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Baloncesto

Jaque al baloncesto europeo

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Dame Sarr tiene 18 años, ya ha debutado con la selección italiana (en la clasificación para el próximo Eurobasket) y se había convertido en una alegría para el Barcelona. En una temporada en la que no abundan. El escolta, que llegó al club en 2022 para jugar en el Júnior, irrumpió en un momento crítico, cuando la campaña parecía irse por el desagüe y las lesiones se apilaban con una cadencia dramática. En los últimos cinco partidos de Liga (cuatro victorias), cuando Joan Peñarroya hizo de la necesidad virtud y le dio la alternativa definitivamente (minutos de verdad) Sarr promedió 12,4 puntos y 13 de valoración. En la Euroliga, fue importante en el triunfo clave contra el Milán (13 puntos, 16 de valoración) de un Barça que ha competido mejor de lo que parecía lógico esperar después del desastre de la Copa.

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​Los cambios en el baloncesto universitario estadounidense, que permiten nuevas vías de ingresos para los jugadores, están poniendo a Europa contra las cuerdas.  

Dame Sarr tiene 18 años, ya ha debutado con la selección italiana (en la clasificación para el próximo Eurobasket) y se había convertido en una alegría para el Barcelona. En una temporada en la que no abundan. El escolta, que llegó al club en 2022 para jugar en el Júnior, irrumpió en un momento crítico, cuando la campaña parecía irse por el desagüe y las lesiones se apilaban con una cadencia dramática. En los últimos cinco partidos de Liga (cuatro victorias), cuando Joan Peñarroya hizo de la necesidad virtud y le dio la alternativa definitivamente (minutos de verdad) Sarr promedió 12,4 puntos y 13 de valoración. En la Euroliga, fue importante en el triunfo clave contra el Milán (13 puntos, 16 de valoración) de un Barça que ha competido mejor de lo que parecía lógico esperar después del desastre de la Copa.

Pero el caso es que, porque parece que esta temporada todo se tiene que torcer en el Barça, Sarr dejó al equipo y se marchó a Estados Unidos justo antes de dos partidos trascendentales, uno en lo emocional (el Clásico de Liga en el Palau) y otro, contra la Virtus en Euroliga, para determinar cómo será el final de curso del equipo. Sarr prefiere jugar el Nike Hoops Summit de Oregón para ponerse en el escaparate NBA, porque ahí es al fin y al cabo donde cree que está su futuro. El Barça no le dio permiso, pero no le ha importado. El cub hizo un comunicado que reconoció el conflicto, así que el daño puede ser definitivo y Sarr podría haber jugado sus últimos minutos de azulgrana. Justo cuando empezaba a explotar.

A Sarr le importa poco, o eso parece, lo que pueda hacer o decir el Barcelona. Considera que su futuro está en Estados Unidos y que no debe nada al equipo en el que se ha formado durante los últimos años. Tampoco parece importarle que se airee el desencuentro porque será libre en verano y todo apunta a que se marchará a la Universidad de Illinois y, de ahí y si su plan va como él espera (tiene talento para respaldarlo, desde luego), al draft de la NBA, en principio en 2026. Como no tiene miedo a una posible represalia y sabe que siempre tendrá puertas abiertas en equipos importantes de Europa si falla la vía americana (el talento, otra vez), no deja mucho resquicio al Barça, que tuvo que lidiar con otro alboroto en mal momento y se quedó finalmente sin un jugador que empezaba a despuntar en lo que debería ser tan solo un primer paso tras el proceso de formación que estaba completando (una inversión) en el club. Hace un año también se fue, sin tiempo para haber dejado huella en el primer equipo, Kasparas Jakucionis (18 años), el súper clase lituano que ha jugado (precisamente) en Illinois y que aspira a ser lottery pick (top 14) en el draft 2025.

