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2025 y 1914: Análisis de Similitudes y Diferencias en la Historia

Dice Ursula Von Der Leyen expresó que Europa debe prepararse para la guerra, lo mencionó durante la última sesión plenaria del parlamento europeo en Estrasburgo. Una sesión en la que se citaron figuras como Churchill, Chamberlain, Kissinger o Eisenhower, sin mostrar vergüenza. No estoy diciendo que no se deba hacer, pero la ligereza con la que se habla de rearmar a Europa con un tono absolutamente bélico es, como mínimo, aterradora.
Es evidente que Europa ha entrado en modo preguerra tras décadas; ahora se vuelve a hablar de tropas, tanques y escudos antimisiles en el corazón del continente. La novedad es que ahora hay un precio inicial que alcanza los 800,000 millones de euros, un monto que todos los gobiernos de cada uno de los países implicados insisten en que no afectará a las políticas sociales y que hay margen para incorporarlo a los presupuestos generales del estado de cada uno de ellos. Nos deben tomar por tontos, y no digo que no sea necesario, repito, pero sería bueno que nos indicaran qué supone insertar ese nuevo gasto en las endeudadas economías del continente.
¿Qué significa más deuda, más impuestos, ingeniería contable, magia?
Es evidente que no nos lo quieren contar. Y esa es la gran diferencia con el momento histórico al que más se parece lo que estamos viviendo ahora.
En 1914, todo se derramó. Se consideraba un antipatriota aquel que no veía positivo entrar en una batalla puntual que a todas luces conducía a una Guerra Mundial. La diferencia es que en aquel momento se hablaba claro, a pesar de la espiral que supuso la explosión de aquella masacre. Todos sabían que eso era lo que estaba fabricando y ahora no; ahora se utilizan eufemismos, frases Disney y directamente mentiras.
En este articulo vamos a buscar los paralelismos históricos entre 1914 y lo que vivimos actualmente, no como aviso de que se vaya a repetir un cataclismo similar, sino como advertencia de que dejarse llevar por la opinión fabricada ahora mismo es un error que puede salirnos muy caro. No estamos ni en el mismo lugar ni en las mismas circunstancias, pero 4 meses antes de la explosión de la Primera Guerra Mundial en 1914, el mundo iba como un tiro y nadie pensaba que un conflicto armado en los Balcanes podía desencadenar una guerra total.
Vamos a buscar algunas similitudes entre 1914 y 2025; repito que no es para alarmar, sino para comprender que a veces la historia nos ofrece las claves de lo que sucede o puede suceder. Obviamente, la historia no es linealmente paralela, pero desgraciadamente, la historia rima. Así que, empecemos por el factor económico de esas similitudes.
Antes de 1914, la economía mundial vivía una primera era de globalización impulsada por avances técnicos como el barco de vapor, el telégrafo y la apertura de los canales de Suez y Panamá. El comercio internacional creció rápidamente, y las exportaciones aumentaron su peso en el PIB de las potencias industriales, mientras millones de personas migraban en busca de oportunidades. Se calcula que unos 60 millones de europeos emigraron a América y otras regiones. Sin embargo, esta integración generó también desigualdades y tensiones; muchos sectores se beneficiaron del comercio, pero otros quedaron ciertamente rezagados, alimentando un malestar social y un movimiento populista y proteccionista que finalmente reaccionó contra esa incipiente globalización. De hecho, ya antes de la gran guerra, varias potencias habían elevado aranceles y restringido la inmigración. Todo suena familiar, ¿verdad?
La prosperidad previa a 1914 ocultaba fragilidades financieras; episodios como el pánico de 1907 evidenciaron la volatilidad de unos mercados globales totalmente interconectados. Cuando estalló la Primera Guerra Mundial en 1914, ese sistema altamente integrado colapsó; los pagos internacionales se interrumpieron, las bolsas cerraron y se desencadenó una grave crisis financiera global. Los estados tuvieron que imprimir dinero a gran escala, también nos suena familiar, para sostener el esfuerzo bélico, suspendiendo el patrón oro y provocando inflación. Al terminar la guerra, varias economías quedaron endeudadas y desestabilizadas. Alemania sufrió una hiperinflación devastadora en 1923, con precios que llegaban a duplicarse cada dos días. Esa contracción de la globalización vino acompañada de políticas económicas nacionalistas aislacionistas que dominaron las décadas siguientes.
