Baloncesto
Kevin Durant y el triste crepúsculo del ángel caído
En la tradición cristiana, Lucifer representa a Satanás, un ángel caído que poseía una gran belleza e inteligencia, pero que se reveló ante Dios y pecó de soberbia para ser expulsado al infierno. En la NBA, ese puesto corresponde a Kevin Durant, un jugador con un talento enorme dedicado casi por entero al mal. La estrella, imperecedera, brillante en lo individual en su senectud, no para de acumular estadísticas al mismo tiempo que deja tras de sí un reguero interminable de cadáveres y de escenas que son inversamente proporcionales a su consabida calidad. Es lo que tiene un jugador que ha ejercido como muchos otros la ventaja que le ha dado la era de los jugadores empoderados, y que mientras se exhibía una noche tras otra, también protagonizaba escándalos, cargaba contra sus compañeros, contra sus entrenadores y también contra sus propios equipos. Una tónica que ha mantenido durante demasiado tiempo y que ha causado estragos en una reputación que está ya herida de muerte, sin que nadie pueda hacer nada para rescatarla. Algo que no le importa mucho, pero que no deja de ser triste si tenemos en cuenta lo que representa su eterna figura.
A pesar de mantener un nivel individual extraordinario, la estrella vive su ocaso con la reputación destruida y otro proyecto deportivo convertido en víctima de sus desmanes.
En la tradición cristiana, Lucifer representa a Satanás, un ángel caído que poseía una gran belleza e inteligencia, pero que se reveló ante Dios y pecó de soberbia para ser expulsado al infierno. En la NBA, ese puesto corresponde a Kevin Durant, un jugador con un talento enorme dedicado casi por entero al mal. La estrella, imperecedera, brillante en lo individual en su senectud, no para de acumular estadísticas al mismo tiempo que deja tras de sí un reguero interminable de cadáveres y de escenas que son inversamente proporcionales a su consabida calidad. Es lo que tiene un jugador que ha ejercido como muchos otros la ventaja que le ha dado la era de los jugadores empoderados, y que mientras se exhibía una noche tras otra, también protagonizaba escándalos, cargaba contra sus compañeros, contra sus entrenadores y también contra sus propios equipos. Una tónica que ha mantenido durante demasiado tiempo y que ha causado estragos en una reputación que está ya herida de muerte, sin que nadie pueda hacer nada para rescatarla. Algo que no le importa mucho, pero que no deja de ser triste si tenemos en cuenta lo que representa su eterna figura.
Los Suns han finalizado una temporada para olvidar, de esas que duelen, dejan calado el gran público y destrozan la reputación de los integrantes. Un proyecto absolutamente millonario que ni siquiera ha disputado el play in, un fracaso tremendo se mire por donde se mire. Han quedado undécimos con un récord de 36-46, perdiendo contra todo y contra todos, sufriendo la maldición de las lesiones y con un nivel impropio de las estrellas que supuestamente son Durant y Devin Booker. De Bradley Beal mejor no hablamos: el escolta coleccionó millones en Washington antes de poner rumbo a Arizona para terminar de sangrar a los Suns y terminar de cobrar el contrato de 251 millones por cinco temporadas que firmó con los Wizards y que le llevará a hipotecar a la entidad hasta 2027. Una tristeza para un hombre verdaderamente sobrepagado, que apenas ha promediado 17 puntos por partido esta temporada, no es lo resolutivo que era en ataque y apenas defiende, con problemas físicos constantes que le han hecho jugar sólo 53 partidos este curso, los mismos que la anterior. Pero apenas 38 de titular. Una triste caída a los infiernos para una estrella que nunca lo ha sido.
Booker, la otra pata principal del teórico proyecto junto a Durant, tampoco ha dado la talla: 25,6 puntos por partido, pero un 33% en triples y un desdibujamiento soberano para un escolta que estaba llamado a heredar el trono de la NBA. Lejos quedan las Finales de 2021 para los Suns, esas que empezaron comandando por 2-0 antes de que los Bucks de Giannis Antetokounmpo remontaran y sentenciara el sueño de Chris Paul. Desde entonces, todo han sido malas decisiones, han pasado tres entrenadores en los últimos tres años (Monty Williams, Frank Vogel y un Mike Budenholzer que entrenó a los mencionados Bucks), siguen pagando a los dos primeros y no tienen ni sitio ni lugar al que ir. Sólo afrontar un final anticipado con un viaje a ninguna parte, siguiendo un camino al infierno que es más tortuoso todavía que ese destino incierto. Una concatenación de desastres comandada por el dueño, Mat Ishbia, y por un James Jones que ha ejercido como general manager y se le ha permitido el derroche indiscriminado de más millones de los que hay para no conseguir nada. Tras el anillo, de hecho, han perdido en semifinales del Oeste contra los Mavericks (de paliza en el séptimo partido), también en semifinales frente a los Nuggets (que fueron campeones) y con un contundente 4-0 en primera ronda frente a los Timberwolves el año pasado.