La fuga de Jakucionis, como la de Egor Demin (19 años) que cambió el Real Madrid por BYU, fue un aldabonazo claro del signo de los tiempos. Pero, al menos, llegó en verano, en el tramo entre temporadas. La de Sarr rompe otra barrera en un asunto cada vez más peliagudo para los equipos europeos: ha sucedido en mitad de la temporada, sin permiso y a las puertas de un Clásico que, para el jugador, tienen menos importancia que un amistoso, cuestión de relaciones públicas, de Nike en Portland. Joan Peñarroya lo dejó claro antes de jugar contra el Real Madrid, en el Barça (y no sólo en el Barça) están pasmados: “Es una gran decepción para el club, para la gente que ha trabajado con él desde que tenía quince años. Es evidente que, hoy en día, retener el talento en Europa es muy complicado con la entrada de tanto dinero desde las universidades americanas. Pero esas cosas pasan en verano; Pensar que en plena temporada un chico se vaya y no quiera jugar un Barça-Madrid… al margen del compromiso que tendría que tener, nos deja descolocados a los que somos un poco mayores. Por muy prestigioso que sea el torneo que va a jugar, renunciar a un Clásico, un posible play in o playoff de la Euroliga, unos playoffs de ACB… Habrá que adaptarse a los nuevos tiempos”.

Un nuevo orden en el baloncesto

Es un hecho que se está quebrando lo que hasta ahora se consideraba una especie de orden natural. Los jugadores jóvenes se van antes, muchas veces sin haber tenido verdadera trascendencia, peso, en los primeros equipos. Ahora parece un evento prehistórico, aunque solo han pasado siete años, aquel curso 2017-18 de Luka Doncic, en formato niño prodigio antes de irse a la NBA, con el Real Madrid. Fue campeón de Euroliga y ACB, y MVP de las dos competiciones y de la Final Four continental. Seguramente ahora, porque empieza a ser lo normal, ese último año antes de ser drafteado lo habría pasado en College, ya en Estados Unidos. Los equipos europeos hacen una inversión (en la ACB, por ejemplo, más de medio millón de euros al año de media) que acabará no siendo rentable (de arriba abajo, en todos los estratos) si los jugadores se van tan pronto, de cualquier manera y, en muchos casos, sin dejar al menos un buen retorno en caja. El Madrid, al menos, sacó dos millones por la cláusula de Doncic (destino NBA) y el verano pasado recaudó en torno al medio millón por el adiós de Demin (College).

A los clubes les va a entrar la prisa por poner cuanto antes cláusulas altas, aunque eso les obligue a saltar pasos en el desarrollo natural de los jugadores. Para, al menos, sacar algo de dinero que se pueda reinvertir en la formación de la siguiente generación de jugadores. Que también se irán en cuanto puedan y que, ya se encargarán sus agentes, intentarán que esas cláusulas no se disparen. Las promesas más valoradas, las que pueden permitirse elegir y presionar, tendrán en cuenta, a la hora de elegir destino, quién les ofrece la vía de salida más sencilla hacia Estados Unidos. La fuga cada vez más masiva y temprana hacia la NBA parecía un quebradero gigantesco hace no tanto. Ahora, la posibilidad de jugar y ganar mucho dinero en las mejores universidades ha llevado el problema a un plano mucho más preocupante. Peor.

El que se marcha tendrá, en principio, más minutos, exposición más cerca de los mil ojos de la NBA; Y, en muchos casos, más dinero del que se gana con 18 años en Europa, donde en esa etapa todavía no se han puesto los dos pies (contractualmente) en unos primeros equipos en los que hay que llegar… y hacerse hueco. Hasta ahora, y ya que solo hay un Luka Doncic en cada generación (o ni eso), el proceso exigía paciencia. Pero ofrecía unas recompensas que han ido pasando del largo al medio y después al corto plazo. Y que ahora parecen (véase el caso de Sarr) en peligro de extinción.

El reverso ¿oscuro? de la globalización

La cuestión es que ese proceso, ahora mismo y si no cambian las cosas, es imparable. De hecho, lo que vemos es solo la punta de un iceberg que ya está provocando daños, que empiezan a ser de verdadera trascendencia, en la fábrica del baloncesto europeo. La opción de que los jugadores puedan hacer dinero por jugar en las universidades estadounidenses no es un cambio en las reglas, es un juego completamente nuevo. Redefine las relaciones interoceánicas en un momento de plena (en muchas cosas, para bien) globalización de un deporte que a partir de Barcelona 92 construyó autopistas donde solo había habido caminos intransitables salvo para pioneros, con experiencias muchas veces difíciles, como Fernando Martín.