Un poco en la situación actual, el mundo entra en una fase de globalización avanzada pero bajo presión. Tres décadas de apertura comercial se han observado ahora un retroceso reciente por crisis sucesivas. La crisis financiera de 2008 ya mostró paralelismos con la de inicios del siglo XX en alcance global y también la pandemia de 2020, seguida de la Guerra de Ucrania en 2022, que todavía sacude el nuevo sistema. En 2022, la inflación mundial alcanzó máximas de varias décadas, un 8% anual de media en el mundo, la más alta desde 1980, debido a las disrupciones de la oferta post-COVID y al encarecimiento de la energía y alimentos tras la invasión rusa de Ucrania. Aunque nada es comparable a las hiperinflaciones post 1918, muchas naciones se enfrentaron ahora a la mayor subida de precios en 40 años. Además, ha resurgido el proteccionismo; hay ejemplos como la guerra comercial ahora de Estados Unidos con China, el Brexit, y las posturas anti-libre comercio de líderes populistas que evocan aquel giro aislacionista posterior a la Primera Guerra Mundial. También la dependencia de recursos estratégicos condiciona la economía y la geopolítica actual de modo similar a la era Imperial de entonces.
Antes de 1914, las potencias se disputaban colonias ricas en materias primas, ya originalmente el petróleo, el caucho, algunos minerales para asegurar su industria y, sobre todo, su expansión militar. Hoy, recursos como el petróleo, el gas o los minerales críticos como las tierras raras son objeto de competencia global. La Guerra de Ucrania evidenció ahora mismo la dependencia europea del gas ruso, un arma geoeconómica de Moscú que usó para presionar a la Unión Europea y forzó a Europa a diversificar urgentemente nuestros suministros energéticos. Del mismo modo, la concentración del suministro de semiconductores en Asia o en tierras raras en China nos recuerda que, al igual que en 1914, la escasez de nitratos de Chile puso en jaque a Alemania hasta el desarrollo del proceso que se llamó Haber-Bosch, y hoy las cadenas de suministro globales pueden convertirse en factores de riesgo estratégico.
Hay tantas similitudes, en suma, tanto en 1914 como en la actualidad; vemos que las economías interdependientes son frágiles y están expuestas a crisis financieras sistémicas, en 1914 provocadas por la guerra en 2022 por sanciones y conflictos, todo con efectos similares dada la integración global y también a vaivenes en la integración comercial. La gran diferencia es que tras 1945 se crearon instituciones internacionales, el FMI, el Banco Mundial, la OMC, para evitar colapsos como el que hubo entre guerras, entre la primera y la segunda, y hoy existen mecanismos de coordinación económica que no estaban presentes, eso es cierto, en 1914.
Aún así, la combinación de shock inflacionario, tensiones comerciales y búsqueda de autosuficiencia en recursos críticos, “pues a mí me sugiere un paralelismo histórico preocupante”, un posible retroceso de la globalización semejante al de los años 14 al 45, con riesgos de estanflación e inestabilidad que podría alterar el equilibrio del poder tal y como ocurrió en la Primera Guerra Mundial. Lo tenemos sobre la mesa, y digo globalización y no globalismo, que, como sabéis, son temas muy diferentes.
