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Ucrania: cómo es vivir cerca del frente del Donbás

La ciudad minera de Dobropilia, al oeste de la región de Donetsk, está a sólo 20 kilómetros del frente. La bombardean cada vez más. ¿Qué esperan los residentes de las negociaciones de paz? DW estuvo allí.
La pequeña sala, con motivos cristianos de Rembrandt, Tiziano y otros pintores conocidos en las paredes, está llena, en su mayoría, de personas mayores. Aquí, en el discreto edificio de una comunidad religiosa cristiana, se celebra un servicio dominical al que Volodimir llega con retraso. El comandante de una unidad de drones de la 59.ª Brigada de Asalto de las Fuerzas Armadas de Ucrania no alcanzó a conseguir asiento. Escucha de pie el sermón, que termina con palabras sobre la paz.
«Creo que recuperaremos toda Ucrania, no aceptaré nada más», dice Volodimir después del servicio. Proviene de la ciudad de Jartsizsk, ocupada por Rusia , al este de Donetsk. «Cuando entré en el Ejército me di tres meses de vida, pero aquí estoy», sonríe el soldado.
Mientras tanto, la gente desempaqueta los paquetes de ayuda, llena las jarras con agua limpia y se va a casa. Dobropilia alguna vez tuvo 43.000 habitantes, hoy hay alrededor de 35.000, de los que un tercio son desplazados internos de otras zonas de Ucrania.
«Una ciudad al servicio de la gente»
«Rezamos primero por nuestra victoria y luego por la paz», subraya el capellán militar y pastor Ihor, que fue bombero. Informa sobre cómo la pequeña ciudad minera acoge a desplazados internos y cómo su comunidad los ayuda. «Es una ciudad que sirve a la gente», dice. Tras el inicio de la invasión rusa a gran escala, en 2022, Dobropilia se ha convertido en un refugio y, desde la ocupación rusa de Avdivka , en febrero de 2024, se la considera una ciudad en la primera línea del frente.
La comunidad ha instalado aquí un lavadero y un baño con duchas para el personal militar. En la entrada, dos soldados esperan por su ropa lavada, sentados bajo un cartel que dice «Gloria a Jesucristo y a las Fuerzas Armadas de Ucrania». En Dobropilia sólo hay agua por algunas horas en las tuberías, y no es potable, así que la comunidad cristiana instaló su propio pozo de bombeo con un sistema de filtrado.
El pastor Ihor no tiene grandes esperanzas en las negociaciones de paz. «Durante tres años hemos visto que el enemigo no la quiere. Pero rezamos», dice, y añade: «Mientras los soldados estén con nosotros, la gente dice que todo está bien. Pero cuando la gente abandona la ciudad, uno se preocupa». Ihor cuenta que los residentes de Dobropilia huyeron tras el ataque masivo del 7 de marzo: Rusia atacó la ciudad con cohetes, artillería y drones; hubo 11 muertos y 49 heridos.
«No tengo ni un solo recuerdo»
En el lugar del ataque se pueden ver casas destruidas. Las campanillas florecen en los canteros de flores, entre cristales rotos. En uno de los apartamentos incendiados, alguien dejó dos rosas atadas con cintas negras en los marcos de las camas de los niños.
Hay un vacío opresivo. Sólo se ve a unas pocas personas sacando escombros de los apartamentos que aún se conservan. La pensionista Larysa, con la mano enyesada, limpia también su apartamento. Estaba en casa con su marido durante el ataque. La onda expansiva derribó a la pareja, Larysa cayó y se rompió la mano. «Estábamos en shock y comencé a recoger los cristales porque no podíamos salir. Entonces vino uno de los socorristas y me preguntó: ‘¿Está loca? Empaque sus cosas rápido, la sacaremos por la ventana», cuenta Larysa.
Los médicos no pudieron tratarla hasta el día siguiente porque esa noche el hospital estaba abarrotado de heridos. «Murió mucha gente», dice. En una casa vivía una pareja joven de la ciudad de Pokrovsk. Buscaron refugio en Dobropilia y murieron quemados en el ataque.