Llevamos desde 2018 (James Harden) sin un MVP de la NBA nacido en Estados Unidos. El séptimo año de esa racha, ahora en 2025, coronará casi con total seguridad al canadiense Shai Gilgeous-Alexander. La alternativa, en todo caso, tampoco es made in USA: será el primero de Shai o el cuarto de Nikola Jokic. El Mejor Quinteto del pasado curso solo tenía un estadounidense, Jayson Tatum (Boston Celtics). En el All Star 2024 la mitad de los titulares (cinco de diez) eran extranjeros y los dos últimos números 1 de draft han sido (Victor Wembanyama y Zaccharie Risacher) franceses en una competición en la que el salto cualitativo ha seguido, siempre suele ser así, al cuantitativo: hace tres años se superó la barrera de los 125 jugadores internacionales (de 40 países).

Pero esa reorganización de la planta noble no afectaba en lo drástico, no demasiado, al resto de la pirámide, al ciclo vital del baloncesto europeo. Ahora, sí. Primero empezaron a irse muchos jugadores, no solo los elegidos. Después, el salto se fue adelantando cada vez más… pero, todavía, a la NBA. Ahora, la irrupción del College como alternativa transforma hasta la quiebra el camino hacia la vida profesional, aunque solo sea por un par de años, de los mejores jugadores de Europa. Y no solo de los cinco o seis mejores: la fuga, otra vez, empieza a ser masiva. En España, el gran público del baloncesto empezó a ser consciente con la decisión de Egor Demin y Kasparas Jakucionis: BYU y Illinois por delante de Real Madrid y Barcelona. Lo dicho: más minutos, más exposición con un rol más importante ante los que deciden en el draft y, para colmo, también más dinero. Con que lleguen a ser jugadores de rotación NBA ya tendrían ingresos mucho más altos que los de las principales estrellas de Europa. El salario medio en EE UU supera ya los 12 millones de dólares y viene ahora otro salto adelante con la entrada en vigor de los nuevos contratos televisivos. Otra revolución salarial que pondrá a la NBA todavía más lejos de todos los demás.

Los jóvenes en Europa, además, pasan ciertos peajes antes de tener salarios de primer rango. El College ofrece ahora opciones de rentabilidad rápida (y aquí además de los jugadores también opinan, conviene recordarlo, familiares y agentes) con la opción de regresar siempre abierta. Se salta con red. En la NBA, los contratos siguen unas pautas que no se pueden alterar. Los jugadores elegidos en primera ronda firman un contrato rookie que les compromete durante cuatro años (dos garantizados y dos que dependen del criterio del equipo) con sueldos establecidos según el puesto en el que son seleccionados. Su primera extensión (grandísima, si se la ganan) se negocia antes pero entra en vigor después de esas cuatro temporadas. Así que hay otra matemática que empuja a probar cuanto antes en la NBA: en cuanto se firma el primer contrato se está más cerca de la primera extensión. Otra vez: volver siempre será una opción. Los equipos europeos (y los más importantes, seguramente) no van a dejar de querer repatriar a talentos de tanto nivel y con tanta carrera todavía por delante. Les haya ido (son contextos diferentes) como les haya ido en la aventura USA.

La irrupción de los derechos NIL

La gran palanca de un cambio radical que está trayendo, por lo tanto, una revolución, son los derechos NIL: Name, Image, Likeness. Una guerra por los derechos de imagen y explotación a nivel de marcas y patrocinios que los jugadores ganaron en 2021, en los tribunales y contra una NCAA que hasta entonces, y con dosis evidentes de hipocresía, tenía la condición amateur de sus deportistas como un valor sacrosanto mientras la propia organización, las universidades y los que trabajan en ellas (entrenadores, managers…) amasaban beneficios y sueldos en muchos casos superiores a los de las ligas profesionales. Ese caso NCAA vs Alston, que llegó a la Corte Suprema, reubicó el estatus de los estudiantes/deportistas: más allá de las becas y la manutención, lo único que oficialmente recibían de sus universidades, iban a poder llevarse un buen bocado de lo que generaba su imagen (en algunos casos, millones: el deporte universitario tiene un descomunal poder social en EE UU), unas cantidades que hasta ahora iban también íntegras al cesto (sin fondo) de las universidades.

Esto, en la práctica, ha establecido un sistema de salarios, un cobrar por jugar que antes no podía formularse como tal, por mucho que el dinero no emane directamente de unas universidades que, además, también van a empezar a tener que pagar, de su bolsillo, a sus jugadores y deportistas. A los de elite, como mínimo. El año pasado, y tras perder otra trascendental batalla judicial porque finalmente no ha podido seguir poniendo puertas al mar, la NCAA (otro precedente revolucionario) acordó con sus cinco principales Conferencias pagar 2.700 millones de dólares como compensación a deportistas que no se habían llevado ni un dólar por su esfuerzo (y lo que este generaba) en los diez años anteriores.

