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Julián Riera, un recuerdo de ese futbolista
Mientras la pegatina de “visitante” se enreda entre los hilos desgastados de mi camiseta, una extraña sensación se instala dentro de mí, como si no me hubiera estado mentalizando durante todo el camino. No sé si es consciencia o resignación, pero intento convencerme de que hoy irá bien y de que él estará feliz. Ya no es aquel futbolista y capitán del Espanyol esbelto, robusto y alto, alguien que, con una sola mirada, era capaz de dirigir a todo un equipo. Ahora es como una de esas frutas olvidadas en el fondo de la nevera, despojada de su brillo. Tiene 84 años y su mayor confidente es la silla en la que pasa todas sus horas.
Mientras la pegatina de “visitante” se enreda entre los hilos desgastados de mi camiseta, una extraña sensación se instala dentro de mí, como si no me hubiera estado mentalizando durante todo el camino. No sé si es consciencia o resignación, pero intento convencerme de que hoy irá bien y de que él estará feliz. Ya no es aquel futbolista y capitán del Espanyol esbelto, robusto y alto, alguien que, con una sola mirada, era capaz de dirigir a todo un equipo. Ahora es como una de esas frutas olvidadas en el fondo de la nevera, despojada de su brillo. Tiene 84 años y su mayor confidente es la silla en la que pasa todas sus horas.
Internet dice que “jugaba en la posición de lateral izquierdo, aunque también jugó de central. Se formó en las categorías inferiores del RCD Espanyol, de donde fue cedido al Terrassa FC y al CE Sabadell. Durante esos años fue tres veces internacional con la Selección española juvenil. Jugó en el Espanyol durante toda la década de 1960, llegando a ser capitán del equipo una vez que se retiró Antoni Argilés”. Y ahora parece mentira que no pueda ni vestirse solo, maldita demencia. Sonrío, un poco melancólica, cuando lo veo tras esa mirilla que da al interminable pasillo del hospital. Espero que hoy recuerde mi nombre.
Noa: ¿Cómo empezaste en el fútbol, Julián?
Julián Riera: Sí… yo… no me acuerdo muy bien, pero empecé a jugar cuando era pequeño… afuera, con los otros niños del barrio… sí, a veces, cuando el tiempo lo permitía, jugábamos en la calle… pero también… no sé. Yo jugaba porque me gustaba, no pensaba en nada más… Y después… un día me vieron jugando, y me hablaron de jugar en el Espanyol. Pero lo que recuerdo bien es que cuando era pequeño, no pensaba mucho en el futuro, solo en divertirme.
N: Si no hubieras jugado en el Espanyol, ¿en qué otro club te hubiera gustado estar?
JR: A ver, yo quería estar en el Espanyol… quería jugar aquí, me gustaba, era como… como un sueño, pero también… el Barça también me gustaba… quizás… era un club grande, ¿no? El Barça hubiera estado bien, pero creo que en el fondo siempre fui del Espanyol.
N: ¿Cómo llegaste a formar parte del Espanyol? ¿Te costó mucho?
JR: Pues, no… ¿cómo te diría? No sé muy bien cómo acabé en el Espanyol. Fue como… que me vieron, ¿no? Un día me hablaron de jugar aquí, pero, no… quizás… no recuerdo muy bien los primeros momentos. Pero entré y me dijeron que había una plaza para mí. No me arrepiento de nada, al contrario, fue una época bonita… sí, bonita.
N: ¿Cómo recuerdas tus años en el Espanyol? ¿Hay algún momento que te venga a la mente especialmente?
JR: El Espanyol… sí, es una época que… recuerdo… pero también tengo muchos recuerdos… aunque no puedo decir que haya uno en especial… Recuerdo a la gente, a los jugadores y los momentos, pero después todo se vuelve un poco difuso, ¿sabes? Sí, fue una buena época, una época en la que me sentí importante.
N: ¿Qué pasó cuando te fuiste del Espanyol? ¿Cómo lo viviste?
JR: Ah… eso… eso fue duro, ¿eh? Fue… no me gusta hablar mucho de ello. Pero sí, me dijeron que… no me renovaban el contrato, y yo… no entendía nada. No me renovaron, por algo que no recuerdo bien, quizás por aquel penalti… pero no me querían más, no sé por qué.
N: Pero tengo entendido que fue por culpa de un periodista… ¿Qué escribió exactamente?
JR: Pues… en un partido… no lo sé, Óscar, ¿qué pasó?
Óscar Riera (hijo de Julián): Era un partido en el que se jugaban el descenso a Segunda y el ambiente estaba bastante caldeado, por decirlo de alguna manera. Juli estuvo presionando todo el partido a uno de los defensas hasta enfadarlo y provocarlo tanto que este intentó golpearlo. El problema es que la fotografía captó el momento en que le daban el puñetazo a mi padre, pero en realidad nunca llegaron a tocarlo. El periodista escribió un artículo diciendo que aquella foto no era real y que todo el problema lo había generado él, mi padre, porque estuvo provocando todo el partido. Además, ese periodista escribió que creía que Julián no era digno de estar en el Espanyol porque su manera tan sucia de jugar no encajaba con el equipo.
N: ¿Y qué hizo el Espanyol ante eso?
