emocional

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Tras la tragedia del Jet Set, lo primero que invadió el país fue el silencio. No el silencio incómodo, sino ese que pesa, que estremece, que no sabe qué decir ni cómo nombrar lo que duele. Es ese mismo silencio el que también habita en nuestro cuerpo.

En momentos de shock, de pérdida o tristeza colectiva, el cuerpo no responde como de costumbre. El apetito se apaga. El sueño se interrumpe o desaparece. Las rutinas se desordenan. Las ganas de moverse se diluyen. Y eso… está bien.

En una cultura que nos exige productividad incluso en el duelo, detenerse puede ser un acto de profunda humanidad. Comer bien, entrenar, dormir ocho horas y meditar son grandes herramientas de autocuidado… pero no son reglas rígidas.

El cuerpo se protege

No hay error en pausar. No hay falla en no tener fuerzas. El cuerpo sabe protegerse con su propio lenguaje: el silencio, la quietud, la introspección.

La ciencia lo entiende: en eventos de trauma, el eje hipotálamo-hipófisis-adrenal se altera. La liberación de cortisol y adrenalina cambia la digestión, el sueño, el humor, la percepción del tiempo. Lo que solemos llamar “decaimiento” es, muchas veces, una respuesta adaptativa.

Una forma de ahorrar energía psíquica y orgánica. Incluso el intestino —tan conectado al sistema nervioso— entra en pausa, alterando el tránsito, la flora, la percepción visceral. Y eso no necesita ser corregido de inmediato. Necesita tiempo. Necesita espacio.

A quienes han sentido este apagón físico y emocional estos días: no hay nada que forzar. No tienes que “volver” enseguida. No tienes que comer perfecto, ni entrenar, ni cumplir tu rutina.

Si tu cuerpo necesita dormir más, o no dormir del todo. Si no tienes hambre, o te refugias en alimentos reconfortantes. Si no puedes hablar, ni explicar lo que sientes… todo eso también es parte del proceso.

Recomendaciones

Eso sí: que el silencio no se convierta en aislamiento total. Que la pausa no se prolongue sin red. Es distinto descansar que desconectarse por completo. Tal vez no puedas organizar tus comidas, pero sí recordar tomar tus medicamentos.

Tal vez no quieras entrenar, pero podrías salir a caminar sin exigencia. Tal vez no puedas hablar con nadie, pero podrías escribir lo que sientes.

Hoy más que nunca, el llamado no es a activarse. Es a escucharse. A respetar el ritmo del cuerpo cuando duele. Porque el autocuidado no siempre se ve como energía, sino como pausa. Como silencio. Como decir “no sé” y quedarse ahí.

Que este duelo colectivo nos enseñe también a ser más compasivos con nuestro propio proceso. Porque cuidarse, a veces, es simplemente sostenerse sin presionarse.

 

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