Fue un acuerdo obligado, el intento de impedir una avalancha de demandas de deportistas y Estados a partir de las reglas antimonopolio que existen a nivel federal. Además, se empezaron a abocetar acuerdos por los que las universidades tendrían hasta 20 millones de dólares para repartir entre esos estudiantes/deportistas que tanto generan para sus alma mater. En un puñado de años, la llegada de los NIL y este tipo de acuerdos han transformado totalmente un sistema anquilosado e injusto. Ahora, los deportistas saltan a través del transfer portal, ya por miles, a una especie de agencia libre en la que cambian de universidad, si hace falta año tras año, en busca de las mejores ofertas, condiciones y oportunidades para explotar los NIL. Las universidades pierden poder a medida que pierden control y reorganizan su filosofía para adaptarse a una ola que ya es tsunami y cuyo efecto empieza a sentirse en Europa. Irá a más.

La final universitaria de este año, que Florida ganó por los pelos a Houston, dejó claro en qué punto están las cosas. Duke, para muchos la gran favorita con el cantadísimo número 1 del próximo draft (el fenómeno Cooper Flagg, 18 años) se quedó sin título porque pecó de inexperiencia, con un equipo muy joven, en su semifinal contra los mucho más curtidos Cougars de Houston. Solo unos días antes, el histórico (para lo bueno y, sobre todo, para lo malo) Rick Pitino, que llevó a St Johns a segunda ronda en el cuadro del Oeste que ganó Florida, a la postre el campeón, había asegurado que, tal y como están operando ahora jugadores y universidades, se han acabado los tiempos de llevarse el título con un equipo basado en freshmen, jugadores de primer año. Por mucho talento y mucha proyección NBA que tengan. Los derechos NIL han producido un verdadero mercado de agentes libres al maridar con esta versión libre del transfer portal. Este, creado en 2018 con constricciones y controles, empezó en 2021 a permitir que los deportistas cambiaran una vez de universidad sin ninguna penalización. Y en 2023, tras otro movimiento en los juzgados, se abrió la mano a la libertad integral a la hora de cambiar, todas las veces que haga falta. En esta final de 2025 no había ni un freshman en los quintetos titulares, y cuatro de los cinco jugadores que puso en pista para el salto inicial el campeón, Florida, habían llegado a los Gators a través del trasnfer portal.

En un artículo de Sports Illustrated, el pasado verano, Jon Chepkevich explicó cómo da pasos de gigante este cambio, básicamente imparable. Es el director de scouting de la reputada DraftExpress, así que trabaja directamente con equipos NBA, de Europa y de College. Y advierte de que las agencias de representación en el Viejo Continente ya deben tener, para estar al día, personal que gestione el tránsito hacia las universidades estadounidenses: “Los chicos de 18, 19 y 20 años lo tienen difícil para jugar a un nivel equivalente en Europa, al más alto. Allí los equipos se basan en rotaciones con jugadores que tienen, la mayoría, entre 27 y 35 años. Por mucho talento que tengan, es difícil rendir al máximo con esa exigencia. En las universidades juegan mucho, tienen un rol importante en lo que es el nivel máximo de ese ámbito y cuentan además con medios excelentes para seguir progresando”.

El artículo advierte: jugadores como Hugo González y Nolan Traore, que también apuntan alto para el draft 2025, eligieron quedarse en Europa, al menos un año más. Pero si los Jakucionis, Demin y compañía siguen teniendo éxito, asfaltarán una ruta (para ellos) muy lógica hacia la NBA. Una que será cada vez más utilizada.

Ni siquiera hace falta que el destino final sea la NBA: Aday Mara pagó más de medio millón de euros para liberarse del Casademont Zaragoza e irse a la prestigiosa UCLA. Allí, gracias a la fuerza de los NIL en una universidad tan prestigiosa de un mercado tan potente como el de California, su proyección económica trascendía la que podía tener, con 18 años, en la Liga ACB. Después de dos años muy irregulares en College, no le ha llegado el salto a la NBA pero ya ha anunciado que cambiará de universidad a través del transfer portal: otro equipo, un rol más importante, más repercusión para los NIL y, si además cuaja de verdad en lo deportivo, el draft de la NBA al fondo. Europa difícilmente puede competir con eso sin asfixiarse. Y todos saben, en ambos bandos, que será recibido con los brazos abiertos si decide volver. Es, al fin y al cabo, un enorme talento, todavía muy joven, de 2,21.

