Espectáculo
Entre palabras y tomar acción: el valor de la coherencia

Por más elocuente que sea un discurso, más emotivo que resulte un mensaje o más bonito que suene un “te quiero”, las palabras, por sí solas, no bastan.
Lo he aprendido con los momentos más difíciles de mi vida sucedidos hace menos de 5 años, pero también lo he confirmado en la vida profesional y personal: lo que realmente pesa, lo que realmente construye o destruye, son las acciones.
Desde mi rol de madre y en mi proceso educativo en estos temas de sanación o en busca de ser mejor persona, he visto cómo los niños imitan más lo que uno hace que lo que uno dice.
Puedes hablarles de respeto, pero si no lo practicas con ellos o con los demás, el mensaje se diluye. Ellos no siguen discursos, siguen ejemplos. Y esa misma regla se aplica a los adultos, solo que a veces nos cuesta reconocerlo.
Hay quienes hablan de lealtad, pero desaparecen cuando más se les necesita. Otros se llenan la boca con discursos de ética, pero toman atajos cuando nadie los ve. En cambio, existen personas que no dicen mucho, pero están ahí cuando cuentan. Esas acciones silenciosas, constantes y coherentes valen más que mil palabras bien dichas.
En la vida, las acciones tienen un peso que define reputaciones, relaciones y trayectorias. Una buena acción puede abrir puertas, construir confianza y sanar vínculos, mientras que una contradicción entre lo que se dice y lo que se hace puede romper la confianza más sólida.
¿Qué vale más: decir o hacer?
Ambos importan. Las palabras construyen puentes, dan dirección, inspiran. Pero las acciones son la estructura que sostiene ese puente. Sin hechos que respalden lo que decimos, todo se vuelve frágil, inconsistente. En cambio, cuando lo que decimos está alineado con lo que hacemos, se genera una fuerza poderosa: la confianza.
En el trabajo, por ejemplo, se valora al profesional que cumple, no solo al que promete. En las relaciones personales, pesa más el que está presente que el que solo escribe “cuenta conmigo”.
En la vida pública, la coherencia es lo que da credibilidad. Y cuando esa coherencia se rompe, recuperarla puede tardar años… si es que alguna vez se logra.
Las palabras pueden herir, pero las acciones pueden marcar. Una promesa rota duele, pero una traición concreta lastima más. Del mismo modo, un gesto de solidaridad o de amor genuino puede sanar más que mil discursos.
En el mundo laboral, una mala decisión ética puede arruinar una carrera; en lo personal, una falta de lealtad puede acabar con una amistad de años o en el peor de los casos con una relación familiar de primera línea.
Creo firmemente que vivir lo que se dice es uno de los mayores desafíos, pero también uno de los mayores valores que podemos ofrecerle al mundo y enseñar a las próximas generaciones.
Al final del día, lo que las personas recordarán no será tanto lo que dijimos, sino cómo las hicimos sentir con lo que hicimos.