Hasta ahora hemos hablado de economía, pero en el plano político, la época previa a 1914 estaba marcada por un rígido sistema de alianzas internacionales y también por una intensa rivalidad entre potencias imperiales. Europe se había polarizado en dos bloques antagónicos, la Triple Alianza: Alemania, Austria-Hungría, e Italia, frente a la Triple Entente: Francia, Rusia, y el Reino Unido. Estas alianzas defensivas obligaban a cada miembro a apoyar militarmente a sus socios, y así se creaba una especie de sensación de campamento armado listo para la guerra. El surgimiento del Imperio Alemán en 1871 había roto el viejo equilibrio de poder generado en base a Francia y Rusia, que sellaron su propia Alianza en 1894, y a su vez, el ascenso alemán industrial militar inquietó a Gran Bretaña, que abandonó su aislamiento para acercarse a sus rivales tradicionales. Esa Alianza anglo-francesa de 1904 y anglo-rusa en 1907 se generaron en vísperas de la guerra, donde Alemania y Austria-Hungría se veían rodeadas por potencias hostiles en ambos flancos, un miedo al encierro que alimentó la mentalidad belicista en Berlín. El ambiente político europeo de aquella época estaba enrarecido por ambiciones nacionalistas y por crisis internacionales que eran recurrentes. La rivalidad colonial, por ejemplo, la crisis marroquí entre Alemania y Francia en 1905 y en 1911, la disputa entre Rusia y Austria-Hungría por la influencia en los Balcanes y el paneslavismo frente al pan germanismo. Los líderes de las grandes potencias de aquella época, confiados en su fuerza, estaban dispuestos a arriesgar guerras locales para defender sus intereses nacionales. Esto también nos va a sonar. La opinión pública interna también jugó un papel; el auge del nacionalismo inculcó en las masas un fervor patriótico y una creencia en la superioridad de la propia nación por el hecho de haber nacido allí que presionaba a los gobiernos a no mostrar debilidad. Por ejemplo, sectores nacionalistas alemanes veían a Inglaterra como un obstáculo para sus ambiciones globales y empujaban a una confrontación abierta. Del mismo modo, en Austria, muchos deseaban castigar a Serbia para contener el nacionalismo eslavo, mientras Serbia allí, el sentimiento nacional exaltado aspiraba a la gran Serbia a costa del imperio austrohúngaro.
Pues bien, ese clima populista nacionalista pre 1914, avivado por prensa sensacionalista y propaganda patriótica hacia la guerra, logró que se percibiera esa guerra como algo inevitable y hasta deseable por amplios sectores, era todo muy loco, pero no se aleja tanto de algunas cosas que estamos escuchando. Tras la conflagración, el mapa político cambió dramáticamente; cuatro imperios se derrumbaron: el alemán, el austrohúngaro, el otomano, y el ruso, y emergieron nuevos estados nación en Europa del este y potencias extraeuropeas como Estados Unidos y Japón, que ganaron protagonismo mundial.
Pues bien, en la actualidad, tras la Guerra Fría, el orden político internacional ha pasado de la unipolaridad de fin del siglo XX con el dominio absoluto de Estados Unidos a una multipolaridad creciente con varias potencias reclamando sus cuotas de poder e influencia. Estados Unidos sigue siendo, no lo vamos a negar, la principal superpotencia, a pesar de la deuda y sus líos, pero se enfrenta al ascenso de China como nuevo gigante económico y militar y de reemergencia de Rusia como actor desafiante. Esta transición no se la vieron venir; esta transición recuerda en parte a la situación de principios del siglo XX. Por ejemplo, China podría compararse con la Alemania guillermina como potencia revisionista, es decir, disconforme con el estatus quo y deseoso de mayor protagonismo global, mientras Estados Unidos y sus aliados tratan de contener ese auge similar como Gran Bretaña intentó contener a Alemania en su día. No es lo mismo, pero se parece.
La rivalidad estadounidense en ámbitos comerciales, tecnológicos y militares ha llevado a algunos analistas históricos a advertir de una especie de trampa de Tucídides. Esta es la tendencia histórica a la guerra cuando una potencia emergente amenaza a la dominante. Por eso se cita el temor alemán al crecimiento de Rusia como factor en 1914 y se teme que un error de cálculo equivalente ahora pudiera ocurrir entre Washington y Beijing, por ejemplo. Esperemos que no.
Por su parte, Rusia, heredera resentida de la antigua superpotencia soviética, ahora se opone a la expansión de la OTAN en Europa del este y busca restaurar su esfera de influencia aunque sea por la fuerza, como ha hecho en Ucrania. Esto ha llevado a una renovación de las alianzas occidentales; no sé si nos damos cuenta, la OTAN, que tras 1991 parecía relegada, pues recobró su razón de ser ante la agresión rusa, fortaleciéndose con nuevos miembros y mayor gasto militar. “Aquí todo el mundo está gastando en lo militar”. En Asia Pacífico ha surgido una red de alianzas y asociaciones: un Quad entre Estados Unidos, Japón, India y Australia, un pacto AUKUS, tratados bilaterales entre Estados Unidos y Corea del Sur, Estados Unidos y Japón para todo contrapesar de alguna manera a China, mientras China y Rusia van echando lazos en una suerte de entendimiento estratégico, Aunque no es una alianza formal frente a esa presión occidental. Veremos cómo evoluciona todo eso. Bueno, a diferencia de 1914, el alineamiento no es tan bipolar ni tan automático como entonces.