«No tengo ni un solo recuerdo, ni una foto de mi hijo creciendo, nada de nada. Todavía me tiemblan las manos. Esa noche había cinco cadáveres en el pasillo de nuestra casa», cuenta otra mujer, cuyo apartamento quedó completamente destruido. Estaba sola. Su hija estudia en Kiev y su marido estaba camino a casa tras su turno en la mina.
«Lo llamé por teléfono gritando. Llegó rápidó, pero luego nos atacaron con bombas de racimo. Cuando la gente empezaba a salir de la casa, entró otro dron. La gente estaba cubierta de sangre y se las llevaban. Fue puro horror. Nunca había ocurrido algo así en Dobropilia», narra.
«Que se lleven lo que saquearon»
Desde que el frente se acercó a la ciudad de Pokrovsk, en septiembre pasado, los rusos han estado bombardeando Dobropilia cada vez más seguido. Hay casas destruidas en casi todos los barrios. Durante el día, la gente se reúne junto al pozo. Cuando se les pregunta qué piensan sobre un alto al fuego entre Ucrania y Rusia, la mayoría desea la paz. «Muchos de mis amigos han muerto», dice Daria, una joven de la zona de Pokrovsk. «Mi hermano está en cautiverio», dice un hombre que ha bebido, sentado en un banco con la cabeza gacha.
«Personalmente, no creo que Donald Trump pueda hacer nada. Habla con Vladimir Putin como si fueran hermanos. Debería apoyar a Ucrania y apoyar sus intereses, y no, como parece, los de Rusia», dice la pensionista Tetiana, encogiéndose de hombros. Ella cree que sólo puede haber una paz justa si Ucrania no pierde ningún territorio. «Nuestros socios deben asegurarse de que tenemos suficiente para luchar proporcionándonos armas y municiones, pero también para que podamos defendernos si Putin miente y ataca de nuevo», afirma.
“Esa tierra nunca le perteneció», grita el pensionista Oleksi, que huyó de Pokrovsk. «Deberían devolvernos lo que nos quitaron», dice Olena, una joven con un niño, sobre los rusos. Pero Karina, una desplazada interna de Mirnogrado que viaja repetidamente a su ciudad natal como voluntaria, tiene una opinión diferente. Dice que los rusos deberían simplemente dejar de disparar y añade enojada: «Que se lleven lo que saquearon, pero que dejen a la gente en paz».
«No se puede simplemente renunciar al Donbás»
«Por supuesto que quiero que toda la región de Donetsk vuelva a estar bajo control ucraniano. Esta es mi casa, pero no todos los deseos se hacen realidad», dice Oleksandra, de 17 años, que trabaja en un café en el centro de Dobropilia. Quiere irse al extranjero con su novio tan pronto como él pueda salir legalmente de Ucrania. En Ucrania, desde el comienzo de la guerra, está prohibido que los reclutas abandonen el país.
Por el contrario, dos niñas de 13 años dicen que quieren quedarse en Ucrania, pero no en Dobropilia porque es demasiado peligroso. La mayoría de la gente opina que el inicio de las conversaciones de paz no ha cambiado en absoluto la vida en la ciudad. «Al contrario, los bombardeos han aumentado», se queja la pensionista Tetiana.
Oleksandr, jubilado de la minería, cree que los presidentes Donald Trump y Volodimir Zelenski podrían acordar negociaciones de paz. «Pero nadie estará de acuerdo con Putin, eso es imposible. Ayer mis tres nietos pequeños estaban sentados en mi sótano mientras los drones Shahed volaban sobre nosotros. Los niños tienen miedo y no tenemos adónde ir», dice. Le gustaría que todo terminara, pero enfatiza: «Han muerto tantas personas que lucharon por nuestro Donbás. No se puede simplemente renunciar».
(rml/cp)
La ciudad minera de Dobropilia, al oeste de la región de Donetsk, está a sólo 20 kilómetros del frente. La bombardean cada vez más. ¿Qué esperan los residentes de las negociaciones de paz? DW estuvo allí.