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Mundo Motor

Aranceles a autos: ¿Quiénes son los perdedores con la medida de Trump?

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Vaya revuelo que se ha armado con el anuncio desde la Oficina Oval. Resulta que la administración Trump ha decidido desempolvar una de sus herramientas favoritas: los aranceles. Solo que esta vez, el objetivo son todos los autos que no lleven la etiqueta «Made in USA», a los que se les aplicará un impuesto del 25%. 

La justificación oficial suena grandilocuente, hablando de estimular la industria local, crear empleos y hasta de un impulso económico de 100 mil millones de dólares. Incluso se menciona un “día de la liberación” para Estados Unidos. 

Pero, como suele ocurrir con estas medidas tan contundentes, vale la pena detenerse a pensar: más allá de los discursos, ¿quiénes son los que verdaderamente van a sentir el golpe en el bolsillo y en su día a día?

Aranceles a autos: El bolsillo del consumidor, el primer afectado

Para empezar, pensemos en el ciudadano de a pie estadounidense. Ese que necesita un auto para ir a trabajar, llevar a los niños al colegio o simplemente moverse. Casi la mitad de los vehículos que se venden en Estados Unidos vienen de fuera. 

Por lo visto, los analistas ya están haciendo números y calculan que este nuevo arancel podría encarecer el precio final de un auto en varios miles de dólares, llegando quizá a superar los 10,000 dólares extra. 

Así las cosas, el sueño americano sobre ruedas podría volverse bastante más costoso para muchísimas familias. Ciertamente, se habla de una posible deducción fiscal para quien compre un auto fabricado localmente, pero primero, eso depende del Congreso, y segundo, ¿compensará realmente la subida general de precios o la posible falta de opciones que se ajusten al presupuesto o gustos del comprador?

El impacto de la posible victoria de Trump a los fabricantes de autos

Fabricantes globales y socios comerciales en la cuerda floja

Luego, miremos al otro lado del océano, y también al sur y norte de la frontera. Fabricantes de automóviles de lugares como México, Japón, Corea del Sur, Canadá y Alemania tienen en Estados Unidos un mercado vital. Estamos hablando de gigantes como Toyota, Honda, Nissan, Mazda, Subaru, BMW o Porsche. 

Para la Unión Europea, por ejemplo, el mercado estadounidense representa cerca de una cuarta parte de todas sus exportaciones de automóviles. Particularmente para Alemania, cuyas marcas insignia suponen casi tres cuartas partes de esas ventas europeas a Estados Unidos, el impacto puede ser tremendo. Solo hay que imaginar el panorama: de la noche a la mañana, sus productos se vuelven un 25% más caros para el consumidor final. 

Inevitablemente, esto se traduce en una menor competitividad, posibles caídas en las ventas y, por ende, una amenaza real para los empleos en esas plantas de producción fuera de Estados Unidos.

Aranceles a autos: La onda expansiva

Y la cadena no termina ahí. Dentro de Estados Unidos, los concesionarios que dependen fuertemente de la venta de marcas importadas también se enfrentan a un futuro incierto. Menos ventas por precios más altos significan menores ingresos y, potencialmente, ajustes de personal. 

Del mismo modo, muchísimas empresas estadounidenses utilizan componentes o vehículos importados para sus operaciones; un aumento en sus costos podría repercutir en los precios de otros bienes y servicios, generando un efecto inflacionario más amplio.

Reacciones y represalias

Mientras tanto, las reacciones internacionales no se han hecho esperar. Desde Bruselas, Ursula von der Leyen lamenta la decisión, recordando que los aranceles son, al final del día, impuestos que perjudican a empresas y consumidores en ambas orillas del Atlántico. 

Aunque abogan por la negociación, dejan claro que protegerán sus intereses. Más directa ha sido la respuesta desde Ontario, Canadá, cuyo primer ministro provincial, Doug Ford, ya habla abiertamente de imponer sanciones de represalia buscando «infligir el mayor dolor posible». 

Esto recuerda que las guerras comerciales rara vez son unilaterales; suelen provocar respuestas que pueden terminar afectando a los exportadores estadounidenses en otros sectores. La amenaza de una escalada es palpable.

¿Liberación o lastre?

Visto así, la promesa de una industria automotriz estadounidense “floreciente como nunca antes” gracias a esta medida parece, cuando menos, simplista. Si bien algunos empleos podrían generarse o protegerse en fábricas dentro de Estados Unidos, el costo global parece desproporcionado. 

Los consumidores estadounidenses pagarán más, los socios comerciales clave se verán perjudicados (y probablemente responderán), y la economía global, ya interconectada, sufrirá nuevas tensiones. La idea de que esta política sea “permanente”, como se afirmó, añade una capa de preocupación adicional sobre la estabilidad del comercio internacional.