El mundo actual tiene actores importantes no alineados o con políticas flexibles, por ejemplo, India y Turquía cooperan económicamente con Rusia y China pero sin romper con occidente, buscando beneficio de ambos lados, lo hacen bien y esto crea una dinámica geopolítica muy compleja que la de simplemente dos bloques rígidos como en 1914, porque también significa que las crisis regionales podrían atraer a diversos jugadores en formas impredecibles. Ese es el problema que no lo vemos venir, que pueden aparecer actores que lo compliquen todo.
Hasta ahora hemos visto las similitudes económicas y políticas, pero en lo social también cabe destacar paralelismos y diferencias. De hecho, hay historiadores como Christopher Clark que advierten que el mundo de hoy se parece cada vez más al de 1914 en cuanto a potencias en ascenso versus potencias en declive y sobre todo por la incertidumbre que resulta. La lección de 1914 es que una concatenación de decisiones miopes pueden conducir al desastre, incluso cuando ningún actor busca abiertamente una guerra general. Hoy, tras décadas de estabilidad bajo el orden liberal posterior a 1945, estamos en una fase de transición. La pérdida de liderazgo claro se hace patente, por ejemplo, en instituciones internacionales muy debilitadas. El consejo de seguridad de la ONU no sirve para nada, está paralizado por los vetos en conflictos clave. La OMC sigue en crisis, no sé, la OMS, la UNESCO, de modo similar todo ello a la diplomacia europea que fracasó en 1914 al faltar allí un árbitro eficaz. No obstante, también existen algún contraste; en 1914, las élites abrazaban ampliamente el militarismo y veían la guerra como una continuación natural de la política. En cambio, en el mundo actual persiste el recuerdo de esas dos guerras mundiales y existe cierta cultura de la cooperación, aunque sea muy frágil, y también cierta cultura por los mecanismos diplomáticos globales. Se reúnen mucho, no hacen nada, pero bueno, pierden el tiempo y de momento se retrasan las guerras.
Los factores sociales y culturales desempeñan aquí un rol crítico tanto en la situación de 1914 como hoy e influyen en la actitud de las poblaciones frente a la guerra o a la política. En los años previos a la Primera Guerra Mundial, las sociedades europeas experimentaron profundos cambios sociales y movimientos de masas. La segunda Revolución Industrial había generado, clases obreras urbanas numerosas y muy politizadas que surgieron de ahí movimientos socialistas, sindicales internacionales y todo tipo de ideas, por ejemplo, el feminismo reivindicado como su agio femenino. Y otros cambios culturales también. Pero paradójicamente, al estallar la guerra de 1914, gran parte de esas energías sociales convergieron en un auge patriótico. Millones de personas, incluidas muchas de las clases trabajadoras que días antes exigían derechos de cualquier tipo, laboral, salieron a las calles enardecidas por sus naciones. El nacionalismo actuó como una suerte de religión civil que movilizó a las masas para el esfuerzo bélico – “Ojo con eso”:.
La propaganda fue fundamental en este proceso – ”Ojo con eso”. La Primera Guerra Mundial fue el primer conflicto en que los gobiernos usaron de forma sistemática campañas de propaganda para moldear la opinión pública – “Ojo con eso”. Pósters con lemas como: «Tu país te necesita» o historias a veces falsas – “Ojo con eso”. Atrocidades enemigas que circulaban para reclutar soldados y mantener la moral. Una alfabetización creciente y una prensa popular permitieron que estas narrativas llegaran prácticamente a todos los estratos. Era imposible escapar en aquella época de la propaganda de guerra que inundaba la vida cotidiana. Al mismo tiempo, se impuso censura estricta, «Ojo con eso”. Las noticias desfavorables del frente eran ocultadas o maquilladas para sostener la ilusión del progreso bélico, siempre se ha hecho así no.
Esta manipulación informativa logró, durante un tiempo, mantener la unidad nacional. Pero a medida que la guerra se alargaba, la realidad, muertes masivas, penuria económica, fue minando la credibilidad y sobre todo la credulidad de la gente. Para 1917 y 1918, el hartazgo social era enorme; motines de soldados como el del ejército francés en el 17, revueltas obreras y finalmente revoluciones como la rusa en el 17 también, las revoluciones alemanas, austríacas húngaras del 18, todo eso estalló y derribaron todos los gobiernos. Es decir, la opinión pública inicialmente entusiasta, gracias a la propaganda, se dio la vuelta, se tornó contra la guerra cuando los costos se volvieron insoportables y provocaron cambios de regímenes.