Todos están obligados a adaptarse

Desde el otro lado del Atlántico, la adaptación también es exprés. Antes, solo algunas universidades invertían de verdad en el talento de Europa y muy pocas marcaban diferencias gracias a eso. Ahora, la capacidad de analizar y moverse rápido en un mercado tan distinto al estadounidense (canteras de clubes profesionales en vez de institutos y torneos amateur) es una pata esencial en el día a día de cualquier programa deportivo universitario. De los 78 más importantes, 73 tenían al menos un jugador nacido fuera de EE UU en la recién terminada temporada. En los torneos Sub del verano europeo, o en las grandes competiciones de clubes de categorías inferiores, como la Euroliga Júnior (Adidas Next Generation Tournament), se ha triplicado y hasta cuadruplicado el número de ojeadores universitarios.

Los jugadores que quieran tomar el camino del College tienen, ahora, la opción de esa especie de contratos por obra y servicio que acaban facilitando los derechos NIL; Llegan a las seis cifras con comodidad en el caso de los verdaderamente importantes (y mucho más, a partir de ahí…), ven como las reclamaciones legales van haciendo camino para transformar al estudiante/deportista en estudiante/jugador profesional y, además, tienen ese transfer portal que crea un verdadero mercado de fichajes: oferta y demanda. Las universidades se ven obligadas a moverse en esa nueva marea y están convirtiendo, para ser competitivos en ese transfer portal, los derechos NIL en una forma de encubrir esos citados contratos por obra y servicio, normalmente por una temporada. El escenario, por último, ya no complica el acceso legal a esos beneficios de los becados no estadounidenses, que hace unos años se habrían metido en un lío por lo que salpica a los que tienen visa de estudiante de las políticas de inmigración.

Para los clubes europeos se apilan las malas noticias: realizan una inversión en jugadores que apenas podrán exprimir en sus primeros equipos (algo que también ataca al nivel de las competiciones, privadas de talento joven) y tampoco tienen una vía fácil para colocar cláusulas altas que al menos dejen un recambio económico porque operan con contratos generalmente de edad júnior. Ni siquiera hay, además, una norma que rija el intercambio como sucede en la NBA, que por convenio permite a las franquicias poner 825.000 dólares de la cláusula de salida de un jugador. En los últimos años, los agentes de jóvenes promesas con proyección estadounidense han tenido muy en cuenta esta cifra a la hora de negociar qué se ponía y qué no en los contratos. Las opciones de salida (cantidades, fórmulas, plazos…) también serán un caballo de batalla con los jugadores más jóvenes que ni siquiera han despuntado en los primeros equipos. Un reto real, seguramente una amenaza, para los fundamentos de un sistema de formación que ha resultado ser, en los últimos años, mucho más sostenible y sólido que el estadounidense.

El citado caso de Doncic es paradigmático: en las circunstancias actuales, y en su rango de talento, una gran universidad tendrá a su disposición unas cantidades económicas (entre unos tipos y otros de acuerdos) a las que no podrá llegar ningún club europeo por un jugador de 17 años que, además, va a irse a la NBA seguramente solo una temporada después. Los clubes europeos ya expresan preocupación y hastío, y eso es un síntoma terrible porque finalmente será su motivación la que mantendrá o no en marcha la granja. Del baloncesto de base a la elite.

Los jugadores (sus agentes) retorcerán el mercado para evitar cláusulas importantes, algo que harán sin problema los de más proyección. Porque son lo que pueden decirle a un club lo tomas o lo dejas. Es lo que acaba de dejar claro el caso Sarr: cosas que eran importantes para los jóvenes están dejando de serlo. Ahora tienen caminos directos a la NBA. Victor Wembanyama, que puede ser uno de los mejores jugadores de siempre si alcanza el techo de su potencial, ya dejó pasmado al baloncesto europeo cuando prefirió hacer su último año en Francia fuera del arco de la Euroliga: sabía que iba a ser el número 1 del draft en todo caso, así que prefirió otras fórmulas para una puesta a punto multidisciplinar. Los clásicos se llevan las manos a la cabeza con este tipo de cosas, pero es lo que hay.