Óscar Riera: Pues el problema es que aquella foto dio tantas vueltas por el mundo que incluso la denominaron “el puñetazo más famoso del fútbol en España”, y eso el Espanyol no lo podía permitir. Lo echaron así, sin más. En lugar de renovarle el contrato el año siguiente, le dijeron que ya no seguiría, a pesar de saber la situación que vivía en su casa…
Para, se detiene de golpe, como si el tiempo hubiera tropezado en su andar. Su mirada, de pronto errante, busca desesperadamente los ojos de Óscar, su hijo, su compañero en esta improvisada locución. Pero ya no es un hombre el que lo mira, sino un niño perdido en la nostalgia de un anhelo sencillo: parece un crío que ansía la merienda después del colegio, ese premio dorado: unas tortitas de chocolate crujientes y un zumo afrutado. Después de la operación en el estómago y de adelgazar hasta quedar esquelético, aquellas insignificantes tortitas parecieron devolverle la vida, hasta que sus pómulos dejaron de marcarse con tanta firmeza y su rostro empezó a recuperar la forma, alejándose un tanto, de la fragilidad que lo había atrapado.
El instante se rompe con la llegada de la enfermera. Su voz firme corta el juego, le recuerda que: “es hora del pinchazo, Julián, a ver cómo estás hoy del azúcar, pillín”. Él responde con una carcajada inmensa, sincera, que parece llenar la habitación. Si no fuera porque la dentadura se le escapa en el último segundo, podría decirse que su risa sería eterna. Ella, con la complicidad de quien entiende que la dignidad también se esconde en pequeños actos, desliza la medicación en manos de Óscar. Un pacto silencioso.
N: ¿Cuál era esa situación personal?
JR: Sí… sí… Yo tenía a mi hija, Ester, una niña con parálisis cerebral que era nuestro diamante. Pero antes la vida de los jugadores no era tan pública, solo… solo el Espanyol conocía mi verdadera historia, lo que pasaba en mi casa. Es decir, yo tampoco quería que la gente lo supiera, lo que tenía en casa, pero… ostras… podrían haberme tenido un poco más en consideración.
N: ¿Le guardas rencor hoy en día al Espanyol por lo que te hizo?
JR: ¿Al Espanyol?… Pues no sabría decirte, no es exactamente rencor… En su momento me dio mucha rabia, pero la decisión ya estaba tomada… Pobres de ellos, que perdieron a un jugador como pocos había en aquella época.
N: ¿Y cómo terminaste en el Sant Andreu si el Espanyol ya te había descartado?
JR: Ah, el Sant Andreu… sí, recuerdo que… el Sant Andreu quería ficharme… pero… era un filial del Espanyol… sí, y decían que… no podían ficharme por eso. Pero después… las cosas cambiaron… y al final… pude ir. Creo que anularon… no sé, algún acuerdo que tendrían y entonces pudieron hacerme contrato. Fue como un milagro, ¿no? El Sant Andreu… era un lugar diferente, pero… estuvo bien, porque podía jugar, sí… fue como… una segunda oportunidad.
N: Antes de decidirte por el Sant Andreu, ¿tuviste ofertas de otros equipos?
JR: Sí… sí… El Atlético de Madrid… el Deportivo… pero no me fui. No podía. No sé.
N: ¿Por qué no quisiste irte?
JR: Por mi hija, por Ester. Yo… me querían, sí… pero… no me fui… porque… no quería dejar a mi hija. Tal vez, si no hubiera sido por Ester, podría haber acabado en muchos equipos de fuera… pero… no iba conmigo dejar a toda mi familia aquí… No sabía qué hacer, no… no quería dejarla sola, y por eso me quedé.
N: ¿Después del Sant Andreu, a dónde fuiste?
JR: Mm… primero al Sant Andreu, sí. Después… no me acuerdo.
Óscar Riera: Sí, después estuviste jugando en el Mataró… sí… ¿no te acuerdas que solo ibas a jugar los fines de semana?
JR: Sí, sí, solo jugaba los partidos que se hacían en casa. No necesitaba entrenar, sí que recuerdo que ellos… bueno, ellos siempre decían que era un regalo que yo me estuviera retirando allí.
N: ¿Qué recuerdas de tu tiempo jugando en el Espanyol y de tu mejor momento?
JR: Sí… jugar… era divertido… con los compañeros, con la gente en el estadio, con la pasión… pero también… no todo fue fácil. Recuerdo que… era importante estar bien, estar con el grupo. Pero después también fue complicado, porque las cosas empezaron a cambiar… empecé a sentirme… fuera de lugar, como si… ya no me quisieran.
Y ya está. La entrevista, fragmentada y esquiva, se desliza entre los silencios. La enfermera llega, nos recuerda que es hora de cenar, y yo entiendo que el tiempo se me ha escapado de las manos. Me levanto, le doy un último beso. Es frío y cálido a la vez, como un eco de lo que un día fue.
“Hasta la semana que viene”, le digo, deseando que lo recuerde, deseando, al menos, haber despertado por un instante la luz de aquellos años de futbolista en los que la felicidad le corría por las venas.
¶ Noa Riera es estudiante de Periodismo y nieta de Julián Riera, leyenda del Espanyol, además de hija de Óscar Riera, exdirector de Proyectos Internacionales del Espanyol