Entretenimiento
Ciudadanía y lenguaje claro, entender la justicia es un derecho
«Corte del Distrito Nacional adapta sentencia sobre custodia para que niña de 8 años la comprenda». Así reza un titular de Diario Libre que hemos leído en estos días. Nada hay de nuevo en que un tribunal emita una sentencia sobre guarda y custodia. La novedad esta vez está en la lengua.
Como nos informaba Diario Libre, el tribunal encargado del caso dictó un fallo pionero, no por su contenido, sino por la expresión de ese contenido en un lenguaje adaptado a las necesidades de la ciudadana que se va a ver afectada esencialmente por la sentencia.
Y esa ciudadana es una niña de ocho años a la que nosotros, como sociedad, debemos garantizarle protección y el ejercicio de sus derechos.
La Corte de Apelación de Niños, Niñas y Adolescentes del Distrito Nacional, ante cuyos magistrados me quito hoy un simbólico sombrero, ordenó que la redacción de la sentencia se adaptara a un lenguaje claro y sencillo para garantizar que la menor pudiera comprender la decisión que habían tomado los jueces sobre su custodia.
Nadie más afectada que ella por esa sentencia; nadie más interesada que ella en comprender cabalmente lo que esta sentencia significaba para su vida cotidiana y para su futuro.
La lengua somos todos
El filósofo español José Ortega y Gasset, en su obra ¿Qué es filosofía?, lo tenía claro: «He de hacer el más leal esfuerzo para que a todos ustedes, aun sin previo adiestramiento, resulte claro cuanto diga. Siempre he creído que la claridad es la cortesía del filósofo».
Si para los filósofos y para los hablantes la claridad es, como creía Ortega, una cuestión de cortesía, para las administraciones públicas el lenguaje claro es una obligación irrenunciable de salvaguarda del derecho de todos los ciudadanos a entender las decisiones que los afectan.
Adela Cortina, catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia, tituló su conferencia inaugural en el XII Seminario Internacional de Lengua y Periodismo, organizado por Fundéu y la Fundación San Millán de la Cogolla, «Lenguaje claro: de la cortesía del filósofo al derecho de los ciudadanos».
Nos recordó que la lengua no es solo un instrumento de expresión y de comunicación, sino que es el «humus indeclinable en el que vivimos, nos movemos y somos».
Somos lengua y nada expresado en nuestra lengua nos es ajeno. Somos ciudadanos, seres sociales, y nuestra relación con los demás está estrechamente vinculada a nuestra lengua.
Decía Cortina que abogar por el lenguaje claro es una cuestión de simetría. Se trata de equilibrar los platillos de la balanza en la que se miden la administración pública y la ciudadanía, las empresas y sus clientes, los medios de comunicación y sus usuarios.
Se trata de reintegrar el protagonismo al ciudadano, de que le llegue la información clara y precisa, en un lenguaje llano, como aquel que preconizaba nuestro Cervantes, para que su respuesta ciudadana sea posible; para que el diálogo sea posible.
Es responsabilidad de los Gobiernos, pero no olvidemos que también es responsabilidad de cada uno de nosotros como profesionales en nuestras áreas de trabajo.
Nuestra expresión debe ser clara, correcta, comprensible; nunca debe olvidar a sus destinatarios, para que puedan ejercer su derecho a responder. Nunca debe olvidar a la niña de ocho años para quien una sentencia clara y bien escrita puede significar su nacimiento a la ciudadanía.
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