 

Vaya revuelo que se ha armado con el anuncio desde la Oficina Oval. Resulta que la administración Trump ha decidido desempolvar una de sus herramientas favoritas: los aranceles. Solo que esta vez, el objetivo son todos los autos que no lleven la etiqueta «Made in USA», a los que se les aplicará un impuesto del 25%. 

La justificación oficial suena grandilocuente, hablando de estimular la industria local, crear empleos y hasta de un impulso económico de 100 mil millones de dólares. Incluso se menciona un “día de la liberación” para Estados Unidos. 

Pero, como suele ocurrir con estas medidas tan contundentes, vale la pena detenerse a pensar: más allá de los discursos, ¿quiénes son los que verdaderamente van a sentir el golpe en el bolsillo y en su día a día?

Aranceles a autos: El bolsillo del consumidor, el primer afectado

Para empezar, pensemos en el ciudadano de a pie estadounidense. Ese que necesita un auto para ir a trabajar, llevar a los niños al colegio o simplemente moverse. Casi la mitad de los vehículos que se venden en Estados Unidos vienen de fuera. 

Por lo visto, los analistas ya están haciendo números y calculan que este nuevo arancel podría encarecer el precio final de un auto en varios miles de dólares, llegando quizá a superar los 10,000 dólares extra. 

Así las cosas, el sueño americano sobre ruedas podría volverse bastante más costoso para muchísimas familias. Ciertamente, se habla de una posible deducción fiscal para quien compre un auto fabricado localmente, pero primero, eso depende del Congreso, y segundo, ¿compensará realmente la subida general de precios o la posible falta de opciones que se ajusten al presupuesto o gustos del comprador?

El impacto de la posible victoria de Trump a los fabricantes de autos

Fabricantes globales y socios comerciales en la cuerda floja

Luego, miremos al otro lado del océano, y también al sur y norte de la frontera. Fabricantes de automóviles de lugares como México, Japón, Corea del Sur, Canadá y Alemania tienen en Estados Unidos un mercado vital. Estamos hablando de gigantes como Toyota, Honda, Nissan, Mazda, Subaru, BMW o Porsche. 

Para la Unión Europea, por ejemplo, el mercado estadounidense representa cerca de una cuarta parte de todas sus exportaciones de automóviles. Particularmente para Alemania, cuyas marcas insignia suponen casi tres cuartas partes de esas ventas europeas a Estados Unidos, el impacto puede ser tremendo. Solo hay que imaginar el panorama: de la noche a la mañana, sus productos se vuelven un 25% más caros para el consumidor final. 

Inevitablemente, esto se traduce en una menor competitividad, posibles caídas en las ventas y, por ende, una amenaza real para los empleos en esas plantas de producción fuera de Estados Unidos.

Aranceles a autos: La onda expansiva

Y la cadena no termina ahí. Dentro de Estados Unidos, los concesionarios que dependen fuertemente de la venta de marcas importadas también se enfrentan a un futuro incierto. Menos ventas por precios más altos significan menores ingresos y, potencialmente, ajustes de personal. 

Del mismo modo, muchísimas empresas estadounidenses utilizan componentes o vehículos importados para sus operaciones; un aumento en sus costos podría repercutir en los precios de otros bienes y servicios, generando un efecto inflacionario más amplio.

Reacciones y represalias

Mientras tanto, las reacciones internacionales no se han hecho esperar. Desde Bruselas, Ursula von der Leyen lamenta la decisión, recordando que los aranceles son, al final del día, impuestos que perjudican a empresas y consumidores en ambas orillas del Atlántico. 

Aunque abogan por la negociación, dejan claro que protegerán sus intereses. Más directa ha sido la respuesta desde Ontario, Canadá, cuyo primer ministro provincial, Doug Ford, ya habla abiertamente de imponer sanciones de represalia buscando «infligir el mayor dolor posible». 

Esto recuerda que las guerras comerciales rara vez son unilaterales; suelen provocar respuestas que pueden terminar afectando a los exportadores estadounidenses en otros sectores. La amenaza de una escalada es palpable.

¿Liberación o lastre?

Visto así, la promesa de una industria automotriz estadounidense “floreciente como nunca antes” gracias a esta medida parece, cuando menos, simplista. Si bien algunos empleos podrían generarse o protegerse en fábricas dentro de Estados Unidos, el costo global parece desproporcionado. 

Los consumidores estadounidenses pagarán más, los socios comerciales clave se verán perjudicados (y probablemente responderán), y la economía global, ya interconectada, sufrirá nuevas tensiones. La idea de que esta política sea “permanente”, como se afirmó, añade una capa de preocupación adicional sobre la estabilidad del comercio internacional.

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