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Espectáculo

El niño que dejó su autismo en la puerta por conocer a Joaquín Sabina

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Siempre supe que asistir a un concierto de Joaquín Sabina con mi hijo Eduardo sería un reto. Un niño con autismo de alto rendimiento, que evita las multitudes y los sonidos estridentes, enfrentaría su mayor desafío en un lugar abarrotado, con luces intensas y música a todo volumen. Pero esa noche, en el Coca-Cola Music Hall de San Juan, mi hijo dejó su autismo “en la puerta” para vivir un momento que jamás olvidaremos.

“Dejé mi autismo en la puerta para venir a verte”, le dijo a Sabina. Y en ese instante, las lágrimas se me agolparon en los ojos. No solo las mías, sino también las de muchas personas en el público que aplaudieron emocionadas.

Un inicio de emociones

La velada arrancó con la proyección en pantalla gigante del video de Un último vals, una pieza llena de nostalgia donde el artista español repasa los momentos más significativos de su vida, acompañado por amigos y colegas que han formado parte de su trayectoria.

Segundos después, el escenario cobró vida con la entrada de su banda. Los músicos ocuparon sus posiciones y, con los primeros acordes de Lágrimas de mármol, Sabina apareció, provocando la ovación del público.

Acompañado por una orquesta impecable, con el piano marcando el ritmo y las guitarras dándole esa esencia inconfundible a cada canción, el maestro se adueñó del escenario. Con Lo niego todo, se retractó de su vida y de sus excesos, para luego llevarnos a Mentiras piadosas, una de esas canciones que Eduardo ha analizado tantas veces en casa, tratando de descifrar si las mentiras podían ser realmente “piadosas”.

Cuando comenzaron los primeros acordes de Calle melancolía, supe que era el momento especial. Sabina se dirigió al público con voz pausada y profunda.

“Esta canción se la quiero dedicar a un amigo que tengo aquí en Puerto Rico. Solo tiene 11 años, pero lo conozco desde hace unos cuantos, y es una de las personas que mejor entiende mis canciones. Se llama Eduardo Santiago. Está aquí con su madre. Un abrazo grande para los dos”.

No podía creerlo. Mi hijo, que alguna vez no entendía las metáforas, que corregía letras porque no le parecían lógicas, había recibido una dedicatoria de su ídolo.

Eduardo sonrió, tarareó la canción y, con el aplomo que solo él tiene, me susurró:

—¿Viste, mami? Sabina me conoce.

Su amor por Sabina

Eduardo, con diagnóstico de autismo de alto rendimiento, síndrome Asperger,  tenía solo cuatro años y cursaba el preescolar cuando comenzó su predilección musical por Sabina. Pese a su corta edad, sorprendentemente, se interesó en la música y canciones del cantautor español, asumiéndolas como  parte de su vida cotidiana. El Nuevo Día se hizo eco de esa historia y publicó Niño enamorado de la música de Sabina.

En 2018, el artista quiso conocer al pequeño fan que escuchaba sus canciones todos los días camino al preescolar;  que además pretendía corregir algunas letras  y que estaba apenado de que el artista “perdiera a su princesa”. “Lo recibió antes del concierto Lo niego todo realizado en el Coliseo de Puerto Rico. Eduardo tenía solo cuatro años cuando el universo de Joaquín Sabina entró en nuestras vidas. Mientras otros niños cantaban canciones infantiles, él se obsesionaba con Calle Melancolía y 19 días y 500 noches. Cada mañana, camino al preescolar, pedía escuchar sus canciones y hacía preguntas que me dejaban sin palabras. 

—Mami, ¿cómo es posible que en un bulevar hayan sueños y no automóviles?

—¿Por qué alguien guardaría su corazón en un cajón?

—Si un día tiene 24 horas, ¿cómo es posible que alguien sufra 19 días y 500 noches?