Pero si esa derrota no bastó para confirmar que era imposible sacar adelante una idea obsoleta, Kevin Durant se ha encargado de demostrarlo. El alero ha acabado protagonizando una temporada nefasta, no a nivel individual, pero sí repitiendo la misma tónica que lleva ya arrastrando demasiado tiempo. Las filtraciones sobre su disconformidad sobre las decisiones de la franquicia, los deseos indiscriminados para conseguir algo que nadie sabe qué es o los rumores sobre una posible salida han sido el pan de cada día de unos Suns de los que se ha hablado más de lo extradeportivo que de lo deportivo. Entre otras cosas, porque en pista han dado una imagen cuestionable (por decirlo suavemente), con tres estrellas que nunca han estado en sintonía y que han arrastrado una cantidad ingente de problemas físicos que les impedían tener continuidad. Y si el año pasado la derrota en primera ronda fue un aviso que para muchos era una sentencia, el hecho de quedar undécimos de la Conferencia Oeste y de encadenar una racha de ocho derrotas consecutivas que les impidió luchar por entrar entre los 10 primeros ha sido la confirmación de un desastre. Una realidad: la crónica de una muerte anunciada.
La historia de siempre
Lo que ha hecho Durant esta temporada no es nuevo y lo único que hace es alimentar la leyenda de su figura. No de la deportiva, sino de esa que ejerce entre bambalinas desde sus tiempos en los Thunder y que le han hecho estar siempre incómodo: ya sea en Oklahoma, como en un mercado grande como Brooklyn o en el desierto de Phoenix. Pero también en San Francisco, donde fue el pilar fundamental para convertir a los Warriors en uno de los mejores equipos de la historia y en la última gran dinastía de la mejor Liga del mundo. Allí tampoco estuvo cómoda una estrella que vio como los jugadores que le rodeaban limitaban ligeramente sus salarios para que él pudiera cobrar lo que cobraba. Las peleas públicas con Draymond Green y su abrupta salida fue igual que su llegada, cuando abandonó a Russell Westbrook tras recibir la eliminación del mismo equipo al que se fue. Y los Warriors, que ganaron antes de que llegara la estrella, también lo hicieron después. Demostrando que el mal no estaba en ellos, sino en él. Y que nada se puede hacer cuando un jugador de tal calibre pretende ponerlo todo patas arriba. Que es, en última instancia, lo que consigue con su comportamiento.
Kevin Durant es ahora un jugador venido a menos, una estrella que va camino de los 37 años y que sigue comportándose igual que en sus inicios, pero ahora en su final. Un triste ocaso, el crepúsculo de un baloncestista que esta temporada la 17ª de su carrera en la NBA (la 2019-20 se la pasó lesionado), ha promediado 26,6 puntos, 6 rebotes y 4,2 asistencias, por encima del 52% en tiros de campo y del 43% en triples. Que estuvo en el Segundo Mejor Quinteto de la NBA el año pasado y que sigue demostrando un talento generacional, único. Pero que no puede con rivales más jóvenes, quedó retratado ante Anthony Edwards en la primera ronda del año pasado, no es capaz de tener continuidad por un físico castigado tras tantos esfuerzos (ha disputado más de 1.000 partidos en la competición norteamericana) y, además, carece del liderazgo de los grandes nombres de la historia del baloncesto. Tan lejos, tan cerca. Perteneciendo al Olimpo, pero sin ser realmente parte de él.
Y no acaba ahí la cosa: Frank Vogel (un buen entrenador) salió por la puerta de atrás la temporada pasada después de que lo hiciera Monty Williams (que no es un buen entrenador) el año anterior, cambios auspiciados desde la directiva para calmar los ánimos de las estrellas, especialmente de un Durant que lleva amenazando con irse desde que llegó y que ya fundó junto a Kyrie Irving un proyecto en los Nets en el que los jugadores iban a ser entrenadores, dejando de lado a un Steve Nash que no ha vuelto a entrenar en la NBA (ni fuera de ella). A los Suns llegó Mike Bundenholzer, otro técnico con fama de buen tío para controlar egos incontrolables. Y con él tampoco ha habido feeling ni nada próximo a una solución. Al fin y al cabo, tiene un perfil más defensivo, como Vogel, algo imposible de alcanzar con un equipo que se dedica a atacar mayormente y que han sido la quinta peor defensa de la Conferencia Oeste durante una regular season que ha sido también lo único que han disputado esta campaña. Un fracaso rotundo, lógico dentro de la deriva que llevaban, pero igualmente doloroso. Y criticable si tenemos en cuenta las estrellas que tienen y, sobre todo, lo que cobran.
Así es el peor ocaso posible, el de un Durant condenado al exilio, a la clandestinidad. Que pondrá, casi seguro, rumbo a un nuevo destino este verano que tampoco le parecerá bien. Porque nada le parece bien a una estrella que es, seguro, uno de los mejores jugadores de todos los tiempos, un talento único con una producción ofensiva legendaria. Pero también un hombre permanentemente insatisfecho, con una actitud desmedida, que ha representado la peor parte de la era de los jugadores empoderados controlando proyectos y, en última instancia, también hundiéndolos. Un jugador genial, pero un compañero difícil de tener y un baloncestista casi imposible de entrenar. Alguien indómito, indomable, casado en el pasado con la gloria pero alejado ya del sueño de esos anillos que conquistó con los Warriors. Un MVP de la temporada y dos veces MVP de las Finales, que ha estado en 15 ocasiones en el All Star, en 11 en los Mejores Quintetos y que ha logrado cuatro títulos de Máximo Anotador y cuatro oros olímpicos con Estados Unidos, entre (muchas) otras cosas. Pero que ha caído presa de sus propios errores y ha descendido a los infiernos. Como Lucifer. Kevin Durant, el ángel caído.
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