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Ajedrez freestyle: el plan de Magnus Carlsen para reinventar un juego milenario en la era de la atención rota

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Ajedrez freestyle: el plan de Magnus Carlsen para reinventar un juego milenario en la era de la atención rota

Era el día de los enamorados, pero no había ningún romance en un lujoso hotel de Weissenhaus, Alemania. Allí se libraba la partida definitiva del primer torneo del Grand Slam de de ajedrez freestyle. Y ninguno de los contrincantes se llamaba Magnus Carlsen. Eso ya era llamativo —volveremos al porqué más adelante—, pero no era ni mucho menos lo único sorprendente de esa partida.

Fabio Caruana optó por hacer su primer movimiento. d4. No parecía nada especialmente novedoso, pero Vincent Keymer, su contrincante, no respondió inmediatamente. De hecho tardó 20 minutos en hacerlo, algo insólito en el ajedrez clásico. Los jugadores de alto nivel suelen realizar esos primeros movimientos en minutos, y lo hacen porque se los conocen de memoria. Apenas piensan en esos primeros lances.

Pero es que Caruana y Keymer no estaban jugando una partida de ajedrez clásico. Estaban jugando una partida del llamado ajedrez ‘freestyle‘ (‘estilo libre’). En dicha modalidad las posiciones de las piezas de la fila trasera (torres, caballos, alfiles, dama y rey) se eligen de forma aleatoria, aunque deben cumplirse dos reglas. La primera, que los alfiles deben estar en casillas de distinto color. Y la segunda, se puede seguir enrocando en ambos lados, así que el rey siempre debe estar entre las dos torres.

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Vincent Keymer, ganador del primero de los torneos del Freestyle Chess Grand Slam Tour de 2025. Fuente: Freestyle Chess Grand Slam Tour 2025.

El resultado son 960 posibles posiciones para el tablero inicial —en realidad 959, se elimina la posicion «clásica»—, y de ahí el nombre tradicional de esta modalidad, Chess960. Que es especial precisamente por esas posiciones alternativas.

Los grandes maestros del ajedrez se conocen al dedillo las aperturas para el ajedrez clásico, que representa la posición estándar del tablero. Sin embargo, no ocurre lo mismo con el ajedrez freestyle. Aprenderse las aperturas para las 959 posiciones resultaría probablemente imposible para un ser humano, pero es que eso es lo que especial a esta modalidad: hace pensar a los mejores ajedrecistas del mundo desde el primer momento. Y por eso Keymer tardó 20 minutos en ese primer movimiento: un error en los primeros lances hace que uno quede perdido casi de inmediato.

Precisamente esa circunstancia hace que se tambaleen los cimientos del ranking mundial. Dio igual que en ese torneo estuvieran Fabiano Caruana (32 años, subcampeón del mundo en 2018), Hikaru Nakamura (37 años, campeón del mundo de ajedrez freestyle en 2022), Dommaraju Gukesh (18 años, actual campeón del mundo), Alireza Firouzja (21 años, llegó a ser número dos del mundo en 2021 por ranking ELO) o Magnus Carlsen (34 años, excampeón del mundo de ajedrez y considerado por muchos como el mejor jugador de ajedrez de todos los tiempos).

Frente a todos ellos, la verdadera sorpresa del torneo. El joven Vincent Keymer, alemán de 20 años, fue superando uno por uno a sus rivales. Primero a Firouzja, luego, en la semifinal, a Magnus Carlsen, y por último a Caruana. Y eso deja clara una cosa: el ajedrez freestyle es otra cosa. Aquí memorizar no sirve. Lo que importa es el verdadero nivel de los jugadores y su creatividad.

Y ahora, vayamos a su origen y a por qué Magnus Carlsen, considerado como el mejor jugador de todos los tiempos, cree que es la modalidad que acabará conquistando el mundo.

Buscando una revolución en el ajedrez

Noviembre de 2018. Londres. Magnus Carlsen y Fabiano Caruana se enfrentan en el Campeonato Mundial de Ajedrez. Doce partidas de ajedrez clásico pactadas, y al acabar esas doce partidas, algo inaudito. Todas ellas acabaron en tablas.

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El bombo con las bolas para elegir una de las 959 posibles posiciones iniciales para las piezas. Fuente: Freestyle Chess Grand Slam Tour 2025.

El título acabó decidiéndose en una ronda de partidas semirrápidas en las que Carlsen aplastó a Caruana (tres victorias en tres partidas). Ahí se acabó todo, pero el debate estaba servido: la frecuencia de partidas terminadas en tablas empezaba a ser preocupante, sobre todo entre jugadores de la élite.

