Hay un sentimiento casi universal que es de los más angustiosos y terroríficos del mundo: cuando de niño perdías a tu madre en el supermercado. Era abrumador y opresivo. Paralizante. El corazón latía a una velocidad nunca antes cronometrada. Costaba respirar. El tiempo, de repente, pasaba demasiado rápido y el espacio se hinchaba hasta ocupar un campo de fútbol. Las caras de la gente a tu alrededor se fundían entre sí. Era casi imposible fijar la mirada en algo. Los ojos solo buscaban un rostro entre la multitud y no lo encontraban nunca. Se te olvidaba lo más básico: el color de la ropa de tu madre y cómo llevaba el pelo. Las lágrimas, a punto de brotar, escocían. Nada tenía sentido. Todo rezumaba angustia, preocupación, malestar y abandono. Este sentimiento es el mismo que recorre cada célula de tu cuerpo cuando te enfrentas a Warfare. Tiempo de guerra.
Es difícil hacer entender a la gente lo que es estar en una guerra. Solo pueden saberlo los que la han vivido en primera persona. Warfare, lo nuevo de Alex Garland, es un intento de explicar al ciudadano de a pie, sin adornos y filtros, lo que supone estar en medio de un conflicto bélico. Consigue su cometido: es una crónica de guerra brutal, cruda, hiperrealista y angustiosa. Es una película que duele y molesta. Y por eso es necesaria.
Después de la obra maestra de ciencia ficción distópica que fue Civil War (2024), Garland vuelve a hacer una de las mejores películas del año. En Warfare coescribe y dirige junto a Ray Mendoza, un Navy SEAL veterano de la guerra de Irak que ha querido llevar a la gran pantalla su historia con un objetivo: ayudar a un amigo.
Una película basada en la memoria

A24
En 2006, en Ramadi, Mendoza formaba parte de un comando militar encargado de vigilar una zona controlada por Al Qaeda. Infiltrados en la casa de una zona residencial, ni él ni su equipo sabían que estaban rodeados de insurgentes. Una granada hirió a dos de sus compañeros y, cuando fueron a evacuarlos, la cosa se complicó todavía más: un explosivo situado en la parte exterior de la casa estalló hiriendo de gravedad a dos soldados. Uno de ellos era Elliot Miller, que no recuerda nada de lo que pasó. Mendoza pensó que hacérselo ver sería de ayuda.
Warfare, basada en el recuerdo que tienen Mendoza y los involucrados en la misión de la que Miller no tiene memoria, cuenta de forma honesta -sin adornos cinematográficos, música ni nada que distraiga de lo que está ocurriendo- un suceso real. No hay grandes batallas ni explosiones, pero el relato está tan bien narrado, estructurado e interpretado que ni te das cuenta de que faltan los aderezos propios del cine bélico. Garland ya demostró ser capaz de lo mejor en una producción grande –Civil War es un ‘blockbuster’ aterrador del que cuesta cada vez más decir que es ciencia ficción-. Ahora –Warfare también con el sello A24 pero a una escala mucho más reducida- lo hace con una pequeña.

A24
El cineasta se toma muy en serio de lo que está hablando. La guerra es algo serio, horrible e inquietante. Él, acostumbrado a la ciencia ficción –Ex Machina (2014) y Aniquilación(2018)- y el terror –Men(2022)-, se desquita de todos esos géneros porque no los necesita. La realidad de la guerra ya es lo suficientemente abrumadora y aterradora. No hacen falta metáforas ni condimentos.
Para Warfare, Garland y Mendoza han reclutado a los rostros masculinos jóvenes más populares y prometedores del cine actual. La lista es de esas que se recordarán con los años: Will Poulter, Kit Connor, Cosmo Jarvis, Joseph Quinn, Michael Gandolfini, Noah Centineo, Charles Melton y D’Pharaoh Woon-A-Tai. Todos los intérpretes están impecablemente al servicio del relato. Ver su transformación de soldados envalentonados, tranquilos, eficaces y resolutivos a un puñado de críos asustados y en ‘shock’ es una de las experiencias del año.
Warfare condensa en 95 minutos el horror, la angustia, el terror, el dolor, la pena, el pánico y el miedo. El alivio se hace de rogar y solo aparece en sus segundos finales. Es ahí, después de todo el caos, la sangre y los gritos, que la historia encuentra la calma. Algo así como, cuando tras segundos que parecían horas, vislumbrabas la cara de tu madre en el pasillo del supermercado. El horror se sacudía del cuerpo, pero la experiencia se quedaba agarrada a la memoria como una garrapata. Una tampoco se quita de encima Warfare cuando la pantalla se queda en negro. Y es mejor así.