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Espectáculo

Duelo colectivo: la pena del otro es la pena de todos

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Esta semana, las redes, grupos, las conversaciones y los silencios han girado en torno a un mismo tema: lo que pasó, lo que vimos, lo que aún no podemos entender del todo. Y aunque quizás no conocíamos personalmente a nadie involucrado, algo en el pecho se nos encogió como si fuera propio. Porque lo es.

Somos un país de corazón cálido, de abrazos espontáneos, de vecinos que se cuidan como familia, de gente que siente con la piel y acompaña con el alma. Aquí, la pena del otro es la pena de todos, y eso tiene un nombre: duelo colectivo.

El duelo colectivo ocurre cuando una comunidad entera se ve emocionalmente impactada por un evento doloroso. Puede ser un por un fenómeno natural, un accidente, un acto de violencia… No importa si estuviste físicamente allí o no, el dolor se contagia, se comparte y se vive, incluso a la distancia.

Ante eso, muchos nos preguntamos qué hacer con todo esto que sentimos. ¿Cómo se sigue después?, ¿en qué momento se afloja el nudo en la garganta? La respuesta no es inmediata ni sencilla. Pero comenzar a sanar implica reconocer, primero, que estar afectado es válido.

Aceptar el duelo

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Infografía

Sentirse agotado, más irritable de lo usual, con dificultad para concentrarse o con un vacío raro en el estómago no es exagerar ni dramatizar. Es una reacción natural ante algo que nos tocó emocionalmente, aunque no haya pasado dentro de nuestras cuatro paredes.

Parte del cuidado emocional en estos momentos comienza por establecer límites saludables con la información. El deseo de saberlo todo, de buscar explicaciones o de ver imágenes una y otra vez no siempre responde a morbo, sino a la necesidad de recuperar una sensación de control, de entendimiento o justificación a lo sucedido.

Pero llenarnos de más contenido del que podemos procesar solo alimenta la angustia. Por eso, desconectarse por ratos también es cuidarse.

Hablar puede ayudar, pero también puede ayudar el silencio. Cada quien tiene su ritmo y eso está bien. Algunas personas necesitan conversar, ponerle palabras a lo que sienten. Otras, en cambio, necesitan espacio, pausa, tiempo para procesar. Ninguna forma está mal si es respetuosa consigo misma.

Y aunque parezca difícil, retomar la rutina puede ser una forma de autorregulación. No se trata de fingir que no ha pasado nada, sino de encontrar un equilibrio entre estar informados y no quedarnos atrapados en la sensación de alarma constante.

Volver a las tareas diarias, dormir a la hora habitual, compartir una comida o reírse sin culpa con alguien cercano no es indiferencia, es una forma de darle al cuerpo y a la mente el mensaje de que poco a poco podemos retomar el paso.

Si en estos días has sentido que todo se intensifica, que duermes peor, que te cuesta respirar con normalidad o que estás emocionalmente al límite, no estás solo. Y no tienes que resolverlo en silencio.

Buscar acompañamiento profesional en estos momentos no es señal de debilidad, sino un acto profundo de responsabilidad contigo y con los demás.

Cuidarnos en estos momentos también es una forma de sostener a quienes amamos. Hoy, más que nunca, en medio de la incertidumbre, el autocuidado se vuelve un acto colectivo. Una forma de sanar sin prisa, sin juicio y con toda la humanidad que esta realidad nos está exigiendo.

 

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