En posteriores campeonatos del mundo la proporción no ha sido tan alta (7 tablas en 11 partidas en 2021, 8 en 14 en 2023 y 9 en 14 en 2024) pero sigue siendo destacable. Eso ha hecho que desde hace tiempo se hable de la llamada «muerte por tablas» (draw death), por la creciente frecuencia con la que las partidas acaban en tablas.

Leontxo García, el periodista que lleva más de cuatro décadas cubriendo la sección de ajedrez en El País, ya advertía del problema un año antes, en diciembre de 2017. «Además de las tablas rápidas, el exceso de empates luchados pero aburridos amenaza los torneos de élite», explicaba. Eso ha hecho que se barajen ideas para minimizar el porcentaje de tablas, aunque ninguna ha llegado a cuajar.

Pero es que hay otro problema: el ajedrez no suele ser especialmente excitante durante los primeros movimientos, porque los jugadores se conocen la teoría de las aperturas con una profundidad asombrosa. A menudo los primeros 10, 15 o incluso 20 movimientos no requieren apenas que el jugador piense. Solo basta con que memorice, porque tras siglos de partidas, está ya bastante claro qué aperturas son las más efectivas y cómo es posible contrarrestarlas para llegar a un medio juego igualado.

Es a partir de ese momento, con el desarrollo de las piezas ya avanzado, cuando el ajedrez empieza a ser emocionante y apasionante. Cuando hay movimientos brillantes y errores garrafales. Cuando realmente los jugadores muestran su talento.

Pero para algunos jugadores, la condena está en esa memorización de las aperturas. Es algo que viene de lejos. Philip Julius van Zuylen van Nijelvelt, un jugador holandés, publicó un tratado en 1792 en el que precisamente mostraba su desprecio por el ajedrez clásico. Y fue en ese libro en el que propuso una idea singular.

Que las piezas principales ocuparan posiciones aleatorias, y no fijas.

Aquella idea estaba destinada, como él decía, a «producir un enorme número de situaciones diferentes, de forma que nadie pueda estudiarlas con anterioridad». Su trabajo tuvo cierto éxito y fue ganando popularidad. Aaron Alexandre llegó a incluir la idea en su Enciclopedia del ajedrez, la primera de este tipo, publicada en 1837, y se llegaron a jugar algunas partidas y torneos menores.

Sin embargo, habría que esperar siglo y medio hasta que aquello realmente dio sus frutos. Fue en 1996, en Buenos Aires, y quien retomó la idea fue ni más ni menos que Bobby Fischer, que fue campeón del mundo desde 1972 hasta 1975 y que además fue uno de los jugadores más brillantes de toda la historia.

En 1996 Fischer era una sombra de lo que había sido, pero su atractivo mediático seguía siendo enorme. Tras aceptar una reedición de su ‘match’ contra Spassky en 1992, Fischer comenzó a tener claro que el ajedrez podía ser otra cosa. Así que cogió la idea de van Zuylen van Nijelvelt y la pulió. Los alfiles debían estar en casillas de distinto color y el rey debía estar entre las torres.

En una conferencia de prensa el 19 de junio, Fischer presentó su modalidad, a la que llamó ajedrez aleatorio de Fischer (Fischer Random Chess). En ella, aseguró, la creatividad y el talento serían más importantes que la memorización y el análisis. Habían aparecido otras variantes del ajedrez que perseguían un objetivo similar, pero para Fischer «la suya» era la mejor. «No intento matar al ajedrez, intento mantenerlo vivo», explicó en una entrevista posterior.

La idea tuvo cierta aceptación, pero quedó en segundo plano, porque lo que atrapó al gran público un año después fue la victoria de Deep Blue sobre Kasparov. Las máquinas por fin habían conseguido lo que parecía imposible, y el ajedrez ya no parecía tener tanto sentido. ¿Para qué buscar alternativas entonces?

Pero lo cierto es que lejos de morir, el ajedrez acabó jugándose más que nunca. A ello contribuyó la pandemia e incluso la serie ‘Gambito de dama’, que provocó el auge del ajedrez online y el singular fenómeno de los influencers de este ámbito: jugadores de todos los niveles que demostraban con sus contenidos —a menudo, jugando partidas rápidas— que el ajedrez podía ser apasionante.

Pero había alguien que no estaba del todo de acuerdo.