Culturalmente, la experiencia de la guerra dejó huellas profundas, apareció una generación perdida de jóvenes traumatizados, un desencanto con los viejos valores y una efervescencia artística e intelecual, como por ejemplo el expresionismo, el dadaísmo, el nacimiento del cine como medio de masas en los años 20, que transformaron las sociedades de posguerra. Pues bien, en la actualidad, los factores sociales y culturales también están moldeados por la información y la tecnología, no me lo negaré, pero de manera muy nueva, más compleja. Vivimos en la era digital; la capacidad de cualquiera de difundir instantáneamente vídeos e información desde un teléfono inteligente significa que las injusticias o eventos importantes se pueden viralizar y generar indignación pública global en mucho menos tiempo, en horas, en minutos, a veces en segundos.
Esta democratización informativa contrasta con la de 1914, cuando la información estaba mucho más controlada por las élites y por los medios que eran especialmente unidireccionales. Sin embargo, junto con esas ventajas han surgido nuevos retos de propaganda porque ahora tenemos la sobreabundancia de información y la falta de control de calidad, por ejemplo, en internet, están dando lugar a una era de postverdad. La postverdad a veces es más importante que la propia certeza. Las mismas herramientas que permiten denunciar injusticias también facilitan manipular audiencias a gran escala. Las redes sociales han cambiado tanto nuestra relación con la realidad que es más difícil distinguir la verdad de la ficción y terminaremos atrapados, es posible, en burbujas de afirmación donde solo escuchamos las opiniones de aquellos que no son afines y eso también es un riesgo. Además, la cultura digital ha traído fenómenos sociales inéditos; la información a veces genera el efecto espectáculo, fijaos, conflictos y tragedias se consumen como contenido más, compitiendo con el entretenimiento por la atención del público. Se ha advertido que la sobreexposición a imágenes de guerra acaba banalizando la violencia y en síntesis, si comparamos los factores sociales de entonces y los de ahora, nos encontraremos con similitudes en la manipulación de la opinión pública y la movilización de las masas pero mediante medios tecnológicos más avanzados, muy diferentes. Culturalmente, ambas épocas vivieron cambios, vivimos cambios acelerados por la tecnología, entonces fue la radio, el cine, el teléfono y ahora es internet, las redes sociales y la inteligencia artificial, todo ello transforma hábitos, valores y la clave está en si la sociedad civil y las instituciones son capaces de aprender del pasado para resistir la propaganda belicista y las narrativas de odio, evitando repetir aquellos trágicos errores que llevaron a la gran guerra, la Primera Guerra Mundial.
Bien, hasta ahora hemos analizado la economía, la política y la sociedad; no podemos olvidar el factor militar, uno de los paralelismos más citados entre el mundo del 1914 y el actual es el fenómeno del rearme y la carrera armamentista.
En las décadas previas a la Primera Guerra Mundial, las potencias europeas incrementaron de forma muy importante sus fuerzas militares; entre 1900 y 1914, los presupuestos de defensa crecieron de forma exponencial. Por ejemplo, Alemania casi duplicó su gasto militar y construyó una poderosa flota de guerra que desafiaba la supremacía naval británica. Por su lado, el Reino Unido respondió con más acorazados, manteniendo un gasto naval que doblaba al alemán en vísperas de esa gran guerra. La carrera naval anglo-germana y el aumento de ejércitos de reclutas, se instauró el servicio militar obligatorio en la mayoría de los países, crearon un ambiente de militarización como nunca antes había visto en tiempos de paz.
Europa en 1914 era un polvorín armado; las grandes potencias poseían ejércitos de millones de hombres y planes de guerra muy detallados listos para ejecutarse en cualquier momento. El Estado Mayor alemán, por ejemplo, confiaba en su plan Schlieffen para derrotar rápidamente a Francia antes de que Rusia pudiera movilizarse, lo cual reflejaba una doctrina ofensiva muy agresiva, todo esto nos va a sonar en breve.
