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Baloncesto

El partido del siglo

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El 2 de febrero de 2025, hubo un movimiento que sacudió los cimientos de la NBA. Luka Doncic, el mayor activo de la mejor Liga del mundo, abandonaba sorpresivamente los Mavericks en un traspaso en el que se unía a la franquicia más grande de la competición norteamericana: Los Angeles Lakers. Algo que dejó boquiabierto, ojiplático a propios y extraños, ya fueran analistas o aficionados. Y que supone ya, tras poco más de dos meses transcurridos desde entonces, un antes y un después en el baloncesto mundial. Ni siquiera en un contexto que vive de la narrativa, en el que se tiende a la hipérbole, era exagerado decir que se trataba del mayor traspaso de la historia. Nunca nadie, en forma y fondo, recordaba nada igual en una decisión controvertida por parte de un equipo y que beneficiaba claramente a otro, que además era el más odiado de todos, la entidad por antonomasia del deporte, esa a la que apoyas o detestas. Una unión que destrozó los caminos de la lógica y la coherencia, que lo cambió todo y que ha tenido y seguirá teniendo una serie de repercusiones que nunca serán lo suficiente como para sentenciar el ansia, el hecho de quedar saciado. Porque si nunca es suficiente, ahora lo es menos todavía.

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​Doncic regresa a Dallas, el lugar del que nunca se quiso ir, con la temporada de los Lakers en juego y un partido cuyo resultado es lo de menos. El reencuentro del morbo, la batalla del siglo.  

El 2 de febrero de 2025, hubo un movimiento que sacudió los cimientos de la NBA. Luka Doncic, el mayor activo de la mejor Liga del mundo, abandonaba sorpresivamente los Mavericks en un traspaso en el que se unía a la franquicia más grande de la competición norteamericana: Los Angeles Lakers. Algo que dejó boquiabierto, ojiplático a propios y extraños, ya fueran analistas o aficionados. Y que supone ya, tras poco más de dos meses transcurridos desde entonces, un antes y un después en el baloncesto mundial. Ni siquiera en un contexto que vive de la narrativa, en el que se tiende a la hipérbole, era exagerado decir que se trataba del mayor traspaso de la historia. Nunca nadie, en forma y fondo, recordaba nada igual en una decisión controvertida por parte de un equipo y que beneficiaba claramente a otro, que además era el más odiado de todos, la entidad por antonomasia del deporte, esa a la que apoyas o detestas. Una unión que destrozó los caminos de la lógica y la coherencia, que lo cambió todo y que ha tenido y seguirá teniendo una serie de repercusiones que nunca serán lo suficiente como para sentenciar el ansia, el hecho de quedar saciado. Porque si nunca es suficiente, ahora lo es menos todavía.

El traspaso, avanzado por un Shams Charania (ESPN) que nunca ha trabajado tanto como en el último deadline, se cerró a a tres bandas, ya que incluyó a los Jazz. Anthony Davis era el principal protagonista obviando a Doncic y también el daño colateral por excelencia, afrontando un exilio inmerecido, pero del que no pudo decir nada. El jugador interior, que para ayudar al canje tuvo que eliminar su trade kicker del 15%, se fue a Dallas junto a Max Christie. Los Lakers, además de a Luka, recibieron a Maxi Kleber y Markieff Morris, un jugador residual pero que participó en el último anillo de los angelinos, en 2020. Y los Jazz se llevaron al sophomore Jalen Hood-Schifino (que posteriormente fue cortado) y dos elecciones de segunda ronda del draft 2025, una de los Clippers y otra de los Mavericks. Todo el embrollo se completó con una elección de primera ronda de draft para 2029 que fue de Lakers a Mavericks. Un acuerdo que se pactó entre bambalinas, sin filtraciones, que se llevaba días fraguando y para el que los Lakers no dieron ni a Austin Reaves ni a Dalton Knetch, implicado luego en un viaje de ida y vuelta a Charlotte con el sainete que involucró a Mark Williams, que no pasó el reconocimiento médico.