Las universidades, como nueva obsesión

En el citado artículo de Sports Illustarted, Mario Fernández, directo deportivo del Barça, dejaba claro que la situación se ha vuelto sumamente incómoda. Y eso desde la perspectiva de uno de los grandes clubes de Europa y en un año que comenzó con la salida de Jakucionis y en el que, entonces no lo sabía, le ha atropellado una situación imposible de gestionar con Sarr: “Antes de los derechos NIL, la opción de ir a las universidades americanas ya tenía sus atractivos. Pero ahora hay que sumar unas opciones económicas imposibles de alcanzar para los equipos de aquí. Así que ir a una universidad se está convirtiendo en una obsesión para los jugadores jóvenes europeos”.

Fernández ponía el foco en la figura del agente, que tiene ahora la opción de mover el avispero y monetizar a sus representados mucho antes y en cantidades inimaginables hace solo unos años: “Las canteras europeas tienen que repensar sus objetivos, su forma de funcionar, porque van a perder a gran parte de sus jugadores antes de haber terminado el trabajo con ellos. Algunos equipos de nivel más bajo ya lo están aprovechando y se ofrecen a los jóvenes como clubes nodriza en los que van a tener la visibilidad y las oportunidades que no llegarán tan fácilmente en equipos más grandes. Son roles que hasta ahora no existían. El paradigma cambia radicalmente, sobre todo para clubes como el nuestro, en el nivel más alto de Europa. Es muy difícil que un chico salte del Sub-18 al primer equipo y tenga un rol importante desde el principio”. Esto, en efecto, requería una paciencia que se esfumará si el objetivo es conseguir cuanto antes una oferta, con un buen bocado NIL, en una universidad.

Si el sistema entra definitivamente en crisis, también será una mala noticia para la NBA, el destino inevitable de los grandes jugadores europeos (o los que tienen potencial para serlo) que ha maximizado su condición de recolectora de talento global, cada vez con fuentes más variadas y sin tener que someterse siempre al tránsito por una NCAA que en 2010 (Enes Kanter fue uno de los primeros beneficiarios) relajó mucho las condiciones para que pudieran jugar en College jugadores que habían pasado por equipos profesionales. Como los europeos. Antes de ese cambio, también importante en la prehistoria de este tránsito ahora permanente, ni siquiera no tener contrato profesional servía para esquivar totalmente los problemas si se había jugado con compañeros y en competiciones que sí lo eran.

Más caminos del College a la NBA

En el March Madness 2025, el 15% de los jugadores y jugadoras (sumados los cuadros masculino y femenino) eran no estadounidenses: 264, un récord absoluto. El número se ha duplicado en la última década y va más allá del baloncesto: hay más de 25.000 deportistas no estadounidenses repartidos por las universidades. Una explosión que en baloncesto puede poner su origen, en lo que se refiere a jugadores que luego fueron megaestrellas, en la llegada de Hakeem Olajuwon desde Nigeria, en 1980 y directo a la Universidad de Houston, donde se pasó un año sin jugar porque la NCAA tardó en hacer todo el papeleo. Patrick Ewing llegó antes desde Jamaica, y jugó en Estados Unidos en el nivel de instituto antes de dar su aclamado salto a Georgetown en 1981.

Eran tiempos en los que se buscaba fuera, sobre todo, pívots. Centímetros: Rik Smits (con sus 2,24) saltó de Eindhoven en 1984 para hacer cuatro años de College con Marist antes de ser drafteado por los Pacers en 1988 (pick 2). La tecnología también ha sido clave para que el proceso se haya masificado: en los ochenta, una universidad lo tenía difícil de verdad para conseguir imágenes de Eindhoven, Lagos o Kingston. La cosa se quedaba en algún VHS granulado, de baja calidad, y unos perfiles físicos que resultaban prometedores sobre el papel. Ese proceso, el de scouting y reclutamiento, está ya, obviamente, absolutamente tecnificado y estructurado. En cualquier rincón del mundo.