Al iniciarse la guerra, la rápida industrialización previa proporcionó arsenales masivos de armas modernas que convirtieron el conflicto en una matanza industrializada sin precedentes hasta el momento. Paradójicamente, muchos comandantes en 1914 subestimaron el poder destructivo de esas nuevas armas y esperaban una guerra corta y de movimientos cortos; en su lugar, la contienda degeneró en una guerra de trincheras de desgaste prolongado con escenas que anticipaban la brutalidad tecnológica que íbamos a tener durante todo el siglo XX. En el contexto actual, tras décadas de relativo desarme, se aprecia de nuevo una tendencia, obviamente lo escuchamos todos los días, al incremento del gasto militar y de la modernización de arsenales de todo el mundo. En 2023, el gasto militar global alcanzó un récord histórico, 2,44 billones de dólares. Las tres mayores potencias, Estados Unidos, China y Rusia, incrementaron sus presupuestos de defensa significativamente ese año, y el plan de rearme de Europa se suma ahora a ese dispendio. La guerra en Ucrania, en sí, presenta curiosas, lastimosamente reminiscencias militares con las guerras mundiales, ha implicado movilizaciones masivas, un uso intensivo de artillería y trincheras estáticas en el Donbás que evoca escenas de la Primera Guerra Mundial. También, aunque está claro que toda la tecnología utilizada ahora mismo es exclusiva de este siglo, drones, ciberguerra, inteligencia satelital, todo eso a tiempo real. Pero hay otro factor en la expansión militar de China que hoy se asemeja al crecimiento naval alemán antes de 1914 en cuanto a en el balance de poder, aunque obviamente a una escala muy superior.
En las últimas dos décadas, China ha realizado un enorme, brutal esfuerzo de modernización de su ejército, popular, Popular de Liberación, como lo llaman allí. Ojito con el gasto, su gasto de defensa oficial, oficial, unos 250,000 millones anuales, es ya el segundo del mundo tras Estados Unidos y sigue aumentando, y es el oficial. La estrategias militares de las potencias de hoy difieren de las de 1914 porque las potencias actuales son muy conscientes de que una guerra abierta entre ellas sería el fin catastrófico, especialmente si metemos ahí armas nucleares. Por ello, la estrategia de disuasión nuclear ha evitado hasta ahora enfrentamientos directos entre superpotencias desde aquel 1945, ninguna gran potencia desea realmente un enfrentamiento armado directo contra la otra: Estados Unidos contra China, Estados Unidos contra Rusia, porque el resultado podría ser una destrucción absolutamente total, mutua. Este es un factor de contención que no existía en 1914, ahí sí que hay diferencias.
Sin embargo, también ha desplazado los conflictos a terrenos indirectos, lo que se llaman guerras proxy o por poderes, como Siria, Libia, la propia Ucrania, donde potencias apoyan a un bando, bandos opuestos, sin enfrentarse directamente, así se hace, como una especie de guerra híbrida, ciberataques, desinformación, guerra económica que complementan las estrategias militares más tradicionales, eso sí que pasa, y las potencias actuales buscan ganar influencia sin cruzar el umbral que desencadene una guerra total.
Tras la Primera Guerra Mundial, el centro de gravedad del poder mundial se desplazó, Europa quedó debilitada y endeudada, y emergió una nueva potencia líder, los Estados Unidos de América. ¿Hoy podríamos estar ante un cambio similar de hegemonía?, ¿Pasará el liderazgo de Estados Unidos a China? No lo sabemos, China se posiciona, eso sí, como aspirante a superpotencia dominante hacia mediados del siglo XXI, sobre todo en lo económico, también en lo tecnológico, y apuestan por lo militar, lo cual podría reordenar las alianzas y sistemas de gobierno, esto explicaría muchas cosas que están pasando en el mundo.
En conclusión, el mundo actual y el de 1914, aunque comparten una serie de condiciones preocupantemente parecidas, tensiones entre grandes potencias, rearmes y alianzas militares competitivas, nacionalismos en alza, crisis económica, rivalidades comerciales y sociedades muy susceptibles a la propaganda y a la polarización, toda esa combinación que fue letal hace un siglo llevando a los líderes hacia la catástrofe, igual no es lo mismo que está pasando ahora, pero tiene muchas similitudes. Y eso da miedo. Fueron denominados aquellos políticos como los sleepwalkers, los caminantes dormidos, está por ver si los que tenemos ahora son también sleepwalkers. Al comparar con la situación previa a la Primera Guerra Mundial, vemos que la historia no se repite, exactamente no, pero la historia, por desgracia o por suerte, si somos capaces de reinterpretarlo, LA HISTORIA SIEMPRE RIMA.