Nunca se había visto nada igual. Fue el traspaso de todos los traspasos, algo inédito que cambiaba las tornas. Un movimiento deportivo y cultural que tenía también un fondo mucho más profundo, preocupante en plena era de los jugadores empoderados, que no están tan empoderados como parecía. Una idea que se instauró por obra y gracia de LeBron James y que correspondía más a las estrellas que al resto de los mortales, pero que se ha puesto en alta cuestión tras lo ocurrido. La reacción sísmica a lo ocurrido fue brutal, con muchos jugadores hablando de lo que podía provocar algo semejante. De nuevo, eran meras piezas en un tablero de ajedrez enorme manejado por directivos y propietarios más que por ellos, con el nuevo convenio ya coleando y haciendo más ricas a los que más dinero ganaban mientras que la clase media empezaba a diluirse y una buena parte de la antigua burguesía iba a buscar suerte al Viejo Continente. Sin embargo, el enriquecimiento no se tradujo en seguridad, ya que Doncic jamás se quiso ir de Dallas y los aficionados de los Mavericks jamás quisieron que Doncic se fuera. Algo que dio igual a los que mandan, que se encargaron de tomar una decisión que les ha dado igual que todo el mundo cuestione.

Ahí emergieron los nombres de los culpables, pero también de los privilegiados. De los que lo hicieron todo y les da igual todo. Patrick Dumont y la familia Adelson se hicieron con la mayoría de las acciones de los Mavericks a finales de 2023, desplazando a Mark Cuban del puesto de mandamás, algo que el directivo, que jamás habría permitido el traspaso, ahora lamenta. Tanto él, una figura imprescindible para entender la NBA moderna, como Dirk Nowitzki, de un peso enorme dentro de la franquicia al ser su mejor jugador histórico, se han posicionado también en contra de la salida de Doncic. Y el alemán, campeón en 2011, fue incluso a ver el debut del esloveno en el Crypto Arena, una imagen que dejó en muy mal lugar a los Mavericks. Otra vez, todo dio igual: la marioneta de los propietarios, personificada en Nico Harrison, se encargó de hacer varias comparecencias y filtrar a la prensa las malezas de la estrella. Que si bebía cerveza, que si fumaba cachimba, que si estaba gordo… Nada convenció a nadie en una pésica gestión de imagen y comunicación en la que participó incomprensiblemente Jason Kidd, que se posicionó también en contra del que fue su pupilo y ha pasado, igual que Harrison, de héroe a villano en apenas unos meses. Cosas que pasan en una NBA acostumbrada a lo increíble. Pero no a semejante nivel.

Un partido, una ovación y dos mundos

El peso emocional que se vivirá en el partido será de una magnitud bárbara. Habrá que estar pendientes de todo: el duelo se jugará a las 01:30 hora española (Movistar Plus, dial 7) en el American Airlines Center, con capacidad para 19.200 espectadores que a buen seguro llenarán las gradas para ovacionar a su antiguo héroe. Y tendrá una importancia mucho mayor que el primer choque entre ambos equipos tras el traspaso, que tuvo lugar el 25 de febrero. Era apenas el quinto partido de Doncic con la camiseta de los Lakers y fue también el primero en el que consiguió un triple-doble. Atenazado por los nervios, estuvo mal en el lanzamiento (6 de 17, con 1 de 7 en triples), pero se fue a 19 puntos, 15 rebotes, 12 asistencias, 3 robos y 2 tapones en algo más de 35 minutos. La novedad ahora es que Anthony Davis, que recibió un tímido vídeo tributo en su regreso al Crypto Arena, sí que estará disponible para los de Jason Kidd, que podrán medir su teórico poder inferior frente al increíble juego exterior de unos Lakers que juntan un trío de pasadores históricamente bueno con LeBron James, Austin Reaves y el propio Doncic. Algo inédito de ver, con tres manejadores que hacen también de finalizadores y que permiten una cantidad de espacios para sus compañeros difícil de explicar. Hay que verlo para creerlo.