Eso vale también para los jugadores: ahora pueden ir a cualquier sitio, moverse entre países e incluso continentes sin las limitaciones de antes, cuando estaban mucho más obligados a seguir en el equipo en el que se estaban formando porque no tenían, generalmente, muchas más opciones a tiro. Hemos visto en Europa casos como, cada uno en su estilo, los citados de Wembanyama, Jakucionis o ahora Sarr. También hemos visto intentos con iniciativas estadounidenses (un asunto que está resultado, en general, fallido como alternativa al college) como Overtime o el ya desaparecido Ignite, en la G League. Incluso viajes a Australia (con el programa NBL Next Stars). El francés Alex Sarr, número 2 del último draft, pasó por Overtime y por Australia cuando decidió marcharse del Real Madrid. El español Izan Almansa, también dejó la cantera del Madrid y ha pasado por Overtime e Ignite antes de elegir, para tener más claras sus difusas opciones NBA, la vía australiana.

En este ecosistema de cambios, giros y decisiones poco convencionales, se está generando también una brecha cultural. Hay criticas desde los estratos más clásicos a las decisiones, a veces disruptivas, de unos jóvenes para los que todo se trata, en gran parte, de que tienen opciones con las que sus predecesores ni podían soñar. Y todo eso sin volver la vista hacia la ruta de la universidad, que atrajo a 350 jugadores europeos la pasada temporada, solo si se miden los principales programas (D1, la primera división de la NCAA).

Si se mira a la NBA, esta temporada hay 64 europeos. De ellos, 42 salieron del Viejo Continente a través de una fórmula más clásica (sus clubes de origen) y 18 pasaron por una universidad. Ambas rutas combinan casi un 94% de los casos. El resto son las excepciones que llegaron desde la G League o Australia. Esta proporción se está invirtiendo: cada vez más jugadores de altas expectativas en el draft eligen la vía universitaria porque ahora resulta, también, muy rentable en lo económico. Si se aíslan los últimos años, de hecho, la NCAA ha superado a los equipos profesionales de Europa como la gran vía de acceso de estos jugadores hacia la NBA.

La batalla en Europa mira a la cantera

Todos los caminos acaban en una NBA que, para retorcer todavía más la situación, va a expandirse hacia Europa poniendo nombre y medios (veremos cuáles y cómo) para la creación de una competición que ahora mismo sería una alternativa a la Euroliga a expensas de nuevas conversaciones entre las partes. Que todavía están a tiempo.

Según Joe Vardon, de The Athletic, ese acceso al talento joven y la adaptación a ese nuevo tablero de juego son dos de las razones que maneja la NBA para poner un pie definitivamente en Europa, más allá de su fe en que hay dinero aquí que la Euroliga no está sabiendo extraer y de la certeza de que las fortunas y fondos de inversión árabes tendrán un papel más importante que el que le permite en la NBA, un techo que veremos cuánto dura, el último convenio colectivo.

“Los equipos profesionales de Europa, los que Silver quiere atraer desde el ámbito Euroliga hacia su nueva competición, tienen canteras para jugadores desde los trece años. La NBA ha dejado claro que apoyará económicamente al desarrollo de ese ecosistema, incluido las ayudas para esos programas de formación. Adam Silver quiere estar metido de lleno en esa autopista que traslada a los jugadores de Europa a América”, asegura un Vardon muy cercano a las altas oficinas de la mejor liga del mundo. El vicepresidente del Alba Berlín, Marco Baldi, piensa igual: “Imagino que esa es una de las grandes motivaciones: crear un entorno de colaboración que garantice que el mayor número posible de jugadores alcanza su máximo potencial. Eso sería de gran beneficio para la NBA, que es donde acaban los mejores”.

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El artículo también recoge la opinión del gran agente de jugadores en Europa, Misko Raznatovic: “El trabajo con los chicos jóvenes, especialmente en los Balcanes y sobre todo en cuando a los fundamentos del juego, es diez veces mejor aquí que en Estados Unidos. Y por eso cada vez hay más jugadores europeos en la NBA. Tu coges a Jokic o Doncic con quince años y, si no les enseñas de verdad a jugar, no acabarían metiendo ni un punto en la NBA porque por su físico o su velocidad no les daría. Pero aquí se desarrolla su habilidad, su IQ… por eso acaban siendo mejores”. Y también, muy significativa, la de Alberto Angulo, que trabaja con la cantera del Real Madrid: “En Estados Unidos les enseñan a jugar uno contra uno, nosotros les enseñamos a jugar en equipo. La diferencia entre la mentalidad americana y la nuestra, la del Madrid, es que nosotros no pensamos en lo individual. Lo que importa es el grupo, el equipo”.

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