Cuando Manus Carlsen se cansó del ajedrez clásico

Magnus Carlsen está considerado por muchos como el mejor jugador de ajedrez de la historia. Y el problema es que se ha cansado del ajedrez clásico. Parece aburrirle, y de hecho en julio de 2022 renunció a su título y a defenderlo ante Ian Niepómniashi —ganador del Torneo de Candidatos— en 2023.

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Fuente: Freestyle Chess Grand Slam Tour 2025.

Carlsen ya había avisado. Lleva años manteniendo un duelo con la FIDE, el organismo que rige el destino de este deporte en su formato clásico, y trató de conseguir que se cambiara el formato del campeonato mundial. Que quizás se mezclaran partidas rápidas con clásicas, por ejemplo. Pero nada funcionó.

Y entonces apareció en escena Jan Henric Buettner, un emprendedor y millonario alemán que se aficionó al ajedrez durante la pandemia. Su profesor, el gran maestro alemán Niclas Huschenbeth, le sugirió que quizás podría organizar un torneo, pero a Buettner el ajedrez clásico le parecía aburrido de ver.

Sin embargo, sí sabía que querría que Magnus Carlsen jugara en ese torneo. Logró hablar con él del proyecto en Doha, donde el ajedrecista jugaba el Qatar Masters, y allí Carlsen le comentó que si por él fuera, jugaría un torneo de ajedrez aleatorio de Fischer con jugadores de alto nivel.

Buettner no sabía qué era aquello, pero al investigar un poco se sintió fascinado. Sin embargo, decidió, esa modalidad necesitaba un nombre más pegadizo. Fue entonces cuando decidió que lo llamaría ajedrez freestyle.

Carslen se implicó de lleno en el proyecto, y junto a Buettner levantó 12 millones de dólares de la firma Left Lane Capital para organizar el llamado Freestyle Chess Grand Slam Tour, una especie de Grand Slam de tenis, pero con cinco torneos de ajedrez freestyle que se celebrarán en Weissenhaus (ya celebrado), París, Nueva York, Nueva Delhi y Ciudad del Cabo. Hay cuatro millones de dólares en premios.

Mientras, en la FIDE no estaban contentos. En un comunicado en enero de 2025 se declararon «el único cuerpo de gobernanza reconocido internacionalmente en el ajedrez» y criticaron la organización de un campeonato mundial paralelo en esta modalidad —Buettner y Carlsen dejaron de llamarlo «campeonato mundial»—, que además «amenaza la ejeución de las actuales obligaciones contractuales hacia la FIDE» de los jugadores profesionales.

La disputa de fondo entre Carlsen y la FIDE parece estar siempre en el aire, pero el jugador parece estar encantado de haber jugado este primer torneo de ajedrez freestyle. Incluso habiendo quedándose en semifinales, algo que le dejó claro que para él «el ajedrez freestyle es más difícil» y parece suponerle un nuevo y emocionante reto. Como señaló en The Wall Street Journal, «Lo que estamos jugando ahora es, en muchos sentidos, un juego más puro y largo que el ajedrez clásico normal. Te sientas ante el tablero y tienes que pensar desde el principio».

El torneo tiene otras peculiaridades: antes de cada partida se realiza el sorteo para saber cómo estarán colocadas las piezas, y durante 10 minutos los jugadores que juegan con el mismo color se reunen (si quieren) para discutir cuál es la mejor estrategia en esos primeros movimientos. Colaboran de forma animada para formar una alianza temporal contra sus rivales, aunque a los diez minutos cada cual acabará librando su batalla individual. El formato es sin duda llamativo, aunque no todo el mundo lo ve con buenos ojos y algunos creen que al menos el futuro del Grand Slam es dudoso.

Eso no quiere decir que Carlsen abandone las partidas de ajedrez clásico —jugará en la Esports World Cup— pero parece que tiene claro que seguirá impulsando la práctica del ajedrez Freestyle. Y por supuesto sigue jugando campeonatos de partidas rápidas: ha logrado ser siete veces campeón del mundo de ajedrez blitz, con tres minutos por jugador e incrementos de dos segundos por cada movimiento. Allí memorizar las aperturas es importante, pero la velocidad a la que se juega hace que ese factor cobre menos relevancia.

Pero puede que estemos ante un punto de inflexión. Uno en el que haya cabida para esta nueva y apasionante modalidad del ajedrez. Las opciones, como suele decirse, son buenas.

Imágenes | Freestyle Chess Grand Slam Tour

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La noticia

Ajedrez freestyle: el plan de Magnus Carlsen para reinventar un juego milenario en la era de la atención rota

fue publicada originalmente en

Xataka

por
Javier Pastor

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