El resto, veremos. Se presupone (lo contrario sería vergonzoso) el vídeo tributo por excelencia. Y ya veremos si LeBron, igual que en el debut de Doncic, le deja salir el último en la presentación. Por el resto, ya sabemos que la afición estará entregada con el esloveno. En los últimos meses han organizado entierros metafóricos en las puertas del estadio, han mostrado sus protestas y, por el camino, los Mavericks han perdido una ingente cantidad de seguidores en redes sociales, 700.000 en Instagram sólo en la primera semana. También han expulsado a parte del público de la pista por las protestas generalizadas hacia Nico Harrison y a los dueños, relacionados con el turbio negocio de las casas de apuestas. Ese pequeño grupo será el enemigo público número 1 que veremos si saluda a Doncic (no tiene pinta) o intercambia gestos con la estrella en caso de provocación mutua, algo muy típico en la NBA. Eso será la otra parte, la del morbo. Antes de eso, seguro que hay una tremenda ovación para el esloveno, que nunca se ha visto en una situación semejante y que será añorado por mucho tiempo. Con 26 años, su carrera en los Mavs es para tener la camiseta retirada. Y así le tratará el público: como no le ha tratado la directiva. Como se merece.

Y luego está la parte deportiva, claro. En ese sentido, estamos hablando de dos mundos. Los Mavericks, que antes del traspaso de Doncic sufrieron la lesión del esloveno el día de Navidad (ese fue su último partido con su exequipo, que tiene tela) se han empeñado en hacerlo mal, pero ni por esas han conseguido salir del play in, lo que parece hasta cierto punto irónico si tenemos en cuenta que han tenido una marejada infame de lesiones y que su reputación se ha visto dañada también por el gran papel de Quentin Grimes en los Sixers, otro traspasado que parece que está en el mejor momento de su carrera sólo por molestar al equipo texano. Así, los Mavs están condenados a alargar un poquito más su temporada y su sufrimiento en esa especie de previa que la NBA, con Adam Silver a la cabeza, se inventó en cuarentena y que ha llegado para quedarse. Será un partido más, porque ni siquiera tendrán ventaja de campo. Y caso de ganarlo, tendrán una bola extra para intentar unos supuestos playoffs. Desde luego, no están en esas: la sensación es que todo el mundo en el entorno de la franquicia quiere que la temporada se acabe lo antes posible para que el ruido amaine y las aguas vuelvan a su cauce. Más todavía sin el lesionado Kyrie Irving. Es obvio que quieren que el sufrimiento se acabe. Y, a los jugadores en concreto, nadie les puede culpar de ello.

Los Lakers se juegan mucho más en este partido. Vienen en back to back de jugar en Oklahoma, tienen una batalla ante los Rockets en el cobijo que les proporciona el Crypto Arena y despiden la temporada en un partido que, en teoría, debería ser sencillo ante los Blazers. Se juegan la ventaja de campo en primera ronda, evitar el play in y tener un cruce que no pueden elegir en el galimatías que es la Conferencia Oeste, llena de atascos en la clasificación, con victorias que no sirven tanto y derrotas que penalizan mucho. En un momento físico que parece bueno, LeBron sabe que al lado de Doncic puede ganar un nuevo anillo (que no sean favoritos no significa que no sean candidatos) y que los angelinos han tenido momentos realmente brillantes durante la temporada. Ahora, toca refrendar lo conseguido y llegar lo más frescos posibles a los playoffs. Pero antes, el día D y la hora H. Una batalla histórica con todos los ojos puestos en el que probablemente sea el encuentro más importante de la carrera de Luka Doncic hasta la fecha. Un jugador generacional, una estrella absoluta. El mayor activo de la NBA vuelve al sitio del que nunca se quiso ir, aunque sea con otra camiseta. Y afrontará 48 minutos (y muchas horas) de exposición máxima en una situación de un peso emocional límite. Un enfrentamiento para los anales. Un reencuentro lleno de historias que contar. Una narrativa cautivadora. El partido del siglo.

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