No eran preguntas inocentes. Para él, la literalidad era absoluta, y estas frases lo confundían. Pero en ese proceso de tratar de entender a Sabina, Eduardo comenzó a aprender algo que su condición le dificultaba: las metáforas, los dobles sentidos, el poder de las palabras más allá de su significado estricto.

Un día, supe que esa pasión era algo más, cuando me dijo:

—Mami, Joaquín perdió a su princesa. Eso es muy triste.

No estaba cantando una canción. Estaba hablando de Quién me ha robado el mes de abril como si fuera una historia real, como si el dolor del artista fuera suyo.

El encuentro con Joaquín

En 2018, cuando Joaquín Sabina vino a Puerto Rico con su gira Lo niego todo, mi hijo tenía seis años. Alguien le contó al equipo del artista sobre aquel pequeño que escuchaba sus canciones camino al colegio y que pretendía corregir algunas letras porque no le parecían lógicas.

El nativo de Úbeda,  quiso conocerlo antes del concierto. Ese día, Eduardo se paró frente a él con una mezcla de admiración y certeza. Le habló con propiedad, le entregó un dibujo y hasta le preguntó por qué había escrito que el tren de ayer se aleja y el tiempo pasa en la estación, si los trenes no se quedan quietos y el tiempo no tiene forma.

Sabina, divertido, le respondió que así funcionaban las metáforas. Que las palabras a veces significan algo más allá de lo evidente.

—Ya lo entenderás cuando seas mayor —le dijo con una sonrisa.

“Un pequeño  poeta

Las metáforas de Sabina se convirtieron en la herramienta con la que Eduardo logró superar su interpretación completamente literal del mundo.

No entendía chistes, metáforas ni sarcasmos. Pero al escuchar las canciones de Sabina, aprendió que las palabras pueden significar algo más allá de lo literal. Ha sido un avance gigantesco para su comprensión de la vida.

Otra gran ganancia de la buena lírica ha sido que Eduardo ya se visualiza como poeta.

Desde los cinco años tiene frases y reflexiones poéticas. Con la música sabinera cosechamos un poeta en casa.

Asistir al concierto, un logro

Aquella noche fue mucho más que música. Fue la confirmación de que Eduardo sigue avanzando, que cada pequeño paso es una victoria y que, aunque su camino no siempre es fácil, su mundo está lleno de poesía.

Para mí, el simple hecho de que entrara a ese recinto era un triunfo. Un niño con autismo suele evitar los espacios ruidosos y con mucha gente. Yo temía que no pudiera soportarlo, que tuviéramos que salir corriendo. Pero no. Eduardo se quedó, disfrutó, cantó y, al final, logró entregarle un regalo especial a Sabina, escrito con su puño y letra:  

“Sabina, nunca morirás. Sin ti, el mundo sería muy aburrido”.

Y así, con esa frase de poeta a poeta, cerramos una noche que jamás Eduardo ni yo, olvidaremos.

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Infografía

Sabina, Eduardo y Tania. (FUENTE EXTERNA)
Viviendo con el autismo

Las personas con Asperger, también conocidos como “pequeños profesores”, suelen acumular conocimientos en un área específica. Aunque el término dejó de ser una categoría diagnóstica y ahora se engloba dentro del trastorno del espectro autista (TEA), muchas personas lo mantienen como parte de su identidad.

Los niños con esta condición presentan poca flexibilidad de pensamiento, dificultades en la comunicación social y problemas sensoriales que pueden descompensarlos fácilmente. Sin embargo, suelen tener una inteligencia promedio o superior a la media y fuertes habilidades analíticas.Nosotros, los padres, libramos batallas diarias para atender sus necesidades de cuidado, alimentación, educación, terapias y servicios de salud. Son días largos y noches cortas, con desafíos constantes, pero también con la alegría inmensa de cada meta alcanzada.

En Puerto Rico, los casos de autismo han aumentado significativamente. Según la Alianza de Autismo de Puerto Rico, la tasa de diagnóstico creció un 66% en comparación con 2023.

 

 

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